jueves, 6 de octubre de 2011

Chau Doc – HCMC – Dalat – Kon Tum : Buscando el sitio


Debo decir que el acceso a internet en Vietnam es bastante fácil y rápido. Pero en los últimos días he estado de un lado para otro visitando ciudades que, para que negarlo, me han decepcionado bastante. Esto viene ocurriendo desde hace unos días, cuando estuve en Chau Doc. Pero como me ponga a dar vueltas a estos cuatro o cinco días perdidos, pues me entra una depresión. Y como no hay mal que por bien  no venga, pues puedo decir que en estos días que no he visto nada interesante, he seguido aprendiendo usos y costumbres del vietnamita de a pie que saltan a la vista, al oído y al olfato a cada instante.

El último día que estuve en Chau Doc fue un sábado. Un calor húmedo me asombra en esa mañana en la que yo hubiera apostado por la lluvia. Al salir de mi pensión me encuentro a mi amigo el motero. Mi amigo el motero es aquel que me ha dicho, sin decírmelo, que me va a llevar a la montaña Sam por mucho que yo no quiera. Después de desayunar acepto al final. El calor es de desmayo. Acuerdo con él que me lleve a la montaña, pero que no me traiga, que ya volveré yo en autobús. También me ayuda a comprar el billete de autobús de vuelta a Saigón. Pues sí, pues sí. El que me recogió en la estación era exactamente un liante. Me dijo que en la ciudad los billetes de bus para Saigón se vendían mucho más caros y que él me llevaba a la estación para comprarlo y me traía, y que el día que me tuviera que ir, que me llevaba a la estación. Bien, mi nuevo motero me llevó a un sitio a comprar los billetes por el mismo precio. Y, ¿Dónde estaba ese sitio? Puerta con puerta con la guesthouse. El otro se quería sacar tres carreras con la moto por la patilla. Estamos hablando de tres dólares, que seguro que también me están tangando. Pero todos los guiris pagamos lo mismo. Y esta es una de las cosas que más me jode. Que me traten como guiri. Lo soy, pero me jode. No me jode serlo. Me jode que se haga diferencia. Como me dijo un cántabro que me encontré después… “somos dólares con patas”.

De la montaña nada interesante que contar. De mi vuelta a la ciudad más vietnamitas pesados. Pero de estos que estás esperando en la parada de autobús y te dicen “motorbike?”. Yo, obviamente, no quiero motorbike. Le digo que e vuelvo en bus. Él ya empieza con la cantinela de  “no bus, motorbike”. Yo me descojono y le digo que no, que bus. Él ya empieza el otro juego, el que ya no me gusta tanto, que es cuchichear con los colegas señalándome y riéndose. Son unos vacilones los vietnamitas estos. Al final cojo el bus, observado por todos. Y me gusta esta forma de mirar al extraño. Esa forma que tienen de mirarte, y cuando les miras cambian el punto de mira, pero en cuanto te pones a mirar por la ventanilla ahí los tienes otra vez. Puedes repetir el proceso las veces que haga falta. Ellos mirarán hacia otro lado y luego los tendrás otra vez contigo.

Por la noche me junté con el cántabro. De todo tiene que contar este hombre. Entre otras cosas, y para que no se me olvide, que es cántabro. Que es montañés. Que de toda la vida cántabro y demás. Aunque,  me contó algo que me flipó, y es que se cruzó él solito el Himalaya a pata durante 45 días. Y después de toda la historia del Himalaya, de que se encontró con Juanito Oiarzábal, que si es un gilipoyas en Juanito… acabó la historia del Himalaya con un “claro, porque yo soy montañés”. Que yo decía… “Qué serás montañés y todo lo que tú quieras, pero me parece a mí que cruzarse el Himalaya es algo más jodido que por tu sangre montañesa. Atribúyete más méritos que el de ser montañés”.

