lunes, 12 de septiembre de 2011

De un lado a otro. Una llegada a la isla de Palawan


De una salida repentina desde Boracay hacia Iloilo

La salida de Boracay ha sido tan repentina como incierta desde el primer momento. Tras vaguear en la playa durante toda la mañana del viernes y pretender quedarme otra noche para experimentar la fiesta de Boracay con mis contactos filipinos, he descubierto apuntado en mi cuadernito que el ferry que pretendo coger hacia Puerto Princesa, en la isla de Palawan no sale el domingo sino que sale el sábado a las 8 de la mañana. En la playa estaba yo retozando a gusto con mi libro de MobyDick y con cangrejos (ermitaños y no ermitaños) merodeando a mi alrededor cuando me decido a ir a mi habitación para coger la cámara y darme una vuelta por la isla. Empieza a llover. El monzón llega y se va como le apetece. En el porchecito de mi cuarto me paro a leer un rato, puesto que no hay mucho más que hacer a las dos de la tarde. Mirando y mirando mis apuntes descubro la noticia. Sábado y miércoles como día de salida desde Iloilo para el ferry que tengo que coger. Todavía no he pagado la noche del viernes, así que me acerco a los coleguis del bar-recepción y me dicen que todavía puedo coger un autobús hacia Iloilo. Ahí comienza la aventura.

Empaqueto todo mi macuto en tiempo récord de diez minutos. Me acuerdo de lo que en su día me dijo un compañero de clase de la uni: “La maleta se hace en el tiempo que tengas para hacer la maleta”. Me despido del personal y subo la calle hacia la calle principal. Un chaval se ofrece a llevarme en moto a la estación. Me va a cobrar el mismo precio que un triciclotaxi de los de aquí, pero así no tengo que andar más. Me subo y me dice al rato que si tengo dinero a mano, porque no le dejan entrar en la estación. Que él no tiene papeles de taxista. Le digo que no se preocupe. Mientras me dice esto y lo otro, el monzón empieza a hacer acto de presencia de nuevo. Llueve como si no hubiera llovido desde hace dos años y quisiese soltarlo todo a la vez. El menda esquiva coches, taxismotos y todo lo que se le pone por medio. En uno de los taxismotos que esquivamos y adelantamos va una pareja con sus maletas. Me miran con mi macuto a la espalda y con la otra mochila mientras jarrea y les adelantamos. La imagen desde fuera debe ser curiosa.

Llego a la terminal del ferry con la cara goteando. El ferry sale de ahí “in thirty minutes, sir”. Aquí todo el mundo me llama “sir”. Incluso unos chavales que me encontré por la playa y estuve hablando un rato con ellos. Les pedí que no lo hicieran. Aguanto pacientemente sentado dentro de la terminal. Numerosas sillas de plástico, de esas de terraza de bar, unidas por alambres, son la sala de espera. Si te llevas una, te llevas todas. Son las 3 y media y no sé si voy a pillar un bus a tiempo. Rezo porque así sea. Si no, nuevo cambio de planes. Llevo cambiando los planes desde que he llegado a Filipinas una media de dos a tres veces al día. Del plan original al actual hay un trecho. Pienso que si consigo coger ese bus hacia Iloilo y a la mañana siguiente el ferry de no sé cuántas horas a Puerto Princesa, voy a tirarme una semana allí. Voy a calmarme un poco con esto de las islas, porque pasar tres o cuatro días en cada una es un poco jaleo. Arriba y abajo con el macuto todo el puto día. Menos mal que he dejado lastre en Manila como campamento base.

Con el ferry llego a Caticlán. Salgo del barquito y llueve menos. Dispuesto a buscar la estación de bus para ir a Iloilo. Nada más fácil se podía encontrar. Lo buses salen desde el puerto. Subo, pago y me preparo para un viaje de cuatro horas con el aire acondicionado a todo trapo (al menos tiene aire acondicionado, pero a veces no sé qué es peor. Aquí son aficionados al “aircon”, como dicen ellos). Los 4  fantásticos en la pantalla del bus. Es un bus bastante moderno. Pero a los 20 minutos me doy cuenta de que eso no van a ser cuatro horas. La carretera es como la de Piedrafita, una vez más. Vamos por medio de la jungla filipina, y para cada 3 km. Cuando es de día, mola. El autobusero es como el camionero de la película “el diablo sobre ruedas”. Pisando los talones, o los guardabarros, a los mototaxis o lo que se ponga en su camino.

