viernes, 30 de septiembre de 2011

Saigón: Hasta pronto - Can Tho: la capital del Delta del Mekong - Chau Dong: ¿Alguien quiere un conductor o un guía?

Si Saigón parecía interesante nada más pisar sus calles, qué decir de pisar sus autobuses y su vida de barrio. Salí del centro, de ese barrio de turisteo mercantil. De esas aceras llenas de camisetas y motos, ambas en venta. O en alquiler. O qué sé yo. Incluso mi hostel vende. Con la idea de irme en dos días el delta del río Mekong le pregunté a la chica. Nada mejor que cogerme el autobús turístico que lleva a Can Tho. Su consejo es que no hiciese el tour pero que me fuese en su autobús. Puede que fuese más cómodo, pero se me hubiesen escapado las experiencias que luego tuve. Bueno, de momento me quedaba un día por delante. También le pregunté cómo salir del centro. Tampoco tuve mucha información. Desde entonces pasé de preguntar en el hostel. Es medio-agenciatours-medio-hostel, por lo que en la que te descuides te endosan un tour a donde sea. También es cierto que en ciertas ocasiones es mejor hacerse un tour de estos que ir por tu cuenta, porque a veces, con los autobuses locales, puedes tardar unas cuantas horas en hacer un mínimo trayecto.

Hacia el Distrito 11 y el 5 emprendí mi camino. Buscando el autobús en el mercado de Ben Thanh me informan bien. Es el autobús número 1. “number 1”. La parada hacia la que me dirijo es la última, por lo que no tiene pérdida. Una vez más, la gente me mira raro. Y es que en Saigón, mucho más que en Filipinas, por el pequeño contacto que he tenido de momento, todo se mueve por tours. Un viajero con mochila deambulando solo por la ciudad no está mal, está bien. Pero no es lo habitual. Es lo habitual en una capital, pero no vi muchos. El barrio de Cholon es el barrio chino. Allí  tienen varias pagodas que lo hacen diferente. Caminando por él, nada más bajarme del autobús, me doy cuenta de que estoy en un barrio de verdad. Lleno de mercados en todas sus calles. Compro plátanos vietnamitas que me duran una sentada porque están riquísimos. Eso sí, el tamaño oriental hace acto de presencia y el plátano te lo comes de un bocado (llámese “tamaño oriental” a la ironía utilizada sobre la escasa longitud del miembro viril de los orientales. Algunos de mi facultad sabrán de lo que estoy hablando si recuerdan aquellos momentos y leen esto alguna vez).

Entre mapa, nombres de calles y localización de pagodas estoy bastante desubicado. Las distancias cambian a cada rato. Todo tiene un color gris en este barrio. Debe ser por la contaminación que predomina en este lugar, muy por encima del oxígeno. En ocasiones pienso en comprarme una mascarilla como hacen los locales. Las hay de muchos estilos, modelos y colores. He visto una con el escudo del Madrid. Otra con gatitos. Alguna con la bandera socialista vietnamita. Después de comer en un lugar en el que señalo la comida a base de dibujos marcho por la calle. Un señor con un triciclo me ofrece un viaje. Una rueda debajo de su culo, como una bicicleta. Dos delante, sujetando un asiento para dos personas. Acordamos el precio y en el mapa acordamos el destino. A los diez minutos ese tipo de transporte me parece denigrante para el señor. Es su trabajo, no lo dudo, pero a mí no me gusta sentirme así. Y “así” es medio reclinado en el asiento, puesto que la posición es la que es, mientras un hombre de unos 70 años se mata a dar pedales. En realidad no creo que se esté matando, porque debe estar más que acostumbrado. Cuando me dice que me deja ahí, no es el sitio acordado, pero me parece perfecto. No quiero llevar más las riendas de un carruaje mientras él es quien pedalea. Le pago algo más de lo acordado y me dedico a andar por la avenida que me lleva al templo más antiguo de Saigón. Yo lo llamo Saigón, que es como lo llamaban antes, pero después de la guerra y de que Vietnam se confirmase como un estado socialista se llama Ho Chi Ming City. El nombre de Saigón, para mí, tiene más encanto. Es más puro.

