Jaisalmer es también una de esas ciudades en
las que no pasa nada, pero en las que me empapo. Al llegar desde Khuri el bus
me dejó en medio de la nada, a las afueras de la ciudad. Aunque la ciudad
tampoco es que sea una impresión de grande. Me dejó a las afueras de la
muralla, o lo que queda de ella, y me tuve que hacer el paseo hacia el
interior. Desde que llegas a Jaisalmer, aunque es verdad que esta era mi
segunda llegada a la ciudad, ves el Fuerte. Un bastión largo y robusto situado
en lo alto de una colina que ahora está rodeada por el resto de la ciudad. No
se trata de un fuerte deshabitado, ya que en su interior, según fuentes a las
que tampoco hay que hacer mucho caso, viven 3.000 personas. Eso es una
barbaridad para el tiempo en el que vivimos, teniendo en cuenta que se
construyó en 1.156 d.C. Son una burrada de años los que el fuerte lleva
asentado sobre esa colina, y una maravilla verlo lleno de vida.
Como decía, el paseo hacia lo que me
recomendaron como un buen sitio para quedarme, “Fort View Hotel”, fue más largo
de lo esperado. Por no querer sacar el mapa empecé a preguntar a diestro y
siniestro (alguno sabéis el porqué del mal uso de esta expresión en castellano
y su origen y corrección). Pero, al preguntar, yo me acordaba de mi amigo
Lluis, de Barcelona, que desde aquí saludo y que de vez en cuando se me viene a
la mente cuando vivo situaciones que a él también le ocurrieron. Y me acordaba
de él porque un buen día en Kalaw, en Myanamar, fue cuando me dijo “tú del
indio no te fíes, porque cada uno te dirá una cosa”. Y es que es cierto que
cada uno se pone de acuerdo para mandarte a un lado u a otro a discreción. No
le importa al indio no tener ni idea y a tu pregunta de “dónde esta Fort View
Hotel?” responderte “ahh… Font Crew Hotel… sí, para allá”. A eso le tienes que
responder “no, no, majo, Fort View Hotel”, a lo que obtendrás un “sí, sí, eso,
Front View Hotel”, con una mano indicadora que te manda hacia el mismo destino
que Font Crew, que ni siquiera existe. Bueno, explicado esto sobra decir que me
di un pirulo superbonito alrededor del Fuerte. Precioso. A 40ºC a la sombra con
el macuto y tal y tal… PRECIOSO! Tras rodear el Fuerte, que parece que lo
estaba mirando más para escalarlo y rodearlo que por lo bonito que es, llegué a
mi destino.
Bueno, bueno… mi destino está regentado por un
fenómeno que trabaja menos que la chaqueta de un guardia (Benito, esta
expresión sé que no te hace gracia) y por su empleado que se llama Alí. Bien,
Alí se ha convertido en mi compañero de alegrías y penas aquí en Jaisalemer. Al
estar esta ciudad en el desierto, y por eso y la temporada en la que estamos,
estar desierta, la verdad es que me he dedicado queriendo y sin querer a hacer
migas con Alí Alí es indio-paquistaní de religión musulmana. Es un personaje
alegre de vivir. Es un tipo que con una sonrisa de oreja a oreja te trasmite
buen royo. Aunque a veces cansa un poco con tanto buen royo cuando llegas de
todo el calorazo de la calle y te pega un berrido alegre como solo él sabe.
Porque es de las únicas personas que si estás leyendo, o echándote la siesta
con la puerta abierta, o echándote un cigarrito tranquilamente leyendo, te
vendrá por detrás cual leopardo hacia su gacela y te berreará cerca de ti,
desprevenido yo, “my brother!!! How are you doing??”. Que yo siempre que viene
con esas me asusto y todo. Le digo “pero Alí, nen, que vas a despertar al
vecindario…”. En fin, un buen tipo donde los haya que como no tiene otra cosa
que hacer porque no hay clientela debido al calor, y debido al calor yo soy la
única clientela y cada dos horas estoy en el hotel porque estas temperaturas no
se aguantan, pues echo conversaciones con él a cada rato. El me enseña cómo
hacer el ghatta curry y yo le digo que los piercings en Europa no se llevan por
ningún motivo aparente más que porque te gustan. Él me cuenta que es un tipo
del desierto, que su familia es una familia de maharas (no que estén locos, si
no los maharajás del desierto, que en realidad no se dice maharajá, si no
mahara). Que se vino para Jaisalmer porque en el pueblo no había trabajo, y que
ahora apenas tiene dinero para volver una vez al mes, aunque lo va intentado.
