viernes, 30 de septiembre de 2011

Saigón: Hasta pronto - Can Tho: la capital del Delta del Mekong - Chau Dong: ¿Alguien quiere un conductor o un guía?

Si Saigón parecía interesante nada más pisar sus calles, qué decir de pisar sus autobuses y su vida de barrio. Salí del centro, de ese barrio de turisteo mercantil. De esas aceras llenas de camisetas y motos, ambas en venta. O en alquiler. O qué sé yo. Incluso mi hostel vende. Con la idea de irme en dos días el delta del río Mekong le pregunté a la chica. Nada mejor que cogerme el autobús turístico que lleva a Can Tho. Su consejo es que no hiciese el tour pero que me fuese en su autobús. Puede que fuese más cómodo, pero se me hubiesen escapado las experiencias que luego tuve. Bueno, de momento me quedaba un día por delante. También le pregunté cómo salir del centro. Tampoco tuve mucha información. Desde entonces pasé de preguntar en el hostel. Es medio-agenciatours-medio-hostel, por lo que en la que te descuides te endosan un tour a donde sea. También es cierto que en ciertas ocasiones es mejor hacerse un tour de estos que ir por tu cuenta, porque a veces, con los autobuses locales, puedes tardar unas cuantas horas en hacer un mínimo trayecto.

Hacia el Distrito 11 y el 5 emprendí mi camino. Buscando el autobús en el mercado de Ben Thanh me informan bien. Es el autobús número 1. “number 1”. La parada hacia la que me dirijo es la última, por lo que no tiene pérdida. Una vez más, la gente me mira raro. Y es que en Saigón, mucho más que en Filipinas, por el pequeño contacto que he tenido de momento, todo se mueve por tours. Un viajero con mochila deambulando solo por la ciudad no está mal, está bien. Pero no es lo habitual. Es lo habitual en una capital, pero no vi muchos. El barrio de Cholon es el barrio chino. Allí  tienen varias pagodas que lo hacen diferente. Caminando por él, nada más bajarme del autobús, me doy cuenta de que estoy en un barrio de verdad. Lleno de mercados en todas sus calles. Compro plátanos vietnamitas que me duran una sentada porque están riquísimos. Eso sí, el tamaño oriental hace acto de presencia y el plátano te lo comes de un bocado (llámese “tamaño oriental” a la ironía utilizada sobre la escasa longitud del miembro viril de los orientales. Algunos de mi facultad sabrán de lo que estoy hablando si recuerdan aquellos momentos y leen esto alguna vez).

Entre mapa, nombres de calles y localización de pagodas estoy bastante desubicado. Las distancias cambian a cada rato. Todo tiene un color gris en este barrio. Debe ser por la contaminación que predomina en este lugar, muy por encima del oxígeno. En ocasiones pienso en comprarme una mascarilla como hacen los locales. Las hay de muchos estilos, modelos y colores. He visto una con el escudo del Madrid. Otra con gatitos. Alguna con la bandera socialista vietnamita. Después de comer en un lugar en el que señalo la comida a base de dibujos marcho por la calle. Un señor con un triciclo me ofrece un viaje. Una rueda debajo de su culo, como una bicicleta. Dos delante, sujetando un asiento para dos personas. Acordamos el precio y en el mapa acordamos el destino. A los diez minutos ese tipo de transporte me parece denigrante para el señor. Es su trabajo, no lo dudo, pero a mí no me gusta sentirme así. Y “así” es medio reclinado en el asiento, puesto que la posición es la que es, mientras un hombre de unos 70 años se mata a dar pedales. En realidad no creo que se esté matando, porque debe estar más que acostumbrado. Cuando me dice que me deja ahí, no es el sitio acordado, pero me parece perfecto. No quiero llevar más las riendas de un carruaje mientras él es quien pedalea. Le pago algo más de lo acordado y me dedico a andar por la avenida que me lleva al templo más antiguo de Saigón. Yo lo llamo Saigón, que es como lo llamaban antes, pero después de la guerra y de que Vietnam se confirmase como un estado socialista se llama Ho Chi Ming City. El nombre de Saigón, para mí, tiene más encanto. Es más puro.

