domingo, 31 de julio de 2011

Omck (Omsk): Esto huele a Asia

Yo salgo del tren que ya no sé en qué día vivo, pero contento porque tengo móvil ruso. Así puedo llamar y mandar todos los mensajes que me dé la gana! Bueno, tampoco tantos. Pero sin tanto reparo como antes. La verdad es que es una liberación que no sé por qué no había hecho antes. Creo que era el hecho de que no me había hecho del todo a la idea de que para vivir fuera de casa, hay que adoptar algunas rutinas que tienen que ser como en casa. Así que en Omsk estaba yo. Otra ciudad industrial, esta más si cabe que Ekaterimburgo.

Salgo de la estación y consulto el mensaje de Anatoly. Sí, mi CS ser llama Anatoly ¿qué pasa? A mi lado escucho un “vamos pa’dentro, que al final…” Así que me detengo hablando con un padre y un hijo de unos 30, que venían en mi tren y van desde Moscú directamente a Irkutsk. Al oírles echo de menos esa manera de hablar que tenemos, omitiendo parte de la frase, ya que no hace falta decirla entera para que tenga significado. Será nuestro carácter de vagos, pero ese “vamos pa’dentro, que al final…” lo haces en inglés y te preguntan “at the end. What?”

Tengo que coger un trolleybus de esos que van como los tranvías, pero son autobuses. Me aclaro para preguntarle a un taxista dónde se cogen, pero los taxistas no son amigos de las preguntas. Ellos solo quieren llevarte. Yo solo quiero una respuesta. Cada uno queremos lo nuestro y sabemos que uno de los dos va a tener que acabar cediendo. O él me dice donde se coge el bus y me piro en bus, o no me dice dónde y me voy en taxi con él, o no me dice dónde y me voy a preguntar a otro. Al final descubro por mí mismo dónde se cogen los trolley, así que podéis imaginaros el resto de la conversación con el taxista.

Me bajo en Park Kultury, porque he visto el pelazo rubio de Anatoly por la ventanilla, con sus gafas Ray-Ban de madero de Texas, que le dan un look inglés brutal. Anatoly viene con Anya, que descubriré luego que no debe ser su novia, porque si no lo lleva bastante claro. Le pregunté que qué estudiaba ella y me respondió “algo de Dirección de… Dirección de algo”. Y le pregunté que cuántos años tenía y me dijo “23 o 24”, por lo que deduzco que es un royete. Llegamos a su casa. No es tarde, así que me doy una ducha y nos vamos a dar una vuelta. Paseamos por unas calles anchas, a veces embarradas, con esos autobuses, que no llegan a ser autobuses, que son minibuses. Todo huele a lejano y se intuye que esto es Asia. Lo palpo en el ambiente. Se ven más personas con ojos rasgados. Y no quiero decir que sean chinos, o mongoles… Lo que se ve es mucho mestizaje. Ojos rasgados con delicadeza, por la mezcla de razas.

Paseamos por la Avenida Marx y la Avenida Lenin. Le pregunto por la conservación de las estatuas de Lenin, y me dice que se conservaron porque Lenin era Lenin. Pero que las de Stalin si se quitaron todas. Lo que no se podía hacer era derrumbar todos los edificios que datan de la época estalinista, porque se haría de Moscú y de otras grandes ciudades rusas un descampado bastante considerable.

La verdad es que el centro de Omsk parecen las afueras de cualquier barriada de Moscú. Está todo un poco de aquella manera. Se lo han dejado sin barrer. O las máquinas de asfaltar no las habían acabado de pagar. O el pedido de papeleras está parado en alguna estación. Pero cuando pidieron todo esto por Ebay, lo que primero les llegó fueron altavoces. Sí, sí, altavoces. Tú vas por la calle de Omsk y los oyes. ¿No iremos hacia la calle de los altavoces? Pues sí, allá que vamos. ¿Los pone el ayuntamiento? ¿Los ponen las tiendas? Pues resulta que ambos. Unos en algunos lados para amenizar, los otros para captar clientes. Ahora… ¿Quién ameniza y quién capta clientes?

Volvemos a casa más bien pronto, porque hace un calor que hierve. Nos apalancamos cada uno con lo suyo. Yo me dedico a bloguear, a navegar, a leer a Tolstoi, que me tiene maravillado… Y luego llega Anya otra vez, que nos ameniza la noche con una botella de Martini Blanco. Dice que se le ha olvidado el vodka, pero que ella lo bebe como James Bond. Mezclado pero no agitado. Nos sometemos a unos tientos de Martini y a algunos tés. Anatoly ha estado viviendo en Kuala Lumpur, en la India, en Vietnam y en Tailandia, si no recuerdo mal, por lo que es un buen aficionado al té. Me cuenta que se lo mandan sus amigos, o los pide por Ebay. Así pasamos mi primera noche en Omsk, y tras medianoche nos movilizamos hacia nuestros aposentos.

El jueves amanece tarde y sometido a no madrugar. No me importa. Me lo voy a tomar con calma. Tengo buenas noticias desde Irkutsk, y es que la chica y el chico que me han dicho que vaya a su casa dicen que tienen plan de viajar en el Circumbaikal y de ir a la montaña. A lo mejor elimino alguna ciudad de mi plan para quedarme más tiempo en Irkutsk. Veremos a ver cómo funciona. El caso es que el jueves me despierto con Anya, y Anatoli ya se ha ido a hacer recados. Moneamos y no hacemos casi nada. Luego salimos de casa. Ella para ir a ver a su babuschka. Yo, para ir a pasear. A mi manera y a mi ritmo.

