Cuando una ciudad te recibe con una boda a las
5 de la mañana, cuando lo que más necesitas es una cama, la verdad es que no
sabes muy bien cómo pueden ir mejor las cosas. Cómo te puede sorprender esa
ciudad de ahí en adelante. Pero Pushkar, pese a no ser nada impresionante, lo
hizo con creces. Pese a no tratarse de ningún palacio arquitectónicamente
fabuloso ni de unas montañas o un paisaje fuera de lo terrenal, Pushkar lo
consiguió. Y es que empiezo a creer que la ricura de India no se encuentra en
el recipiente, si no en el contenido. Los edificios, templos, plazas, lagos,
ríos y demás que en India se encuentran albergan gentes y animales que evocan
mucho más que lo material. Es cuestión de dejarte llevar por las calles de la
ciudad en la que estés para sentir que no has hecho nada en una semana, pero
que a la vez el tiempo ha pasado lento y las experiencias han sido mil.
Encontré esa guesthouse llamada Milkman, donde
relajarme durante los ratos que lo requieren. Con su jardín con césped en la
terraza del tercer piso. Con sus lassis sabrosos. Con su camarero gangoso. O
sin un cacho de lengua. Sin lo que le faltara, pero con un gran sentido del humor.
Un dormitorio por 80 rupias que fue un pelotazo sin igual. Con WIFI! Eso ya sí
que no me lo esperaba. Y cuando un sitio como ese se te planta de repente, en
esa mañana en la que en realidad hubieras dado lo que fuera por una cama en
medio de un descampado –o tal vez simplemente por el descampado –fue cuando me
encontré con Sabina y con Graham. Dos buenos compañeros de viaje. Más bien, dos
buenos compañeros que me acompañaron durante mis días en Pushkar.
Creo que cuando me pongo a escribir sobre algún
lugar del mundo y las palabras no me salen solas, significa que ha sido un buen
lugar también. Cuando no tengo nada que contar, pero un montón de recuerdos en
la memoria, significa que lo he pasado bien conmigo mismo y con los que andaban
por allá, aunque no haya nada que contar sobre ninguna experiencia extrema o
ninguna curiosidad muy especial del lugar. Pushkar es uno de esos lugares, como
Varanassi, sagrados para el hinduismo. Rodea el lago con sus edificios de color
blanco, brillantes y deslumbrantes a la luz del sol a las cuatro de la tarde.
Contemplarlos es cegador e hipnotizador. Puedes quedarte embelesado durante
horas, simplemente mirando la vida pasar. Ese es un buen resumen del tiempo
pasado en India también. Simplemente contemplar la vida pasar a cada rato es
una muestra de una experiencia excepcional. Es inmiscuirte un poquito en su
cultura sin ni siquiera tener que preguntar. Puedes observar como en ese lago
sagrado las señoras visten sus mejores saris con los que ofrecen al río lo que
pueden, entre pétalos y terrones de azúcar de diferentes colores. Las verás
andando descalzas, con sus cascabeles resonando en sus tobillos. Ellas dan el
color y la alegría a ese lugar, al igual que lo dan a muchos lugares en todo
India. Pero en Rajashtan todo es diferente. La gente es más festiva. La gente
es más afable, y a la vez, en ocasiones, más devota.
Pushkar es ese lugar donde el turismo se
mezcla con la vida rural, al igual que en Varanassi, pero en menor escala.
Cientos de tiendas abordan el lugar con ofertas de todos los gustos, siempre
con algún tinte indio. A veces hindú. Adhesivos y postales, carteras y
colgantes, con las diferentes imágenes de dioses y diosas hindúes reinan el
lugar para el local y el visitante. Ganeshas, Shivas y Vishnus en diferentes
tamaños y colores desbordan las tiendas donde, en ocasiones, surge alguna
oferta muy original de algún objeto tallado a mano o elaborado con el mayor de
los cuidados. Entre todos estos dioses está Brahma, que no es tan venerado como
Shiva. Shiva es el dios por excelencia. Todo el mundo quiere a Shiva, pese a
que Brahma fue el creador del mundo. Pero Shiva, además de crear, puede
destruir. Aun así, en Pushkar, se encuentra el templo a Brahma. Uno de los
pocos templos dedicados a este dios en todo el país. En realidad la
particularidad del templo se encuentra en que esté dedicado a este dios, y no
en lo especial de su arquitectura o su diseño. Pese a todo eso, un lugar muy
especial que visitar ya que se sale un poco de la norma de tanto Vishnu y tanto Shiva.