Que está muy feliz. Le intriga mucho cómo en Europa podemos ligarnos a una tía
en una noche y acostarnos con ella. O viceversa. Es muy gracioso, hablando de
Tailandia y de que hice lo propio por allá (no detallo), cuando me dice que le
explique cómo se hace. Yo me quedo un poco a cuadros… con ganas de decirle que
hay un manual en PDF en internet para hacerlo. Él me dice que si alguna vez se
ha de casar, que será de la manera tradicional musulmana y rajashtaní. Que será
por una dote de su familia a la familia de una mujer, y que será de esa manera
y si no no será. En fin, aprendiendo culturilla del día a día con Alí en
Jaisalmer.
O con Ardi dentro del fuerte. Ardi es un menda
que ha estado viviendo en Mataró (esa catalana!!! Recuerdos, Patri) durante
tres años trabajando para una agencia de viajes que organizaba viajes a India.
Que digo yo que si ponen en Mataró a un indio vendiendo viajes a India seguro
que da mucha más confianza y seguridad. Pues ahí hemos estado hablando del
conflicto castellano-catalán y demás historias que uno la verdad es que no
tenía pensado hablar con un indio. De como la familia de su novia en Mataró le
intentó convertir a católico para poder casarse con ella, y que después de eso
lo dejaron… En fin, intimidades que han empezado a salir en su conversación que
yo me he plantado ahí a escuchar, cigarro tras cigarro, a la puerta de su
negocio de ropa. Ahora la temporada baja es dura, porque el que viene, que son
pocos, ni compran ni nada.
Jaisalemer y su fuerte. Y sus havelis,
residencias típicas del Rajashtan, decoradas hasta los topes con sus cenefas
talladas en la piedra arenisca color crema típica de esta región. Unas casas
preciosas con mucha labor, que en su entonces se fabricaban a mano, piedra a
piedra. Es un diseño muy entramado con distintos motivos peculiares de la zona,
y que embaucan la vista cuando paseas por dentro y fuera del fuerte. Porque
otra cosa no, pero lo único que sé hacer cuando salgo a la calle en Jaisalmer
es pasear por su calles cámara en mano. Dispuesto a una conversación en cada esquina,
o a que niños enloquecidos te asalten con el “hellowhat’syourname” todo
seguido. O a que la gente te invite a sentarte a su lado. Me tienen frito con
el sentarme y pensar en un nuevo cuestionario. Las preguntas más frecuentes, a
las cuales debería referirme en un estudio que pronto empezaré son. “cómo te
llamas, cuánto tiempo en Jaisalmer, what country (también expresado como which
is the name of your country o from which country your from o por el más que
concentrado y escueto yourfrom?), en qué trabajas, cuál es tú salario (a lo que
siempre sigue un “y a ti que te importa”). Cómprame algo siempre viene al final
de todas esas peguntas. Si llegas al final del cuestionario sin haberte
cansado, ya sea porque el energúmeno en cuestión es majete o porque no te dejan
irte, vendrá la afirmación por excelencia: you are rich, you have to buy
something. Yo les hago entender que la pasta cuesta ganarla, no sin algo de
sentimiento de culpa al ver en qué condiciones viven algunas personas aquí.
Pero tienen que comprender que no todos los que visitamos India somos
gilipollas que vamos dejando dólares a nuestro paso. Que no todos somos de
comprar lo que no necesitamos. Aunque no entienden porque no compro lo que no
necesito, pero aun así viajo, que es algo que tampoco necesito primordialmente.