La ciudad es cuadriculada y de avenidas anchas. De tres o cuatro carriles para cada sentido, la mayoría. Omsk está en la intersección de dos ríos. Uno se llama Oms y el otro no me acuerdo (ahora no tengo internet para hacer trampas, y eso es lo que, en general, me pasa con el idioma. Pero comprended que cada tres días cambio de ciudad y es difícil. Bastantes historias llevo en la cabeza. Voy a ser el abuelo batallitas “Y os he contado de cuando estuve en Omsk… Pues Omsk lo dividen dos ríos: El Oms… El Oms… El Oms… Y el otro no me acuerdo, hijo. Ya sabes, la cabeza de tu abuelo ya está mayor!”). En fin, que rulando y rulando me bajo a “las bichis”. Algunas por ahí saben de lo que estoy hablando. “Las bichis” son las playas de una ciudad de río. No llega a ser la playa. Son, sin más que decir, “las bichis”. Gente torrada al sol, porque la verdad es que pega de lo lindo; gente como pez en el agua; gente bebiendo como agua bebe un pez… Yo me vuelvo al centro y me siento con Tolstoi. Me está cayendo demasiado bien. Cuando mejor me cae, me llama Anya y me dice que si comemos juntos… En un Friday’s. Anya me cuenta sobre el alcoholismo de Rusia. Sobre lo mucho que odia muchas de las facetas de Rusia, y que ese es por qué de que se quiera ir fuera. A donde sea. Me he enterado de que hay muchas muertes al año, y estamos hablando de cientos, por peleas de borrachos. Pero no peleas de encontronazo por algún tema en particular, si no por organización de evento. Clubes de la lucha embriagados con alcohol hasta las trancas. Bien, vamos a ver… todo esto acaba comiendo tacos mexicanos, con cerveza Budweiser, ella con un puré de champiñones y dos cócteles de vodka, algo moñosos, volviéndonos a casa con más alegría de la normal. La vuelta en una furgo-bus (algún día conseguiré escribir el nombre en ruso) al ritmo de “Johnny, la gente está muy loca”. Y claro, yo de donde vengo no comprendo otro remedio mejor que la siesta. Así que siesa en el sofá hasta que llega Anatoly.

Un día sin mucha productividad que acaba con un intento de tortilla de patatas en una sartén sin mango. La tortilla acaba pegada en una sartén que parecía mejor, pero que resultó no ser antiadherente. De hecho, resulto ser más adherente que Spiderman. Más pegadiza que Shakira en verano. Total, para algunos conocedores de los remedios de la cocina y por decir más, de la tortilla de patatas, denominaremos a esa tortilla de la manera que en su día un Bohua definió como “tortilla hecha con prisas”. Pero con un sabor apasionante!

El viernes emprendo el embarque hacia un fin de semana en tren. Después de comer en casa de os padres de Anatolyn me voy a cortar el pelo. Me he vuelto a rapar, esta vez con maquinilla rusa, que no soviética. Y es que tenía pinta de nueva. Y es que necesitaba algo de limpieza cabelluda para poder sentir el fresquito por la mañana. Tras una despedida un tanto fría pero sincera, me subo al tren. Me ha tocado “el mejor” de los sitios. Voy en tercera clase, para no variar, porque ya le estoy cogiendo el gustillo. Además, me ha tocado el número 36. Creo que, aunque este número tenga mucho que ver con el número 3 (que es mi número favorito), le estoy empezando a coger un poco de manía. El 36 es divisible por tres. Contiene un 3 en sí. 6 es divisible por tres. La suma de sus cifras da 9, que es 3 x 3. Muchas locuras mentales que se me ocurren con el 3, pero luego me gusta que los tramos de escaleras sean pares, aunque no sean divisibles entre 3. El sitio es más estrecho y corto, y no puedo sacar los pies fuera hacia el pasillo. Tienes el baño justo al otro lado de la pared, por lo tanto oyes e incluso hueles todo lo que pasa al otro lado. Digo hueles porque, a veces, estas paredes deben de estar algo desencajadas y pasar el hedorcillo a través de ellas. La puerta hacia el otro vagón y hacia el baño está justamente al lado, y la gente no es demasiado cautelosa a la hora de cerrar. De hecho creo que se cerciora bastante bien de que la puerta esté cerrada, y a veces me da la impresión de que cierran y vuelven a abrir para cerrar más fuerte. Mi cama vibra. Son muy borricos. La sábana no me llega ni al ombligo. Y podría tirarme la noche quejándome sin aportar nada nuevo, pero bueno.
Llevo mi botecito de Nescafé a todos lados, por lo que me hago un café nada más entrar y me como una de esas maravillosas galletas que tienen como dulce de leche entre medias, y que se utilizan en forma de posavasos. Al poner la taza caliente encima, se derrite el dulce de leche y están buenísimas. También llevo espaguetis precocinados con avecrem, que les echas agua caliente del termo que hay en cada vagón  y no saben tan mal. También llevo fruta, mamá y papá! Preparando mi bolsa de la basura, para la cual se utiliza la bolsa en la que te dan tus sábanas y toalla, me fijo en la estepa siberiana. Qué tendrá, que cautiva tanto. Recuerdo a la salida de Omsk que no lejos de allí se situaba uno de los campos de concentración soviéticos. Y es que ya estoy en Siberia, y ya estoy en esa zona donde en invierno hace mucho frío.  Me pongo a ver las fotos en el portátil, y recuerdo que en todas las ciudades tienen  calles a todos los ilustres del comunismo. Lenin, Marx, Gagarin (el astronauta), Laika (la perra astronauta)…

