viernes, 18 de mayo de 2012

Jaisalmer y Bikaner: muy fuertes


Jaisalmer es también una de esas ciudades en las que no pasa nada, pero en las que me empapo. Al llegar desde Khuri el bus me dejó en medio de la nada, a las afueras de la ciudad. Aunque la ciudad tampoco es que sea una impresión de grande. Me dejó a las afueras de la muralla, o lo que queda de ella, y me tuve que hacer el paseo hacia el interior. Desde que llegas a Jaisalmer, aunque es verdad que esta era mi segunda llegada a la ciudad, ves el Fuerte. Un bastión largo y robusto situado en lo alto de una colina que ahora está rodeada por el resto de la ciudad. No se trata de un fuerte deshabitado, ya que en su interior, según fuentes a las que tampoco hay que hacer mucho caso, viven 3.000 personas. Eso es una barbaridad para el tiempo en el que vivimos, teniendo en cuenta que se construyó en 1.156 d.C. Son una burrada de años los que el fuerte lleva asentado sobre esa colina, y una maravilla verlo lleno de vida.

Como decía, el paseo hacia lo que me recomendaron como un buen sitio para quedarme, “Fort View Hotel”, fue más largo de lo esperado. Por no querer sacar el mapa empecé a preguntar a diestro y siniestro (alguno sabéis el porqué del mal uso de esta expresión en castellano y su origen y corrección). Pero, al preguntar, yo me acordaba de mi amigo Lluis, de Barcelona, que desde aquí saludo y que de vez en cuando se me viene a la mente cuando vivo situaciones que a él también le ocurrieron. Y me acordaba de él porque un buen día en Kalaw, en Myanamar, fue cuando me dijo “tú del indio no te fíes, porque cada uno te dirá una cosa”. Y es que es cierto que cada uno se pone de acuerdo para mandarte a un lado u a otro a discreción. No le importa al indio no tener ni idea y a tu pregunta de “dónde esta Fort View Hotel?” responderte “ahh… Font Crew Hotel… sí, para allá”. A eso le tienes que responder “no, no, majo, Fort View Hotel”, a lo que obtendrás un “sí, sí, eso, Front View Hotel”, con una mano indicadora que te manda hacia el mismo destino que Font Crew, que ni siquiera existe. Bueno, explicado esto sobra decir que me di un pirulo superbonito alrededor del Fuerte. Precioso. A 40ºC a la sombra con el macuto y tal y tal… PRECIOSO! Tras rodear el Fuerte, que parece que lo estaba mirando más para escalarlo y rodearlo que por lo bonito que es, llegué a mi destino.

Bueno, bueno… mi destino está regentado por un fenómeno que trabaja menos que la chaqueta de un guardia (Benito, esta expresión sé que no te hace gracia) y por su empleado que se llama Alí. Bien, Alí se ha convertido en mi compañero de alegrías y penas aquí en Jaisalemer. Al estar esta ciudad en el desierto, y por eso y la temporada en la que estamos, estar desierta, la verdad es que me he dedicado queriendo y sin querer a hacer migas con Alí Alí es indio-paquistaní de religión musulmana. Es un personaje alegre de vivir. Es un tipo que con una sonrisa de oreja a oreja te trasmite buen royo. Aunque a veces cansa un poco con tanto buen royo cuando llegas de todo el calorazo de la calle y te pega un berrido alegre como solo él sabe. Porque es de las únicas personas que si estás leyendo, o echándote la siesta con la puerta abierta, o echándote un cigarrito tranquilamente leyendo, te vendrá por detrás cual leopardo hacia su gacela y te berreará cerca de ti, desprevenido yo, “my brother!!! How are you doing??”. Que yo siempre que viene con esas me asusto y todo. Le digo “pero Alí, nen, que vas a despertar al vecindario…”. En fin, un buen tipo donde los haya que como no tiene otra cosa que hacer porque no hay clientela debido al calor, y debido al calor yo soy la única clientela y cada dos horas estoy en el hotel porque estas temperaturas no se aguantan, pues echo conversaciones con él a cada rato. El me enseña cómo hacer el ghatta curry y yo le digo que los piercings en Europa no se llevan por ningún motivo aparente más que porque te gustan. Él me cuenta que es un tipo del desierto, que su familia es una familia de maharas (no que estén locos, si no los maharajás del desierto, que en realidad no se dice maharajá, si no mahara). Que se vino para Jaisalmer porque en el pueblo no había trabajo, y que ahora apenas tiene dinero para volver una vez al mes, aunque lo va intentado. Que está muy feliz. Le intriga mucho cómo en Europa podemos ligarnos a una tía en una noche y acostarnos con ella. O viceversa. Es muy gracioso, hablando de Tailandia y de que hice lo propio por allá (no detallo), cuando me dice que le explique cómo se hace. Yo me quedo un poco a cuadros… con ganas de decirle que hay un manual en PDF en internet para hacerlo. Él me dice que si alguna vez se ha de casar, que será de la manera tradicional musulmana y rajashtaní. Que será por una dote de su familia a la familia de una mujer, y que será de esa manera y si no no será. En fin, aprendiendo culturilla del día a día con Alí en Jaisalmer.

