Un autobús con tormentas de arenas del
desierto me dejó rebozado en Amristsar. Al bajar me sacudí un poco los
pantalones y la camiseta, a la par que el par de mochilas, y me dispuse a
negociar un trayecto en auto. “Auto” es como denominan a los “autoricksaw”. Los
ricksaw con los de pedales. Los “auto” los de motor. Los de motor son los que
parece que va a salir Steve Urkelle de dentro. No sé por qué me recuerdan a ese
capítulo de esa serie en el que Steve enseña el coche de su padre. En fin… la
verdad es que me está viniendo a la memoria muchas cosas que creía perdidas en
el baúl, y que tal vez si no fuese por pasar tantos momentos a solas,
divagando, no volvería a encontrar.
Decidí que antes de encontrar una habitación
había que llenar el buche. Y a las seis y media de la mañana la verdad es que
no hay mucha oferta que encontrar para llenarlo. Me decidí por un sitio en el
que daban chai (me declaro un completo adicto). Un señor muy amable e indio me
lo colocó ahí y me miró cómo bebía desde el primer hasta el último trago. Yo de
vez en cuando le sonreía, gesto que el repetía muy educadamente, sin dejar de
mirarme. Curioso, el señor, en todos los aspectos.
Después de media hora o tres cuartos dando
vueltas, encontré un lugar que, sin adaptarse al presupuesto máximo que me he
implantado, me daba cobijo por una noche nada más. La verdad es que estoy en mi
camino al norte, y nada me lo va a impedir. Aunque sean unas ciudades
maravillosas las que voy encontrando de camino, aquí hace mucho calor y yo ya
voy necesitando montañita. Así que planté mis cosas, me di una duchita y me fui
a ver el Templo Dorado.
He de decir que aquí, en Amritsar, se me ha
abierto un capítulo de la asignatura de las religiones que no tenía controlado
para nada. A parte de andar aprendiendo en estos lares sobre el hinduismo, el
budismo que ya había visto en el Sudeste Asiático, y algo de islamismo, la
aventura del saber no tiene fin y arroja sobre mí nuevos datos. Los Sikh. No
tenía ni idea de la existencia del sikhismo, y ni siquiera sé si se escribe así
en castellano, porque es de esos términos que he aprendido directamente en
inglés. El sikhismo es una rama del hinduismo que en el siglo XV se abre paso
paralelamente. Un gurú es el que hace de todo esto una nueva religión con una
nueva filosofía en la que eliminan ídolos como los dioses hinduistas. En su
lugar tendrán una especie de referencias, que son los gurús. Diez a lo largo de
su historia, que son venerados, pero no por encima de nadie. No venerados como
un dios, si no venerados como ideólogos. Venerados por tener las ideas que
tuvieron. Que al final no sé qué es peor, si venerar al creador del mundo o
venerar a un iluminado. En fin, que el primer gurú, el primer sikh, el primer
iluminado (pero sin meditar) tuvo esta flamante idea en el siglo XV en la
región de Punjab, donde se encuentra Amritsar, y que es donde hoy se encuentra el
Darbar Sahib, que es el templo en cuestión, en el centro del Armit Sarovar
(Lago de Néctar), del que recibe el nombre la ciudad de Amritsar. Ciudad la
cual me ha costado aprender el orden de sus letras, haciendo múltiples
combinaciones como Armistar, Amrtistar, Astirtar, Artistar… hasta que di con la
buena y la gente me entendió. Por eso llegué aquí.