En fin, de mi vuelta a Saigón poco que relatar. Otro conductor, algo menos majara. Cambio de calzado para salir del paso y enviar mis superbotas, que pesan un quintal y ocupaban mucho espacio, de vuelta a casita. Lo del envío tiene su historia. Llego a correos por la mañana, antes de salir con el bus para Da Lat. Mi caja mojada pero cerrada de puta madre. Todo empaquetado. Después de ir de una ventanilla a otra como Asterix, le entrego mi cajita con todo cerrado y escrito y el tío va, la coge, la abre y me da una hoja. Ale! A hacer inventario! Tengo que poner todo lo que va en la caja. Tras un intento de poner “camisetas. Souvenirs. Libro” se lo entrego, pero no cuela. Ahora lo pongo todo al detalle. Ahora si funciona. Después de todo el royo, media hora allí, embala la caja profesionalmente y a la hora de pagar… 15€!!! No está mal para casi cuatro kilos.

Mi autobús sale para Da Lat. Al final he caído y he cogido el bus que sale desde la puerta de hostel. Llueve a cántaros y es un euro más. Pero por lo menos, tía, ten la vergüenza de no darme el ticket donde pone que vale menos de lo que me cobras. Que te he visto ir a comprarlo justo al lado. Bueno, me monto y eso tiene un espacio para las piernas que no me lo puedo ni creer. Mucho aire acondicionado. Muchas paradas. Y patatín. Patatán. Aparezco en Da Lat. La estación parece una nave espacial recién aterrizada. Llamo a Huan, mi contacto CS. Llega con su motazo y me pregunta “¿cómo era tu nombre, que no me acuerdo?”. Se lo digo y me dice “Vale, yo soy Huan Carlos”. Me descojono. Creo que me ha preguntado mi nombre solo para hacer la coña. De camino a su casa me habla en la moto, pero yo casi no le escucho. No es que pase de él, es que con el aire no le escucho.

Viven en una casa bien, con tele muy-bien, y todo estupendo. Al estilo vietnamita, las motos están en el salón. De hecho yo voy a dormir al lado de dos motos. La madre me prepara la cena. Pescadito de río y arroz. Novedad! Huan se ha tenido que ir y me ha dejado allí con la familia. Hablando con su hermana paso el rato. He de decir que los vietnamitas son todos iguales por esta zona. Huan trabaja en “Easyrider”, una empresa que hace tours en moto por los alrededores de Da Lat. Cuando he llegado a su casa lo primero que ha hecho es abrir un mapa y enseñarme los tours que hace. Aunque vayas de Couchsurfing a Vietnam, te van a intentar colar un tour por donde sea. Dalat es una ciudad ausente de sentido, por lo que mejor irme con el hermano de Huan a dar una vuelta en moto durante todo el día siguiente. Además, Huan no va a estar.

El martes me levanto en casa de Huan y la madre me tiene hecho el desayuno. Huan es muy tocón, pero al estilo vietnamita. Aquí todo el mundo te coge del brazo, te da una palmadita, te toca la carita… y a mí la verdad es que no me gusta demasiado. Sobre todo cuando te acarician la espalda rápido como a un perrito. “¿Cómo está mi perrito? ¿Está contento con su nuevo tour en moto?”. Algo así. Con el hermano emprendemos camino con la moto. No es una gran moto. Es una moto estándar de estas que tienen aquí para el día a día. Nos pasamos el día entre plantaciones de café, plantaciones de flores, cascadas y fábricas de seda (una de cada para ser exactos). Vietnam es el segundo mayor exportador de café del mundo después de Brasil. La colonización francesa trajo el café, y los vietnamitas ahora lo explotan de manera extendida. Entre el agente naranja de la guerra de Vietnam y las deforestaciones por replantación de café, Vietnam está perdiendo mucha parte de la selva y jungla que antes tenía. He leído por ahí que antes Vietnam estaba cubierto en un 85% por jungla, de la que hoy queda un 25%. Datos abrumadores. Pero todo esto se le oculta al turista. “Tú ve a la playa, que de las montañas y los campesinos me encargo yo”.
Huan me contó el día anterior que en Vietnam no se puede alojar a extranjeros, como en Cuba, pero que él no ve nada malo en hacerlo y lo hace, pero que no se lo cuente a nadie. Además, aquí la gente es muy cotilla. La segunda noche que me quedé en un hotel en vez de en casa de Huan, porque él no estaba, la del hotel me preguntó dónde me había quedado la noche anterior, y por qué… yo las mataba callando. Huan y su hermano viven con sus padres porque están retirados, jubilados. Y aquí no hay jubilación que valga. El estado no paga la jubilación, por lo que entre Huan y sus hermanos tienen que mantener a sus padres. Su hermano me cuenta que él se puso a estudiar porque quería que sus padres dejaran de trabajar en el campo, y que no estudió más para poder retirarles de esa vida lo antes posible. Ahora es recepcionista en un hotel por la noche, con aspiraciones de ser guía turístico cuando sepa mejor inglés.