O con Ardi dentro del fuerte. Ardi es un menda que ha estado viviendo en Mataró (esa catalana!!! Recuerdos, Patri) durante tres años trabajando para una agencia de viajes que organizaba viajes a India. Que digo yo que si ponen en Mataró a un indio vendiendo viajes a India seguro que da mucha más confianza y seguridad. Pues ahí hemos estado hablando del conflicto castellano-catalán y demás historias que uno la verdad es que no tenía pensado hablar con un indio. De como la familia de su novia en Mataró le intentó convertir a católico para poder casarse con ella, y que después de eso lo dejaron… En fin, intimidades que han empezado a salir en su conversación que yo me he plantado ahí a escuchar, cigarro tras cigarro, a la puerta de su negocio de ropa. Ahora la temporada baja es dura, porque el que viene, que son pocos, ni compran ni nada.

Jaisalemer y su fuerte. Y sus havelis, residencias típicas del Rajashtan, decoradas hasta los topes con sus cenefas talladas en la piedra arenisca color crema típica de esta región. Unas casas preciosas con mucha labor, que en su entonces se fabricaban a mano, piedra a piedra. Es un diseño muy entramado con distintos motivos peculiares de la zona, y que embaucan la vista cuando paseas por dentro y fuera del fuerte. Porque otra cosa no, pero lo único que sé hacer cuando salgo a la calle en Jaisalmer es pasear por su calles cámara en mano. Dispuesto a una conversación en cada esquina, o a que niños enloquecidos te asalten con el “hellowhat’syourname” todo seguido. O a que la gente te invite a sentarte a su lado. Me tienen frito con el sentarme y pensar en un nuevo cuestionario. Las preguntas más frecuentes, a las cuales debería referirme en un estudio que pronto empezaré son. “cómo te llamas, cuánto tiempo en Jaisalmer, what country (también expresado como which is the name of your country o from which country your from o por el más que concentrado y escueto yourfrom?), en qué trabajas, cuál es tú salario (a lo que siempre sigue un “y a ti que te importa”). Cómprame algo siempre viene al final de todas esas peguntas. Si llegas al final del cuestionario sin haberte cansado, ya sea porque el energúmeno en cuestión es majete o porque no te dejan irte, vendrá la afirmación por excelencia: you are rich, you have to buy something. Yo les hago entender que la pasta cuesta ganarla, no sin algo de sentimiento de culpa al ver en qué condiciones viven algunas personas aquí. Pero tienen que comprender que no todos los que visitamos India somos gilipollas que vamos dejando dólares a nuestro paso. Que no todos somos de comprar lo que no necesitamos. Aunque no entienden porque no compro lo que no necesito, pero aun así viajo, que es algo que tampoco necesito primordialmente.