Algo que tampoco entienden es que venga al
desierto, a Jaisalmer, y no me apunte a uno de los safaris de camellos. A mí la
verdad es que no me importaría irme al desierto un par de días, dormir en las
dunas, con todo el cielo estrellado y hablar con alguno de estos muchachos que
se dedican en la vida a patear a lomos de su camello las arenas. Pero luego
pienso en los camellos, e igual que no lo hice con los elefantes ni en
Tailandia, ni en Laos ni en Camboya, no lo voy a hacer con los camellos. Y los
del jeep es algo bastante caro. Y la opción de andar por el desierto con el
calorazo que hace no ha entrado en mis opciones porque si no aguanto en
Jaisalmer más de una hora en las calles, creo que en el desierto tampoco voy a
poder.
Así que vengo haciendo en Jaisalmer lo que hay
que hacer, o lo que puedo hacer, cuando una ciudad es atractiva pero el calor
aprieta. Me pateo la zona, me paro echar un chai o un lassi, me doy un garbeo
más, me paro otra vez, me vuelvo al hotel y, pensando que el saber no ocupa
lugar, me dedico a mis libros y a mis historias. Que al fin y al cabo el tiempo
nunca es perdido y siempre se aprende algo más, aunque no sea sobre la ciudad
en la que estás, si no sobre un preso condenado a labores forzosas durante el
resto de su vida en la Guayana Francesa en los años treinta, y de cómo éste
intenta escaparse por todos los medios. Hay una película, con el mismo nombre
del libro: Papillon. El libro escrito por Henri Charriere, el propio
encarcelado y fugitivo. Lo que me da una idea, y es de poner un link en este
blog con la literatura leída a lo largo de este viaje. Ya que eliminé la
música…
A las cuatro de la tarde en Jaisalmer ni un
alma se deja correr por las calles. El calor aprieta, horneando todo lo que
pilla. La gente que debe salir a la calle por el motivo que sea lo hace en sus
túnicas blancas, sus turbantes… o en sus ligeros saris de seda que dan al
cuerpo fresquito, y a mi vista un atractivo rango de colores que pasean por las
calles, acompañados por el tintineo de los cascabeles en los tobillos. Aquel
prepara su carro con un aparato de aire acondicionado gigante, para llevarlo a
quién quiera que sea el comprador, sabiendo que no tendrá ni la más mínima
opción de recibir ni un poquito del fresquito que la máquina dará. Las vacas a
su royo, comiendo mierda del suelo, a parte de algún chapati que algún
personaje les da. Porque aquí hay gente que en vez de darles de comer a las
palomas, pues les da de comer a las vacas. Porque, ante todo, las vacas aquí
siguen siendo sagradas, a veces más, a veces menos. Para alguno, lo son tanto
que las veneran, las pintan, les ponen collares… Collares que a veces son
cadenas de trasmisión de una moto, pero collares. Son sagradas para los
musulmanes también, así que ellos no comen cerdo, y aquí en India tampoco vaca.
De todas maneras, en algunos momentos parece que la gente ya no les tiene tanto
respeto a estos bovinos, sacudiéndoles algún que otro manotazo cuando se
escabullen con un par de limones de una tienda.
La vida se paraliza a la una de la tarde, y no
vuelve a aparecer hasta las cuatro. Es un poco como en España cuando las
tiendas cerraban de dos a cuatro y todo el mundo se iba a comer o se echaba la
siesta. Después de ese rato los niños juegan al cricket, se hacen fotos
conmigo, o directamente me piden que les haga fotos. Algunas señoras separan el
grano de la paja en enormes barreños de acero. El fuerte, arenisco y amarillo
pálido, lo contempla todo desde las alturas. Los conductores de ricksaw duermen
en la parte de atrás de su vehículo, dejando pasar las horas de calor que
aprovechan para echar una cabezadita. Los pitidos descansan a la sombra, junto
a sus motos y sus dueños, dejando un poco de paz en estas horas de descanso
para todos. Con ganas de pasar algo de fresquito en el norte, me planteo salir
de esta ciudad en un día o dos. Aunque me llevará dos días llegar a Kashmir,
por lo que seguramente parta el viaje en dos etapas que me faciliten el
trayecto, parando en Bikaner, y tal vez también en Amritsar. Pero, ante todo,
en mi cabeza los Himalayas Indios.