El miércoles cojo un autobús de Dalat a Kon Tum, esperando un cambio, pero me vuelvo a equivocar. Será una ciudad de pasada. Después de doce horas en el autobús necesito descansar. Busco una ciudad en la que quedarme un tiempo, pero cada ciudad en la que paro es peor que la anterior. Saldré de aquí en cuanto pueda. Al llegar cayó el diluvio universal en la furgoneta de los pitidos. Sí, una nueva furgoneta de los pitidos que en su trayecto pita hasta cuando no hay motos.

                               COTUMBRES DEL VIETNAMITA DE A PIE

Un vietnamita puede estar en cuclillas la vida entera. Cuando se bajan del autobús, se fuman el cigarro en cuclillas. Pero no las cuclillas de ponerte sobre los dedos de los pies. No. Las cuclillas de todo el pie apoyado y el culo casi tocando el suelo. Las cuclillas incómodas y que matan rodillas. He visto hasta gente andando en cuclillas agarrándose los pies para no levantarse. Es una postura muy típica en la gente que recoge arroz o que planta lo que sea.

El vietnamita escupe por naturaleza. En todos lados. Si no tiene un suelo sucio, pues en el suelo limpio. Y si el suelo está demasiado limpio como para escupir, busca una bolsa. Un señor estuve escupiendo a intervalos de cinco minutos durante todo el camino de Da Lat a Kon Tum. No solo escupen. Hacen el ruido de sacarse el gargajo desde lo más profundo. Me estoy acostumbrando.

Un vietnamita mira. Un vietnamita te mira hasta que le pican los ojos. Un vietnamita te mira, y te mira, y te mira hasta que te desgasta. No hay vergüenza. Tú le miras, y mirará para otro lado como diciendo “me ha pillao”. Pero al rato vuelve, y tú le miras otra vez. Y él dice “mierda, me ha pillado otra vez”.

El vietnamita coge. Coge por un brazo. Toca. Contacta. Empuja. Suavemente, pero empuja.

El vietnamita habla en vietnamita cuando le dices que no a algo. Cuando no le gusta tu respuesta habla en vietnamita con otros vietnamitas mirándote. Señalándote.

El vietnamita es vietnamita, y eso es algo que no podremos remediar por los siglos de los siglos. Me alegro de que sean vietnamitas en todas sus costumbres porque, en realidad, no hay nada malo en escupir puesto que son solamente tabús que tenemos en cada una de nuestras sociedades. No hay nada malo en hurgarse uno mismo la nariz hasta lo más profundo mientras habla contigo. No hay nada malo puesto que es lo mismo que rascarse, pero por dentro. No hay nada malo en tocar, puesto que el contacto físico es entrar en nuestro propio espacio, pero qué es si no entrar en el espacio de los demás preguntarles con la palabra. Todos estos entresijos del vietnamita que ya empiezo a ver como habituales no son más que una manera de actuar igual que la occidental, pero al revés.

Parada de taxis - Chau Doc

Quíén planchará todas esas camisas


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El hermano de Huan

Café. Sin tostar tiene un sabor dulce.

Licor de serpiente y de lagarto, a la venta en su establecimiento. Búsquelo al lado del Nestea



Aquí abundan los nazis

A secar café

Los gusanos de seda se crian en las granjas de los campesinos, que venden las bolas a las fábricas en la misma zona. aquí lo hilan, estas mujeres, la mayoría con cascos para evitar estar escuchando el ruido de las máquinas todo el día.

Easyrider

Una vietnamita se fue a estudiar arquitectura a Moscú, y cuando volvió a Dalat construyó la Crazy House. yo estoy en una habitación por 4€. Ella vende las habitaciones de la Crazy House por 150€. Un poco "crazy" sí que está la amiga.


 

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