Algo que tampoco entienden es que venga al desierto, a Jaisalmer, y no me apunte a uno de los safaris de camellos. A mí la verdad es que no me importaría irme al desierto un par de días, dormir en las dunas, con todo el cielo estrellado y hablar con alguno de estos muchachos que se dedican en la vida a patear a lomos de su camello las arenas. Pero luego pienso en los camellos, e igual que no lo hice con los elefantes ni en Tailandia, ni en Laos ni en Camboya, no lo voy a hacer con los camellos. Y los del jeep es algo bastante caro. Y la opción de andar por el desierto con el calorazo que hace no ha entrado en mis opciones porque si no aguanto en Jaisalmer más de una hora en las calles, creo que en el desierto tampoco voy a poder.

Así que vengo haciendo en Jaisalmer lo que hay que hacer, o lo que puedo hacer, cuando una ciudad es atractiva pero el calor aprieta. Me pateo la zona, me paro echar un chai o un lassi, me doy un garbeo más, me paro otra vez, me vuelvo al hotel y, pensando que el saber no ocupa lugar, me dedico a mis libros y a mis historias. Que al fin y al cabo el tiempo nunca es perdido y siempre se aprende algo más, aunque no sea sobre la ciudad en la que estás, si no sobre un preso condenado a labores forzosas durante el resto de su vida en la Guayana Francesa en los años treinta, y de cómo éste intenta escaparse por todos los medios. Hay una película, con el mismo nombre del libro: Papillon. El libro escrito por Henri Charriere, el propio encarcelado y fugitivo. Lo que me da una idea, y es de poner un link en este blog con la literatura leída a lo largo de este viaje. Ya que eliminé la música…

A las cuatro de la tarde en Jaisalmer ni un alma se deja correr por las calles. El calor aprieta, horneando todo lo que pilla. La gente que debe salir a la calle por el motivo que sea lo hace en sus túnicas blancas, sus turbantes… o en sus ligeros saris de seda que dan al cuerpo fresquito, y a mi vista un atractivo rango de colores que pasean por las calles, acompañados por el tintineo de los cascabeles en los tobillos. Aquel prepara su carro con un aparato de aire acondicionado gigante, para llevarlo a quién quiera que sea el comprador, sabiendo que no tendrá ni la más mínima opción de recibir ni un poquito del fresquito que la máquina dará. Las vacas a su royo, comiendo mierda del suelo, a parte de algún chapati que algún personaje les da. Porque aquí hay gente que en vez de darles de comer a las palomas, pues les da de comer a las vacas. Porque, ante todo, las vacas aquí siguen siendo sagradas, a veces más, a veces menos. Para alguno, lo son tanto que las veneran, las pintan, les ponen collares… Collares que a veces son cadenas de trasmisión de una moto, pero collares. Son sagradas para los musulmanes también, así que ellos no comen cerdo, y aquí en India tampoco vaca. De todas maneras, en algunos momentos parece que la gente ya no les tiene tanto respeto a estos bovinos, sacudiéndoles algún que otro manotazo cuando se escabullen con un par de limones de una tienda.

La vida se paraliza a la una de la tarde, y no vuelve a aparecer hasta las cuatro. Es un poco como en España cuando las tiendas cerraban de dos a cuatro y todo el mundo se iba a comer o se echaba la siesta. Después de ese rato los niños juegan al cricket, se hacen fotos conmigo, o directamente me piden que les haga fotos. Algunas señoras separan el grano de la paja en enormes barreños de acero. El fuerte, arenisco y amarillo pálido, lo contempla todo desde las alturas. Los conductores de ricksaw duermen en la parte de atrás de su vehículo, dejando pasar las horas de calor que aprovechan para echar una cabezadita. Los pitidos descansan a la sombra, junto a sus motos y sus dueños, dejando un poco de paz en estas horas de descanso para todos. Con ganas de pasar algo de fresquito en el norte, me planteo salir de esta ciudad en un día o dos. Aunque me llevará dos días llegar a Kashmir, por lo que seguramente parta el viaje en dos etapas que me faciliten el trayecto, parando en Bikaner, y tal vez también en Amritsar. Pero, ante todo, en mi cabeza los Himalayas Indios.