En el templo ando por dentro y me veo embaucado por la paz que alberga el lugar. No sé si es la paz la que alberga al lugar, o el lugar el que alberga paz. O se albergan recíprocamente. El caso es que el lugar pacífico o la paz lugareña son muy recomendables para un descanso. Me siento hasta que la paz se acaba con un menda que se acerca a mí ofreciéndome… sí, una vuelta en moto. Con gestos y vietnamita me dice algo sobre la oración o rezar. Entiendo que donde estoy sentado es un lugar para rezar. Entiendo mal. Me quería decir que están rezando en el templo de al lado, hacia el que me he dirigido huyendo de él. Me siento en unos escalones y medito con mi propia religión.

En mi búsqueda de la pagoda de los cientos o miles de budas estoy bastante perdido. Varias personas me preguntan de dónde soy. “Spain? Real Madrid!”. Aborrezco el fútbol cada día más. También me preguntan qué hago ahí. Y no se refieren a Saigón. Se refieren al barrio. Deduzco que ando por el barrio de verdad. Niños me saludan. Mayores me saludan. He aprendido que no hay que comprar frutas occidentales. Son muy caras. Manzanas y naranjas no se estilan aquí. Más bien piñas, cocos y pomelos. Melones y demás frutos de los cuales no tengo nombre ni conocimiento. No sabría ni cómo pelarlos. Tiempo al tiempo. Los plátanos son baratos. Intentaba comprar unas manzanas regateando el precio cuando el de la moto aparece de nuevo. Me ha debido de seguir. “motorbike?”. Creo que le había dicho antes claramente que no, pero se lo vuelvo a decir. Mientras tanto la chica guarda de nuevo la fruta. Mi oferta no ha debido gustarle un pelo. Bueno, ya tendré más oportunidades.

Preguntando sobre la pagoda me topo con un gesto comunicativo bastante recurrente en esta ciudad. Es la primera vez, pero de ahí en adelante me daré cuenta de que es más utilizado de lo que creía. Es un gesto que te frustra e indigna a la vez. Cuando no te entienden, o pasan de ti, o no quieren entenderte, o no quieren cuentas contigo, lo utilizan. Preguntando yo a un señor cómo entrar a un parque me lo hizo. Consta de dos movimientos. Uno con la cabeza, por el cual o la agacha o dirige la mirada hacia otro lado. Con eso bastaría para que me diera cuenta de que pasan de mi culo. Pero a su vez tiene un acompañamiento con la mano en tono vacilón. Trataré de explicarlo con cierta cautela y precisión. La mano con los dedos extendidos a la altura de la oreja, incluso un poco más adelante. Dedos mirando hacia arriba. Movimiento giratorio izquierda-derecha-izquierda continuamente. Bien, creo poder explicarlo de otra manera. Para los que lleven pulseras o reloj. Ese meneo de muñeca que se hace cuando las pulseras o reloj se te pegan a la mano y quieres que se deslicen hacia atrás en tu antebrazo. Espero haberme expresado. Ese gesto pero a la altura de la oreja y mirando hacia otro lado. Me los imagino a su vez diciendo en vietnamita “tucho, tucho, que no te escucho”.