Subiendo y bajando montañas en la jungla pasamos por medio de ríos en la carretera. Sigue diluviando.  Se ven en los laterales zonas de corrimiento de tierras. 250km me separan de Iloilo. Los 4 fantásticos se acaban, y pasamos a Daredevil. Otra de cómics. Y de Daredevil a Mr. Bean de Vacaciones. Y para ir hilando temas, Rowan Atkinson también está en la siguiente película: Johnny English, una parodia de James Bond. El bus va petao. Por lo menos voy sentado. A partir de cierto momento desaparece la carretera y comienza el barro. Los pueblos son de madera. Con tejados de uralita o de hojas de árboles. Cuando se hace de noche yo no sé cómo la gente averigua cuál es su parada.

Tras todas esas películas, mirar la guía, dos controles de policía y uno del ejército y demás experiencias filipinas, llegamos a Iloilo. Una estación que es un bar comunica esta ciudad de casi medio millón de habitantes con el norte de la isla. A mí me sobra. Tiene un taxi para que me lleve a “Family Pennsion”. El taxista no ve un pijo. Adelanta por doquier. Donde hay dos carriles él hace tres. Me dice que al día siguiente él me recoge y me lleva al puerto. Me da su teléfono. Le llamaré. Es mi único punto de contacto en Iloilo. En mis ochos horas en Iloilo. “Family Penssion” está lleno. Me busco la vida para encontrar “Eros Pennsion for travellers”. Es algo más caro, pero debo dormir. Cuando he salido a dar una vuelta para cenar, la ciudad parece interesante, pero no voy a tener tiempo para comprobarlo y confirmarlo. El sábado, según el taxista, el ferry sale a las 6 de la mañana. Yo tenía entendido que a las ocho, pero más vale prevenir que curar. No quiero esperar al miércoles, que es el siguiente. Además, a las horas que he llegado, porque el viaje ha tornado de cuatro a seis horas y media, no hay mucha gente a la que preguntar. Y no hablemos de internet. Escribo esto para no olvidar. Estoy en la pensión, que cuando me ha dejado el taxista en esta calle yo he pensado de dónde iban a salir sus secuaces para secuestrarme. No tiene farolas, aunque es ancha. Y tiene el nombre del General Luna. Por lo general (Luna) las calles a nombre de este hombre suelen ser grandes. Esta lo es, pero también poco iluminada. La gente me observa, pero sin resquemor. Seguramente pensando “y el notas este?? A estas horas preguntando por una pensión??” Si supieran que solamente  voy a estar cuatro o cinco horas. Pero necesito una ducha. La playa me ha hecho cerdete. Entre los baños en la playa y salir por ahí creo que no he catado la ducha de Boracay en los tres días que he estado allí. Por la mañana me levantaba y me iba directo a la playa. Por la noche antes de salir igual. Siempre me daba un bañito a última hora de la tarde y luego algo ocurría que siempre acababa de noche a cervezas sin haber pasado por casa. Dejemos las festividades para la siguiente ocasión. En Palawan quiero enriquecerme de monte y playa sanamente.

De un viaje en barco de Iloilo a Puerto Pricesa. De una señora que vio la nieve por primera vez

Un viernes de septiembre suena el despertador a las cuatro de la mañana. No son horas de levantarse, pero sé que debo. Todo parece funcionar como es debido, y tras mandar un SMS al taxista, responde diez minutos después diciendo que ya se encuentra en la puerta. Salgo a la calle, pero la puerta está cerrada. El recepcionista duerme en un banco frente al mostrador. Meneo su pierna de manera suave, sin querer perturbarle demasiado. Pero a esas horas no es posible y la cara de sorpresa que pone al incorporarse hace que sus ojos se occidentalicen por segundos. Me abre la puerta mientras  la lluvia cae incesante.