Puesto en marcha, me dirigí a Bikaner. Todavía no consigo salir del Rajashtan indio, que pese a su calor me tiene atrapado. La frescura, pese al calor también, de sus gentes. Lo honesto que hay en sus miradas me deja un poco con ganas de más. Tienen ese punto de trapicheros-vendedores, pero cuando ven que no eres uno cualquiera que pagaría una millonada por una porquería, hablan contigo de lo que sea. Todo es negocio, pero con otras dimensiones. Nunca falta ese “si te decides a comprar algo, pásate por aquí” al final de una conversación con un tendero. Saben ganarse tu confianza y, al fin y al cabo, si necesito algo lo compraré a alguien con el que he estado hablando durante aunque sean quince minutos que a alguien que no conozco de nada. Y como yo soy muy de perder cosas, pues ya he perdido mi longi de Myanmar. Un recuerdo que me traje de ese país, y que me ha dado mucha pena no recuperar. Tenía alguna esperanza de que la japonesa que estaba en Khuri lo recuperara y me lo trajera a Jaisalmer, puesto que sabía el lugar en que yo me iba a quedar a dormir. Pero no se ha dado el caso. En fin, todo es mucho más que lo material cuando se trata de viajar. Al menos a esa idea me hice después de perder la bolsa con billetes, monedas y chapas de cerveza de 15 países diferentes. Ahora tengo un longi nuevo (longi es la falta birmana –llevo mucho tiempo diciendo burmés, y la palabra correcta es birmano. Patadas al diccionario, mil -, india y nepalí fabricada a partir de un simple trozo de tela, muy largo, que se apaña de maneras diferentes a base de dobleces y repliegues para que se adapte al cuerpo) que es amarillo fosforito. Mide tres metros y me pierdo en él cuando salgo de la ducha. Porque es lo que tiene el longi, que lo mismo te lo pones de falda, que de sábana, que de toalla. Y ha sido después de una ducha con mi longi nuevo y de observar el fuerte de Jaisalmer por última vez desde la azotea, acompañado por Alí, cuando he salido pitando –con el ricksaw –hacia la estación.

Se me dispersan las historias cuando iba a contar que salí de Jaisalmer para emprender el camino a Bikaner. Un tren partía a las once de la mañana atravesando el desierto y sus pueblos. Cinco horas de eterna sequía en los alrededores. De poco más que matorrales y unos cuantos camellos salvajes cruzando la vía o corriendo paralelos al tren. No hace falta ir a las dunas del desierto para encontrarse con camellos salvajes, y es que los trenes, sea en el país que sea, tienen mucho que enseñar si uno los coge de día. Porque este ha sido mi primer tren durante las horas en las que aprieta el Sol en todo el mes que llevo en India. Un tren que, en segunda clase, pese a la idea preconcebida de que estuviera petado, ha sido el más cómodo que he cogido nunca. Ocho asientos para mí, que de tanta comodidad yo ya no sabía cómo sentarme. Un trayecto a lo largo del desierto durante cinco horas que me ha llenado de arena. Arena de playa que se ha quedado en los asientos, formando la silueta de mi culo cuando me he levantado para ir al baño maloliente del vagón. Algún cigarro agarrado al pasamanos de la puerta, balanceando el cuerpo hacia afuera del vagón por la puerta, viendo pasar la vida y también las zonas inhabitadas del desierto. Viendo pasar lo que no tiene nada que enseñar, pero que por su extensión e infinidad me recordaban mucho a Siberia. Los molinos eólicos se suceden sin parar, en un afán irrefrenable (“afán” e “irrefrenable” creo que son palabras que van siempre juntas, como “innumerables” y “ocasiones”, “aledaños” y “estadio”, “prolegómenos” y “partido”, “orgullo” y “satisfacción”, como decía Joaquín Reyes) por mantener todos los puestos militares fronterizos que el gobierno tiene que mantener debido a las disputas constantes con Pakistán.