Al recepcionista del hotel le pregunté si
había algún evento especial por el que la ciudad estuviera tan sumamente llena
de peregrinos. Me dijo que no había necesidad de que hubiera ningún evento
especial para que los devotos vengan a Amritsar. Alto y claro! Amritsar es el
Vaticano o la Mecca de los sikhistas. Así que está esto siempre hasta los
topes. Siguiendo las diversas normas que hay que seguir al entrar a cada uno
estos templos, y no te confundas entre una mezquita, con una sinagoga, con una
templo budista o uno hinduista, lo hice. Con información de primera mano de un
cartel a la entrada me cubrí la cabeza con un pañuelo, me descalcé, dejé las
sandalias en una consigna, me lavé los pies en un charco de agua que corre
antes de entrar al templo y me adentré por la puerta grande. He de decir que
este lugar impresiona por su blancura cegadora, por la belleza de su lago, y
por el impacto del templo dorado en su centro. Pero a su vez el contemplar a
tantas personas dando vueltas y aglomerándose en una fila infinita para visitar
el edificio central es impresionante. Impresiona en el sentido positivo y en el
sentido negativo de la palabra. Deslumbra su belleza y blancura, además de ese
dorado. Su pulcritud y el amor de la gente. El respeto. El silencio. Las
reverencias. Pero tras la reflexión echan un poco para atrás el borreguismo,
los niños de la mano de padres devotos, o la escueta conversación que se me
planteó con una señora: “¿no rezas?” – “No” – “¿No eres Sikh? – No – Entonces,
¿qué haces aquí? – Visitar lugares que para gente son sagrados. Ver a la gente
rezar e intentar comprenderla. Cogió, y se fue. Y la verdad es que el templo me
cautivó bastante porque, además de ser gratis, es bello y tranquilo, así que
volví por la noche.
Pero antes de eso, y después de una
siestecita, fui a Jallanwala Bagh. Es un parque conmemorativo que recuerda los
altercados que hubo, bajo dominio británico, en 1919. Al imponer Gran Bretaña
una ley algo enrevesada, parecida a una ley marcial, en la que se cuestionaban
derechos y libertades del pueblo indio, hubo varias protestas, manifestaciones
y huelgas que se llevaron a cabo durante unos cuantos días. En lo que hoy en
día es el parque de Jallanwala, que entonces era una plaza, había un grupo
grande de personas concentradas. El general al mando de la policía militar
británica, muy inteligente él, ordenó disparar al bollo sin razón aparente.
Tanto algunos miembros de la policía militar como miembros del gobierno, además
de todos los asistentes a la marcha, coincidieron después de la masacre en que
no hubo razón (nunca la hay) para que la policía comenzará una carnicería. Más
de 1.000 personas fueron heridas, entre ellas niños, y 200 murieron en el acto.
Este parque recuerda hoy a los que cayeron entonces, y a los que lucharon y
siguen luchando por sus derechos. Todo esto con un montón de alambre de espino
que hay que saltar para sentarse en el césped. Sí, esto es la libertad del parque.
También se pueden ver algunas paredes con sus correspondientes balazos. Es
cierto que mucha gente visita este parque, en su mayoría sikh. Cuando los
británicos comenzaron a gobernar esta región, estaba en manos de los sikh, que
tuvieron que renunciar a su poder y cederlo a los colonizadores. Los sikh,
también reprimidos a lo largo de la historia por los musulmanes pakistaníes, no
lo han tenido nunca fácil y, hoy en día, aunque dentro de India, gozan de poder
regular su propia región dentro del Estado Indio con sus propios partidos
políticos y sus propias normas y directrices en todo aquello que les dejan.
Pero el resquemor sigue en la fragua.