En el templo ando por dentro y me veo embaucado por la paz que alberga el lugar. No sé si es la paz la que alberga al lugar, o el lugar el que alberga paz. O se albergan recíprocamente. El caso es que el lugar pacífico o la paz lugareña son muy recomendables para un descanso. Me siento hasta que la paz se acaba con un menda que se acerca a mí ofreciéndome… sí, una vuelta en moto. Con gestos y vietnamita me dice algo sobre la oración o rezar. Entiendo que donde estoy sentado es un lugar para rezar. Entiendo mal. Me quería decir que están rezando en el templo de al lado, hacia el que me he dirigido huyendo de él. Me siento en unos escalones y medito con mi propia religión.

En mi búsqueda de la pagoda de los cientos o miles de budas estoy bastante perdido. Varias personas me preguntan de dónde soy. “Spain? Real Madrid!”. Aborrezco el fútbol cada día más. También me preguntan qué hago ahí. Y no se refieren a Saigón. Se refieren al barrio. Deduzco que ando por el barrio de verdad. Niños me saludan. Mayores me saludan. He aprendido que no hay que comprar frutas occidentales. Son muy caras. Manzanas y naranjas no se estilan aquí. Más bien piñas, cocos y pomelos. Melones y demás frutos de los cuales no tengo nombre ni conocimiento. No sabría ni cómo pelarlos. Tiempo al tiempo. Los plátanos son baratos. Intentaba comprar unas manzanas regateando el precio cuando el de la moto aparece de nuevo. Me ha debido de seguir. “motorbike?”. Creo que le había dicho antes claramente que no, pero se lo vuelvo a decir. Mientras tanto la chica guarda de nuevo la fruta. Mi oferta no ha debido gustarle un pelo. Bueno, ya tendré más oportunidades.

Preguntando sobre la pagoda me topo con un gesto comunicativo bastante recurrente en esta ciudad. Es la primera vez, pero de ahí en adelante me daré cuenta de que es más utilizado de lo que creía. Es un gesto que te frustra e indigna a la vez. Cuando no te entienden, o pasan de ti, o no quieren entenderte, o no quieren cuentas contigo, lo utilizan. Preguntando yo a un señor cómo entrar a un parque me lo hizo. Consta de dos movimientos. Uno con la cabeza, por el cual o la agacha o dirige la mirada hacia otro lado. Con eso bastaría para que me diera cuenta de que pasan de mi culo. Pero a su vez tiene un acompañamiento con la mano en tono vacilón. Trataré de explicarlo con cierta cautela y precisión. La mano con los dedos extendidos a la altura de la oreja, incluso un poco más adelante. Dedos mirando hacia arriba. Movimiento giratorio izquierda-derecha-izquierda continuamente. Bien, creo poder explicarlo de otra manera. Para los que lleven pulseras o reloj. Ese meneo de muñeca que se hace cuando las pulseras o reloj se te pegan a la mano y quieres que se deslicen hacia atrás en tu antebrazo. Espero haberme expresado. Ese gesto pero a la altura de la oreja y mirando hacia otro lado. Me los imagino a su vez diciendo en vietnamita “tucho, tucho, que no te escucho”.