He llegado a Bikaner sin saber muy bien a dónde llegaba, porque en mi billete ponía Lalgarg Junction, pero yo quería llegar a Bikaner Junction. Y es que aquí todas las estaciones de las ciudades se llaman X Junction. Pero resulta que esta estaba a cinco kilómetros de la ciudad. Pues me he acoplado a un ricksaw con una familia y, tras conversación estándar y una paradita en el cuartel de la policía, al cual hemos entrado porque el padre era madero y vivían allí, nos hemos dirigido al centro de la ciudad. En un intento de dejar de conducir y parar a la sombra para no meterse en todo el tráfico, el amable señor me ha dicho que un poco más adelante se encontraba Kothe Gate, la entrada al casco antiguo. El señor ha dejado de ser amable cuando he visto el Kothe Gate a 500m con un sol que me hacía sudar hasta el blanco de los ojos. Un poquito de agua, una samosa y a correr. Amiga Lonely Planet, no sé por qué dices que los hoteles y guesthouses están esparcidas por toda la ciudad. En realidad tienes razón en que están esparcidas, pero no en un gran número. Parece que en Jaisalmer se les rompió el saco y aquí a Bikaner llegaron ya con un puñadito de camas y restaurantes. Están esparcidas, pero sin generosidad. Creo que estoy en la única que hay en el casco antiguo, o al menos la única que he encontrado después de andar durante tres cuartos de hora. También por hacer caso a los malditos indios. No malditos por indios, si no por malditas sus explicaciones. O a su falta de rigor. Si le llego a hacer caso al primero, a lo mejor estoy ya en Jaisalmer de nuevo buscando una cama para dormir. Después de media horita caminando he decidido hacer caso a la guía y buscar la que ponen que está en la zona vieja de la ciudad. Pero, aun así, ha sido algo complicado encontrarla. Todo sea por estar viviendo en una casita muy cuca. Un haveli en el que vive una familia con un padre, Gouri, una madre, Tara, y una cría chiquitaja, Komal. O al menos eso me ha parecido entender. Estoy yo solo. Y creo que en Bikaner también, porque no me ha parecido ver guiris a mi paso.

Tras una llegada muy aplatanada y sin más ganas que de salir a buscar un sitio donde tomarme un buen chai y contemplar las estrellas desde la azotea del haveli, me desperté prontito por la mañana. Esperando que el sol no apretase tanto me dirigí a ver el fuerte de Bikaner. Sí, amigos de la arquitectura, las ciudades grandes, o no tan grandes, aquí en Rajashtan se caracterizan por sus fuertes. Zona de conflictos entre maharas, indios y pakistaníes durante años o siglos, aquí reinan edificios enormes en los que contemplar la fuerza y la capacidad de defensa de los maharas. Se acabó de construir en 1.593, y sus tonos rojizos, junto a su corpulencia, hacen de él un aparatoso conjunto de piedra en una ciudad en la que reina el caos, el tráfico, los camellos tirando de carros con mercancía, las tiendas de zapatillas (?) y una vía de ferrocarril que deja una cicatriz cortando la ciudad de este a oeste. El fuerte es muy bello en cuanto a decoración, con todos estos motivos florales en paredes, techos, ventanas, ventanales y puertas. Pero más sobrecogedoras son las exposiciones de material de época que tienen en su interior. Una sala de armas que bien podría haber equipado a un ejército entero, compuesta por armas de fuego y todo tipo de armas de filo: dagas, espadas, espadines, espadones, (no me sé más nombres). Además, mazos, arcos, corazas, escudos, cascos, lanzas… he hecho un buen archivo fotográfico que creo que a Yago le gustará. Además, en Junagarth, que es el nombre del fuerte, se pueden ver fotos de diferentes marahas en su época, a principios del siglo XX, porque antes no había cámaras de fotos, y también, en un gran hall interior, sus enseres: camas, sillas, vajillas, textiles, tronos, tronos para salir a pasear ante la muchedumbre, y un avión. Sí señor, un avión hecho y derecho, con sus alas y su motor y todo metido a cubierto en un hall con sus columnas y todo. Un regalo del Imperio Británico por su apoyo con tropas en la I Guerra Mundial. Ahí es nada!

