viernes, 16 de septiembre de 2011

Sabang: Welcome to the jungle

Dejé Puerto Princesa atrás en lo que tarda un filipino en volver a sonreír (nunca dejan de sonreír). Pasé una noche allí, pero la ciudad no ofrece más que un punto de encuentro para gente que llega en avión y en barco, y para mercancías que utilizan los mismos medios de transporte. Es la capital de la isla, pero no ofrece ningún atractivo. Paseé alrededor el día que llegué, y tuve la oportunidad de quedar con Dioanne.

Ella ha vivido toda la vida en Puerto Princesa, y desde hace unos años ha descubierto que viajar es una de las mejores formas en la que invertir sus ahorros. Quedamos para tomar un café, o un batido, y después vamos a cenar. Como la mayoría de las conversaciones que tengo con la gente, tratamos sobre viajes y demás quehaceres de los viajeros. Me recomienda sobre esta isla. Luego veremos que no la haré mucho caso. Después de la cena me empiezo a encontrar algo mal. Tengo el estómago algo destartalado, por lo que el baño se convierte en un buen compañero. Al menos, fiel. Decido acostarme pronto, para poder recuperarme. Abrigadito para sudar lo que tenga que sudar.

Al día siguiente, lunes, tras problemas con la tarjeta (me están estafando desde Rusia), dejo Banwa Guesthouse a las 11 en vez de las ocho como estaba previsto. Estoy recuperado de mis acontecimientos digestivos del día anterior. Lo achaco a una comida que hice en un puesto callejero. Estaba demasiado buena para ser enteramente beneficiosa. Decido coger un multitaxi para el aeropuerto. A multitaxi me refiero con una furgoneta abierta por atrás con asientos. Pregunto a uno si va a la terminal de San Jose. Yo ando con mi macuto mientras él conduce su multitaxi. Le pregunto caminando. Me responde conduciendo. Más adelante encuentro la camioneta que me lleva. “San Jose terminal, my friend. Here my friend”. Me subo y voy solo, pero pasados cinco minutos entiendo la razón. La camioneta circula como circula un ciclista por una calle. Despacio y a un lado. El conducto va pitando y preguntando la gente que está esperando. La gente, a su vez, pregunta, como he hecho yo, si va a este sitio o al otro. Si les vale, se suben. Esto se va llenando, y va muy despacito cogiendo y dejando gente a la voz de “para”. Se dice igual en español que en tagalo.

Tras cuarenta minutos llegamos a la terminal. Justo a tiempo para coger mi jeepney hacia Sabang. “Sabang sir? Here sir”. Mis cosas van montadas en el techo del jeep-bus (jeepney). Todo el equipaje de todo el mundo cubierto por una lona por si las lluvias (y por si las moscas). Me siento adelante del todo, ya que mi parada es la última y la gente monta por atrás. El conductor es más pequeño que el volante. Lo que me recuerda que el conductor del multicab anterior era más joven de lo esperado. Incluso para conducir un triciclo. A su lado, en el asiento del copiloto, un hombre no para de salir y de entrar cargando nuevo equipaje. Cada vez que alguien nuevo se sube, él salta para colocar su equipaje en la parte de arriba. Con tres golpes y un “ra!” indica al conductor que arranque de nuevo. El, mientras, coloca el equipaje y vuelve desde el techo entrando por la ventanilla. La gente sube y baja por atrás y por las ventanillas, según convenga. El camino es arduo, tras puentes de madera, controles policiales, subidas, bajadas, eternas curvas, 80km y tres horas, estamos en Sabang.

Mario, según me dice cuando se presenta, me  pregunta si busco alojamiento. Me ofrece un sitio al que me lleva y todo parece muy  confortable. Una habitación para mí solo por 300pesos (5€). Tras pagar dos noches, MariCris (porque tras unos días aquí ya tiene nombre propio) me devuelve 100pesos diciendo “special price”. Me alegro de tener special price. Lo primero que hago es dejar mis cosas en la habitación e irme a la playa. Necesito un bañito que agradezco nada más tocar el agua.

A la vuelta me encuentro con MariCris de nuevo. Y con otra chica que también trabaja allí que se hace llamar LoveLove. Pierre, de Bélgica, les acompaña. Pierre lleva viviendo aquí tres meses y medio en total, con alguna pausa. Ha comprado un terreno y un todoterreno. Todo terrenal. Quiere quedarse aquí por un tiempo. Luis, de Barcelona, ha comprado un terreno también. Está construyendo un orfanato y una granja. Sabang no parece gran cosa, pero me parece que me quedaré aquí todo el tiempo que pase en Palawan.