También me encontré con el vietnamita gracioso que te guía hacia un lado con una sonrisa de oreja a oreja. Tras localizarte en el mapa te ha mandado justo hacia el otro lado. Cuando vuelves ya no está, pero si estuviera a lo mejor lo matabas y todo. No le matabas por la información errónea, si no por partirse el culo. Y es que a veces no sabes si ríen porque son así o ríen porque se descojonan de ti. Al igual que con los que no te quitan la mirada desde que te ven hasta que giras la esquina o te pierden de vista. Sientes que siguen mirándote aunque hayas pasado de largo. Dicen con sus ojos rasgados “no eres de aquí”. Yo tengo un truco. Me giro, les sonrío y les saludo. Inmediatamente se resetean y vuelven a lo suyo. A arreglar su moto o lo que mierdas estuvieran haciendo antes de querer echarte del barrio con su mirada. Pero otros, cuando estás sacando una foto a una calle, te saludan para que les enfoques. Disparidad en cuanto a amabilidad visual. Pasé cuatro veces por delante de la misma pareja, más perdido que un burro en un garaje, y a la cuarta ya se descojonaban. Yo me reía con ellos y a la cuarta ya les dije “oh, hello! Creo que os he visto antes”. Se lo dije en español, y nos reímos todos. También están los que vienen saludando efusivos “where are you from?” y cuando les dices es Spain se resetean. Se sale de los estándares. En esos barrios. Finalmente, no encontré la pagoda y me fui a casa.

Bien, la vuelta. Maneras de conducir hay de todos los tipos y pensé que las más frenéticas las había visto en Manila. Maneras de tener el tráfico dirigido o mínimamente organizado las hay, e innumerables. Más efectivas o menos. Aquí todo se sostiene a partir de la ausencia de semáforos con un “yo voy. ¿Tú vas? A ver quién es más cabezota”. Y la cabezonería se mide mediante distintos estándares: el que tenga el vehículo más grande, el que corra más, el que tenga el mejor hueco, el que esté en zona más lejos del bordillo, el que señale con la mano… He visto diversas pirulas, pirulones, locuras maniaco-compulsivas, pero nadie se inmuta por la actuación del otro conductor. Porque si te giras a discutir, estás perdido, amigo. En una conversación cara a cara con quien sea lo explicaré detenidamente y tendrá más gracia, pero situaciones habituales que no me puedo callar son: las motos, cuando ven atasco, circulan por las aceras; si van en un sentido y tiene que ir al otro lado de la calle continúan en sentido contrario, esquivados por la marabunta de motos que viene de frente; ¿mirar antes de salir de la acera al asfalto? ¿Para qué?; Cruce de tres calles, pongamos… Alonso Martínez, donde se juntan Génova, Alberto Aguilera, el Bulevar y qué se yo. ¿Semáforos? Nooo, amigos de lo organizado, aquí es un sálvese quien pueda; Y del lado de los autobuses y camiones, ellos siguen su camino y pitan para que se sepa que están ahí. El autobús que me llevó de vuelta no paró, y digo NO PARÓ, de pitar desde que salimos de Cholon hasta que llegamos al mercado. Tres cuartos de hora pitando. Intermitentemente. Constantemente. Pitidos cortos. Pitidos largos. Un pitido de dos manzanas. Pitiditos. Pitadas con sentido a veces. Pero la mayoría, pitidos de “estoy aquí y soy el más grande de la calle”.

Al día siguiente, ya miércoles, aunque ya sabéis que para mí todos los días son sábado, obtuve la información requerida para llegar a Can Tho. Bien. Tras coger el autobús número 2 llegué a la estación. Todo está perfectamente señalizado. Las taquillas con sus destinos y con sus precios. Os pongo en situación preguntándoos: si vosotros vais a una estación, sabéis normalmente dónde vais, ¿verdad? Bueno, pues allí es como si llegaras sin tener ni puta idea y ellos quisiesen organizar tu viaje. Te empiezan a gritar destinos y precios como vendiéndote ese viaje. Que no, que yo quiero ir a Can Tho. Pero siguen gritándote que te vayas a otro lado. Lo compré. Y tras un rato de espera y pasear detrás de un tío me monté en una furgoneta mercedes que para 150km tuvimos para 5 horas. Sí, es la misma media que en Filipinas.