Después de un singular, llamativo y dolorido
trayecto, desde Amritsar a Jammu, que ya deja de estar en la provincia de
Punjab y se sitúa en la provincia del mismo nombre: Jammu, avisto cada vez más
cerca el norte de India. En realidad es Jammu & Kashmir. Sí, sí, amigos,
Cachemir. Donde las bufandas. Y es que tengo muchas ganas de llegar ya a las
montañas y trazar todos esos planes que me he dejado para el final. Para el mes
y medio que me queda en India. De darle una colleja por fin a esos Himalayas
Indios. Por lo que se puede ver, las últimas ciudades que he visitado, véase
Bikaner y Amritsar, han sido un poco a la contrarreloj. La verdad es que
utilizo un poco las ciudades para parar, tomar aire y coger otro autobús que me
lleve hasta la siguiente porque, como digo, estoy impaciente por llegar a esos
Himalayas. Pero parece que las cosas no se ponen de mi lado y de camino a Jammu
ya me di cuenta de que algo me había olvidado en la recepción del hotel. Nada
extremamente importante… bueno, sí. El cargador y la batería de la cámara. En
el autobús empezaron a manar las ideas y soluciones. ¿Volver? ¿Saltar por la
ventanilla y volver? ¿Llegar a Jammu, dormir y volver? ¿Buscar un cargador y
batería en Jammu? Decidí llegar a Jammu, por aquello de que el alojamiento
puede que fuera más barato que en Amritsar, dejar las cosas, dormir y volver al
día siguiente en un viaje relámpago. Relámpago en el sentido más metafórico de
la palabra, puesto que aquí lo más parecido que tienen los autobuses a un
relámpago debe de ser alguna pegatina.
Llegué a Jammu y me sumí en su caos, con sus
correspondientes lassis y un mutter paneer mu rico. Me aposenté en un lugar que
es un cuchitril barato, pero con gente muy maja. Tengo aquí en el hotel a toda
una familia trabajando para mí. Bueno, y para un grupo de colegas (entre ellos)
indios que también están en el hotel y la están liando parda todo el rato
porque son un montón. Total, que con todo el lío de la batería, habiendo
encontrado un sitio para comprarla, aun así me decido a volverme a Amritsar. No
habrá mal que por bien no venga, pienso yo. Porque el precio del cargador, el
cable del cargador y una batería puede ser igual a tres días de vida en India.
Digamos que si voy a Amritsar pierdo un día, pero gano una experiencia. Y un
cargador y una batería que son míos y que los voy a echar de menos.
Que a las seis de la mañana estaba yo cogiendo
un autobús para Amritsar de nuevo, analizando el trayecto de vuelta a un lugar
del que vine doce horas antes. Pasando exactamente por los mismos lugares, pero
esta vez observando el lado oeste del paisaje. Porque sentado en el mismo lado
del autobús, pero yendo en sentido contrario, la física dice que ahora miras
por la ventanilla hacia el otro lado. Haciendo un análisis exhaustivo de la
carretera y sus conductores, ciclistas, transeúntes y animales variados y
variadas. Vaya, vaya, la que se tienen aquí liada los colegas con la
carreterita. En ocasiones son dos sentidos, otras veces es royo autopista, pero
el caos no te lo quita nadie. Es una carretera muy concurrida, puesto que es la
más llanita para comunicar el sur con Jammu & Kashmir. El resto de las carreteras
más orientales se tienen que adentrar más en los Himalayas, además de que Jammu
y Srinagar, ambas en la parte occidental de Jammu & Kashmir, son las
ciudades más grandes y que más logística necesitan. Después de este análisis
económico-estructural de la carretera, damos paso al apartado de comportamiento
y detalles variados de la NH15. Tengo el derecho a hacer y presentar este
análisis debido a mis tres viajes por ella en 24 horas. El primero de cinco
horas y media, el segundo de seis, seguido por otro de siete con no más de
treinta minutos de intervalo entre el segundo y el tercero. Creo que queda más
que clara la razón por la que mi culo esté dolorido.
Pitar. Pitar es un elemento indispensable en
el tráfico indio, porque como bien decimos en mi pueblo “quien no pite no
pasa”. Y así es. Yo soy un autobús y soy grande. Y llevo pilotándome a un
autobusero que aunque no sea grande, pues es indiferente a todos los que vengan
por detrás. Por eso tanto autobuses como camines llevan escrito en la parte de
atrás “blow horn”. Algo así como “toca el pito”. Si me tocas el pito, yo sé que
estás ahí, me aparto un poquito, pasas, y me vuelvo a poner en todo el medio.