El martes, con algo de resaca, dejo ver mi cara por el bar y allí está Pierre, desayunando. Me uno a él y tras reponer fuerzas decido ir a ver unas cataratas que no se encuentran lejos de aquí. Todo el mundo me saluda, o me sonríe,  a mi paso. La gente es más amable que de costumbre. Incluso para el estándar de amabilidad que le tengo otorgado a Filipinas. Todo el mundo se dedica a la pesca aquí. Los que no, a los negocios de venta de ultramarinos. Otros a los hospedajes, que incorporan la mayoría de los sitios donde comer aquí.

A la vuelta me junto otra vez con Pierre, luego aparece Luis, luego unos franceses, luego Mar, que es un chico. Entre todos nos agarramos a una conversación de todo un poco. Estoy descubriendo mucho sobre viajar. Mucho sobre construir casas en Sabang. Sobre arquitectura, porque Pierre es arquitecto. Sobre Sabang, porque Mar y Mario son guías aquí. Y también sobre la cerveza San Miguel, que acompaña todas estas conversaciones.

El miércoles me levanto con ganas de menearme y, tras desayunarme unos spaghetti bolognesa con Pierre, emprendo mi camino hacia el Monkey Trail (el camino de los monos). Pierre va a pescar en la misma dirección y le dejo en unas rocas enhebrando sus anzuelos. Yo sigo por la playa, cruzo el río que lleva a un manglar, y veo un camino que entra en la selva. En un cartel pone “Sabang”, por lo que deduzco que en la otra dirección me dirigiré hacia el camino de los monos y, posteriormente, hacia un río subterráneo de ocho kilómetros. Continúo la veredita, que a veces pierdo, paralelo al manglar. Un barco con turistas visita el manglar. Lo veo entre los árboles al igual que ellos me ven a mí. Deben pensar que soy un espécimen de mono bastante extraño. El camino es difícil de seguir. Pienso que los filipinos deberían indicar algo mejor sus senderos. En algún momento tengo que volver hacia atrás para volver a divisar la dirección correcta. Las lianas, los troncos con pinchos y los enormes árboles que me rodean me recuerdan que estoy en la jungla. El camino se separa del manglar y cada vez es menos camino. Por mi orientación estoy en la dirección correcta. Si paralelo al manglar iba hacia el norte o noreste, y ahora el camino gira a la izquierda, viraré hacia el oeste, hacia donde se encuentra la entrada al río subterráneo, al lado de la costa. Continúo el camino, o el no camino en ocasiones, hasta desembocar en un arroyuelo en el que prácticamente se acaba. El monzón ha afectado a los senderos, por lo que parece. En algunos momentos el caminillo se vislumbra en los márgenes del arroyo, pero en su mayoría transcurro por medio de su cauce para no perderme. He de decir que en la primera intentona de seguir este arroyo me he dado la vuelta creyendo que no era. He merodeado, estudiado, he sido atacado por hormigas, inmerso en barro con mis sandalias (porque Pierre me dijo que se podía hacer con sandalias), apoyado en un árbol de pinchos, hecho agujeros a mi camiseta por un helecho agresivo, comido telarañas, y un sinfín de eventos de la jungla, que me han llevado al nacimiento del arroyo.

Una vez llegado al nacimiento del arroyo la veredita se ve con más claridad. Retomo la fe en el camino, siempre pensando que si me siento perdido en la jungla recuerdo cómo volver. La vereda torna a no ser vereda. Tomo sitios de referencia para irla a buscar de nuevo y poder volver. La retomo. Sigo avanzando. Bajo lo subido. Y cuando creo que estoy en un capítulo del último superviviente, aparecen árboles pintados con marcas rojas que marcan el camino. A derecha y a izquierda. Proceden de Sabang. Se dirigen al rio subterráneo. Todo esto quiere decir que me he inventado una nueva forma de ir hacia ese río subterráneo que desemboca en el mar.

A partir de aquí comienza la etapa fácil del camino, por la cual tengo que subir una nueva colina y bajarla por escaleras de madera podrida que se tambalean a mi paso. Todo construido en quince días por hombres del pueblo, según indica un cartel. Tras un rato de camino, con indicaciones ahora, llego al río subterráneo. La mayoría de la gente viene al río subterráneo en barco desde Sabang, por lo que he estado solo durante 3 horas en la jungla. Bonita experiencia. Me ha faltado un poco de agua, pero le he comprado unos plátanos (nueve pequeños plátanos a 2pesos el plátano) que me han dado energías, lo cual he agradecido al señor cuando he vuelto al pueblo y me ha sonreído y dado la mano con fuerza. Decido no entrar al río subterráneo, y que puedo volver en barco al día siguiente. Para una vez que estoy aquí, como dice Pierre, debería visitarlo. Pero no me siento muy motivado, aunque es el río subterráneo más largo del mundo. Pero seguro que los hay más largo, que todo el mundo es muy orgulloso con eso de “el más largo, el más grande, el más profundo, el más más…”.

