Esta es la historia de un viaje en tren hacia ninguna parte. Un trayecto desde Ajmer en 2ª clase durante cinco horas me llevaba hacia la ciudad que Grahan había tachado de “probablemente la más bella de mi viaje en India”. Nada más allá de la realidad, puesto que es bella. Medio viaje sentado al límite del vagón y los escalones que te permiten salir de él. Sentado con los pies en los peldaños, acurrucado , sintiendo la presencia de las personas que detrás de mí se aglomeraban, también sin sitio donde sentarse. Acompañado de Shidhartta por Hermann Hesse, deleitado por la historia que él tenía que contarme. Que ambos, Herman y Shidhartta tenían que narrar. Sintiendo el viento en la cara, y en todo mi cuerpo por extensión. Observando la vida pasar. Las vidas de campesinos y ciudadanos desarrollarse ante mis ojos como mero espectador de unos pocos segundos de su existencia. Gente labrando en campo, personas dirigiéndose, cargadas por varios kilos de mercancía, hacia la estación más cercana para coger mi mismo tren o cualquier otro.
Sintiendo como el agua que alguien vierte de una botella en mis piernas desde una ventanilla del tren, unos cuantos metros más adelante. Sintiendo la furia de pensar por qué lo tendrá que hacer sin pensar en los demás. Sintiendo el fresquito de esa agua, que al fin y al cabo es agua, pero bien podría ser orina de cualquier otro que entró en el terreno del apretón en cualquiera de las puertas de vagones colindantes. Sintiendo la brisa por encima del calor abrasador de este sol que en Rajashtan torra hasta lo intorrable. Anna, mi compañera de viaje durante los últimos días, me avisa de que en la siguiente estación alguien se va a bajar y va a dejar un sitio vacante que puedo utilizar durante el resto del viaje. La paz de la puerta del vagón tiene su encanto, pero un sitio algo más acolchado y amplio seguro que también le hacen mejor a mi trasero dolorido.
El viaje pasa inmersos en la familia que nos rodea. Saboreando algo de su comida picante, típica de la ciudad donde el tren ha parado por unos minutos para dar tiempo a coger aprovisionamiento para las tres próximas horas. Es de noche cuando nos aproximamos, bocina cantante, hacia la estación de Udaipur. Lidiando inevitablemente con uno de esos conductores de ricksaw que nos lleva a esa guesthouse llamada Lal Ghat que Graham nos aconsejó, y que ha sido el mejor acierto al venir aquí a Udaipur.
Estratégicamente situada a orillas del lago Pichola, te permite pasar mañanas y tardes contemplando la vida que alrededor de él acontece sin necesidad de mover un pelo de tu cuerpo. La comida es buena y la compañía mejor. Anna y yo nos hemos llevado tan bien que hemos hecho posible unos días en Udaipur sin la necesidad de hacer nada más que hablar mientras contemplamos el lago. Mientras contemplamos las tormentas en el ocaso, donde todo parece teñirse de un gris azulado. Y de esas tormentas caen sus gotas directamente sobre el lago, generando una multiplicación del sonido del agua al chocar sobre la superficie, y que hacen del lugar un placer aún más atractivo. Anna y yo hemos conseguido estar un día entero en la azotea hablando de esto y de aquello. Simplemente leyendo o simplemente dialogando. Escribiendo, enseñándonos fotos… Un placer de compañía que también han hecho de este lugar algo comprensible y razonable, más allá del no hacer nada y merodear arriba y debajo de la cama a la azotea y viceversa. En inglés se dice “chill out and hang around”, y a veces es lo mejor que puedes hacer cuando el calor tórrido aprieta o cuando la lluvia moja hasta el culo de un mono.