Además del templo a Brahma Pushkar está
repleto de otros templos en los que la arquitectura y el diseño también quedan
eclipsados por el resto de la vida que acontece a su alrededor y en su
interior. En la mayoría de las ocasiones los pequeños aspectos de la vida
cotidiana en India se anteponen a la majestuosidad o falta de majestuosidad de
los edificios. Simplemente el contemplar como la gente camina alrededor de
estos lugares sagrados y su manera de venerarlos se antepone al templo en sí.
Lo sucio o feo de las calles indias es en realidad lo que cautiva a este
viajero que nunca más querrá una calle impoluta que oculte la realidad que en
ella se encuentra. India es sucia, y el encanto que esa suciedad genera con sus
olores y hedores es lo que la hace diferente y atractiva. Edificios viejos que
se caen por los cuatro costados es lo que hacen de este país, y en concreto de
Pushkar, un lugar especial donde deambular durante unos días sin sentido
aparente es lo más enriquecedor de la
visita.
Hablar con este de aquí o una sonrisa con
aquel de allá. Encontrar tu sitio donde Saleem ofrece el mejor chai de la
ciudad, con ese tinte de jengibre que entona paladares y gargantas. Encontrar
esa kofta dándote cuenta que da igual donde la pidas, siempre será diferente
–kofta es un plato de comida -. Todo tiene un placer especial cuando andas por
las calles de la misma ciudad durante días y comienzas a comprender sus idas y
venidas. Su rincón donde las vacas están todo el día comiendo basura. Porque
aquí las vacas son como las ratas, comiendo basura por las calles. Comiendo
todo lo que pescan, incluyendo ese matojo de hierbabuena que sobresale en ese
kiosko del mercado, y que pueden coger de un bocado y echar a correr. También
los perros abarrotan el lugar, sin ninguna disputa con las vacas, acompañados
ambos por alguna cabra perdida en este arca de noé llamada Pushkar. Este arca
de noé que a veces entra en nuestra guesthouse, Milkman, en forma de vaca
intentando entrar al salón de nuestra familia. O en forma de ardilla que
encuentras en tu cama cuando te dispones a dormir. La vida aquí no diferencia
entre animal o persona. Todo está junto pero no revuelto en las calles y en las
casas. Entrarás a esa casa a comprar agua porque la tienda está en el interior,
y en el patio encontrarás una vaca que da las buenas tardes mientras hurga un
poco más en la basura del día anterior.
Pushkar tiene un templo a Shiva en lo alto de
una colina a una hora de la ciudad que cuesta la vida subir a las 11 de la
mañana. Demasiado tarde cuando el sol ya está demasiado en lo alto. Demasiados
escalones para unas piernas que han perdido la experiencia. Poca agua para
tanto esfuerzo. Poco viento para ese calor abrasador. Poca sombra para esta
piel chamuscada. Pero al final no queda sino la recompensa de un lugar desde el
que contemplar desde lo lejos una ciudad bulliciosa en la que, sin nada que
hacer, se tiene la sensación de llenar el cuerpo –comiendo –y la mente a cada
momento. Y, de nuevo, darte cuenta de que India debe de ser así, porque llevas
pensando lo mismo tres semanas. Que no has hecho nada pero que has aprendido
más de lo que ningún libro ni ningún profesor puedan enseñar. Has aprendido el
respeto y los valores de un pueblo. La paciencia de un viejo sabio. La falta de
paciencia y el tesón. El aceptar y el saber lo que es inaceptable, tanto para
ti como para otros. El hecho de que no quieras pagar más y sepas el precio
correcto no significa que no te vayan a timar y a torear, no precisamente en
ese orden.
En Pushkar también encontrarás ese lado
viajero donde la fraternidad entre paseantes del mundo, o al menos de un
cachito, se da en cada esquina. Echarte un chai con alguien desconocido que al
cabo de las horas acaba siendo tu mejor amiga. O al menos para los tres
próximos días. O seis. Depende de los
planes que seas capaz de cambiar por esta nueva amiga. O amigo. Pero, una vez
más, aprendes que nada es para siempre, y los amigos del viajero van y vienen.
Aunque los amigos sean para siempre, los viajes de diferentes personas son
variables y diversos, puesto que cada pocos días alguien se va, o eres tú el
que se va y deja a la gente plantada en algún lugar. A todos esos son a los que
siempre digo que en algún lugar del mundo nos encontraremos, y que si pasan por
Madrid, que me llamen por si acaso estoy por aquellos lares.
Como objetivo conseguido en Pushkar, y del que
me siento muy orgulloso, está el de haberme leído Shidhartta, de Hermann Hesse,
en inglés. Lo adquirí en un intercambio de libros en Varanassi con una griega
que me asustó al decirme que era muy difícil para ella. Lo he llevado bastante
bien y me he sorprendido a mí mismo por la complejidad del libro y la fluidez
de mi compresión en este idioma. Interesante libro que, leído aquí en India, o
en cualquier país en el que el budismo tenga acto de presencia, hace que sus
líneas cobren más sentido que en cualquier otro lugar del mundo.