Puesto en marcha, me dirigí a Bikaner. Todavía
no consigo salir del Rajashtan indio, que pese a su calor me tiene atrapado. La
frescura, pese al calor también, de sus gentes. Lo honesto que hay en sus
miradas me deja un poco con ganas de más. Tienen ese punto de
trapicheros-vendedores, pero cuando ven que no eres uno cualquiera que pagaría
una millonada por una porquería, hablan contigo de lo que sea. Todo es negocio,
pero con otras dimensiones. Nunca falta ese “si te decides a comprar algo,
pásate por aquí” al final de una conversación con un tendero. Saben ganarse tu
confianza y, al fin y al cabo, si necesito algo lo compraré a alguien con el
que he estado hablando durante aunque sean quince minutos que a alguien que no
conozco de nada. Y como yo soy muy de perder cosas, pues ya he perdido mi longi
de Myanmar. Un recuerdo que me traje de ese país, y que me ha dado mucha pena
no recuperar. Tenía alguna esperanza de que la japonesa que estaba en Khuri lo
recuperara y me lo trajera a Jaisalmer, puesto que sabía el lugar en que yo me
iba a quedar a dormir. Pero no se ha dado el caso. En fin, todo es mucho más
que lo material cuando se trata de viajar. Al menos a esa idea me hice después
de perder la bolsa con billetes, monedas y chapas de cerveza de 15 países
diferentes. Ahora tengo un longi nuevo (longi es la falta birmana –llevo mucho
tiempo diciendo burmés, y la palabra correcta es birmano. Patadas al
diccionario, mil -, india y nepalí fabricada a partir de un simple trozo de
tela, muy largo, que se apaña de maneras diferentes a base de dobleces y
repliegues para que se adapte al cuerpo) que es amarillo fosforito. Mide tres
metros y me pierdo en él cuando salgo de la ducha. Porque es lo que tiene el
longi, que lo mismo te lo pones de falda, que de sábana, que de toalla. Y ha
sido después de una ducha con mi longi nuevo y de observar el fuerte de
Jaisalmer por última vez desde la azotea, acompañado por Alí, cuando he salido
pitando –con el ricksaw –hacia la estación.
Se me dispersan las historias cuando iba a
contar que salí de Jaisalmer para emprender el camino a Bikaner. Un tren partía
a las once de la mañana atravesando el desierto y sus pueblos. Cinco horas de
eterna sequía en los alrededores. De poco más que matorrales y unos cuantos
camellos salvajes cruzando la vía o corriendo paralelos al tren. No hace falta
ir a las dunas del desierto para encontrarse con camellos salvajes, y es que
los trenes, sea en el país que sea, tienen mucho que enseñar si uno los coge de
día. Porque este ha sido mi primer tren durante las horas en las que aprieta el
Sol en todo el mes que llevo en India. Un tren que, en segunda clase, pese a la
idea preconcebida de que estuviera petado, ha sido el más cómodo que he cogido
nunca. Ocho asientos para mí, que de tanta comodidad yo ya no sabía cómo
sentarme. Un trayecto a lo largo del desierto durante cinco horas que me ha
llenado de arena. Arena de playa que se ha quedado en los asientos, formando la
silueta de mi culo cuando me he levantado para ir al baño maloliente del vagón.
Algún cigarro agarrado al pasamanos de la puerta, balanceando el cuerpo hacia
afuera del vagón por la puerta, viendo pasar la vida y también las zonas
inhabitadas del desierto. Viendo pasar lo que no tiene nada que enseñar, pero
que por su extensión e infinidad me recordaban mucho a Siberia. Los molinos
eólicos se suceden sin parar, en un afán irrefrenable (“afán” e “irrefrenable”
creo que son palabras que van siempre juntas, como “innumerables” y
“ocasiones”, “aledaños” y “estadio”, “prolegómenos” y “partido”, “orgullo” y
“satisfacción”, como decía Joaquín Reyes) por mantener todos los puestos
militares fronterizos que el gobierno tiene que mantener debido a las disputas
constantes con Pakistán.