Es un viaje largo que es difícil de explicar porque he perdido la noción del tiempo en varias ocasiones. Llevo la hora de Omsk, pero en los horarios todo está puesto con la hora de Moscú para que no haya confusiones. De hecho, en los billetes también está puesta la hora de Moscú. Y cuando despierto, en realidad ya es la hora de Novosivirsk, que es una hora más que en Omsk, pero una hora menos que la hora de mi destino, Irkutsk. Omsk, a su vez, son tres horas más que Moscú. Quedaría algo así mi trayecto con respecto a Madrid: Moscú +2; Ekaterimburg +4; Omsk +5; Irkutsk +7. Ver el +7 me hace ver que ya estoy lejos, lejos, lejos… Pero en una de las paradas decido bajarme y oigo español en el ambiente Amelia y Jane viajan juntas. Amelia es de Palma de Mallorca. Jane es inglesa, pero habla muy bien español. Junto con Ive, una irlandesa que va en el mismo vagón que ellas, aprendo a jugar al “bridge” en el vagón restaurante. No había catado este aspecto del transiberiano, y la cerveza no es tan cara. Y la compañía ayuda a distraerse. Porque, de momento, me sigue siendo difícil comunicarme en ruso con los de mi vagón. Y en mi vagón no va ningún mochilero-viajero.

Como dice Eskama en un comentario “cuando vuelvas nadie te entenderá y todxs entenderemos que solo tú, sabrás lo que has vivido”. Aquí queda en mi memoria para una vuelta en el futuro. No pararé de hablar en días, semanas o años. Sobre vagones, camas, trenes, ruedas estrechas, anchas, baños, fideos y cafés. Mientras tanto, leyendo a Tolstoi, escribiendo canciones con música en mi cabeza, escribiendo ensayos sobre cómo se parece el café a la mente humana y sobre la Siberia que cada uno llevamos dentro, se pasan las horas en un tren legendario del que ahora tengo una opinión totalmente diferente. Irkutsk me espera con planes de montaña y Lago Baikal. El día es algo nublado, pero eso queda para contarlo otro día. Creo que de Irkutsk me iré directamente a Vladivostok sin parada en medio. Aquí estaré bien, y creo que no habrá problema en quedarme una semana.

--- Paisajes siberianos en la mente que aunque vean pasar los ferrocarriles continuamente no se detienen a pensar si otro modo es posible. O tal vez se lo plantean, pero no optan por descubrir nuevos horizontes. El horizonte en Siberia es el que es. El que el frío congela por los siglos de los siglos, para la eternidad. No hay montañas que limar. Asperezas mil, pero visto desde fuera, con otra perspectiva, todo sigue igual en la Siberia abandonada y congelada paralela a los tictacs de los relojes mundanos. Siberia es ese yo que todos tenemos, que tanto amamos y odiamos, y que no cambiamos. Que no queremos, que no podemos, o que simplemente no cambiamos. Ese yo que no es posible de derretir. Que tras un cambio corto, vuelve a su normalidad. A su monotonía. A su forma y ser. Nuestra Siberia en mente tiene sus dos meses de verano, de lucidez, de desvío, pero sus diez meses de frío, que son los que la etiquetan y la definen como verdaderamente es. Ese horizonte no cambiable en mente y paisaje es Siberia. ---

Hay algo que escribí en su día, y que he encontrado. Un par de cosas de los Balcanes y de Rumanía. Alguien les puede poner música. Yo, la tengo en la cabeza.


Hoy me he levantado y me he dado cuenta de verdad,
si acaso me importa algo el conflicto en el Balcan.
qué importa croata, serbio, albano o kosovar.
qué importa si en Skopje mataron a un chaval.
qué importancia tiene tanta multiculturalidad.
qué me importa a mí el rechazo al musulmán.
qué me importa a mí si yo... tengo mi bolsillo entero siempre lleno de dinero.


qué importancia tiene el llegar a comrpender
si la comunidad ginata tiene algo para comer.
si Herzegovina o Bosnia nada tienen que ver.
si los dálmatas croatas hablan raro, a mi qué.
si en Mostar se separan por un simple puente.
si en Prishtina gobierna la OTAN o la UE.
qué me importa a mí si yo... tengo mi bolsillo entero siempre lleno de dinero.


qué importancia tiene si esa chica no desea que la mire.
acaso me preocupo por si vives o sobrevives.
si por un par de dinares tu hija dejó de ser libre.
si en Yugoslavia existe odio mires donde mires.
si las razas se matan con miradas que destiñen
los colores que vivían juntos antes en Prizen.
qué me importa a mí si yo... tengo mi bolsillo entero siempre lleno de dinero.
--- Skopje---


las palomas no vuelas ahullentadas
no hay gritos agudos en la ciudad
se esfumaron los payasos locos
emigraros los trabalenguas de acá


a no veo coches de juguete
ni llantos, ni risas en el mar
no encuentro rayuelas pintadas
las ilusión marchó a otro lugar


los columpios los mece el viento
las piscinas estancadas con verdor
ahora los helados son grises
y los chicles se mascan sin sabor


las princesas y los magos sienten
que no se les hace ya honor
que ahora solo yacen en recuerdos
de un mundo sin niños, sin color


---Timisoara, viendo a un porrón de niños pasárselo en grande---

Estación de Omsk

Aquí, la mayoría de las casas son de madera. No resisten bien los inviernos, por lo que el peso de la nieve y el hielo las deforma. No existe manera eficiente de calentarlas. Aún así, ofrecen un paisaje bonito, que al decirle a Anatoly "oh, nice place" el me responde "not for them" - Omsk

Papá, te haría un envío solo para tí para tu colección de fotos de ventanas - Omsk