He quedado con el taxista en la entrada de la que iba a ser mi pensión pero no fue por motivos de exceso de ocupación. Al no querer contarle toda esta parafernalia a este señor en un solo mensaje, y al encontrarse la pensión actual no lejos de la de origen, me dirijo hacia su taxi corriendo. En ocasiones siento que nadando, chapoteando con mis sandalias en los charcos. Al abrir el taxi me sobrecoge la duda de si será él el que encuentre frente al volante. Lo es. Con el asiento reclinado, y también con cara de sorpresa somnolienta, me saluda: “good morning, sir”.

Con su tormentosa manera de conducir, y con tormentoso tiempo sobre nuestras cabezas y delante de nosotros, surcamos, pues navegamos más que circulamos, Rizal Ave. Todo está oscuro y vuelvo a pensar que, si lo desea, me puede secuestrar en el mismo momento en que a él le apetezca. Pero no. Es un hombre sensato. Me deja frente a esa compuerta abierta de un ferry de mala muerte que parece querer engullirme cual ballena (estoy leyendo Moby Dick). Me acerco a lo que parece la tripulación, o los cargueros. Hasta un vigilante de seguridad. Me dicen que viajar en cubierta, por 1220 pesos, es posible. Mojado y desatinando a sacar mi cartera, consigo sacar el dinero sin mostrar todo lo que llevo encima. Mis manos mojadas. Mi nariz gotea agua. Empapado y sudoroso al mismo tiempo entrego ese los billetes a una mano que los rechaza y dice: “go up and relax. We don’t leave till 8am”.

Este ferry no saldrá hasta las 8am y son las 4.45am. El taxista no estaba bien enterado y era yo el que tenía la razón con respecto a los horarios, pero más vale ser precavido en cuanto a ferrys que salen cada cuatro días. Tras preguntarme si quiero “aircon” y negar en mi respuesta, me dice que suba arriba. Yo no sé exactamente dónde es, y tras sortear ciertas mercancías y vehículos, así como el olor a mar podrido y a pescado en las mismas condiciones, logro llegar a la puerta que me da acceso a la parte de arriba.

Tras el segundo intento llego a cubierta. Como su propio nombre indica, está cubierta por lonas recogidas o estiradas, de modo que entra airecito fresco por todos sus costados. La parte cubierta por una infraestructura sólida debe de ser la que tiene “aircon”. Aunque no sé quién lo necesita, únicamente para cogerse un resfriado a los cuales yo soy bastante propenso.

Haciendo cuentas mentales inexactas, en torno a 100 camas dispuestas en literas hacen de la cubierta un sitio aglomerado. No mucha gente duerme a esta hora, pero debe ser que pueden pasar allí la noche para no darse el gustazo de tan húmedo madrugón. Con el transiberiano todavía en la cabeza siento como el deber de elegir una superior. A tiempo noto que aquí no hay mesa que compartir ni nadie que moleste, por lo que elijo por eliminación una del piso de abajo. No de otro piso dentro del ferry, sino una de las camas inferiores según se mira una litera. Saco los bártulos y me acuesto dentro de mi fundita. Húmedo y somnoliento, me embarco en mi propio destino. Un coma profundo en dos minutos.

Creo que no han pasado ni quince minutos cuando un gallo me despierta. Entre sueños, pienso en la persona que ha elegido ese original sonido para su despertador. A los pocos minutos oigo otro, esta vez más cerca. Esta vez deduzco que se trata de gallos verdaderos, cacareando al amanecer, cuyos primeros rayos de luz asoman por entre las lonas. Ahora que puedo comprobar que uno está directamente al lado de mi cabeza, en una caja con agujeros, entiendo que no es ficción.

Intento conciliar el sueño de nuevo, lo cual no me es difícil debido a mi cansancio. No puedo hacer nada más que dormir a esa hora. Ni los gallos ni el ruido de la gente que sube son un problema para mí. Despierto de vez en cuando sintiendo algún golpe en mi cama. Alguien sube a la parte de arriba de mi litera. Alguien pasa a mi lado. Mi macuto y mi mochila, uno debajo de mi cabeza y otro debajo de mis piernas, están custodiados por mi cuerpo dormido. A las ocho, cuando el barco zarpa, despierto y me fumo un cigarro mientras tomo algunas fotos de Iloilo desde el mar. Una ciudad que parece sin construir. Barcos oxidados me dan la despedida con sus señales de humo procedentes de las chimeneas. Puestos callejeros, coches destartalados dignos de un desguace y gente que sobrevive son lo poco que veo a través de mis córneas dormidas aún.