Haría un análisis exhaustivo… Bueno, lo voy a hacer, por el tiempo. Porque tengo tiempo y porque hace mal tiempo. Me meto en la furgoneta. La mercedes en cuestión tiene 17 plazas además del conductor. Con una de estas lo que nosotros tendríamos son diez o doce, pero no hay tiempo para comparaciones. Solamente para relatar los hechos. Y a los hechos me “repito”, como decía aquel. Diecisiete son catorce asientos reglamentarios y tres banquetas. Banquetas de plástico de los niños de guardería. A la furgoneta nada que reprochar. Aire acondicionado y de todo. Mochileros del mundo, iréis apretados si cogéis una de estas. Ya me he acostumbrado a que me hablen en vietnamita y no entender ni papa, pero eso ya es otra historia. En la furgoneta me estoy tres cuartos de hora mirando como el conductor y los que venden los tickets gritan a la gente para que se meta. Esto se trata de llenar y salir pitando. Mientras tanto, uno que vende asientos también encasqueta papeletas de publicidad. Para los que buzonean en Madrid, es bueno saber que si pillas un bus con las ventanillas abiertas, puedes tirar papeletas dentro; si pasa una tía o un tío en bicicleta con cestita delante, le endosas unas cuantas en la cestita; a uno que pase con el carrito cargado de cajas, como no lo puede soltar, le dejas otro taquito encima de las cajas; coche con ventanillas bajadas, taco de papeletas al canto. Por otro lado está el notas sin papeletas que vende sitios para Can Tho. Él grita “Can Tho!” repetidas veces y muy rápido. Y el procedimiento es el siguiente con la conversación que yo me imagino: “Can Tho” – “No, que yo no quiero este bus que no va directo, que para 500 veces” – “que sí, que sí, que sí” mientras te coge de un hombro y te lleva  hacia la furgo – “que no, que este da mucha vuelta y mi abuela me espera” – mientras, el vendedor, sin hacer ni puto caso, directamente le coge de la mochila, le pasa al susodicho a otro vendedor y al final se acaba subiendo. Cuando digo le pasa, es LE PASA. Mientras le tiene cogido por la mochila mira al otro. Con un tirón de la mochila le propulsa hacia su compañero que lo caza por la misma asa de la mochila y lo encasqueta dentro de la furgoneta. No te has enterado, y te vas a comer cinco horas de furgoneta. Y tu abuela esperándote para comer.

Eso se pone en marcha faltando muy poco para llevarnos unas cuantas motos por delante. El hombre se adhiere al carril izquierdo y empieza la quinta sinfonía de los pitidos. Camión que no se quita para adelantarle, pitido. Moto que se cruza, pitidito. Camión que se quita pero no le cae bien, pitido. Moto que parece que se va a cruzar pero no, pitido. Bicicleta, pitido (ese es automático. Da igual dónde esté la bicicleta. Como si está en el otro lado). Peatón parado en la acera, pitido (por si acaso va a Can Tho). Coche gira a la izquierda, pitido. Todo va normal, no hay ni motos, ni camiones en medio, la velocidad es constante… pues pitidito. ¿Para qué? Pues para que las motos que están en el otro carril, por si acaso tenían la pequeña idea de cambiarse de carril, no se les ocurra hacerlo porque ya estamos nosotros ahí y ese carril es nuestro, nosotros lo hemos cogido antes. “eh, eh, eh!!! Que te pasas de parada. Que me bajo!”. Pitido fuerte y largo porque voy a hacer una pirula que os vais a cagar. Todos los pitidos sin una subidita de tono. Por lo demás, adelantamientos imposibles, baches innumerables, charcos interminables, y demás homenajes a San Cristóbal, que ya entiendo porque no hay ningún vietnamita en la Fórmula 1 o en MotoGP. Porque están todos aquí disfrutando de lo lindo en la vida cotidiana.

Llegué a Can Tho sano y salvo. Can Tho es la capital del Delta del Mekong (el otro día, hablando con un catalán no sé dónde le dije que iba al DESEMBARCO del Mekong y luego me di cuenta. Pero él me dejó seguir. Pensaría que la guerra de Vietnam había comenzado otra vez). El Mekong a esta altura tiene mareas, puesto que está en este lugar tan cercano al mar. Can Tho, que parece una ciudad que la han hecho con ganas se sumirse en el Mekong, se inunda dos veces al día. Por la mañana y bien entrada la tarde. Las dos veces que sube la marea. Y hablamos de unos cuantos metros de altura. La calle de la guesthouse donde estoy está a tres o cuatro manzanas del río. Pues el agua llega hasta la puerta. Aquí la gente va en chancletas a todos lados. Las motos se meten hasta las rodillas. Y yo, desde la estación de autobús, con mis dos mochilas y un conductor vietnamita en todos los aspectos, me metí en todo este berenjenal nada más llegar. Y llegué un pelín calado. Y hablo en serio, solamente un pelín.