El pito, amigos, no es ninguna reprimenda. El pito es un “aquí estoy”, un “qué
voy!”, un “no me aprietes contra el quitamiedos”, un “vienes de frente, cuidado
que estoy aquí”… y un largo etcétera de exclamaciones sin sentido crítico,
solamente de advertencia. El pito se utiliza para avisar a motoristas,
conductores (no sé cómo llamarlos) de carromatos de burros, bueyes o búfalos,
ricksaws, matadores (unas furgonetas utilizadas a modo de autobús que reciben
su nombre debido a que el modelo se llama Matador), coches pequeños, artilugios
de tres ruedas entre ricksaw y coche… en fin, hacia todo aquel más débil. El
pito, queridos, es mucho más audible que en nuestros países de origen (si algún
vietnamita lee esto puede saltarse toda esta explicación, porque en su país es
exactamente igual). El pito no es un “piiii”. El pito son melodías. El pito
puede ser “la cucaracha”, o el séptimo de infantería, o melodías de tres o
cuatro notas… nada aburrido. Pero a ese volumen asusta. Asusta el de los demás,
porque al del tuyo has de acostumbrarte después de siete horas en el mismo
autobús. Cuando suena el tuyo es un “ahora vamos a adelantar. Que sea lo que
tenga que ser”. Porque será lo que tenga que ser. Coger un asiento delantero en
estos transportes no es apto para cardíacos, porque es como un videojuego en el
que un psicópata al volante maniobra sin tú tener el control de nada. Y la
pantalla es gigante. Pero a raíz del paso de los minutos vas dándote cuenta de
que todo está más controlado de lo que parece. Entre pitos y flautas, los
adelantamientos imposibles están a la orden del día y no pasa nada de nada
salvo algo de adrenalina (siempre que no mires dentro de los desguaces que hay
a ambos lados de la carretera).
El pito y los adelantamientos quedan de
puertas para afuera, pero dentro hay un mundo extraterrestre e intraautobusino
que fuera totalmente desconocido para mí, pero nunca había tenido la opción de
analizarlo tan en profundidad como en estos dos días. Los primero es que donde
caben tres caben cuatro, pero donde caben dos no caben tres. Esto quiere decir
que el autobús tiene un pasillo central con asientos para dos a un lado y para
tres al otro. Maravillosos asientos de escai. Ese material que te hace sudar al
mirarlo. Donde caben tres caben cuatro, “porque mi hija no cuenta que solamente
tiene doce años”. Solamente tiene doce años, pero su culo es tan grande o más
que el mío, caballero. Una sonrisa y todo arreglado. Las maletas… donde quepan.
Exceso de equipaje… si no decimos nada por exceso de pasajeros… ¿qué coño vamos
a decir por exceso de equipaje? Ventanillas abiertas, por favor. Empujones,
mil. Y es aquí, dentro de un autobús, donde se ve la personalidad de un indio.
El indio es un salao. Te dará la mano cuando lo necesites, si se lo pides. Te
hará de intérprete cuando lo necesites, si se lo pides. Pero cuando se trate de
otro indio... ahí vale todo y si eres mi hermano y solo hay un sitio libre, no
me acuerdo de haberte visto nunca por casa. Si te digo que aquí a mi lado está
sentado mi marido, que ha ido a comprar agua, a ti te da igual porque te vas a
sentar del mismo modo. Y cuando venga el marido dirás, “el que se fue a
Sevilla… tralarí”. Si te tengo que poner un bolso encima de tu cabeza mientras
hago hueco en el altillo para que entre, lo sujetas. Si te lo paso por las
narices a la que paso a tu lado, pues lo hueles. Si te empujo, no te molestes.