De vuelta me cojo el camino de los monos de verdad. El auténtico. El que tiene sus marquitas para no perderse. Nada más salir de allí me encuentro con un lagarto que debe de ser igual de largo que mi brazo. Es endémico de aquí. Y unos pasos más hacia arriba en la montaña me encuentro una familia de monos. Intento enfocarlos, pero está oscuro. El objetivo no atina, y cuando consigo ponerlo en manual, se escabullen. Al girarme para guardar la cámara en mi mochila, tengo un mono en el árbol de al lado que me mira. Yo con mi cámara. Él con su fruta. La mira, me mira, y se va. Contento sigo mi camino, y tras un rato me topo con más monos. Éste es el verdadero camino de los monos.

Cuando llego al final, cerca de Sabang, me piden que fiche mi salida. Se supone que tengo que buscar mi nombre en la libreta y poner a qué hora he salido. Las chicas están a lo lejos, por lo que hago que escribo y cierro el libro. Me despido. Y me voy hacia la playa para volver por la costa. Tras saltar rocas y agujeros, lanzar mi mochila al otro lado de algún hueco que da al agua para saltar yo detrás de ella, toparme con una serpiente muy bonita, llego a la playa de Sabang. No es la propia playa de Sabang, si no la siguiente. Algo más retirada. Poso mis cosas sobre las rocas y me decido a darme un baño. A la vuelta, estirando mis brazos, cansado por el trasiego de la jungla, veo un cartel en el que pone “comienzo del camino de los monos”. Por ahí debía de haber empezado y por ahí debería de haber salido, pero ni lo uno ni lo otro. Parece ser que el camino de los monos no estaba hecho para mí.

Contando mi batalla en Café Sabang, el sitio donde duermo, Pierre se ríe. Mario, escalador y guía, con el que tengo apalabrada una rutilla para el viernes, me mira incrédulo. Si Pierre se reía, LoveLove se ríe aún más. Les digo “los del barco del manglar, al verme, debían de pensar que vaya mono más raro andaba por ahí”. Todos se ríen. Cuando llega Luis, el de Barcelona, le gusta. Hoy, como dice Luis, todos hemos tenido nuestra historia, y estamos de vuelta en Café Sabang para contarnos los unos a los otros. El ambiente aquí es muy familiar. Tras un plato de spaguettis carbonara con “frutti di mare” (hoy ha sido el día de spaghettis y plátanos) y unas cervezas, dejo el bar para dormir. La jungla me ha agotado, pero vuelvo a caminar de nuevo.

Tras un jueves de lectura y poco más que remarcar, nos juntamos por la noche en Café Sabang para echar las cervezas de rigor con una cenita y hablar de nuestras cosillas. Que si el coche de Pierre se arregla, que si Luis con su orfanato y su plantación de cocoteros y arrozales, los nuevos amigos de Luis que han llegado… La familia se vuelve a juntar y cenamos a gustito. Relajado para el día siguiente ir con Mario a las cuevas.

El viernes de caminata amanece temprano para mí. Entre los más que habituales sonidos de gallos, cerdos, pájaros varios y gallinas, me levanto a las siete. Hace un día estupendo, aunque demasiado caluroso para la jungla. Bajo a tomarme un té y a comprar plátanos y agua, y a las siete y veinte Mario ya está allí. Tras un desayuno fugaz nos vamos a la oficina donde puedo obtener el permiso del parque. Es algo así como la contribución para hacer que el parque siga funcionando. Nada desorbitado. Desde ahí, Mario yo no dirigimos por la carretera hacia las cuevas. Su casa está de camino y saludo a uno de sus hijos. Mario me pregunta si quiero comprar terreno. Se ve que es algo bastante habitual aquí. De momento no tengo esa idea. Pasada su casa, y tras comprar pilas para la linterna, salimos por un camino que nos lleva a los arrozales.