Sin más objetivos, que en eso también coincidimos los dos, hemos hecho NADA en mayúsculas. Hemos visto el ostentoso palacio que se encuentra en la parte sur del centro de la ciudad, intentando también buscar un sitio decente de precio y calidad para comer. Dándonos cuanta al final que nada como en casa, en este caso la guesthouse. Precios razonables para el favor que te hacen de no tener que dar ni un paso. Comiendo, bebiendo y fumando a orillas del lago mientras el sol se mueve de este a oeste a lo largo del día. Contemplando a mujeres en la orilla de enfrente golpeando su ropa para hacer la colada en los “ghat” del lago. Viendo como los niños disfrutan bañándose en el lago mientras te das cuenta de que esta ciudad es mucho más limpia y civilizada de lo que venimos viendo en días atrás. Echo de menos ese caos mientras estoy inmerso en esta paz que todo lo rodea. Temporada baja que hace que todo el mundo esté mucho más relajado por todos lados. El calor creo que también amansa a las fieras, y con un billete en la mano hacia Jaisalmer no dejo de pensar que no ha sido en vano la visita a este lugar.
En uno de los atardeceres de estos dos que hemos podido contemplar hemos visto como, al ponerse el sol, bandadas de murciélagos surcan el cielo, cuando la oscuridad todavía no es plena. Debatiendo si serían una especie rara de pájaro o si en realidad eran murciélagos, hemos decidido preguntar y nos han dicho que efectivamente de murciélagos se trataba. Enormes a la vista. No podíamos creerlo puesto que proporcionándolos con lo que les rodea al pasar a nuestro alrededor se nos venían muy grandes a la vista. Sin duda la especie de murciélago más grande que he visto nunca ha surcado el cielo de Udaipur durante más de una hora sin parar, dejándonos perplejos a los dos sin parar de poder contemplarlo. Sin duda, eso es lo que, repito, tiene India. El sentarte pachorramente y aun así poder contemplar algo que nunca antes habías visto. El simplemente estar bebiendo un “chai” y ver la bandada de murciélagos más grande del mundo, que te recuerdo a los vampiros reales de los que a veces has oído hablar y que existen en alguna isla de Indonesia o Malasia, alimentándose de la sangre de vacas y ovejas. Porque, sí, amigos, los vampiros existen en algún lugar del mundo sin necesidad de ser dráculas de ficción.
Desde la azotea que ha sido mi compañera durante tres días, viendo que aquí en Udaipur hay más gente montada en barcos merodeando por el lago que en tierra firme, dejo la ciudad sin haberme cansado de ella pero no sin ganas de emprender rumbo hacia un lugar mejor, que me evoque más actividad y movimiento.
Pero esa actividad y movimiento no se dan en Jaisalmer. Solamente el trayecto entre Udaipur y Jaisalmer, y posteriormente entre Jaisalmer y Khuri hacen esto algo movidito. Un autobús nocturno me lleva desde Udaipur a Jaisalmer. El autobús va petado hasta los topes, y aunque he elegido un asiento en vez de una cama en el autobús premeditadamente, por ahorrarme unas rupias, he de decir que a los que yacen recostados les tengo algo de envidia. Aunque cuando descubro cómo reclinar mi sitio se me pasa la tontería. La gente parece bastante civilizada en este autobús. Ni gargajean con sus gapos ni gritan al cielo al hablar. Parece que todo el mundo está bastante cansado y no tiene ganas de juerga flamenca (juerga rajashtani). Salvo una discusión entre el asistente de viaje y unos apoltronados al final, un billete duplicado que menos mal que no le ha tocado sentarse encima de mí, o a mí encima de él (que hubiera sido peor), todo se cuece placenteramente. A medio camino, en Jhodpur, el menda lerenda me dice que me toca bajarme. ¡Pero si esto es Jhodpur y no Jaisalmer! Su respuesta es “Change bus. Same seat. Possible. No problem”. Así que me cambio de autobús porque es possible, no problem. Y de ahí en adelante, las siguientes cuatro horas, todo marcha perfectamente hasta Jaisalmer, salvo un notas detrás de mí que se parecía a mi abuelo Eloy cuando hablaba por teléfono. Cuanto más lejos estaba la persona con la que hablaba, más gritaba. No sé donde tendría familia este indio, pero por lo menos, por lo menos… en Australia. Madre mía que berridos!