Calle "tercera línea" - Omsk

Lada fugaz - Omsk

Monumento a los caídos - Omsk


Perdí la cuenta de cuántos Lenins he visto - Omsk

Annya - En un Friday's de Omsk

Con la uña pintada - Omsk

La universidad, con sus cuatro ciencias en lo alto - Omsk

Ive, Jane, Amelia y yo. Jugando al "brige". No ganamos ni una - En algún lugar de Siberia

Con Anatoly. En el cartel pone algo así como que no se puede beber en los parques de niños, bajo sanción de 600 rublos, que hacen unos... 15€ - Omsk

miércoles, 27 de julio de 2011

Екатеринбург (Ekaterimburgo): Industria de arquiectos


Después de la llegada a Ekaterimburgo un sábado 23 con un tren que se retrasa unas 2 horas, lamento haber tenido esperando a Kirill, un nuevo ruso en mi vida. La verdad es que no tiene cara de que le importe. Lo primero que hace es disculparse por su inglés, que en realidad no es tan malo. Pero en realidad es pensamiento generalizado en Rusia disculparse por el nivel de inglés. Yo insisto en que debería darse una vuelta por España, si su gobierno y el español facilitasen las cosas para los visados. Así entenderían que el nivel de inglés en la Europa occidental tampoco llega a mayores.

De camino a su casa, Kirill me muestra todo lo que a arquitectura se refiere. Es un chico de 22 años, estudiante de arquitectura, y que trabaja en unos cuantos proyectos. Su conocimiento sobre funcionalidad y estructura de la ciudad, tanto en su conjunto como en los edificios por separado, me abruma. Incluso hay en ocasiones que me deja desconectado durante un rato. Toda la ciudad yace semi a oscuras en una noche de verano muy llevadera. Ekaterimburgo me ha dado la bienvenida con una buena temperatura, y con algo de claridad en el horizonte pese a ser las 23.00. Es interesante saber, como me cuenta, que tienen 3 meses de verano, en los que realmente el Sol desempeña su labor de manera seria. Y el resto del año son “meses blancos”. Nieva y hace fresquete. Unos 40 grados bajo cero en pleno invierno.

Al llegar a su casa, después de haber pasado por la Catedral de la Sangre Derramada, llamada así debido al asesinato un tanto peculiar de la última familia zarista rusa (más información sobre esta sarta de disparos y despropósitos desde su muerte hasta su entierro en: http://es.wikipedia.org/wiki/Nicol%C3%A1s_II_de_Rusia ), nos encontramos con su compañero de piso. “Kirill the second”, me dice Kirill. Y es que su compañero de piso también se llama Kirill. Tras un rato de conversación y alguna que otra cerveza rusa, nos vamos a la cama. Yo no estoy cansado, porque tras un episodio de tren de 30 horas nadie está cansado, sino hasta los mismos de estar sentado o tumbado. Pero tampoco nadie se resiste a un nuevo colchón en una nueva casa de Ekaterimburgo.

Al día siguiente es domingo. Sin madrugar, porque las armas las carga el diablo, al igual que los despertadores, salimos a la calle. Vamos a ir a dar una vuelta, y la verdad es que los temas son de lo más variopintos. Ekaterimburgo siempre ha sido una ciudad industrial. De hecho la capital industrial de Rusia. Desde la Rusia zarista ha existido un gran interés por mantener la industria en esta región, que gracias a la cercanía de los Urales, ha mantenido sus fuentes de recursos bien cerca. Debido a esto, Ekaterimburgo ha mantenido un aumento de su población año tras año. Y más aún durante la Guerra Rusa de principios de siglo XX y la II Guerra Mundial. Paseando de un lado para otro Kirill me mantiene informado sobre el uso y el desuso de muchos de los edificios, incluida una enorme antena de la televisión local, que se sitúa cerca de su casa, y comenta al respecto “yo no bebo, pero cáncer seguro”.

A la vuelta a su casa quedamos con uno de sus amigos, pero el calor es bastante insoportable, por lo que nos deslizamos hacia su casa entre sudores y sombras. Kirill debe marcharse, pero vuelve más tarde con Tania, su novia. Han quedado para cenar con unos amigos en casa, por lo que el colega y yo hemos ido antes a comprar para realizar un suculento gazpacho con el que deleitar a los presentes. A medida que van llegando los demás colegas, me voy presentando entre pepinos y tomates. Hablando de España, de Rusia, de costumbres, de sopas frías, con el ruido de la batidora, grande esta vez, de fondo. Palabras van y palabras vienen cuando el gazpacho está terminado y en casa somos por lo menos diez. A mí alguien me había dicho que no íbamos a ser más de cuatro, pero mi idea era otra. Mi idea era la de dejar gazpacho hecho para el resto de los siglos, por lo que tenemos gazpacho de sobra para diez, y para desayunar al día siguiente. Ya sabéis: las cantidades y yo no nos entendemos. Es que aquí en Rusia los kilos son diferentes y no sé calcular bien.

Entre grazpachos, vinos blancos de Crimea, cervezas rusas y una narguila de Turquía, amenizamos la cena sin parar de hablar de viajes y de diferentes historietas. Enseñando fotos de mis encuentros con la naturaleza en Bosnia, o hablando sobre Couchsurfing. La gente va abandonando el lugar hasta el momento en que alguien saca vodka de la nevera y espera mi mirada de confirmación. “Cómo no!”, pienso yo. Todavía no he probado el vodka en Rusia, y llevo 10 días en este país, tan famoso por ello. También es cierto que soy más bebedor de cerveza que de vodka, por lo que me he tirado más al consumo de tan exquisita bebida, más que a la cata del vodka. Vodka va, y vodka viene, y ahora con zumo, y ahora solo, y ahora solo, pero con zumo después, y ahora “salud”, pero nunca ese famoso “nasdrovia” al que estamos acostumbrados. He hecho ya un sondeo alrededor de Rusia y todos me han comunicado que las películas y Holywood son los culpables de esta palabra. La palabra existe en sí, pero nada que ver con que sea costumbre decirla antes de beber. “nosotros no decimos nada antes de beber. Simplemente bebemos”. Es entonces cuando yo enseño mi “arriba, abajo, al centro, y pa’dentro”.