También me encontré con el vietnamita gracioso que te guía hacia un lado con una sonrisa de oreja a oreja. Tras localizarte en el mapa te ha mandado justo hacia el otro lado. Cuando vuelves ya no está, pero si estuviera a lo mejor lo matabas y todo. No le matabas por la información errónea, si no por partirse el culo. Y es que a veces no sabes si ríen porque son así o ríen porque se descojonan de ti. Al igual que con los que no te quitan la mirada desde que te ven hasta que giras la esquina o te pierden de vista. Sientes que siguen mirándote aunque hayas pasado de largo. Dicen con sus ojos rasgados “no eres de aquí”. Yo tengo un truco. Me giro, les sonrío y les saludo. Inmediatamente se resetean y vuelven a lo suyo. A arreglar su moto o lo que mierdas estuvieran haciendo antes de querer echarte del barrio con su mirada. Pero otros, cuando estás sacando una foto a una calle, te saludan para que les enfoques. Disparidad en cuanto a amabilidad visual. Pasé cuatro veces por delante de la misma pareja, más perdido que un burro en un garaje, y a la cuarta ya se descojonaban. Yo me reía con ellos y a la cuarta ya les dije “oh, hello! Creo que os he visto antes”. Se lo dije en español, y nos reímos todos. También están los que vienen saludando efusivos “where are you from?” y cuando les dices es Spain se resetean. Se sale de los estándares. En esos barrios. Finalmente, no encontré la pagoda y me fui a casa.

Bien, la vuelta. Maneras de conducir hay de todos los tipos y pensé que las más frenéticas las había visto en Manila. Maneras de tener el tráfico dirigido o mínimamente organizado las hay, e innumerables. Más efectivas o menos. Aquí todo se sostiene a partir de la ausencia de semáforos con un “yo voy. ¿Tú vas? A ver quién es más cabezota”. Y la cabezonería se mide mediante distintos estándares: el que tenga el vehículo más grande, el que corra más, el que tenga el mejor hueco, el que esté en zona más lejos del bordillo, el que señale con la mano… He visto diversas pirulas, pirulones, locuras maniaco-compulsivas, pero nadie se inmuta por la actuación del otro conductor. Porque si te giras a discutir, estás perdido, amigo. En una conversación cara a cara con quien sea lo explicaré detenidamente y tendrá más gracia, pero situaciones habituales que no me puedo callar son: las motos, cuando ven atasco, circulan por las aceras; si van en un sentido y tiene que ir al otro lado de la calle continúan en sentido contrario, esquivados por la marabunta de motos que viene de frente; ¿mirar antes de salir de la acera al asfalto? ¿Para qué?; Cruce de tres calles, pongamos… Alonso Martínez, donde se juntan Génova, Alberto Aguilera, el Bulevar y qué se yo. ¿Semáforos? Nooo, amigos de lo organizado, aquí es un sálvese quien pueda; Y del lado de los autobuses y camiones, ellos siguen su camino y pitan para que se sepa que están ahí. El autobús que me llevó de vuelta no paró, y digo NO PARÓ, de pitar desde que salimos de Cholon hasta que llegamos al mercado. Tres cuartos de hora pitando. Intermitentemente. Constantemente. Pitidos cortos. Pitidos largos. Un pitido de dos manzanas. Pitiditos. Pitadas con sentido a veces. Pero la mayoría, pitidos de “estoy aquí y soy el más grande de la calle”.

Al día siguiente, ya miércoles, aunque ya sabéis que para mí todos los días son sábado, obtuve la información requerida para llegar a Can Tho. Bien. Tras coger el autobús número 2 llegué a la estación. Todo está perfectamente señalizado. Las taquillas con sus destinos y con sus precios. Os pongo en situación preguntándoos: si vosotros vais a una estación, sabéis normalmente dónde vais, ¿verdad? Bueno, pues allí es como si llegaras sin tener ni puta idea y ellos quisiesen organizar tu viaje. Te empiezan a gritar destinos y precios como vendiéndote ese viaje. Que no, que yo quiero ir a Can Tho. Pero siguen gritándote que te vayas a otro lado. Lo compré. Y tras un rato de espera y pasear detrás de un tío me monté en una furgoneta mercedes que para 150km tuvimos para 5 horas. Sí, es la misma media que en Filipinas.