Si te grito al oído, no te gires. Si te mojo, no te preocupes. Si me duermo
encima de ti, recuerda que eres mi hermano. Si te pongo un sobaco en la cara
intentando alcanzar algo que me pasa mi colega, sin problemas. Si me tengo que
bajar y le grito al conductor, que no me oye, a todo el mundo se la pela y mira
para otro lado. Si viene uno corriendo y pierde el bus, miro para otro lado
también. La basura, por la ventanilla, por supuesto. Por esto y mucho más,
India tiene un color especial.
Y luego llego y me monto el cirio de ir para
Srinagar. Srinagar está en la provincia de Kashmir, y tenía muchas ganas de
subir ya por estos lares oliendo de cerca los Himalayas. A las seis de la
mañana en Jammu los jeeps y los autobuses están a tope de trabajo. Salen
pitando de allí, porque los destinos están lejos y se tarda lo suyo. He hecho
lo que nunca hay que hacer, y me he dejado orientar por el consejo del menda
del hotel que decía que “no, para Srinagar solamente hay jeeps, no hay
autobuses”. Bueno, seguramente haya autobuses, pero después de doce horas en
jeep, no sé cómo hubiéramos acabado mi culo, mi espalda y yo tras por lo menos
quince en autobús. Aunque seguro que hubiese sido una buena experiencia
también, como lo son siempre los autobuses. Y es que, para mí, aunque se note a
la legua, uno de los momentos en los que mejor me lo paso y más estudio los
comportamientos de la gente, es cuando me monto en un tren o en un bus. O en un
autoricksaw o donde sea con ruedas.
Venir hasta Srinegar ha sido como ir a
Piedrafita y volver cuatro veces, solo que la carretera era todo el rato como
la de Cármenes. Algo más ancha, pero con las mismas curvas y las mismas
cuestas. La verdad es que al principio me he alegrado de empezar a ver montañas
de nuevo. Después de tanto tiempo. Desde Tailandia. Después de más de un mes he
vuelto a ver algo de relieve en el paisaje, que me ha dado que pensar. He
pensado que la cabra tira al monte. Y como buen capricornio, cuando estoy donde
sea que esté y no veo montañas, las echo de menos. Pero cuando estoy en la
montaña no echo de menos la playa, ni el desierto ni nada. Subiendo y bajando
pendientes, en la parte de atrás de ese jeep Chevrolett, junto a una familia con
su padre, su madre, su hijo y el sirviente (sí, sí, con sirviente y todo). Que
me lo ha dicho la señora muy orgullosa. Ahí es donde me he dado cuenta de que
no todo el mundo debe viajar en estos jeeps, porque el precio es un poco
desorbitado para lo que es India, pero no es nada para el trayecto que te
comes. Otros tres lugareños también iban en el jeep. En total diez, incluyendo
al conductor, por supuesto. La carretera serpentea entre valles no demasiado
pronunciados, pero que ya me hacen soñar con que las grandes montañas no deben
de estar demasiado lejos. Esta es la única carretera que conecta el oeste de
Kashmir con Jammu, y a continuación con Dehli. Un desfile de camiones,
autobuses y coches penetran las hileras de montañas por esta carreterucha de
alta montaña. Camiones haciendo el indio, con conducciones temerarias de India
y el acercamiento de nuevo a un espíritu rural que las cabras y monos de
montaña dan al lugar. O a los lugares, porque en doce horas y 300km da tiempo a
muchos lugares, aunque la media de velocidad salga a una mierda.
Pensar que ayer estaba en Amritsar quitándome
la piel del calor que hacía y ahora estoy en la camita con pantalón largo,
calcetines de cuello vuelto, camiseta, sudadera y dos mantas escribiendo esto
me llena de alegría. Porque hace meses que no sentía el fresquito en la punta
de los pies. Hacía meses que no sentía la lluvia caer por mi cara, y ese agobio
de que todo lo que está en el macuto se vaya a mojar. Y es que, como ese buen
libro titulaba, “hombre mojado no teme a la lluvia”, pero a veces se le olvida
al hombre lo que era estar mojado. De camino para Srinagar he visto la nieve!
