viernes, 9 de septiembre de 2011

Boracay: Marbella en Filipinas


Llego a Boracay después de un viaje en avión de menos de una hora desde Manila. El viaje lo “amenizan” cuatro tíos de Líbano. Creo que por tener dinero se creen los reyes del mambo. Y creo que no tienen ni idea de que tipo de compañía de vuelo han elegido. Cebu Pacific es la compañía LowCost de Filipinas. De un día para otro me ha costado 30€ un vuelo comparable a un Madrid-Barcelona. Ellos, aun así, piden almohadas para un viaje de una hora. Mi sorpresa llega cuando la azafata dice por los altavoces que vamos a jugar a un juego. Ella dirá un objeto, y la gente lo tiene que alzar y obtener como premio… UNA ALMOHADA HINCHABLE!!! Alucino con los filipinos. Alucino con Cebu Pacific.

Al llegar a Boracay con ese avión de hélices, veo desde el aire una isla frondosa, verde y exuberante de vegetación. Un aeropuerto de esos que el piloto tiene que hacer esfuerzos hasta casi sacar los pies y frenar el avión a tiempo antes de que se termine la pista de aterrizaje. De ahí, después de registrarme en la ciudad (proceso indispensable), cojo un mototaxi hacia el puerto que me lleva a Boracay. He llegado a Caticlan, pero me empiezo a dar cuenta de lo turístico que es Boracay. Todo está absolutamente preparado para que llegues sin ningún problema. Al salir del aeropuerto, más pequeño incluso que el de Vladivostok, un grupo de gente se enfila hacia mí con carteles en busca de su turista perdido. Un señor me pregunta cuál es mi hotel. Me dirijo hacia la parada de mototaxis para cogerlo, y voy hacia el puerto. Allí, pago las “enviromental fees” o tasas de medioambiente, que son más caras que el propio barco hacia la isla de Boracay. Los libaneses (creo que se dice así) se montan en el mismo barco. Mala suerte.

Al llegar a Boracay todo se me antoja turístico. No masificado, porque no estamos en temporada, pero turístico. Una chica me ofrece alojamiento, pero por el doble de precio del que pretendo pagar. Al decirle que ya tengo algo mirado y decirle que pretendo pagar 300 pesos, me dice el nombre del sitio al que voy. “entonces lo que te gusta es estar en un dormitorio con más gente. Lejos del centro. Con baño compartido”. A eso la respondo que yo busco precio. Un sitio donde dormir y ducharme. Nada más. El mototaxista me muestra, al llegar, una calle por la cual encontraré mi TreeHouse. Ese es el nombre del sitio donde “resido”. Resort TreeHouse, encuentro al llegar. Varios edificios juntos, de dos plantas. Fred me recibe con una gran sonrisa, y es que los filipinos no pierden la sonrisa en la cara nunca. Y no hablo del sector camareros y recepcionistas. Todo el mundo tiene la sonrisa en la cara. Mi cuarto es algo cochambroso, pero estoy solo.

Es martes cuando llego y son las seis de la tarde. Dejo mis cosas en la habitación y me tomo una cerveza con Fred. Empieza a diluviar, pero son cosas de la temporada de lluvias. Llueve a jarros durante 20 minutos, pero después es como si nada hubiera pasado. Me voy a dar una vuelta por la playa y aparezco de nuevo un rato más tarde por el “resort”. John, canadiense, se toma unas cervezas conmigo. Hablamos de esto y de aquello. Pero pronto me encuentro cansado y me voy a dormir.

El miércoles que sigue al martes, como de costumbre, amanece nublado. Nada más despertarme huyo hacia la playa. Bañador y chanclas. Quién necesita algo más aquí? Mi habitación está a 100 metros de la playa. Nado en sus aguas turquesas, aunque está nublado. Vuelvo al resort después de un rato. Nadie por aquí, nadie por allá. John aparece por ahí. Es su última noche en la isla, y le acompaña su novia. Empieza a diluviar. Pero esta vez diluviará desde mediodía hasta el anochecer. El resumen de ese miércoles es una peregrinación de un bar a otro.

El jueves necesito activarme. Hace buen tiempo, y no amanezco demasiado tarde pese a no haberme puesto alarma. Un barquito de vela es mi objetivo. Tengo entendido que hay barcos de motor que admiten a unos quince turistas y te dan un paseo por alrededor de la isla. Algo más caro es pagar por los servicios de un catamarán de vela que haga el mismo trayecto, pero me siento especial. Me siento con ganas de ir yo solo. A lo largo del paseo cercano a la playa varios tipos venden estos viajes. El primero que encuentro me ofrece un precio razonable, y le llevo viendo dos días. Me saluda por mi nombre. Sacaré dinero, me compraré unas gafas de bucear con su tubito de “snorkling” y me embarcaré en uno de esos paseos marítimos.

A las doce de la mañana zarpamos desde la playa. Pese a tener el aspecto de Torrevieja desde lo lejos, la falta de gente debido a que no es temporada alta lo mejora todo. Me dan a entender que todo ahora es bastante más barato que dentro de un mes. Me siento afortunado. Aunque no es de esos sitios que hubiera elegido de haber sabido que era exactamente así. Mi mochila está dentro del cuerpo del barco. Yo, sobre un lateral, sobre unas redes entre dos listones de madera. El barco lleva por nombre Victoria. Aunque más bien parece que vayamos a perder esta batalla pese a que no hay demasiadas olas. Miento. En realidad confío en el Victoria y en su tripulación.