Haría un análisis exhaustivo… Bueno, lo voy a hacer, por el tiempo. Porque tengo tiempo y porque hace mal tiempo. Me meto en la furgoneta. La mercedes en cuestión tiene 17 plazas además del conductor. Con una de estas lo que nosotros tendríamos son diez o doce, pero no hay tiempo para comparaciones. Solamente para relatar los hechos. Y a los hechos me “repito”, como decía aquel. Diecisiete son catorce asientos reglamentarios y tres banquetas. Banquetas de plástico de los niños de guardería. A la furgoneta nada que reprochar. Aire acondicionado y de todo. Mochileros del mundo, iréis apretados si cogéis una de estas. Ya me he acostumbrado a que me hablen en vietnamita y no entender ni papa, pero eso ya es otra historia. En la furgoneta me estoy tres cuartos de hora mirando como el conductor y los que venden los tickets gritan a la gente para que se meta. Esto se trata de llenar y salir pitando. Mientras tanto, uno que vende asientos también encasqueta papeletas de publicidad. Para los que buzonean en Madrid, es bueno saber que si pillas un bus con las ventanillas abiertas, puedes tirar papeletas dentro; si pasa una tía o un tío en bicicleta con cestita delante, le endosas unas cuantas en la cestita; a uno que pase con el carrito cargado de cajas, como no lo puede soltar, le dejas otro taquito encima de las cajas; coche con ventanillas bajadas, taco de papeletas al canto. Por otro lado está el notas sin papeletas que vende sitios para Can Tho. Él grita “Can Tho!” repetidas veces y muy rápido. Y el procedimiento es el siguiente con la conversación que yo me imagino: “Can Tho” – “No, que yo no quiero este bus que no va directo, que para 500 veces” – “que sí, que sí, que sí” mientras te coge de un hombro y te lleva  hacia la furgo – “que no, que este da mucha vuelta y mi abuela me espera” – mientras, el vendedor, sin hacer ni puto caso, directamente le coge de la mochila, le pasa al susodicho a otro vendedor y al final se acaba subiendo. Cuando digo le pasa, es LE PASA. Mientras le tiene cogido por la mochila mira al otro. Con un tirón de la mochila le propulsa hacia su compañero que lo caza por la misma asa de la mochila y lo encasqueta dentro de la furgoneta. No te has enterado, y te vas a comer cinco horas de furgoneta. Y tu abuela esperándote para comer.

Eso se pone en marcha faltando muy poco para llevarnos unas cuantas motos por delante. El hombre se adhiere al carril izquierdo y empieza la quinta sinfonía de los pitidos. Camión que no se quita para adelantarle, pitido. Moto que se cruza, pitidito. Camión que se quita pero no le cae bien, pitido. Moto que parece que se va a cruzar pero no, pitido. Bicicleta, pitido (ese es automático. Da igual dónde esté la bicicleta. Como si está en el otro lado). Peatón parado en la acera, pitido (por si acaso va a Can Tho). Coche gira a la izquierda, pitido. Todo va normal, no hay ni motos, ni camiones en medio, la velocidad es constante… pues pitidito. ¿Para qué? Pues para que las motos que están en el otro carril, por si acaso tenían la pequeña idea de cambiarse de carril, no se les ocurra hacerlo porque ya estamos nosotros ahí y ese carril es nuestro, nosotros lo hemos cogido antes. “eh, eh, eh!!! Que te pasas de parada. Que me bajo!”. Pitido fuerte y largo porque voy a hacer una pirula que os vais a cagar. Todos los pitidos sin una subidita de tono. Por lo demás, adelantamientos imposibles, baches innumerables, charcos interminables, y demás homenajes a San Cristóbal, que ya entiendo porque no hay ningún vietnamita en la Fórmula 1 o en MotoGP. Porque están todos aquí disfrutando de lo lindo en la vida cotidiana.

