Algunos pensaréis que ya es hora. Yo pienso que el día no tiene suficientes horas para escribir. Y esta parte del mundo no tiene suficientes lugares con internet para conectarme. Además, yo no tengo suficientes ganas de estar con internet todo el tiempo, por lo que he encontrado durante estos días el sitio perfecto para poder perderme. Dejar el portátil en un campamento base y pulular por las montañas de la región de Ifugao, en la Cordillera Filipina. Lejos queda la Isla de Palawan, aunque la recuerdo con cariño.
Al día siguiente de la tragedia por la cual me abrí el brazo en canal (exagerando), nos fuimos con el coche de Pierre a la playa. Eso era el sábado por la mañana. Compramos pescadito, verduritas, cervezas y Tanduay (brandy común en aquellos lares) y nos fuimos a perdernos a la playa de Nagtabon. Lugar paradisiaco en el que un amigo de Luis tiene una cabaña que nos presta con placer. La cabaña está cerrada, pero podemos usar el agua, la barbacoa y, por supuesto, la remota playa que tiene en frente. Unos lugareños nos ayudaron a bajar los cocos de los cocoteros, así que tuvimos cocos para dar y tomar (o para comer y beber). Yo, con mi brazo-boquete, no me pude bañar, pero ellos se lo pasaron en grande. Sharon vino con nosotros también. “Nagtabon Crew” nos apodamos desde entonces. Luis nos dijo que en las rocas cercanas podíamos ir a ver tortugas. Yo me moría de la envidia, pero la mar estaba revuelta y no se atrevieron. Solamente Pierre fue a pescar pero, como dice Luis “vino sin nada una vez más. Nunca pesa na’ “. Entre cocos, pescados, lámparas de keroseno, cervezas y Tanduay, a las diez de la noche nos fuimos a la cama. O al porche de la cabaña para ser más exactos. Con la mar de fondo y el vientecito fresco nos dormimos a ratos. A las seis y media de la mañana todos en pie.
A la mañana nos despertamos con algo de resaca y muchas ganas de café. En una tiendecita puesta ahí por la gracia de quién sea compramos café y pedimos agua caliente. Un desayuno a pie de playa con cocos y arroz que nos deja saciados para emprender camino a Puerto Princesa. Yo tengo un vuelo. Pierre y Sharon ampliarán su visado. Luis tiene que comprar material para su proyecto. Me despido de ellos con estima. Algo me hace pensar que volveré a verles tarde o temprano. Aquella isla tiene algo, y aquella gente tiene el otro algo que lo completa. Además, tengo que volver a enseñar la cicatriz.
Empieza el viaje eterno hacia la Cordillera. Un avión me llevará a la siempre ajetreada Mania, donde llego a las 3 de la tarde con hambre. Directamente me dirijo a comprar mi billete de autobús, que sale 7 horas más tarde. Con mi brazo cochambroso decido no menearme mucho, pero tengo siete horas por delante y no sé cómo completarlas. Entre un poco de internet, tareas varias que me atormentan y algo de pérdida de tiempo paseando por aquel barrio hago tiempo y a las siete voy a la estación. MobyDick conmigo, o yo con MobyDick, leo mientras la noche acecha en ese barrio que acongoja a la caída del sol. Pero nunca faltarán en este mundo canadienses que acompañan los momentos de espera. Hasta que el autobús, frío por aire acondicionado y repleto por los viajeros, parte de Manila. La dejo atrás con sentimiento de culpa, como quien no pasa demasiado tiempo con un amigo. Pero es que este amigo no tiene mucho que ofrecerme.
Tras el trayecto nocturno lleno de baches, fresquito y somnolencia llegamos a Banaue a las 6 y media de la mañana. Qué horas esas de llegar a ningún sitio! Tengo algo claro, y es el sitio en que voy a dormir. 4€ noche con internet parece apetecible, y un bocado para desayunar lo hacen inevitable. Después de ser atacado por los guía del lugar y hacerles comprender que mi idea es la de perderme en solitario por estos lares, emprendo camino hacia algo que se llama Viewpoint. Desde allí se divisa todo el valle. Una vista preciosa de las terrazas de arroz tan extendidas en este lugar.