Al llegar a la guesthouse no me dio mucho tiempo a reflexionar cuando me encontré con el dueño, una mesa, un sofá para sentarme y un mapa en la mesa. “pues hay tours de cuatro, de seis, de ocho horas, estos son los precios, el mercado más grande del delta, el manglar, el canal, los monos…”. La verdad es que a eso había venido. Me había informado antes, y dirigirme a puerto para coger a alguien que me dé una vuelta por el Mekong es difícil. Todo son tours. Pero bueno, solamente se vive una vez. Y de esa vez que se vive, es difícil que vuelva a venir aquí. Bueno, no tan difícil, como vivir dos veces. El caso es que había que hacerlo, y cuando me di cuenta ya le había dicho que sí. Cuando me dice que a las cinco y media de la mañana me vienen a buscar no me dio ni un patatús ni nada. Estuve leyendo un rato. Salí a la calle para ver las inundaciones y a comprarme un pan con sorpresa. Es un bollu preñau pero a lo vietnamita. El pan es como de molde. Blanquecino, y con forma de hatillo. Como si coges un pañuelo y lo atas por las cuatro puntas (¿Por qué hatillo es con H y atar sin H?). Blanquecino y dulzón el pan, dentro nos topamos con una bola de carne picada macerada y dos huevos cocidos pequeños. Todo eso en un mismo elemento que te dan en un plato cerrado de estos de porexpán como los del McDonalds. Platos que flotan en los charcos de la ciudad y a lo largo y ancho del delta del Mekong. Son la embarcación más típica, pero siempre sin tripulación.

A las cinco y media de la mañana de un jueves de septiembre me despierto cinco minutos antes de que suene el despertador. Nada de sueño, porque me fui a la cama a las diez, después de una siesta que me eché. Preparo mi mochila con lo justo y necesario. Me esperan ocho horas de barquito. He cogido el pack completo. Tenía que elegir entre coger seis horas con guía u ocho horas solo con conductor. Qué mejor que pasar ocho horas con un vietnamita que chapurrea inglés!!! Tiene mucho más sentido así. Lo hace todo mucho más sano y natural. Nos vamos andandito para el rio en busca del barquito. Con el agua por las espinillas desde antes de llegar a ver el Mekong me tomo un café a orillas del propio río. Aclararé términos. El delta es el del Mekong, que viene en paralelo desde Camboya con el Bassac. En cierto punto ambos comienzan su propio delta que se junta. Las aguas son todas una, pero esta vertiente es la del Bassac. Para que luego no me llaméis embustero y digáis “el hijo puta este no ha estado en el Mekong”. Pues no, no he estado en el propio Mekong, pero he estado cerca! Da igual, que esto es muy bonito llamándolo a todo por igual Delta del Mekong.

Desde que hemos montado en la barca, después de un café vietnamita magnífico (ya había oído yo que el café vietnamita era una de las delicias. Vuelvo a tomar café. Hasta luego al té hasta dentro de un tiempo), he alucinado. Contaré algo pero la mayoría es para verlo en fotos que, por supuesto, adjunto. Bajando el delta hemos ido directos a Cai Rang, el mercado flotante más grande del delta del Mekong. Esto significa que muchos barcos juntos venden cositas anclados en medio del río. Hemos debido llegar allí sobre las seis y media o las siete. Todo lleno de vida y de actividad. Barcos para allá y para acá. Llegas, te enchanchas al otro barco, le pillas, le pagas, y te piras. De un palo tienen colgados los tipos de verduras que venden, para que se vean desde lejos. De repente veo que Han, mi sonriente guía-barquero, da la vuelta y digo “nos volvemos. Qué cabrón!”. Pero no. Es que se había olvidado de comprar piñas.