(((Ahora mismo estoy en la ciudad de Omsk y está cayendo una chupa de agua que alucinas. Unos truenos y relámpagos que te cagas, y a mí me parece que en esta casa me va a empezar a entrar agua por algún lado, porque yo la oigo en el techo, y no estamos en el último piso)))

Un lunes aparece en mi cabeza con una resaca interesante, pero con ganas de menearme un poco por esta ciudad, porque mi intención es salir de allí al día siguiente dirección a Omsk. He escuchado que cerca de la ciudad, que luego resultan ser 50km, por lo que no es tan fácil, se encuentra el borde físico oficial entre Europa y Asia. Bonito sitio para ir a hacer el chorras y hacerse una foto, pero que al final, por vaguería y por la falta de opciones, descarto. En fin, que he cambiado de Asia a Europa y la verdad es que el tema tampoco ha cambiado tanto. Aunque ya me han dicho, tanto Dasha como Kirill, que me espera a llegar más al Este, y veré la diferencia asiática. Kirill me ayuda el lunes a comprar un móvil ruso. He decidido que voy a dejar de gastar tanto dinero en teléfono. Creo que es buena idea y, aunque venía de antes, he sido lo bastante perezoso como para aguantar al menos un mes a costa del Roaming Inernacional de Orange, que me ha sangrado unos cuantos €urípides. Ahora tengo un móvil en blanco y negro, con la serpiente como juego destacado. Eso sí, es un Nokia como la copa de un pino (de un pino en blanco y negro). Tanto el lunes como el martes, en realidad, se basan en diversos paseos por el centro de Ekaterimburgo, tanto de día como de noche, observando la ciudad mientras Kirill me muestra la parte teórica, y yo hayo los datos científicos de que en esta parte del mundo los coches no paran en los cedas el paso; que dentro de los autobuses hay una señora sentada como en una silla más alta, que es la que cobra; que Lenin es un señor omnipresente en estas ciudades, pero que a Stalin lo jubilaron de su oficio de estatua; que los taxis no tienen distintivo de taxi, por lo que o te timan, o llamas a una compañía que te tima un poco menos (esto no lo he experimentado, pero me lo han contado); que la opinión generalizada es que en Europa occidental somos más limpios en el cuidado de las calles y que no tiramos las colillas al suelo; que tienen unas galletas como con dulce de leche en el medio, que sirven de posavasos y que si pones el té encima el dulce de leche se derrite y están mucho más ricas; otra vez, que no se dice “nasdrovia” al brindar; que al comprar un billete de tren tienen serios problemas para comprender por qué tengo dos apellidos. Y lo que viene a ser la parte más seria de la historia de los descubrimientos empíricos, es que las conversaciones sobre las oscuras historias políticas del gobierno de Putin aquí están más que censuradas. Se evita conversar en la calle durante más de 10 minutos seguidos sobre el tema, porque no solamente se han tenido experiencias conocidas internacionalmente en el tema relacionado con asesinatos, sino también con gente mucho menos mediática, o sin ser mediática ni siquiera. Al escuchar estos comentarios, y los cambios de tercio por parte de Kirill y su amigo cuando se deriva hacia este tema, me acuerdo de cuando me dijo Dasha algo parecido en Moscú y no me lo tomé demasiado en serio. Y es que, aquí, ser opositor, aunque sea oralmente entre amigos, está castigado.

El martes, al final del día, me dirijo a la estación con los dos Cirilos, que es la traducción que he encontrado para el nombre ruso de Kirill. Me espera el viaje de 30 horas. Me despido calurosamente de ellos y me subo al tren. En mi vagón mandan los niños. Y encima me ha tocado el sitio de honor: el lado del baño y con pared en cabeza y pies, por lo que no quepo. Pero todo cambiará cuando una señora le pide a la revisora que me diga que si le cambio el sitio, que toda su familia cabe bien donde están y no se quieren mover. A lo que la revisora, en ruso claro, me dice que la siga. Me cojo mis cosas y me toca un sitio sin pies, pero al lado de la puerta de otro lado, a través de la cual la gente va a fumar. No está mal. Leo hasta las 2.00 y después me hago la cama. A las 2.15 comienza un desfile que parece la fiesta del pijama. Como 15 quinceañeras hablando mientras el tren permanece parado en una estación. No sé qué sentido de bajar el tono en un vagón de 40 camas todas juntas se tiene aquí, pero nada que ver con los trenes anteriores. En fin, un vagón lleno de niños, con la visita de las 15 quinceañeras parloteadoras, un perro que ladra a ratos, un vecino que ronca de una manera bastante graciosa y que hace saltar un par de risas de algunas bocas compañeras y un sueño que, cuando se acaba todo ese bullicio, me atrapa y me apresa hasta las 11 de la mañana del miércoles 27. Día de mi llegada a Omsk.