Llegué a Can Tho sano y salvo. Can Tho es la capital del Delta del Mekong (el otro día, hablando con un catalán no sé dónde le dije que iba al DESEMBARCO del Mekong y luego me di cuenta. Pero él me dejó seguir. Pensaría que la guerra de Vietnam había comenzado otra vez). El Mekong a esta altura tiene mareas, puesto que está en este lugar tan cercano al mar. Can Tho, que parece una ciudad que la han hecho con ganas se sumirse en el Mekong, se inunda dos veces al día. Por la mañana y bien entrada la tarde. Las dos veces que sube la marea. Y hablamos de unos cuantos metros de altura. La calle de la guesthouse donde estoy está a tres o cuatro manzanas del río. Pues el agua llega hasta la puerta. Aquí la gente va en chancletas a todos lados. Las motos se meten hasta las rodillas. Y yo, desde la estación de autobús, con mis dos mochilas y un conductor vietnamita en todos los aspectos, me metí en todo este berenjenal nada más llegar. Y llegué un pelín calado. Y hablo en serio, solamente un pelín.

Al llegar a la guesthouse no me dio mucho tiempo a reflexionar cuando me encontré con el dueño, una mesa, un sofá para sentarme y un mapa en la mesa. “pues hay tours de cuatro, de seis, de ocho horas, estos son los precios, el mercado más grande del delta, el manglar, el canal, los monos…”. La verdad es que a eso había venido. Me había informado antes, y dirigirme a puerto para coger a alguien que me dé una vuelta por el Mekong es difícil. Todo son tours. Pero bueno, solamente se vive una vez. Y de esa vez que se vive, es difícil que vuelva a venir aquí. Bueno, no tan difícil, como vivir dos veces. El caso es que había que hacerlo, y cuando me di cuenta ya le había dicho que sí. Cuando me dice que a las cinco y media de la mañana me vienen a buscar no me dio ni un patatús ni nada. Estuve leyendo un rato. Salí a la calle para ver las inundaciones y a comprarme un pan con sorpresa. Es un bollu preñau pero a lo vietnamita. El pan es como de molde. Blanquecino, y con forma de hatillo. Como si coges un pañuelo y lo atas por las cuatro puntas (¿Por qué hatillo es con H y atar sin H?). Blanquecino y dulzón el pan, dentro nos topamos con una bola de carne picada macerada y dos huevos cocidos pequeños. Todo eso en un mismo elemento que te dan en un plato cerrado de estos de porexpán como los del McDonalds. Platos que flotan en los charcos de la ciudad y a lo largo y ancho del delta del Mekong. Son la embarcación más típica, pero siempre sin tripulación.

A las cinco y media de la mañana de un jueves de septiembre me despierto cinco minutos antes de que suene el despertador. Nada de sueño, porque me fui a la cama a las diez, después de una siesta que me eché. Preparo mi mochila con lo justo y necesario. Me esperan ocho horas de barquito. He cogido el pack completo. Tenía que elegir entre coger seis horas con guía u ocho horas solo con conductor. Qué mejor que pasar ocho horas con un vietnamita que chapurrea inglés!!! Tiene mucho más sentido así. Lo hace todo mucho más sano y natural. Nos vamos andandito para el rio en busca del barquito. Con el agua por las espinillas desde antes de llegar a ver el Mekong me tomo un café a orillas del propio río. Aclararé términos. El delta es el del Mekong, que viene en paralelo desde Camboya con el Bassac. En cierto punto ambos comienzan su propio delta que se junta. Las aguas son todas una, pero esta vertiente es la del Bassac. Para que luego no me llaméis embustero y digáis “el hijo puta este no ha estado en el Mekong”. Pues no, no he estado en el propio Mekong, pero he estado cerca! Da igual, que esto es muy bonito llamándolo a todo por igual Delta del Mekong.

Desde que hemos montado en la barca, después de un café vietnamita magnífico (ya había oído yo que el café vietnamita era una de las delicias. Vuelvo a tomar café. Hasta luego al té hasta dentro de un tiempo), he alucinado. Contaré algo pero la mayoría es para verlo en fotos que, por supuesto, adjunto. Bajando el delta hemos ido directos a Cai Rang, el mercado flotante más grande del delta del Mekong. Esto significa que muchos barcos juntos venden cositas anclados en medio del río. Hemos debido llegar allí sobre las seis y media o las siete. Todo lleno de vida y de actividad. Barcos para allá y para acá. Llegas, te enchanchas al otro barco, le pillas, le pagas, y te piras. De un palo tienen colgados los tipos de verduras que venden, para que se vean desde lejos. De repente veo que Han, mi sonriente guía-barquero, da la vuelta y digo “nos volvemos. Qué cabrón!”. Pero no. Es que se había olvidado de comprar piñas.