He llegado a Bikaner sin saber muy bien a
dónde llegaba, porque en mi billete ponía Lalgarg Junction, pero yo quería
llegar a Bikaner Junction. Y es que aquí todas las estaciones de las ciudades
se llaman X Junction. Pero resulta que esta estaba a cinco kilómetros de la
ciudad. Pues me he acoplado a un ricksaw con una familia y, tras conversación
estándar y una paradita en el cuartel de la policía, al cual hemos entrado
porque el padre era madero y vivían allí, nos hemos dirigido al centro de la
ciudad. En un intento de dejar de conducir y parar a la sombra para no meterse
en todo el tráfico, el amable señor me ha dicho que un poco más adelante se
encontraba Kothe Gate, la entrada al casco antiguo. El señor ha dejado de ser
amable cuando he visto el Kothe Gate a 500m con un sol que me hacía sudar hasta
el blanco de los ojos. Un poquito de agua, una samosa y a correr. Amiga Lonely
Planet, no sé por qué dices que los hoteles y guesthouses están esparcidas por
toda la ciudad. En realidad tienes razón en que están esparcidas, pero no en un
gran número. Parece que en Jaisalmer se les rompió el saco y aquí a Bikaner
llegaron ya con un puñadito de camas y restaurantes. Están esparcidas, pero sin
generosidad. Creo que estoy en la única que hay en el casco antiguo, o al menos
la única que he encontrado después de andar durante tres cuartos de hora.
También por hacer caso a los malditos indios. No malditos por indios, si no por
malditas sus explicaciones. O a su falta de rigor. Si le llego a hacer caso al
primero, a lo mejor estoy ya en Jaisalmer de nuevo buscando una cama para
dormir. Después de media horita caminando he decidido hacer caso a la guía y
buscar la que ponen que está en la zona vieja de la ciudad. Pero, aun así, ha
sido algo complicado encontrarla. Todo sea por estar viviendo en una casita muy
cuca. Un haveli en el que vive una familia con un padre, Gouri, una madre,
Tara, y una cría chiquitaja, Komal. O al menos eso me ha parecido entender.
Estoy yo solo. Y creo que en Bikaner también, porque no me ha parecido ver
guiris a mi paso.
Tras una llegada muy aplatanada y sin más
ganas que de salir a buscar un sitio donde tomarme un buen chai y contemplar
las estrellas desde la azotea del haveli, me desperté prontito por la mañana.
Esperando que el sol no apretase tanto me dirigí a ver el fuerte de Bikaner.
Sí, amigos de la arquitectura, las ciudades grandes, o no tan grandes, aquí en
Rajashtan se caracterizan por sus fuertes. Zona de conflictos entre maharas,
indios y pakistaníes durante años o siglos, aquí reinan edificios enormes en los
que contemplar la fuerza y la capacidad de defensa de los maharas. Se acabó de
construir en 1.593, y sus tonos rojizos, junto a su corpulencia, hacen de él un
aparatoso conjunto de piedra en una ciudad en la que reina el caos, el tráfico,
los camellos tirando de carros con mercancía, las tiendas de zapatillas (?) y
una vía de ferrocarril que deja una cicatriz cortando la ciudad de este a
oeste. El fuerte es muy bello en cuanto a decoración, con todos estos motivos
florales en paredes, techos, ventanas, ventanales y puertas. Pero más
sobrecogedoras son las exposiciones de material de época que tienen en su
interior. Una sala de armas que bien podría haber equipado a un ejército
entero, compuesta por armas de fuego y todo tipo de armas de filo: dagas,
espadas, espadines, espadones, (no me sé más nombres). Además, mazos, arcos,
corazas, escudos, cascos, lanzas… he hecho un buen archivo fotográfico que creo
que a Yago le gustará. Además, en Junagarth, que es el nombre del fuerte, se
pueden ver fotos de diferentes marahas en su época, a principios del siglo XX,
porque antes no había cámaras de fotos, y también, en un gran hall interior,
sus enseres: camas, sillas, vajillas, textiles, tronos, tronos para salir a
pasear ante la muchedumbre, y un avión. Sí señor, un avión hecho y derecho, con
sus alas y su motor y todo metido a cubierto en un hall con sus columnas y
todo. Un regalo del Imperio Británico por su apoyo con tropas en la I Guerra
Mundial. Ahí es nada!