Estación de Ekaterimburgo. Son las 23.00 y mirad que puesta de Sol

We all live in a yellow submarine - Ekaterimburgo

Una casa bonita, u hortera - Ekaterimburgo

Una chimenea graciosa desde un sótano  - Ekaterimburgo

Desde el tejao. Y desde donde tiro la foto es un bar con cutres pero altas vistas - Ekaterimburgo

Tortilla de patatas. Hubo probemas, pero me salió exquisita de sal - Ekaterimburgo

Reflejos de una ciudad, en la que se refleja la residencia de Putin en Ekaterimburgo

Monumento a los Beatles en Ekaterimburgo. Los Beatles nunca visitaron Rusia, por ser iconos del capitalismo americano. Por lo tanto, monumento post-soviético.

Peculiar monumento a los teclados. Sobre la "B" de "Bohua" - Ekaterimburgo

Calle Lenin, escrito a mano. Es una edificio perteneciente al barrio soviético construido como residencias de espías de la policía secreta soviética, conocida como "la checa", en ruso "ЧК", que en realidad tiene todo el sentido porque pronunciado es como la letra Ch y la letra K. Viviendas sin cocina de unos 15metros cuadrados que ahora son utilizados por estudiantes. - Ekaterimburgo


lunes, 25 de julio de 2011

Moscu: ojos azules y verdes parques que colorean una gris ciudad

La estación de Volgogrado me despidió un lunes 18 de Julio con una cantidad de gente abrumadora. Correteando de aquí para allá, tanto carros de la compra llenos de cajas para una mudanza en tren, como personas ajetreadas y sudorosas que gritan, hablan, miran carteles, compra y recogen billetes. Yo, sin billete, y a una hora de que salga el tren, me aventuro a realizar la transacción dinero-billete con cuatro palabras básicas en mi vocabulario y dándome cuenta de que me olvidado la libreta mágica que le da sentido a mi viaje en casa de Sergei. Ahora, tendré que buscar un papel para hacerme entender. Pregunto a un viajero dónde puedo comprar los billetes para Moscú. No habla inglés, pero la pregunta es concreta y sencilla: "Bigleti, Moscú?". No sé cómo se escribe, pero sé que se pronuncia así. Me dice que me ponga en otra cola, pero cuando llega su turno en la suya, me llama y me ayuda. Es difícil pedir un billete sin entender ruso. Pero más difícil es comprarlo cuando te hablan y hablas a través de un micrófono y una ventanilla. Pero como me estoy enseñando y aprendiendo en este viaje, nada es imposible. Ya lo decía Nike: Impossible is Nothing.
Tras un rato, subo al tren, que me espera en el andén 1. Encuentro mi cama que, una vez más, se encuentra en lo alto, con su correspondiente trajín para subir y bajar y no molestar. Cuando estaba en Donetsk, Nasia me dijo que eran mejor las camas de arriba. Yo le dije que yo prefería las de abajo, porque a la hora de subir y bajar es menos jaleo y no tienes que estar pensando en no pisarle la cabeza o un brazo a nadie. O darle una patada desafortunada. Nasia asintió, y me dijo que si pensaba tanto en los demás, que sí, que eran mejor las de abajo. Pero si uno pensaba en su propia comodidad, eran mejor las de arriba.
El tren sale puntual, con la exactitud de un reloj suizo (o ruso). La gente viene y va por el pasillo. Familias enteras con todos sus enseres, individuos individuales que se van de Volgogrado, parejas acompañadas por los padres de una o del otro. Viajo en vagón "plaskart", que no son los "kupé". El mío es del tipo diáfano. Sin puertas entre literas. 50 personas oliendo, roncando, comiendo y eructando al unísono. Si uno entra al vagón y lo enfila a lo largo, a un lado hay literas colocadas a lo largo, paralelas al vagón. Al otro lado hay literas en perpendicular al vagón. Si en el lado derecho existen dos literas paralelas al vagón, en el lado izquierdo hay cuatro literas perpendiculares al vagón. Estas seis forman un semihabitáculo separado por una semi-pared que las semi-separa de las siguientes seis. Yo estoy en uno cubículo de cuatro de los de la izquierda por así decirlo. Conmigo una pareja en las dos literas de abajo, y un chaval que viaja solo en la litera de arriba. Y en un tren de estas características surgen dudas sobre comportamiento, formas y tiempos en los que hacer las diferentes cosas.
--- Inciso. Ahora mismo estoy escribiendo esto en un vagón parado durante más de una hora cerca de la ciudad de Perm, en dirección Ekaterimburgo desde Moscú. Un tren parado no tiene aire acondicionado. Los hongos y demás seres se nutren de la humedad palpable en el ambiente y creo que se está empezando a formar aquí un microclima caribeño, tropical… Llevo 22 horas en este tren. Es más llevadero de lo que yo pensaba. ---
Volviendo al tema de las dudas. Cuando te montas un tren en Volgogrado a las 17.45, como en cualquier tren cama que se tercie, lo normal es sentarse en las camas de abajo mientras no sea la hora de dormir. Bien. Protocolariamente, їcuál es la hora de preparar la cama propia para subirse arriba? їAlguien te avisa, te dice o te aconseja algo? El grupo de cuatro camas (dos abajo y dos arriba) tiene un mesa compartida para los cuatro. Los de arriba deben esperar a que se despierten los de debajo de la siesta o la aventura soñadora que corresponda para poder bajar abajo y sentarse en la cama ajena, ahora asiento, para comer. Aquí el hambre no te entra. Aquí, en estos trenes, tienes que buscar tú el hambre cuando hay un hueco disponible. Si ves que el que está sentado al lado de la mesa, sobre su cama, no hace nada, le haces el gesto de comer. O empiezas a poner tomates encima de la mesa y se da por aludido. їAlgún revisor habla inglés? La respuesta es un rotundo NO. Las pertenencias, para los que tienen cama abajo, van guardadas debajo de su propia cama. Para los de las camas de arriba, tienen una especie de maletero encima de la cama. Hay que prepararse para por la noche, no vayas a necesitar algo de la mochila que has dejado en el maletero, que está justamente encima de ti, y a la cual es muy difícil llegar desde justo debajo. Todo esto y mucho más sucede en un tren desde Volgogrado hasta Moscú, en 20 horas, en lo que de momento era el tren más largo que yo había tomado de momento.
Escribir en un tren supone no tener internet, por lo que no voy a ser capaz de poner nombres en ruso, ni tan siquiera acordarme de la mitad de las palabras que he aprendido sin poder mirarlas. Para colmo, he tirado mi mapa junto a dos melocotones pochos, por lo que tampoco tengo ubicaciones exactas. Al llegar a Moscú el martes ya sé que Daria no va a poder ir a buscarme a la estación, por lo que dejaré mi macuto en la consigna y me dispondré a pasear largo y tendido por la ciudad hasta que salga de trabajar. Son las 14.00 y me dispongo a ir al centro sin un mísero mapa de la ciudad. He leído que tienen intención de poner puntos de información para turistas. Si, en la capital de Rusia, una ciudad de 10, 15, 17 ó 20 millones de habitantes, depende de con quien hables, no tienen puntos de información. O vienes con los deberes ya hechos, o te toca improvisar. Pero mis padres me han preparado bien para esta excursión, y tengo una guía del transiberiano bastante golosa. Sin saber dónde están el sur y el norte me voy al centro.