Como por todos es bien sabido, soy de las personas más torpes que ha parido madre (madre, nada en contra tuya. Soy el máximo culpable aquí). Cruzando entre los arrozales, separados entre ellos por muritos de barro, pego un resbalón. Se veía venir. Soy yo. Me conozco. Si alguien se tiene que caer en esta isla, soy yo. Y si nadie se había caído esta semana, yo tengo todas las papeletas para llevarme el premio. El premio no ha sido para tanto. El pie en el barro, el culo en el suelo, y poco más. Mario me ha agarrado del brazo para que no me escoñase todo lo largo que soy yo haciendo la horizontal en el barro. Le he empezado a explicar a Mario sobre mi condición de torpe, y se descojonaba.

Después de un largo rato de arrozales y jungla, yendo tras los pasos del ágil compañero, hacemos un alto en el camino. Mario va en chanclas, mientras yo con mis Quechua las paso putas para mantener la estabilidad debido a la humedad y lo inestable del terreno. Estamos en temporada baja y me encuentro con él en esa parte del parque. Solos. No hay más gente que haya venido a visitarlo. Nos dirigimos a una zona que se llama Emplo. El río se llama Emplo. Todo se llama Emplo en esa parte de la jungla. Se trata del río que luego se meterá por debajo de una montaña durante 7 kilómetros para desembocar directamente en el mar al salir de la montaña. Es el río que luego se llama Río Subterráneo y que es, naturalmente hablando (hablando de naturaleza), el atractivo más destacado de la Isla. Pero yo la verdad es que no he navegado por el Río Subterráneo, si no que he ido con Mario a ver dónde nace y dónde se mete dentro de la montaña.

Mario buscaba nidos de pájaros en todas las cuevas del río mientras que yo seguía tropezando una vez sí y otra un poco menos. O resbalando. Esbarándose, como decía uno. Por cierto, el término "esbararse” lo reconoce WORD sin ningún problema. Al cabo de un rato de tener que cruzar ríos por troncos y demás, he decidido por mi bien cruzarlos directamente andando. Cubrían como mucho hasta la mitad del muslo, por lo tanto no era mayor problema. Y las zapatillas… pues que se mojen! Veía mi vida peligrar en cada momento en que tenía que mantener el equilibrio en alguna superficie poco estable. Luego hemos empezado a trepar por rocas para llegar a la Daylight Cave. La Cueva de la Luz del Día.

Después de un ascenso por rocas, que tras hablar con Mario creo que aquí a todas las rocas las llaman “mármol”, hemos llegado a la cueva. Alucinando me he quedado. La llaman así porque tiene una entrada casi igual de alta que la mayor parte de la cueva, por lo que dentro hay muchísimo musgo, helechos, plantitas, junto a estalactitas y estalagmitas que la hacen muy, muy bella. Muchos pájaros entrando y saliendo todo el rato. Mario me llevaba de un lado a otro a explorar cuevas por las que yo ni siquiera entraba, y menos con mochila. Bueno, sí que entraba, y por eso las he visto. Fauna extraña. En la parte principal, donde está toda la vegetación, la cueva mide cuarenta metros de alto. Parece que se te va a caer encima en cualquier momento. Luego tiene un agujero profundo. Una piedra suena en el fondo después de cuatro segundos de caída. Si cuentas cuatro segundos mirando fijamente a ese vacío oscuro acojona. Volvemos a la entrada y nos quedamos ahí un rato, a mitad de la bajada hacia el medio de la jungla.

En la parada Mario arranca un par de hojas y me las ofrece para comer. Saben a cáscara de ciruela. Ácida pero gustosa. De vuelta me explica que esta y la otra planta se comen, mientras las mastica. Una especie de limón, por el olor, tiene una pinta estupenda. Al abrirlo está agusanado, pero le quita la parte infectada y se lo come. Puedo decir que comiendo esta fruta, Mario es más feo que el Fary comiendo limones, porque por la acidez pone una cara extraña. Mario se come todo lo que pilla. Paramos a comer y me ofrece de su arroz. Yo fiel a mis plátanos, lo acepto. Me cuenta como pesca serpientes de río. Como come lagartos monitor, la especie de aquí y que vi hace dos días en la jungla.

Me estoy empezando a hartar, porque hablando de torpeza todo el rato no veo el momento para llegar a mi punto álgido de la tarde. En torno a las dos, de vuelta a Cabayugan para luego ir a Sabang, me dice que si quiero ver una cueva que solo él conoce. Bueno, que conoce más gente, pero que está fuera de los atractivos turísticos de la zona. No escalamos, pero si trepamos por las rocas y los árboles de la jungla para llegar a dicha cueva. Se me erizan los pelos al pensar cómo bajaremos. Despacito y buena letra. Es a partir de la entrada en la cueva donde empezará la hazaña del día. Nadie se asuste. Todo correcto.