Hemos pasado por esas cumbres borrascosas con nieves perpetuas y glaciares. Con
nubes ancladas a sus cimas. Me han dado ganas de tirarme por la ventanilla,
primero por la nieve, y segundo por el cansancio de tanto estar sentado en
vehículos durante tres días. He vuelto a ver el agua, porque ha empezado a
llover. He vuelto a ver el vaho en los cristales. He vuelto a encoger los
hombros, como hacemos todos, cuando nos llueve en la cabeza. De camino también
he podido apreciar, porque yo creo que la mitad del tiempo nos lo hemos pasado
parados, un buen atasco en condiciones. Y es que, debido a la situación
permanente de alerta que hay en Kashmir, el ejército está más que movilizado.
No sé datos de cuantos miembros del ejército Indio están destinados aquí, pero
he visto camiones, tanquetas, tanques y demás por millares. Y si me pongo a
pensar bien, puede que no me haya pasado con la cantidad, porque puede que
pueda haber pasado por delante de más de mil camiones militares. Unos andando,
otros parados. Unos con gente, otros sin gente. Sus gentes con sus AK47 o
similares, con esa cara de mala hostia india. Y otro millar de camiones de
mercancía, que solamente tienen esta carretera para subir aquí al noroeste de
la región. Amigos míos, qué lugar más concurrido.
La carretera no tiene comparación. Tiene un
sinfín de letreros advirtiendo de quién es el que manda aquí (el ejército) y de
carteles donde se anuncian las peligrosidades de la conducción, pero de la
manera más cómica. Se pueden ver cosas como “drinking whisky, driving risky”,
“if you are married, divorce the speed”, “this a highway, not a raceway”,
“speed is a knife that cuts your life”, “in deep valley don’t make rally” y
demás. Una carretera que con y sin temeridad, ya es peligrosa de por sí. Los
quitamiedos hacen de todo menos quitar el miedo, porque cada cien metros uno
está descolgado o abollado por un que no se divorció de la velocidad. Grandes
ríos y valles hemos pasado hasta por fin llegar a Srinagar. Me he bajado del
jeep y directamente uno me ha dicho que si quería una habitación. Le he dicho
el precio que estaba dispuesto a pagar, me ha enchufado a su padre, que a su
vez me ha enchufado a otro menda que me ha enseñado una habitación. Me he
asegurado del precio antes de ver la habitación y me ha dicho que sí. No he
vuelto a preguntar, pero después me ha dicho la chica de la casa que el precio
es bajo, y que si lo había acordado con su primo. Yo le he dicho que si,
intuyendo que uno de los tipos anteriores era su primo. Alguno de ellos sería.
Le he dicho que si el precio era el que era y me ha dicho que “la tarifa es
baja”. No sé si se ha referido a que la tarifa que el menda me ha dado es baja,
o que la tarifa normal es más baja que esto y el otro se quiere llevar pasta.
Pero la conversación ha salido por otro lado y no le he preguntado. Mañana se
verá. Hoy a dormir, que tanto kilómetro me tiene frito.
La peregrinacion llega a su fin en El Templo de Oro, contemplandolo desde el exterior del lago - Amritsar |
Pedazo de cola! |
Banhandose en el nectar los babaji disfrutan, se refrescan y purifican - Amritsar |
Disparos en Jallanwalla Bagh - Amritsar |
Un poli de buen royo |
El Templo Dorado |
En este autobus a Jammu no se responsabilizan de nada |
Y en este otro que no le molestes. Chori, chori es una pelicula |
Y se jodio el grupo trasero y tuvimos que empujar, y aqui se trabaja como en Espanha, uno sacando el eje y veinte mirando |
Los autos locos |
Llegando a Jammu (por segunda vez) |
No aparcar en el puente... Si lo dicen, sera porque alguno es capaz |
NH1 hacia Jammu, como te quiero!! trafico! |
las nieves!!! |
Planificando aventuras nuevas |
No hay comentarios:
Publicar un comentario