Unos cuatro o cinco hombres beben San Miguel en una mesa junto al mostrador del bar. El mostrador del bar y dicha mesa se encuentran en cubierta, por lo que la risa de uno de ellos no tiene barreras para llegar a todas las camas. Es pronto por la mañana pero a él le da igual. Su voz aguda y bromista se mezcla con sus carcajadas desternillantes y alcoholizadas. No puede mantener un tono normal. Un tono con respeto. La gente le mira, pero a él no le importa demasiado. Sigue  su ritmo, sin que nadie le atosigue, riendo con sus compañeros y siendo el alma de la fiesta. Hubiera preferido que el alma de la fiesta, en este caso, fuera mudo.

Concilio de nuevo el sueño después de haber podido contemplar el barco en el que navego. Las literas están soldadas al suelo para que no haya meneos innecesarios. Todo el suelo está pintado como pintábamos cuando éramos pequeños. En diferentes direcciones, diferentes tonalidades de verde, y saliéndonos por todos lados. La brisa que entra por entre las lonas y el vaivén que las olas y la velocidad del barco causan en mi me facilitan la tarea de caer rendido de nuevo.

Cuando abro el ojo de nuevo son las once. Me incorporo en mi cama carcelaria y el hombre de al lado me saluda. Un inglés perfecto sale de su boca. Sorprendentemente su madre, de 85 años, también habla inglés perfectamente. Viajan a Puerto Princesa para de ahí ir a Quizon para la boda de alguien. La madre tiene una cara bonachona y sonriente todo el rato. Pecamo, que es como se llama él, tampoco puede evitar sonreír a cada poco enseñando su empaste plateado en uno de sus colmillos.

Uno de los hijos de ella, hermano de Pecamo, vive en Noruega. Allí el trabajo es mejor, por lo que lleva 24 años allí y su hijo lo tuvo allí. Este hijo “noruego” viene cada año, puesto que coger vacaciones y pagarse un billete es más sencillo desde Noruega hacia Filipinas que viceversa. Por esa parte la madre está contenta. Es imposible para mí recordar su nombre, pero recuerdo cada una de sus historias. Entre tema y tema de conversación me cuentan cosas sobre Palawan, la isla a la que nos dirigimos. También hablan sobre su casa de Manila. Sobre su casa de Baguio, al norte Manila. Ya no sé dónde me han dicho que vaya a visitarles, porque me han invitado a su casa. Tengo un jaleo de nombres en la cabeza bastante interesante. Cada poco saco mi mapa, para comprobar con ellos dónde está aquello de lo que hablan. Le señalo la isla, y resulta que me está hablando de Manila. Le señalo Manila, y resulta que ahora habla de Cordillera. Hablamos de Boracay, de cómo se ha desarrollado turísticamente esa isla. De cómo me ha decepcionado pese a haber sacado, como sea, un buen sabor de boca de ella, buscando siempre el lado bueno. Pecamo se pregunta cómo puede haber gente que compre islas. "Las islas son de todos. El mundo es de todos. Pero ahora el mundo es de quien tiene dinero. Tú eres europeo y tienes dinero. Tú puedes verlo todo. Yo soy filipino, y la gente me tiene miedo cuando voy a algún lado por si me quedo allí a trabajar. Así que los visados para los filipinos son caros o imposibles de conseguir. Tenemos que prometer que vamos a volver, y aun así, los precios son imposibles. Los filipinos no podemos viajar. Tienes suerte”.