Después de unas horas de fuerte, de paseo por
la ciudad de vuelta a Shanti House, unas compritas, un poco de labores del
hogar (lavar la ropa, coser algunos desperfectos…), algo de comida, algo de
lectura y una siestecita, me he levantado con un toque a mi puerta. Gouri me
dice que van a ir al templo, a 50km de Bikaner (en coche), que si quiero
apuntarme. Él y dos amigos suyos, junto a mí, vamos hacia el templo.
Temerariamente, pero no fuera de lo habitual en India, nos dirigimos por la
carretera, muy bien asfaltada, por cierto, hacia el templo. Después de una hora
llegamos allá. La verdad es que no hablan demasiado. No han hablado en todo el
trayecto, y a alguna pregunta o intento de empezar una conversación que he
tenido he recibido respuestas concisas. He decidido callarme. Hemos llegado
allí, al templo, y ellos tres han realizado sus plegarias, ritos y rezos
mientras yo contemplaba un templo cuyo centro era de mármol, pero que parecía
agrandado cutremente con ladrillo y hormigón. Más tarde Gouri me ha contado que
la gente va a este templo a rezar cuando tienen un problema gordo. Se trata del
templo más antiguo de la zona, por lo que no se trata de cualquier edificio de
hormigón. Me dice que, viviendo en Bikaner de siempre, esta es la tercera vez
que va a ese templo en su vida. Vuelta a casa y a dormir. Estoy reventado.
Tras la imposibilidad de salir de Bikaner a
Amritsar porque he perdido la oportunidad de comprar un billete de bus, me
tengo que esperar un día más. He decidido ponerme un poco las pilas y salir de
Bikaner hacia Deshkot, en una visita relámpago. En Deshkot se encuentra el
Karni Mala (Templo de las Ratas). Ni son de piedra, ni están talladas en
madera. Literalmente Karni Mala está infestado de ratas, sin que nadie me oiga.
Porque para nadie suponen una plaga. La historia del templo es que Karni Mata
pidió a Yama, dios de la muerte, que rencarnara a su hijo. Al negarse, Yama se
vio golpeado por los poderes de Karni Mata, que decretó que todos los miembros
de la familia de Yama fueran rencarnados en ratas. Y ahí las tenemos dando
vueltas por el templo. Al entrar en el templo, en lo que se puede designar como
patio, no se ve nada. Da lugar a pensar que es uno de esos lugares llamado
Templo de las Ratas en el que habrá tres o cuatro, y escondidas. Pero luego, al
empezar a pasear, me encontré con que nada de eso. El templo está lleno de
rencarnaciones de la familia de Yama por todos lados. Te sientas a observar
como corretean, y de vez en cuando se observa algún grito de alguien a quien le
ha rozado alguna, o le ha saltado alguna por algún lado. Me incluyo. Estaba
tirando una foto cuando una me ha pasado por encima de un pie, sin zapatillas,
claro, y me he acojonado. O me he asqueado. O las dos. La gente, además, muy
devota ella, les da de comer, porque son familia de dioses. No sin dejar de ver
alguna muerta por aquí y por allá, alguna despeluchada, he paseado por el
interior del templo, pero con un ratito me ha sido suficiente.
Parece que se nota bastante cuando tengo
tiempo para escribir, porque esto va párrafo tras párrafo sin parar. En
Papillon, el libro que estoy leyendo ahora, Henri tiene una frase que repite
cada poco, y es que sus aventuras no son para menos. Él suele decir “después de
esto, ya lo he visto todo”. Y en realidad es cierto. Cada día digo lo mismo con
respecto a muchas cosas en India. Pero lo de esta tarde ha sido para mearse.