Las calles de esta ciudad tienen manchas rojas de salpicaduras. No consigo saber si es porque los pollos los matan directamente en la calle o a qué es debido. Más tarde me explican que se trata del “moma”. Moma es como irse de cañas. Moma es una herramienta social para juntarse con la gente. Moma se masca mezclando las hojas y los frutos de la Areca. Ello, en su conjunto, hace que se produzca ese color rojo debido al ácido de la hoja. Se practica en varias regiones, sobre todo montañosas, de Filipinas. Hace que los dientes crezcan, aunque negros, más fuertes, al igual que las encías. Ahora es un instrumento social como nuestra cerveza. “¿quedamos a echar unos momas?”. Carteles por las calles, por los bares y demás alertan de “no escupir moma”. O, incluso, algunos más graciosos anuncian “Zona de escupir”. El moma se masca, y al mascar uno saliva, por lo que debe escupir ese ácido que se produce en la boca al mezclar los ingredientes.
Tras esta introducción al moma, y entre niños sonrientes que me saludan por todos lados, vuelvo a mi habitación. Justamente es al salir de clase, por lo que una marabunta de filipinitos me acompañan gritando todo el rato “what’s your name? Hello! ByeBye! My name is superhero!”. Entre el autobús matador y el pateo que me he dado me echo una siesta de esas que hacen historia, y cuando despierto ya es de noche. Aquí anochece a las seis. Por las mañanas hace buen tiempo. Por las tardes hace malo tirando a una puta mierda. Llueve desde la una o las dos del mediodía, y se puede tirar lloviendo hasta bien entrada la noche. Hasta después de dormirme.
El martes tengo plan. Dejaré todo aquí, en Banaue, y con mi mochila pequeña con estrictamente los necesario me iré a Batad. No quiero saber nada de nada. Cámara de fotos, tres camisetas, libro y boli, cepillo de dientes y algo más. Lo justo para llevar abrigada la espalda. Después de un paseo por los alrededores de Banaue, a las 3pm sale mi jeep hacia Batad. En realidad va solamente hacia el denominado “shaddle”. No sé lo que es, pero sé que ningún medio de transporte llega a Batad. Ya montado en el jeepney, solamente yo, empiezo a hablar con el conductor. Me explica todo el tema del moma. Poco a poco se empieza a llenar, y pasado un rato parece ser que vamos a ir petados. Pero no me va a tocar ir en el techo. El camino hacia el “shaddle” de Batad es una carretera al estilo filipino. No es carretera, es camino. Para los entendidos, es como la pista forestal de cebollera después de la majada de los caballos. Un jeepney de ruedas lisas, una chupa de agua que hace del camino un río y mucha gente mascando moma. Y, claro está, algún que otro pollo dentro del jeepney. Botando, botando parece que en algún momento tendremos que remar. Voy sentado en la parte de atrás, viendo el camino que vamos dejando. O más bien los surcos en el agua y el barro. Aquello sube y baja, salta y brinca, pero nunca para. La gente se sube en marcha. Creo que si para, encalla
Cuando llegamos, después de hora y media, intento pagar menos con eso de “a mí me han dicho…”, pero no cuela. Al llegar me fumo un cigarro. Chispea, y el camino hacia Batad da para una hora por lo que me han contado. Los guías se me acercan y me rodean. Los esquivo verbalmente como puedo. Darles la espalada me parece grosero. Emprendo mi camino con pies de plomo. Unos cuantos escalones separan mi ser de ese pueblo. A lo largo de él puedo ver como los corrimientos de tierra lo hacen todo más difícil. Al menos ahora no llueve. De hecho no llueve hasta que justamente llego a Batad. Rita’s Guesthouse. Me han dicho que es de lo mejor allí. 200pesos ó 3euros y algo la noche. Extraordinario. Paso el resto de tarde noche allí. Canadienses que llegan empapados me acompañan. Rita, la señora que da nombre al lugar y que solamente posee un diente para toda una boca, da conversación. Romeo, que posee algunos dientes en el lado derecho de su encía superior y otro cuantos en el lado contrario de su encía inferior, relata visitas anteriores. Su nieto corretea y coge confianza. Le meneo el brazo para saludarle, como me hacía mi padre de pequeño, y el chaval se descojona. Le hago cosquillas y vuelve pidiendo más. Tras un arroz estupendo algo de conversación, a la cama nos vamos los de Canadá y yo a las 8 de la tarde-noche. No me avergüenzo.