Después de unas horas de fuerte, de paseo por la ciudad de vuelta a Shanti House, unas compritas, un poco de labores del hogar (lavar la ropa, coser algunos desperfectos…), algo de comida, algo de lectura y una siestecita, me he levantado con un toque a mi puerta. Gouri me dice que van a ir al templo, a 50km de Bikaner (en coche), que si quiero apuntarme. Él y dos amigos suyos, junto a mí, vamos hacia el templo. Temerariamente, pero no fuera de lo habitual en India, nos dirigimos por la carretera, muy bien asfaltada, por cierto, hacia el templo. Después de una hora llegamos allá. La verdad es que no hablan demasiado. No han hablado en todo el trayecto, y a alguna pregunta o intento de empezar una conversación que he tenido he recibido respuestas concisas. He decidido callarme. Hemos llegado allí, al templo, y ellos tres han realizado sus plegarias, ritos y rezos mientras yo contemplaba un templo cuyo centro era de mármol, pero que parecía agrandado cutremente con ladrillo y hormigón. Más tarde Gouri me ha contado que la gente va a este templo a rezar cuando tienen un problema gordo. Se trata del templo más antiguo de la zona, por lo que no se trata de cualquier edificio de hormigón. Me dice que, viviendo en Bikaner de siempre, esta es la tercera vez que va a ese templo en su vida. Vuelta a casa y a dormir. Estoy reventado.

Tras la imposibilidad de salir de Bikaner a Amritsar porque he perdido la oportunidad de comprar un billete de bus, me tengo que esperar un día más. He decidido ponerme un poco las pilas y salir de Bikaner hacia Deshkot, en una visita relámpago. En Deshkot se encuentra el Karni Mala (Templo de las Ratas). Ni son de piedra, ni están talladas en madera. Literalmente Karni Mala está infestado de ratas, sin que nadie me oiga. Porque para nadie suponen una plaga. La historia del templo es que Karni Mata pidió a Yama, dios de la muerte, que rencarnara a su hijo. Al negarse, Yama se vio golpeado por los poderes de Karni Mata, que decretó que todos los miembros de la familia de Yama fueran rencarnados en ratas. Y ahí las tenemos dando vueltas por el templo. Al entrar en el templo, en lo que se puede designar como patio, no se ve nada. Da lugar a pensar que es uno de esos lugares llamado Templo de las Ratas en el que habrá tres o cuatro, y escondidas. Pero luego, al empezar a pasear, me encontré con que nada de eso. El templo está lleno de rencarnaciones de la familia de Yama por todos lados. Te sientas a observar como corretean, y de vez en cuando se observa algún grito de alguien a quien le ha rozado alguna, o le ha saltado alguna por algún lado. Me incluyo. Estaba tirando una foto cuando una me ha pasado por encima de un pie, sin zapatillas, claro, y me he acojonado. O me he asqueado. O las dos. La gente, además, muy devota ella, les da de comer, porque son familia de dioses. No sin dejar de ver alguna muerta por aquí y por allá, alguna despeluchada, he paseado por el interior del templo, pero con un ratito me ha sido suficiente.