Al llegar a Jaisalmer, y sin un plan premeditado, creo que me voy a ir directamente a Kurhi. Es un pueblecito en el desierto, aunque Jaisalmer ya place seca y calurosamente en el desierto. Pero yo voy a tirar para allá. Un ricksaw me lleva a la estación, o más bien, “sitio” de los autobuses. Me toca esperar tres horas. Entre unas samosas, un chai y tal y cual se pasa el rato. Sentado en un “parque”, que más que nada es un poco de césped, espero. Me canso de esperar en el mismo sitio y me muevo. La gente me mira, como siempre. Ya ha dejado de ser algo raro. Ya no es nada sorprendente. El royo del piercing, del tattoo… en fin… me subo al bus y eso está más petao que un concierto de los Dire. Me toca ir de pie una hora, pese al buen hombre, llamada Satan, que me intenta hacer un hueco en uno de los asientos en los que nada más me cabe un mollete y voy más incómodo que de pie. Cuando consigo sentarme es solamente diez minutos antes de llegar a Khuri. Pero da tiempo para que un hombre vestido de blanco y con turbante, como la mayoría en la zona de desierto del Rajashtan, me coja el brazo con fuerza y me empiece a frotar el tatuaje. Su cara al mirarme parece decir “pues no se va, eh?”. Eso es lo que quiere decir. Yo rasco el tatuaje con mi mano y le enseño que no se va. El tío le dice a toda su familia que no se va. Ya empiezo a enseñar el tatuaje a toda la familia. Su mujer, con su sari correspondiente, tiene unos brazaletes de plata que bien cubren la misma extensión que mi tatuaje. Me gustan y le digo en inglés que “very good” su brazalete. La mujer mira hacia otro lado, riéndose, avergonzada. La verdad es que los brazaletes me gustaban mucho. Y tras esto y lo otro llegamos a Khuri
Khuri es exactamente eso. Una ciudad en medio del desierto con tres o cuatro guesthouses que ofrecen safaris en camello que no tienen nada que ver con los de Jaisalmer. La verdad es que Jaisalmer está tan petado (no ahora en temporada baja), que parece que vas en un desfile de los Reyes Magos, pero en vez de tres, de treinta. En Khuri es diferente, aunque al final no lo he llegado a probar. La verdad es que fui a Khuri para pasar unos días en un lugar dejado de la mano de dios. Leer, tocar mi arpa de boca, un instrumento que he adquirido hace poco y con el que los niños se quedan a cuadros, y contemplar la vida en un pueblucho del Rajashtan. La verdad es que lo de los camellos era totalmente añadido. Pero al final he decidido no quedarme más que una noche en Khuri, puesto que el calor era abrumador, y mi conciencia se ha decidido por el lado de los animales y he decidido no usarlos para ningún tipo de uso ni abuso. Debates internos sobre el trato y maltrato de animales que me han hecho no coger el “safari”, aunque iba a ir yo solo, y quedarme en Khuri solamente una noche para volver a Jaisalemer.
En realidad Khuri era un pueblecito muy pequeño en el que la gente era bastante amable. Bueno, digamos que amable. Ahora en temporada baja no le tienen que hacer la pelota a nadie. Aunque se la deberían hacer para llevarse a los clientes, creo que con este calor nadie tiene ganas de trabajar. Y es que hacía calor, mucho calor. Aunque cuando llegué eran las tres de la tarde y en el chamizo en el que dormir se estaba más que bien. Un chamizo de arcilla y techo de paja, todo muy campechano, en el que se estaba de maravilla. Es uno de esos pueblos que no han cambiado mucho su arquitectura debido al turismo, aunque he de decir que aquí en India la verdad es que hace falta ir a ciudades muy grandes para ver mucho cambio. Solamente un palacete casi terminado da el pegotazo en Khuri, intentando dar la imagen de un sitio de calidad y con mayor limpieza, pero que solamente su color pega con el entorno. Alrededor de Khuri nada, salvo desierto, algún camello vagando por la ciudad o entre los arbustos que nacen de la arena, o grupos de cabras que placen y pacen a su antojo tanto dentro como en los alrededores del pueblo.