Bajando el Mekong me vienen a la cabeza imágenes de película. Además, como no voy a tener tiempo… Bueno, tiempo es lo que me sobra, pero tengo otras prioridades. Como no quiero ir a Cu Chi, donde se encuentran los túneles del Vietcong, pues me he comprado un libro sobre los túneles. Homenaje a Yago: The Tunnels of Cu Chi, por Tom Mangold & John Penvcale. He pensado en hacer una sección en el blog, algo así como: “Sabías que…?”, pero me ha parecido muy friki así que sigo a mi royo. En fin… Sabíais por qué los yankees llamaban “charlies” a los vietnamitas? Charlie es una abreviatura de Victor Charlie, que es como llamaban al V.C. (VietCong) utilizando el lenguaje alfanumérico militar. Vamos, que se podían haber llamado los Victors. He estado con un hombre que combatió del 67 al 75 en Saigón. No hablaba nada de inglés, y Han solo habla un poco. Han habla más bien lo que tiene aprendido para explicarte sobre delta y demás preguntas estándar. Ha sido un poco difícil sacar información de Tian, el excombatiente. Prácticamente imposible. Pero me ha gustado más su cara cuando le he dicho que era de España. Me ha tocado y ha dicho en vietnamita “pero si tienes el mismo color que nosotros!”. Eso fue lo mismo que me dijo el de la guesthouse al llegar “europeo? Pero si eres oscuro!”.

El delta del Mekong, en realidad, lo describen imágenes y ciertas alusiones a lo que he visto o me ha contado Han, pero ha sido tiempo de meditar en el barquichuelo escuchando sus esporádicos comentarios y preguntándole. Antes de dejar Saigón aquella mañana fui al museo de la guerra. Hay una planta entera dedicada al Agente Naranja y sus consecuencias. Un museo bastante politizado y subjetivo que no deja indiferente no obstante. De hecho, creo que es lo más recomendable de todo Saigón. Con esas imágenes recientes y el Mekong de fondo he dejado vía libre a mis pensamientos. He disfrutado de un buen día en buena compañía y en buen clima tropical, con sus bochornos y con sus lluvias intermitentes.

Después de pasar por mi cuarto, echar una siestecita y demás, he ido en busca de nada. Simplemente a dar un paseo por esa ciudad, capital del delta. Abarrotadas calles de motocicletas, para no perder la costumbre. De un lado para otro observando la vida cotidiana de ese lugar. He encontrado un bar donde tomarme una cerveza. O dos. Entre miradas al infinito, las cervezas y el buen tiempo he pasado un rato. Saludando a los que pasan. Aquí todo el mundo sigue saludando. Después, buscando un bar con internet para estos tiempos muertos, una moto se para en mi camino. Me saluda, y como acto reflejo hago el gesto de “no, no, no” con la mano. Pero, al fijarme, es el dueño de la guesthouse. Rápidamente me acerco. Quería preguntarme qué tal el tour. Pobrecito, y yo diciéndole “no, no, no”. Me he disculpado. Le he dicho que no le he reconocido.