Entrando por la cueva resbalo y caigo deslizando por la misma cuesta que subía. Unos dos metros. Mario me pregunta si estoy bien. Me miro las piernas, principales dañadas en esta serie de accidentes, y todo está bien. Me decido a levantarme apoyando mi brazo izquierdo en una roca y veo, en esa parte del codo que no tiene nombre. El otro lado del codo. Vamos a ver… si tú estiras el brazo con la palma hacia abajo, la parte del brazo que queda mirando al suelo a la altura del codo. Pues ahí veo un tajo de dimensiones extraordinarias. Un tajo en forma de 7, o de L, o de V, que da motivos para decirle a Mario “No, I’m not OK. Look!!” Mario viene y me dice “Don’t look!!”, pero yo ya he mirado. Eso no sangra, pero está lleno de mierda. Lo limpiamos con agua y lo vendamos con la camisa de Mario. Nos queda salir de la cueva, todo con trasiego pero con éxito, y desescalar la montaña. Todo correcto, con la ayuda inestimable de mi amigo.

De vuelta él parece más preocupado que yo. Yo hago bromas para que se ría, porque se siente algo culpable de no haberme podido agarrar a tiempo. “Yo ya no compro souvenirs en Palawan. Ya tengo uno para toda la vida”. Ya se empieza a reír. Tras una hora caminando llegamos a las plantaciones de arroz donde él grita si alguien tiene un triciclo motorizado. Le contestan. Me mira y me dice que 150pesos, pero que ahora negocia. Me descojono. Les dice que tengo el brazo rajado y preguntan por dinero. Filipinas es así. Hospitalaria pero de esta manera. Nos montamos en el triciclo y vamos de camino al hospital de Cabayugan. Bonita sala en la que, en la camilla, ponen tres folios para que yo ponga el brazo. Siente, y digo siete, señoras atienden la operación. Yo me despollo. Mario me pide la cámara para inmortalizar la historia. Unas señoras abanican. Otras quitan el sudor de mi frente como en urgencias. Dos perros pululan por quirófano. Estoy sentado en una silla de playa, con mi brazo sobre folios. Eso sí, con anestesia. Moscas y hormigas por las paredes. Limpieza con el internacional Betadine y sutura de 11 puntos. Unas gasitas, un poco de esparadrapo y para casa.

El mismo triciclo nos espera a la salida. Ahí hay una multitud de gente que va a ir en el mismo vehículo con nosotros y empezaré a contar. El triciclista, la hija del mismo, una señora con su hija, un niño con dos gallinas, otra señora con su churumbel, y otra señora más con otra niña. Mario y yo completamos el equipo de fútbol de once integrantes. Sano y salvo regreso y cuento la batallita en Café Sabang. Todo correcto y sigo camino. Los puntos me los quitaré en una semana. No postearé las fotos de la tragedia, pero las tengo a petición. Mario ha hecho todo un reportaje de la operación.

mi número favorito para uno de mis destinos favoritos

la vuelta al cole

para las nenas también

a un lado las cataratas...

...al otro el mar

Caracol, col, col... de mar

la casa de un cangrejo

El lugar en el que Pierre se retira a pescar

simpáticas criaturas de ojos saltones, dos aletas delanteras y larga cola que caminan por encima del agua raudas

Manglar!!!

The fucking jungle

el sendero que me guía

el verdadero sendero


el cangrejo hermitaño teme ser comido, por lo que se mete en su concha cada vez que alguien le acecha. en las rocas, cuando caminas, se oyen sus conchas con ellos dentro caer. caminan por las rocas, pero cuando oyen jaleo se meten dentro, y como están en cuesta, ruedan para abajo

mejor que una mirada...

el carabú como forma de transporte... en la playa

donde empieza el río subterráneo

el paraiso en una cueva . Daylight Cave

El paraiso con el destello de dios. Daylight Cave

Tuve que subir esta foto. para detalles más "profundos", consultadme! Todo está bien. he ganado 11 puntos

3 comentarios:

  1. España gano ayer a Francia por 13 puntos en el eurobasket, casi los ganas!!!! Que fuerte!!!

    Estoy poniendome al dia, que llevo unos dias de curro bastante ajetreados.....

    Sigue adelante, GRANDE!!!

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  2. Mandame todas la fotos de tu paso por la clinica privada!!!!

    No me quiero perder detalle!!!

    GRANDE!!!

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  3. ¡Eres un aventurero Bowis! No es que seas torpe, por lo que cuentas la ruta se las traía, me estaba dando vértigo de sólo leerlo! Cuídate la V del brazo y come mucho, que te veo muy delgado!!
    Muchísimos besos desde Madrid, te echamos de menos!
    Olivia

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