Me bajo en la estación de Teatralnaya. Sigo sin saber dónde están ni el sur ni el norte, pero leo ruso a la perfección. Ese curso de iniciación que tuvimos Zelia, Ana y yo en Kiev sigue su camino. Estoy en nivel tres de lectura. Lo único que falla es el aprendizaje de recursos orales, porque al estar prácticamente todo el rato acompañado de gente, no desarrollas como es debido el parlotiski en russki. --- Creo que la niña que tengo debajo se está volviendo loca con el calor que hace aquí dentro. Y con sus canciones y vociferios nos está volviendo a todos tarumbas. Nadie más emite sonidos aquí, más que resoplidos y bostezos ---. El martes en Rusia fue un paseo. Si llegué a las 14.00 a la estación, a las 14.45 ya estaba en la Plaza Roja, que nada tiene que ver con los comunistas. Los edificios rojos que en ella hay se construyeron mucho antes. Tanto el muro del Kremlin como el actual Museo de Historia son muy anteriores a la Revolución Bolchevique. La plaza se construyó pensando en un mercado enorme, para poder así dar cabida a todos los productos tanto europeos como asiáticos que se mezclaban en Moscú y partían de un lado para otro. Tras sortear varias fotografías de parejas e individuos, pasar por delante del cerrado mausoleo a Lenin, que contiene el cadáver visible en su interior, y apreciar la Catedral de San Basilio, me siento en un césped a fumarme un cigarro y considerar los planes venideros.
Tras comer en un parque, me dirijo a la estación donde he dejado las cosas. A mi manera. Andando para verlo todo. Es difícil encontrar supermercados para comprar. Es cierto que Moscú es una ciudad cara. De ello me doy cuenta al entrar en una tienda a comprar un zumo, nestea o algo similar. La graciosa tendera me dice el precio. Yo le digo que me lo escriba, pero ella empieza con los dedos: "one, two, three, four, five, six, seven, eight, nine… NINETY". Así que ahí van los NINETY rublos para ella. Después de recoger las cosas de la estación he quedado con Daria en el Parque Pobelny (Parque de la Victoria). Está en un alto más o menos fuera de la ciudad. Al ser Moscú bastante llana, se ve una gran parte de la ciudad desde este parque. El parque representa la victoria sobre Napoleón. La verdad es que es su 2 de Mayo, pero aquí es más grande. Los amigos de Daria traen vino tinto, rosado y blanco. Esto, más que un contacto con Moscú, parece una degustación en una vinacoteca, pero no está mal. Después vienen las cervezas. Todo en el parque. La verdad es que hace una tarde-noche buenísima, aunque en algún momento ha debido de llover porque el césped está mojado.
El miércoles me levanto con Daria y nos vamos de casa a las 9.20. Mi plan es ir a comprar libros. En el trayecto de Volgogrado a Moscú he terminado The Backpacker’s Father (El padre de la mochilera) y El Lazarillo de Tormes no da para mucho, la verdad. Me voy a una librería que me ha recomendado Daria. En realidad voy a una calle, en la que el viernes me daré cuenta de que existe una librería mucho mayor. La elección es "Crimen y Castigo", de Dostoyevski y "Resurrección", de Tolstoi. Dos libros densos y de autores rusos, para entrar en contacto. Aunque estoy seguro de que voy a dejar Rusia sin haber terminado ni siquiera "Resurrección", que es por el que he empezado. Tras estar una hora y media en la librería decidiendo qué libros adquirir (menos mal que no he ido a la librería grande) me dispongo a dar una vuelta. Por la ciudad. Sin rumbo. Quiero pasear por esas avenidas enormes de 5, 7 ó 9 carriles en cada sentido. Quiero perderme y volver a encontrarme con Moscú. Ando de aquí para allá con mapa y sin destino fijo. Y tras una mañana de eterno paseo y deambulación zombie por Moscú, quedo con Natalia, una chica que me cuenta historietas, con la que me tomo una cerveza, con la que paso por un laguito en un parque en el que se ha rodado cierta película, con la que voy a otro parque donde practican funambulismo entre dos árboles… una tarde amenizada por una guía improvisada. A las 7.30 abandonamos el centro, cada uno a nuestro destino. Yo a casa de Daria. Allí preparamos una cena a base de verduras cortas con kéfir. El kéfir es como yogur, y las verduras son, pues como verduras. Y todo junto está muy bueno y muy refrescante en una noche bochornosa en la que el calor y la humedad aprietan. Los amigos de Daria han venido a cenar, y el vino nos acompaña de nuevo. Todo lo juntamos con conversación y música balcánica que introduzco. Es bien apreciada, y en ocasiones aplaudida.
El jueves voy a la universidad. Es un edificio imponente ante el cual uno tiene la seguridad de encontrarse con el conocimiento. En realidad, edificio estalinista de los años cincuenta. Al estilo estalinista del Hotel Hilton, del Ministerio de Asuntos Exteriores… Cerca de la universidad se encuentran las instalaciones de ski para salto de longitud. A tan solo siete paradas de metro del centro de la ciudad. Eso sí que me choca. Al llegar al metro de la universidad me decido a comprar algo un mercado. Paso por un kebab y su aroma me corrompe y me seduce. Hago caso a la palabra "sharma". La chica me dice el precio. Le pregunto que si habla inglés. Ella me pregunta que si hablo español. Sorprendido, empiezo a hablar español, y ella habla de maravilla. Me dice que tuvo un novio español. Con mi kebab y habiendo hablado en español, el cual no practicaba desde hace un tiempo, me dirijo a la estación de metro para comprar mi billete de tren que me llevará de Moscú a Ekaterimburgo el viernes. Es increíble como gente que no habla inglés me está ayudando a comprar los billetes. Después he quedado con Daria y con un chico de San Francisco que viene de San Petersburgo (y que seguro que ha visto la Catedral de SAN Basilio).
El viernes fui a dejar las cosas en la consigna de la estación, porque mi tren no salía hasta las 16.20. Me di un rulo con el chico de San Francisco por la ciudad. Hice mis recados. Compré comida para el tren, vimos la parte de la ciudad que no había visto todavía, fuimos a la librería enorme para que él comprara libros. Yo me resistí a ir a la sección en español, que aquí sí que había, para no cargar con más. Claro, que los libros de Dostoyevsky y Tolstoi son en inglés. Y a las 16.20 del viernes cogí mi tren hacia Ekaterimburgo. Ahora sí, el tren más largo que he cogido.
Todavía no he llegado. Debo estar a 6 horas del destino. Pero, їqué son seis horas sobre treinta? Jajaja. Ya me voy haciendo. He empezado por el libro de Tolstoi y estoy maravillado. He conseguido compaginar la cena con la de los demás sin sentirme extraño. Un señor me ha preguntado si soy español. Aquí todo el mundo debe hacer apuestas sobre la nacionalidad de "el del macuto". El otro día en Donetsk me dijo Nasia que los de atrás estaban hablando sobre si yo era americano o italiano. No sé cuál elegir. He vuelto a dormir doce horazas en el tren. De 21.30 a 9.30. Llevo como dos horas escribiendo esto, y se me está recalentando la entrepierna por tener el portátil encima. Voy a ver si sigo con Tolstoi, y a ver cuando llego a Ekaterimburgo, al borde de los Urales, frontera física entre Europa y Asia. Primera vez en Asia.