A la mañana siguiente una moto me lleva a la estación de bus. Allí otra mercedes me espera para ir a Chau Doc. Está a treinta kilómetros del borde camboyano. Tengo media hora para esperar a que salga, pero la paso dentro leyendo. Fuera llueve, y la gente corretea de un lado para otro, buscando su autobús, buscando gente a la que vender autobuses, vendiendo cupones de la once, o comida, o agua… de todo. La gente entra, me mira. Comentan y se ríen. La gente aquí es descarada. A mime da igual, y ellos no lo saben. El caso es que la primera vale, pero pasado un rato es un poco cansado. Los taxi-moteros corren al ver llegar un autobús lleno. Diez o doce corren a su lado, señalando a la gente de dentro y señalándose a sí mismos como “tú eres mío”. Nuestro conductor comienza esta nueva etapa digna de análisis de conducción y modales. ¿Qué son los modales si no estereotipos de ciertas sociedades? Y esta es una sociedad diferente con normas, directrices y valores. Pero no sé en qué se pueden basar para hacer algunas cosas de las que hacen. No tienen sentido ni perdón. También es cierto que no entiendo lo que dicen, y es cierto que el idioma es un idioma tonal, por lo que cuando parece que algo lo dicen enfadados o con rintintín no tiene porqué ser así. El que me ha vendido el billete va con la cabeza por la ventanilla gritando una palabra constantemente, que debe significar algo así como, “cuidado, cuidado”, para que el conductor, pitando constantemente para no variar, no se los lleve por delante. La carretera está inundada a ratos, y en muchos momentos las motos tienen que cruzarse para no meterse en el fondo del mar, matarile rile rile. El conductor les increpa, les putea, y en una ocasión uno le hace una pirula que le sienta tan mal que frena y avanza con rapidez para salpicarle al de la moto y a su mujer. Tampoco parece que los salpicados se sientan ofendidos del todo. A partir de ese momento el conductor me parece un gilipollas de cuidado.

Al llegar a Chau Doc dos taxi-moteros me preguntan. Les digo que voy a tomar un café. Me tomo un estupendo café. Parece que estoy a gusto, solo. Hasta que un individuo me pregunta que a dónde voy. De nuevo la misma cantinela. “de dónde eres? De dónde vienes? Quieres la viaje en moto?”. Pero éste se lo tiene aún más elaborado. “Yo no quiero engañar a la gente. El precio que doy es el que es, y si no te gusta no te cobro. Si no te gusta la excursión no tienes por qué pagarme”. Me voy con él a la ciudad, porque conoce una pensión barata y el precio del trayecto me parece razonable. Pero cuando llegamos empieza el rito del tour. Las fotitos de uno de Barcelona que lo hizo (el de las fotos parece de todos lados menos de Barcelona). “Confío en que me llames”. Acaba la conversación. Bienvenidos a las delicias del marketing agresivo.