¿Qué
tienes, Pushkar, que con tu simpleza india, que a los ojos occidentales nos
parece complejidad, nos cautivas con tanta facilidad? Lo que tiene es la pura
vida. El mercado y sus compradores y vendedores. La gentileza de una risa
sincera cuando algo es para reír. La seriedad de una cara cuando algo enfurece
a un transeúnte. Esa discusión entre compradora y vendedor de plátanos por el
hecho de que ese plátano está demasiado pocho. Los autobuses petados hasta el
techo. Los colores de los saris. Los gritos de impaciencia con los pises en las
calles. Los niños mendigos a los que enseñar algo es mejor que dar dinero (esto
es totalmente parcial). Pushkar tiene la parcialidad de un lugar en el que no
todo el mundo puede comprender su forma de girar y seguir girando.
Pushkar es ese sitio sagrado en un viaje en el
que lo sagrado pierde su sitio. En el que tantas normas diferentes en torno a
cultura y religión acaban abrumando a un paseante que todo lo puede, o todo lo
quiere poder, pero que en ocasiones se ve abrumado por todo el respeto que esas
culturas y religiones merecen y el poco respeto que se ofrece en ocasiones a la
forma de vivir del visitante. No es tan drástico como lo pinto, pero es
simplemente el dilema que surge en estos países con normas de conducta
diferentes. No saber si es lo correcto que un viajero tenga que adaptar sus
costumbres a las locales simplemente por encontrarse en un lugar diferente del
mundo. ¿Debe una chica cubrirse los hombros y la cabeza simplemente por
encontrarse en otra parte del mundo? ¿Quién respeta los hombros de esa chica y
su libertad para exponerlos? Siempre encontraremos la misma respuesta. ”Hay que
respetar las culturas las religiones”.
Pero en este concreto caso, nadie sabe darte una explicación de por qué la
chica se tiene que cubrir lo hombros. Es porque es así y punto, y es a estas
normas de conductas a las que no me opongo totalmente pero lanzo la pregunta de
si es realmente correcto ese comportamiento. Dilemas en la cabeza que, al andar
rondado por estos lares o por lo otros, se generan tras acumulación de
experiencias y de preguntas hacia el exterior y el interior de uno.
Después de unos días generando dudas y
respuestas a la vez, generando a su vez nuevas dudas, como me lleva pasando
durante el último año, salimos de Pushkar una sueca y yo. En segundo clase nos
subimos, para llegar a Udaipur después de pasarme dos horas sentado en los
escalones de la puerta del vagón mirando el paisaje y viendo como la gente echa
el agua caliente por la ventanilla para que acabe en mis rodillas como lluvia
inesperada. Esos matices de los trenes indios que nunca acabaré de comprender,
pero que cada vez que pasan me ponen una sonrisa de oreja a oreja en la cara.
Porque, ¿qué es un chorro de agua cuando te estás muriendo de calor? Al fin y
al cabo no es nada por lo que enfadarse si no algo por lo que alegrarse. Un
accidente en un país en el que poca gente piensa en las consecuencias que
acarrean en los demás los pequeños actos como este y muchos otros. Pero, a su
vez, un país en el que la confraternidad, la simpleza y la amistad se ven a la
vuelta de la esquina y, a veces, sin necesidad de dar la vuelta. Nos queda
mucho por aprender.
una de las bodas en Pushkar. todo el mundo desparramado y vestido de Aladdin. |
purita India! |
La Puerta del Sol, aunque aqui hace un solaco entodas partes que alucinas - Pushkar |
El templo mas blanco e impoluto se mezcla con las vacas y la calle mas llena de mierda de la historia - Pushkar de nuevo |
La "puja' u ofrenda al lago es un rito que se puede ver de manera frecuente en Pushkar. Hay vees que tan de cerca que te estan obligando a comprar flores y a pintarte la cara por unas pocas rupias |
Nos fuimos de Pushkar sin saber quien mierdas era John |
Pushkar, ciudad del desierto |
La que me liaron al intentar salir de este templo sin pagar la donacion... "no vuelvas", me dijo |
Desde lo alto, o casi, del templo de Brahma, viendo Pushkar a lo lejos. Sabina, con algun que otro problema para culminar el ascenso. hacia un calorazo... |
el dia de la "puja" las mujeres sacan sus mejores saris. y sus mejores y mas lustrosos pendientes para la nariz - Pushkar |
puja en el lago de Pushkar |
nos despedimos hasta de las vacas en la estacion de tren - Pushkar |
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