Abandono Volgogrado en un dia de calor bochornosos. la estacion esta en estado de ebullicion, y yo me dispongo a coger un tren de 20 horas. el primer gran tren. pero hay que ir calentando. el siguiente sera de 30 horas hasta Ekaterimburgo. Y el siguiente largo de Omsk a Irkutsk va a ser de 40. Y el ultimo gran tren de Ulan-Ude a Vladivostok va a ser de 60 horazas!!!

La estacion de Moscu me recibe, calurosa al igual que la de Volgogrado. Todo es grande y lioso en una ciudad de unos cuantos millones de habitantes.

La Plaza Roja de Moscu no tiene su significado en la revolucion, sino en el color de sus edificios. descomunal, te rodea y te da paz, aun estando llena de gente.

Como no hacerle una foto a la Catedral de San Basilio - Moscu

Aqui, tanto McDonalds como Starbucks, se escribe en cirilico - Moscu

Con Dasha, tocandole las pistolas a este famoso guerrero de una estacion de metro, que por lo visto da buena suerte - Moscu

Siempre vienen a la cabeza esas imagenes de pelicula, de la ciudad de Moscu con su enormes y anchas avenidas, grises y melancolicas. pero paseando me doy cuenta de que tamiben tiene su lado clasico y construido de manera mas bella. es una especie de barrio bohemio con librerias, cafeterias y bares

Catedrales y rascacielos - Moscu

Al principio creia que la senhora tenia un puesto de venta de lo que fuera dentro de un banho publico, pero lo que pasa es que cuando entre  a hacer lo que tenia que hacer ahi dentro y sali, resulta que ella esta ahi para cobrarme - Moscu

Universitet - Moscu

Isa, tu enanito tiene un par de asignaturas para septiembre, asi que me lo he llevado a la Uni para que se aplique un poquito - Moscu

Con diez carriles por banda, viento en popa, a toda vela. Avenida de 20 carriles en total. LOCURA - Moscu

Puente cerca de la Estacion de Kievskaya - Moscu

Ministerio de asuntos exteriores. como la universidad, el hotel Hilton y otros mas, emblemas de la epoca stalinista - Moscu

Baka, Moscu!

Agua fresca y todo lo que se pueda es lo que hace falta en un tren de 30 horas - En Perm, a medio camino entre Moscu y Ekaterimburgo