Me he atontado en la habitación y he salido a dar una vuelta. Me encantan los mercados. Allí nadie te acosa para que compres. Nadie te lo pone en las narices. De hecho me miran extrañados de que esté ahí. Doy una vuelta por los alrededores de la ciudad. Me gusta salir del centro para encontrarme con lo verdadero. Desde las casas los niños me saludan. Desde las motos la gente me saluda. Algún intento de venderme trayectos en moto y en bici, pero llevaderos. Miradas clavadas en mi espalda, a las que respondo dándome la vuelta y sonriendo. Ahí es cuando, de nuevo, se resetean. En este día en el que analizo la sociedad vietnamita de esta zona, que como bien dice mi padre “es una sociedad de comerciantes durante siglos”. Lo mejor viene a la noche. Y los comerciantes son perseverantes. A la noche salgo a tomar una cerveza y es el único momento en el que la ciudad se calma. Son las diez y solamente una moto de vez en cuando aparece por alguna esquina de alguna calle. Me encuentro con un taximotero que me he encontrado por la tarde. Me dice que el que me ha llevado a la guesthouse por la mañana es un liante y que sus precios son caros, carísimos. Me dice que me lleva a los mismos sitios por la mitad de precio. Buena estratagema de captura de clientes. Mira, ya se me ha metido en la cabeza y lo haré solo. Siento mucho el rechazo al que tenga buena fe, pero aquí ya no confío en nadie. Sigo paseando por la noche y un taxiciclista me pregunta que si masaje, que si bar, que si bici, que si marihuana. Le digo que no. Me sigue. Pedalea a mi lado. Pregunto en un par de quioscos de calle si tienen cerveza. El sigue detrás. Pedaleando a mi ritmo. Con su mirada fija en mí. Le digo que quiero beberme una cerveza solo. Dice que OK, pero sigue pedaleando a mi lado. Le digo que encontraré un sitio solo. Me dice que OK, y me sigue. Le digo que está bien, que no quiero bici “no bicicle. OK”. Y sigue a mi lado. Se acerca otro y he llegado a tener hasta tres taxicicleteros en torno a mí. No me sentía en peligro, pero me sentía agobiado. Para un momento en el que la ciudad, a pesar de curiosa por su tráfico y sus rarezas, está tranquila me aparecen hermanos siameses a mi cuerpo. Y a su bici. Aparece uno en moto con lo mismo y habla bien inglés. Le explica al otro que buscaré un bar solo. Y que me beberé una cerveza solo. El otro dice que sí. Y me sigue. Me da entre pena y ganas de mandarle a tomar por culo. No puedo ponerme serio. Me mira y me sonríe. Los gestos de mi mano, como haciéndole entender que quiero que pare no son suficientes. Me he agobiado pero he sentido que tenía que encontrar esa cerveza fresquita. No era suficiente con eso, que he entrado en el bar y ha entrado conmigo. Me ha podido el lado oscuro. Ha ganado. Le he invitado a una cerveza. Ni siquiera hemos hablado. No le entendía, y él no me entendía a mí. Al final me he ido a casa y no me ha seguido. No sé si me falta empatía o me sobra bordería. No sé si es cuestión de mi falta de solidaridad y compasión o de su constante pesadez y grosería. Pero hoy ha ganado por una cerveza. Y no me gusta generalizar, pero hasta el que se te muestra sincero es un farsante. Y lo llevan en la sangre. No puedo decir ni uno solo que actúe altruistamente. Siempre esperan algo a cambio. A un “¿dónde está este sitio?” la respuesta siempre es “¿quince mil Dong”. A la frase “Sólo quiero saber dónde está” la respuesta es “te llevo en moto”. A un “iré andando” está el “está muy lejos”. A un “me gusta andar” tienen el “en moto es más fácil”. La conversación se acaba cuando dejas de hablar. Pero en esa situación ni siquiera. Me ha seguido hasta el bar. Decepcionado por la gente, solamente me queda la montaña.

Cuando me apetezca, me paro y me siento un rato - Saigón

Chinatown en Saigón

Niños de las calles de Saigón

El señor de los platanillos. Y uno comprándole mientras va en moto

Saigón fue colonia francesa, por lo tanto tienen su propio Notre Dame

Museo de la Guerra

En el Delta del Mekong la gente me saluda

Han, un nombre con el que no he negociado, pero tras llevarse su dinerito tiene esta cara en el Delta del Mekong

Las gasolineras flotan en el Mekong

Delta del Mekong

Mercado flotante de Cai Ra

Siesta en el delta

Los canales del manglar del delta

Han pela una piña para mí...

... y éste es el resultado

la mafia del Mekong

Cuando llueve, llueve - Mercado de Phong Dien

Autopistas verdes

Mariposeando

Ana, te la dedico

Se está cómodo aquí

La ciudad de Can Tho se inunda dos veces al día por la subida de la marea. a primera hora de la mañana y a primera de la noche. cuando salimos para coger el barco del Mekong eran las cinco y media de la mañana y me cubría en la calle hasta media espinilla. cuando volvimos no reconocía el sitio.

Parada de taxis - Chau Doc

Chau Doc

Pobre del/la que las tenga que planchar todas

Se alquila casa con vistas al Mekong, por los cuatro costados

cuando encuentras un sitio con verdadero café vietnamita, da gusto. te siven un vaso vacío. el plato de encima tiene agujeritos que hacen de filtro. el cuenquito tiene el café y el agua que se va colando poco a poco. la tapa evita que se vaya el vapor. el cuenco con agua fría lo deja a una temperatura perfecta. lleva su tiempo, pero es el mejor café que he probado nunca. y por si no tienes suficiente energía, una tetera con té para tres o cuatro vasitos te acaba de espabilar

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