Le pregunto a Pecamo si alguna vez han estado en Europa. En Noruega. Su madre se incorpora y me mira sonriente, afirmando con su rostro, orgullosa. Pecamo la mira y sonríe. Me dice “mi madre viaja más que yo. No tiene miedo. Te puede hablar de Filipinas y de los sitios mejor que yo. Ha estado en todos lados”. Ella me cuenta que una vez estuvo en Noruega, unos años atrás, visitando a su hijo. Dice que allí hace mucho frío, que eso no es para ella. “nuestros inviernos son calurosos, solo que son lluviosos, pero nada más. ¿Ropa de abrigo? Tal vez en la cordillera, pero solamente una camiseta de manga larga. 10 grados. Eso es lo más frío que he encontrado aquí. Pero hay mucha humedad”. No me puedo resistir a preguntarle, a lo que me responde que sí. “Sí, vi la nieve una vez cuando estuve en Noruega”. Su cara cambia al contármelo. “mi nieto me despierta por la mañana y me dice –“Nanny,¿ quieres ver la nieve por primera vez?”-. Yo saqué la cabeza por la ventana… Es como lluvia, pero no pesa. Se queda en tu pelo. Y luego todos los coches parados. Nadie podía conducir. Es como lluvia. Yo estiraba la mano por la ventana, pero desaparecía en seguida. Caía despacio. La nieve. Era como lluvia, pero diferente”.

Pasé el resto del día pensando en cómo sería ver la nieve por primera vez, y he pensado en cómo han sido las primeras experiencias en la vida. Todo es “como algo”. Todo es “como la lluvia, pero diferente”. Todo son comparaciones cuando experimentas algo nuevo. Me pasé el día paseando por el barco, contemplando el azul marino del mar marino. Era de verdad un azul marino profundo. Oscuro. Opaco. Daba la impresión de ser de hormigón. Pintado de azul marino. Ha sido esta vez cuando he comprendido lo que es el color azul marino, y porque se le dice así. No me he puesto enfermo aun estando 28 horas en un barco. Solamente he echado de menos algo de compañía, pero he hablado con mucha gente. Me pedí unas galletas y un Nestea en la barra, a eso de medio día. Era mi desayuno, y me senté en una mesa al lado de la barra. No en la de los borrachos, si no en la otra. Un señor amable me sonríe con su sonrisa amable. Con mis galletas, le ofrezco, pero me dice que ya ha desayunado. Y comienza la conversación que en tres partes no terminará hasta las diez de la noche.

El señor es monotemático. Su negocio es de asar pollos. Pero los asa con cocina de gas y no de carbón, por lo que es más ecológico y saludable. Todos los datos a los que me remito en todo este párrafo son palabras que salieron de su boca, por lo que estoy totalmente ilustrado en lo que a pollos, comercio de pollos, huevos y comercio de huevos se refiere. El señor en cuestión asa pollos, como decía. Y viaja a Palawan para buscar un nuevo mercado. “los huevos en Palawan son caros, y si los llevo y saco un beneficio, aunque sea pequeño, en el futuro será mayor debido a que todo el mundo me comprará a mí. En Palawan no mucha gente asa pollos. Voy a ser el primero…”. Así empezó la conversación del señor de los pollos, y el tema no derivó a otro. El señor hablaba de pollos, de tamaños, de negocio, de precios netos, créditos, bancos grandes, bancos pequeños, alquiler de establecimientos, vender huevos en Palawan, vender pescado en Iloilo. Me preguntó sobre cuánto pesa un pollo en España cuando se come. Qué porcentaje de pollo hay en nuestra dieta. Qué porcentaje de industria se dedica al pollo. Cuántos meses tiene el pollo que nos comemos. Cuánto pesa. Los huevos. Sus colores. Increíble el señor de los pollos. Inolvidable.

Ahora en Puerto, tras un viaje de pollos y nieves en el mar.

Cualquier barco en el mundo da más confianza que estos dos - Iloilo

San Miguel, marca nacional - Iloilo

Iloilo

El azul marino

A lo lejos, Cuyo Island. una parada estratégica de dos horas

Los niños se acercan al ferry cuando desembarcamos en Puerto Princesa. La gente les tira dinero. ellos bucean a por las monedas

Esperando que el dinera caiga del cielo

1 comentario:

  1. Tienes una gran soltura improvisando y combinando medios de transporte: moto-taxi, taxi, bus, ferry... Por cierto, en España se consumen alrededor de un millón de toneladas de carne de pollo al año, por si te vuelves a encontrar al "pollo" ese.

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