Parece que se nota bastante cuando tengo tiempo para escribir, porque esto va párrafo tras párrafo sin parar. En Papillon, el libro que estoy leyendo ahora, Henri tiene una frase que repite cada poco, y es que sus aventuras no son para menos. Él suele decir “después de esto, ya lo he visto todo”. Y en realidad es cierto. Cada día digo lo mismo con respecto a muchas cosas en India. Pero lo de esta tarde ha sido para mearse. Gouri me ha llevado a un lugar en el que sus amigos, con los que visité ayer el templo, tienen un taller de pintura miniaturista. Véase que hacen láminas al más mínimo detalle, pero nada que ver con el superrealismo. Es mucho más colorido, estilo indio. La verdad es que me ha parecido bastante interesante, y dejando de lado que nadie me ha presionado para comprar, me he comprado dos cositas que me han gustado mucho, mucho. Gouri tiene amigos. Ya sea por negocios o por verdadera amistad, lo que tiene son amigos. De un lado a otro con su furgonetilla hemos ido a visitar a algunos, después del taller de pintura. Nos hemos pasado por una fábrica de elementos varios hechos con seda, pelo de camello, algodón y demás. Todo al más puro estilo indio también. Exportan a todos los países del mundo, pero también venden al pormenor. Buenos precios y demás. Gouri tiene sus chanchullos y a través de su amigo se saca cosas gratis cada dos por tres, por lo que me ha estado contando y por lo que he estado viendo. Más tarde me ha dicho que se dedica a esto. Luego hemos pasado por otra tienda, y antes de llegar me ha dicho “el jefe de mi amigo está dentro, por lo que tú vas a hablar con mi amigo como si fueras cliente y yo mientras hablo con mi otro amigo para que me dé mis cositas. El jefe va a estar más atento a cómo te vende a ti que a las vueltas que yo me doy por la tienda”. Y así ha sido. Luego le he preguntado que si normalmente utiliza a la gente que se queda en su guesthouse para hacer esta serie de chanchullos. Me ha dicho que no, que en realidad no tiene necesidad, pero que hoy había salido así. En realidad Gouri es un muy buen tipo. A través de él he conocido a gente muy variopinta de Bikaner, y me ha dado algunas ideas de futuro. Me ha ayudado con los tickets de autobús sin comisión, me deja su internet, me invita a comer y a beber a veces… En fin, que a mi no me costaba hacer el paripé entrando en el papel de “comprador ficticio”.

Ahora ya estoy en Armitsar, ciudad del Templo Dorado. Después de doce horas en autobús desde Bikaner, pasando por una tormenta de arena que me ha dejado como si me hubiera rebozado por la playa con mochilas incluidas, ya estoy limpito y duchadito. Porque un tormenta de arena, cuando las puertas del autobús van abiertas, pues es lo que tiene. Y cuando la gente abre las ventanillas, pues también, es lo que tiene. Y cuando la tormenta dura seis horas, pues en esas estamos.

Atardece en Jaisalmer. el fuerte ante todo

Fuerte de Jaisalmer

Todos los havelis estan decorados con este tipo de cenefas, muy atractivas, en Jaisalmer

La puerta hacia Jaisalmer

Esta si es la ciudad de las ventanas - Jaisalmer

Jaisalmer desde lo alto


un amor imposible





enanito reivindicativo

una de esas escaleras hacia ninguna parte. Jaisalmer



buscando al doctor pa q me de la receta


WIFI hasta en el descampao






el tren estre Jaisalmer y Bikaner era un poco de esto...

... y otro poco de esto otro


estos si que estan de pelicula - Bikaner

Kothe Gate - Bikaner

El Sol

Sobre estos sables bailaban los bufones del maraha...

...algo asi - Junghar Fort en Bikaner

Interior de Junaghar


El listo que metio un avion en un hall - Junaghar


Karni Mala - Templo de las Ratas en Deshnok



no me atrevi a acercarme mas, pero mientras lo ponia fue cuando se me subio una rata al pie y di un brinco que pa que!!!

Mirindas Asesinas

Fuerte de Jaisalmer

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