Al amanecer del miércoles, con los gallos y los cerdos de fondo, desayuno con ellos. Tengo un plan, que es ir a Bangaan. La caminata es de tres horas. Romeo me cede un palo diciendo “no es de alquiler. Yo te lo presto”. Un palo profesional, que algunos me preguntan a mi paso dónde lo he comprado. Con mi palo y mis zapatillas traicioneras me voy hacia mi destino. Bien. Ese destino tiene un comienzo peculiar. Tengo que caminar por los bordes de las terrazas hechas de piedra. Ese es el sendero. Las terrazas de Batad tienen 2000 años de antigüedad y están hechas de piedra y barro. Ahora algunas están complementadas con cemento, aún más resbaladizo y traicionero. Pero mi palo se está convirtiendo en mi mejor amigo. Gracias Romeo. Tras preguntar a dos o tres lugareños por el camino correcto y señalarme todos las terrazas, prosigo. Continúo en dirección a aquel río que Romeo me ha dicho que tengo que cruzar por el “puente de piedra”. Antes de llegar a dicho puente un chico se ofrece a ayudarme. Eso significa ser mi guía. Rechazo la oferta, pero le pregunto si voy bien. Me dice que el río se cruza “by that way”. Bien, el puente de piedra de Romero es una piedra larga y ancha que el río sortea por encima y que supone cubrirse hasta el tobillo. Diez minutos meditando y tanteo el terreno. Poso el palo y poso un pie. Aquello no resbala. Poso el otro pie y me sostengo sobre mis tres piernas. Cambio el palo, cambio el pie y eso funciona. Con los pies mojados pero sano y salvo estoy al otro lado. A partir de ahí todo será tener cuidado, mirar por dónde piso y detenerme a disfrutar del paisaje. El camino no tiene pérdida y es para no perdérselo de lo bonito que es, pero el objetivo, que es Bangaan, no es tan atractivo como esperaba. Me vuelvo por otro sitio para ver por dónde subió el día anterior el jeepney hacia Batad. Curioso camino que no es carretera.
Tras seis horas aparezco en casa de Rita por el otro lado y me miran. “¿Qué has hecho?”. Al contarles el rulo que me he dado Romeo me dice que soy un tipo valiente. No quepo en mí. Deben ser la 1 o las 2. Así que me aprieto un arroz con verduras y empiezo las labores médicas diarias con mi boquete. No está infectado. No está peor. Simplemente no se cierra del todo porque no paro. Pero esta zona no me la puedo perder, y mucho menos ahora que ya estoy aquí. Bajo de la habitación y hay dos ingleses. “no, no somos ingleses. Somos de Gales”. Vaya pareja de gente más de colegueo que me he encontrado. Hablamos de viajes, de la vida, con Romeo, con Rita, de antes, de las terrazas, del ahora, de las tribus, de los ritos… La tarde se pasa en un pis pas. Entre cena y tal y cual echamos unas risas. Y es una noche larga. No nos acostamos hasta las 11, lo que para mí es un logro en estas últimas semanas.
El jueves todo amanece nublado como nunca. Creo que va a ser difícil ir a Cambulo. Pretendo ir a otro pueblito cercano y hacer noche allí. Se llama Cambulo. Es d esos pueblos que no recuerdo nunca el nombre y que siempre pronuncio con una letra de más, o de menos, o cambiada. Romeo me dice que con las nubes a esta altura (a nuestra altura) el terreno estará resbaladizo. Pero haciendo tiempo con Luke y Shivone, los de Gales, al final se aclaran un poco las cosas (el tiempo y las ideas) y hago la mochililla para irme. Tardo casi una hora subiendo y bajando terrazas para salir de Batad. Temo por mi vida en algún momento, pero la caída siempre da a la terraza inferior, que está encharcada y con barro. Puede ser divertido. No, es broma. No es nada divertido. En algunas de las terrazas sobresalen piedras a modo de escalones para poder subirlas. En otras voy por el borde. En otras hay escalones propiamente dichos. Al llegar arriba del todo, sudo como un pollo. No sé el porqué de esa expresión, pero aquí hay bastantes pollos por todos lados. Tras cruzarme con unos testigos de jehová que me intentan evangelizar y sortear un río (este es un pobre resumen de un trayecto de dos horas), llego a Cambulo.