Gouri me ha llevado a un lugar en el que sus amigos, con los que visité ayer el
templo, tienen un taller de pintura miniaturista. Véase que hacen láminas al
más mínimo detalle, pero nada que ver con el superrealismo. Es mucho más
colorido, estilo indio. La verdad es que me ha parecido bastante interesante, y
dejando de lado que nadie me ha presionado para comprar, me he comprado dos
cositas que me han gustado mucho, mucho. Gouri tiene amigos. Ya sea por negocios
o por verdadera amistad, lo que tiene son amigos. De un lado a otro con su
furgonetilla hemos ido a visitar a algunos, después del taller de pintura. Nos
hemos pasado por una fábrica de elementos varios hechos con seda, pelo de
camello, algodón y demás. Todo al más puro estilo indio también. Exportan a
todos los países del mundo, pero también venden al pormenor. Buenos precios y
demás. Gouri tiene sus chanchullos y a través de su amigo se saca cosas gratis
cada dos por tres, por lo que me ha estado contando y por lo que he estado
viendo. Más tarde me ha dicho que se dedica a esto. Luego hemos pasado por otra
tienda, y antes de llegar me ha dicho “el jefe de mi amigo está dentro, por lo
que tú vas a hablar con mi amigo como si fueras cliente y yo mientras hablo con
mi otro amigo para que me dé mis cositas. El jefe va a estar más atento a cómo
te vende a ti que a las vueltas que yo me doy por la tienda”. Y así ha sido.
Luego le he preguntado que si normalmente utiliza a la gente que se queda en su
guesthouse para hacer esta serie de chanchullos. Me ha dicho que no, que en
realidad no tiene necesidad, pero que hoy había salido así. En realidad Gouri
es un muy buen tipo. A través de él he conocido a gente muy variopinta de
Bikaner, y me ha dado algunas ideas de futuro. Me ha ayudado con los tickets de
autobús sin comisión, me deja su internet, me invita a comer y a beber a veces…
En fin, que a mi no me costaba hacer el paripé entrando en el papel de
“comprador ficticio”.
Ahora
ya estoy en Armitsar, ciudad del Templo Dorado. Después de doce horas en
autobús desde Bikaner, pasando por una tormenta de arena que me ha dejado como
si me hubiera rebozado por la playa con mochilas incluidas, ya estoy limpito y
duchadito. Porque un tormenta de arena, cuando las puertas del autobús van
abiertas, pues es lo que tiene. Y cuando la gente abre las ventanillas, pues
también, es lo que tiene. Y cuando la tormenta dura seis horas, pues en esas
estamos.
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Atardece en Jaisalmer. el fuerte ante todo |
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Fuerte de Jaisalmer |
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Todos los havelis estan decorados con este tipo de cenefas, muy atractivas, en Jaisalmer |
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La puerta hacia Jaisalmer |
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Esta si es la ciudad de las ventanas - Jaisalmer |
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Jaisalmer desde lo alto |
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un amor imposible |
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enanito reivindicativo |
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una de esas escaleras hacia ninguna parte. Jaisalmer |
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buscando al doctor pa q me de la receta |
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WIFI hasta en el descampao |
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el tren estre Jaisalmer y Bikaner era un poco de esto... |
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... y otro poco de esto otro |
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estos si que estan de pelicula - Bikaner |
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Kothe Gate - Bikaner |
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El Sol |
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Sobre estos sables bailaban los bufones del maraha... |
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...algo asi - Junghar Fort en Bikaner |
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Interior de Junaghar |
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El listo que metio un avion en un hall - Junaghar |
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Karni Mala - Templo de las Ratas en Deshnok |
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no me atrevi a acercarme mas, pero mientras lo ponia fue cuando se me subio una rata al pie y di un brinco que pa que!!! |
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Mirindas Asesinas |
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Fuerte de Jaisalmer |
Tu archivo fotográfico debe valer una fortuna. Y va mejorando.
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