Pasamos por un cabo, ocupado plenamente por un hotel. Es el más grande de la isla, y es de esas aberraciones que ocupan toda la costa, y tienen playa privada. Tiene cabañas incluso dentro del mar, sobre rocas solitarias, comunicadas por pasarelas de piedra o de madera. Unos metros más adelante está la playa de Poka. Está en el extremo norte de la isla. Está olvidada, aunque encuentro señales de que en verano eso se va a petar, porque hay mucha infraestructura por construir y bastantes casetas de madera ahora cerradas. En la playa estamos yo y una coreana nadando con un flotador rojo pasión. Yo me doy un baño de esos que intentas mirar a otro lado para no ver a la coreana y sentirte solo. Cojo mis gafas y tubito de “snorkling” y, pese a sentirme estúpido y ridículo, me sumerjo. Ahí no hay nada más que algunas rocas y arena de playa. Nada interesante a la vista. Cuando paso un rato con la cabeza metida debajo del agua, me doy cuenta de que algo se mueve. Sí, son mis primeros peces. Se trata de un grupo de 7 peces blancos y negros, de forma triangular. Me atrevo a decir que se parecen al de Buscado a Nemo. Al que ha perdido una aleta por la hélice de un barco. El que el doblaje lo hace el mismo que dobla a Bruce Willis. En fin, tras una hora de baño, conversación con el capitán de la tripulación y recogida de algunas conchas, volvemos a la mar rumbo a Crocodile Island.

Crocodile Island tiene forma de cocodrilo vista desde lejos. Al oír el nombre por primera vez siento como si fuera a ver algún cocodrilo aquí, pero no es así. Es simplemente por la silueta de la propia isla. Allí el barquito de vela se detiene. Lo amarran a una boya flotante y me dicen que es zona libre para snorkling. Tiene su gracia, porque hay dos barcos más. Los otros barcos son a motor, y llevan como a diez o quince personas cada uno. En su mayoría coreanos. Bien, como un gran porcentaje de coreanos nos sabe nadar no tengo problemas. Estoy solo en unos trescientos metros cuadrados de “free snorkling zone”. Bajo con cuidado por mi lateral, me ajusto mis cochambrosas y baratas gafas y tubito, y meto la cabeza debajo del agua. Creo que es la primera vez que lo hago.

Lo que desde arriba parecía bonito, desde dentro es alucinante. Puede que sea porque es mi primera vez. Puede que sea porque nunca había visto peces tropicales antes. Grupos de peces azul eléctrico surcan el fondo. Peces amarillo chillón del tamaño de mi antebrazo van de un lado para otro. Estrellas de mar de colores. Coral. Peces negros con ojos saltones. Saco la cabeza del agua para ajustarme todo mejor y pongo rumbo hacia Crocodile Island, con la cabeza inmersa en el agua. Anonadado por la variedad. Nado despacio, sin rumbo. Allí es imposible perderse. A veces pienso en que es una sitio macroturístico. Luego me da igual y vuelvo a meter la cabeza debajo del agua. Peces comen del coral. Peces comen cosas flotantes. En uno de mis ajustes, cuando vuelvo a meter la cabeza en el agua, me rodean como 50 peces negros. No sé si me quieren fulminar o solamente jugar conmigo. Lástima que he olvidado mi pan, para darles de comer y sentirlos cerca. La próxima vez no olvidaré pan y una cámara sumergible de usar y tirar.

De vuelta me voy a mi habitación para dejar las cosas. Bañito con lectura en la playa. Solamente son las 5 de la tarde, pero a mí me parece que son las 9 de la noche. El sol se pone a las seis. Unos chicos me llaman desde lo lejos. Me acerco. Son un grupo de filipinos bebiendo brandy Matador. El emblema es un torero en la etiqueta. Me invitan a un par de chupitos. Les pregunto su edad. Diecisiete y dieciocho son las respuestas. Me quedo un rato con ellos, hasta que están bastante borrachos y se les acaba la conversación. Tras este encuentro repentino, me vuelvo a mi cuarto. Saldré a tomar unas cervezas. El viernes se prepara fiesta por aquí, así que me quedaré una noche más, aunque no estaba planeado.

White Beach en Boracay - El paraiso

Casi solo

Janice, Greg, Mary y John - filipinos, ingleses y canadienses (de Quebec) jugando al juego ese de quitar piezas de madera

Todavía nos sabemos cómo se mantenía en pie. Después de esta, se desparramó


Poka Beach

Amarrando en Crocodile Island

"Señor, en mi baño hay una salamandra"

"Pues en el mío hay una rana" (ampliar para ver)

2 comentarios:

  1. Tantos kilómetros para acabar en Marbella. La próxima vez que bucees, con cámara ¿ok?

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  2. lo tienes todo mu bien montado, bohua, que marbella y benidorm tienen su encanto (aunke lo nieguen) y en filipinas me quedaba yo una temporada a probar suerte con un negocio de enseñar cómo son las fiestas de tu pueblo a la chavalería... suerte y ánimo!!

    por cierto, en cartagena esta la salamandra prima de tu resort, los mosquitos de alli seguro que son mas sabrosos, la salamandra de aqui dice que la m-30 esta acabando con todo y ke te exa de menos!

    recuerdos de Felipe II,jaja! hector tripntxi.

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