Cambulo es un pueblo pequeño, sin carretera, sin electricidad y sin agua corriente. Metido en un valle estrecho y abrupto, que en realidad es la continuación del valle de Batad. Al llegar veo una “guesthouse” que tiene pinta de ser la única. Luego me enteraré de que el pueblo es más grande de lo que pienso. No es más grande. Solamente es que tiene más habitantes. Mary es la hija de Isabel. Las dos llevan la guesthouse y me cuentan que Cambulo tiene 1000 personas. No sé dónde se meten tantas personas, ya que desde arriba el pueblo parece Valdeavellano. Incluso más pequeño. Algunas de las familias aquí tienen como integrantes los abuelos, los padres y ocho o diez hijos. Por lo tanto, unas pocas familias apelotonadas en unas pocas casas hacen que la cifra de 1000 se comprenda mejor. Viven del arroz, pero solo para abastecerse a ellos mismos. Cultivan verduras y lo demás lo compran. Algunos miembros de las familias trabajan construyendo la carretera, o como guías. Otros tienen guesthouses. Así obtienen todo aquello que necesitan y que ni la tierra ni el aire les puede dar: ropa y materiales de construcción.
Llego pronto y como. Isabel es la profesora de la escuela. Ella y otros ocho profesores están a cargo de 58 niños desde los dos hasta los 14 años. La escuela funciona bien, y también acoge a algunos alumnos de aldeas remotas (más aún) y alejadas. Me invita a ir al día siguiente por la mañana antes de que me vaya para ver como ensayan danzas tribales que representarán más tarde en Kintakin. Isabel se jubilará dentro de poco. Tiene 61 y puede jubilarse dentro de dos años. Aunque me cuenta que en realidad no sabe lo que hacer. Ser profesora le motiva, pero admite que es cansado en un pueblo como este, en el que todo el mundo se quiere ir en cuanto tiene edad, aquí suficiente, para trabajar. Estoy bastante cansado y me subo a echar una siesta. Cuando bajo cambio de contertulia y ahora está Mary. Ella me cuenta que nunca ha visto la nieve. En la pared tienen colgadas dos fotos de unos mendas de Polonia que estuvieron allí alojados y que se las mandaron después. Me pregunta cómo es. Tan difícil de explicar! Su hija juega con ella mientras conversamos. Le gustan las cosquillas, pero no quiere más contacto conmigo. Es tímida. Me mira curiosamente mientras con el dedo índice y pulgar se estira los ojos arriba y abajo diciendo con la mirada “tú los tienes redondos y yo los tengo rasgados. Eres raro”.
Al día siguiente a las seis y media de la mañana estoy en pie. Tengo que emprender el largo camino de vuelta a Banaue, que he decidido hacer andando. No hay más huevos hasta cierto punto, pero después de ahí hay carretera. Da igual. Andaré. Subo y bajo en Cambulo hasta que encuentro el camino de salida. Desde esta parte el pueblo parece aún más bello, pero no puedo perder mucho tiempo aquí. Quiero llegar a Banaue con tiempo para no perder el billete de autobús que me llevará de vuelta a Manila. El domingo tengo un vuelo a HoChiMing (Vietnam) que no debería perder. Es mi segunda oportunidad de ir a Vietnam y ahora tengo los papeles! A lo largo del camino que me lleva desde Cambulo hasta Kintakin (12km) la carretera está siendo reparada. En invierno (aquí llaman invierno a la época de lluvias aunque no hace frío) los corrimientos de tierra la destruyen, y ahora que se acerca el verano la empiezan a reparar. Ya sé que no es carretera en sí. Simplemente un camino por donde puede subir un jeepney. Los niños van a Kintakin andando todos los días. La gente va a hacer la compra, cargados con sacos de arroz, de cemento, maderos… durante todo el trayecto. Hay corrimientos de tierra cada poco que hacen que el camino sea más difícil. Corrimiento de tierra que ya han sucedido, no que sucedan a mi paso. Si así pasara me acojonaría.