Arjum, el dueño de los chamizos, es un personaje entrañable, aunque tenía este par de días un tanto ocupados por la visita de los familiares del futuro marido de su primo. Al tener él la casa más grande de la familia, todos los relativos del novio han venido a su casa, se han quedado a dormir, y han realizado la ceremonia. No la celebración de la boda en sí, pero la entrega de los regalos que la familia de la mujer ha de dar a la del marido para dar a entender que valen la pena y que no tienen mala cartera. Porque, tristemente, aquí esto sigue funcionando así, al menos en la ciudades no tan grandes. Solamente los hombres que representan a ambas partes del enlace se reúnen para darse las dotes. Hemos estado delante de todo el acontecimiento, mientras mascan opio y beben té. Los familiares del futuro marido se pasan los regalos, mirando que las mantas y las sábanas sean de buena calidad. Algo de opio nos han ofrecido, pero que hemos rechazado no por falta de ganas, si no porque a las ocho de la mañana con el Lorenzo azotando nos ha parecido excesivo. Unas pastas y unos caramelitos nos han hecho bien. Salvo patear por el pueblo y ver la ceremonia, no he hecho mucho más en Khuri. Incluso creo que el mejor momento ha sido cuando estaba esperando al autobús, jugando con los niños que por ahí andaban con la pirindola que Dimitra me regaló en Varanassi. Y con el arpa de boca. Una buena media hora en la que los críos han flipado con una simple pirindola.
El viaje en autobús de vuelta a Jaisalmer, a las 11 de la mañana con el Lorenzo de nuevo apretando nuestras cabezas, ha sido bastante indio. Digo que el Lorenzo apretaba nuestras cabezas porque de verdad lo hacía. Cuando el autobús ha pasado por Khuri ya iba petado, y me ha tocado escalar al techo con macuto y todo, que tampoco es que fuera vacío. Parecía que había pillado mi sitio cuando alguien me ha pasado un bidón de aceite de 50l vacío para que lo pusiera por ahí. Entre que lo he cogido y tal la gente se ha empezado a hacer la longuis y me ha tocado abrazar el bidón durante un rato. Había un menda que no le apetecía demasiado que el cubo le tocase porque se mancha. Nos ha jodido! Y yo también. Pero después de un ratito de ser un buenazo, me he dado la vuelta con el aire en la jeta y he preguntado de quién era. Uno ha dicho que suyo, y se ha dado la vuelta. Antes de que dejara de mirarme he hecho como que lo tiraba fuera borda, y se lo he ofrecido, porque para algo era suyo. A partir de ese momento, se lo ha quedado y los incómodos han sido otros. La gente se ha reído, igual que se han reído cuando él me lo ha encasquetado a mí. Entre camellos cruzando la carretera, cabras y un autobús en el que en el techo íbamos 30 hemos llegado, yo de nuevo, a Jaisalmer.
Anna en Udaipur |
Autobus (vease camion miliar) del colegio en Jaisalmer |
purito Rajashtan |
y mas |
el camello del agua de Khuri |
si no llega CocaCola, no se puede llegar |
todas las noches un concierto nos deleitaba en el patio de al lado en Udaipur |
haciendo un poco el tigre en el palacio de Udaipur |
Udaipur |
Jodiendo fotos preciosas |
Khuri |
llega la tormenta a Udaipur... |
... un dia si y otro tambien |
un camionero cualquiera en Khuri |
el palacio de Udaipur |
entrega de regalos para la boda en Khuri |
En lo mas alto de los autobuses |
Tienda abierta. Llamame. Estoy ahi |
Udaipur era lo que tenia, que era bonito |
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