Llego a Kintakin y de allí a Banaue. Vuelvo a la capital de ésta región. Todo huele distinto. Todo sabe a ciudad de nuevo pese a no ser demasiado grande. De camino me ofrecen subirme en un camión para llevarme, pero me adhiero al camino del caminante, posando mis botas sobre el suelo embarrado. Todo está en obras, lo que hace que un chocolate poco denso cubra mi calzado. El pastel de arroz que compré en Batad me ha dado fuerzas. Estoy en marcha, y los cinco kilómetros que separan Kintakin de Banaue se hacen largos por las obras, no por la falta de fuerzas.
Después del regreso nada queda de interés. Solamente una compra de un billete que me devuelve a la capital de Filipinas. Una entrega de unos cuantos consejos sobre la zona a viajeros recién llegados. La cesión de mi palo a uno de ellos. Lo necesitará más que yo en Manila, y no pretendo facturarlo. La adhesión de un guía mientras como algo que no me deja respirar. Creo que está entre borracho y con algún tipo de retardo neuronal. Jarrea agua del cielo. La mugre rodea mis botas, haciéndome recordar lo bonito que fue el tiempo en Cordillera. Lo preciado que es cada momento cuando tienes tiempo para disfrutar de esos momentos. Suerte de vivir lo que vivo cada día, y cada día conmigo mismo. No sé si alguna vez conseguiré viajar con alguien igual que lo hacía antes. Nadie se asuste. Lo haré, y con gusto, pero creo que las primeras veces me costará. Me esforzaré al máximo para no ser el caprichoso que lo quiere todo a su manera, pero es de comprender que en este momento, después de casi cinco meses (CINCO MESES), tomo decisiones a mi antojo. Sin nadie que las valore, las cuestione o las discuta. Vivo la vida a mi manera las 24horas. Qué más se puede pedir!
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en la playa de Nagtabon este simpatico aldeano nos bajo los cocos - no tengo acentos en este teclado |
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un pescador viene a vendernos dos tiburones |
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somewhere under the rainbow. alguien nos dijo que en esta playa, a veces, se ven dos arcoiris a la vez, uno encima del otro |
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para la coleccion de atardeceres se queda Nagtabon |
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la vista desde la guesthouse de Bananue. nada mas llegar. la recompensa |
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hay arroz secandose por todas partes. pero no todos incluyen un gato escondido |
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a la salida del cole en Bananue |
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con el traje de ritos de Ifugao |
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aqui se mide en pasos |
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al llegar al pueblo de Tanam un senhor me llama para ensenharme su casa por dentro. cuando entro, despliega una manta con los huesos de su abuelo. dice que los usan para la matanza del cerdo y para las bodas. que tuvieron enterrado a su abuelo durante dos anhos hasta que pudieron recoger los huesos para utilizarlos ahora en este tipo de ceremonias |
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una parada de autobus en un sendero-canal? |
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experimentando podemos ver el paisaje... |
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...dentro de una gota de agua, aunque distorsionado |
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y el enanito de isa una vez mas dando envidia |
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por el camino del amor, y del peligro, me dirijo a Batad |
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LA vista desde la guesthouse en Batad. esta vez la recompensa es aun mejor. parace pequenho, pero cuando me fui del pueblo tarde una hora en hacer esas terrazas. se ve una parte marron, y es que en julio,con las lluvias, hubo un corrimiento de tierra. ahora nadie sabe como volverlas a construir. |
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De Batad a Bangaan. otra parada de autobus de mentira. son descansillos que vienen muy bien |
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Aqui las polillas son asi... exagero. solo vimos esta, pero es enorme! |
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pues si amigos, me puse el traje de ceremonias de Ifugao! |
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y tu enanito, aunque sin retocar y se le ve poco, acompanhado por el dios de la lluvia y un osito de Gales |
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llegando a Cambulo. ahi viven 1000 personas. alucinas! |
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Pierre y Luis. arroz, arroz, y mas arroz. Bolivianos, esta va por vosotros! |
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Tanduay -brandy - con coco natural. un cubata muy rico que a traves del tubo de snorkeling sabe mucho mejor. la foto fue a traicion. jodio Luis! |
Lo dicho. Reverte y de la Quadra-Salcedo, a tu lado, aficionados. Vietman te espera
ResponderEliminarMe quedo con el traje de ceremonias de IFUGAO!!!!
ResponderEliminarMe quedaría bien????
Sigue adelante
GRANDE!!!!
Pero come más, que te nos estás quedando en los huesecitos! Un besito enorme, te echamos mucho de menos!
ResponderEliminarClaud