Bajando el Mekong me vienen a la cabeza imágenes de película. Además, como no voy a tener tiempo… Bueno, tiempo es lo que me sobra, pero tengo otras prioridades. Como no quiero ir a Cu Chi, donde se encuentran los túneles del Vietcong, pues me he comprado un libro sobre los túneles. Homenaje a Yago: The Tunnels of Cu Chi, por Tom Mangold & John Penvcale. He pensado en hacer una sección en el blog, algo así como: “Sabías que…?”, pero me ha parecido muy friki así que sigo a mi royo. En fin… Sabíais por qué los yankees llamaban “charlies” a los vietnamitas? Charlie es una abreviatura de Victor Charlie, que es como llamaban al V.C. (VietCong) utilizando el lenguaje alfanumérico militar. Vamos, que se podían haber llamado los Victors. He estado con un hombre que combatió del 67 al 75 en Saigón. No hablaba nada de inglés, y Han solo habla un poco. Han habla más bien lo que tiene aprendido para explicarte sobre delta y demás preguntas estándar. Ha sido un poco difícil sacar información de Tian, el excombatiente. Prácticamente imposible. Pero me ha gustado más su cara cuando le he dicho que era de España. Me ha tocado y ha dicho en vietnamita “pero si tienes el mismo color que nosotros!”. Eso fue lo mismo que me dijo el de la guesthouse al llegar “europeo? Pero si eres oscuro!”.

El delta del Mekong, en realidad, lo describen imágenes y ciertas alusiones a lo que he visto o me ha contado Han, pero ha sido tiempo de meditar en el barquichuelo escuchando sus esporádicos comentarios y preguntándole. Antes de dejar Saigón aquella mañana fui al museo de la guerra. Hay una planta entera dedicada al Agente Naranja y sus consecuencias. Un museo bastante politizado y subjetivo que no deja indiferente no obstante. De hecho, creo que es lo más recomendable de todo Saigón. Con esas imágenes recientes y el Mekong de fondo he dejado vía libre a mis pensamientos. He disfrutado de un buen día en buena compañía y en buen clima tropical, con sus bochornos y con sus lluvias intermitentes.

Después de pasar por mi cuarto, echar una siestecita y demás, he ido en busca de nada. Simplemente a dar un paseo por esa ciudad, capital del delta. Abarrotadas calles de motocicletas, para no perder la costumbre. De un lado para otro observando la vida cotidiana de ese lugar. He encontrado un bar donde tomarme una cerveza. O dos. Entre miradas al infinito, las cervezas y el buen tiempo he pasado un rato. Saludando a los que pasan. Aquí todo el mundo sigue saludando. Después, buscando un bar con internet para estos tiempos muertos, una moto se para en mi camino. Me saluda, y como acto reflejo hago el gesto de “no, no, no” con la mano. Pero, al fijarme, es el dueño de la guesthouse. Rápidamente me acerco. Quería preguntarme qué tal el tour. Pobrecito, y yo diciéndole “no, no, no”. Me he disculpado. Le he dicho que no le he reconocido.

A la mañana siguiente una moto me lleva a la estación de bus. Allí otra mercedes me espera para ir a Chau Doc. Está a treinta kilómetros del borde camboyano. Tengo media hora para esperar a que salga, pero la paso dentro leyendo. Fuera llueve, y la gente corretea de un lado para otro, buscando su autobús, buscando gente a la que vender autobuses, vendiendo cupones de la once, o comida, o agua… de todo. La gente entra, me mira. Comentan y se ríen. La gente aquí es descarada. A mime da igual, y ellos no lo saben. El caso es que la primera vale, pero pasado un rato es un poco cansado. Los taxi-moteros corren al ver llegar un autobús lleno. Diez o doce corren a su lado, señalando a la gente de dentro y señalándose a sí mismos como “tú eres mío”. Nuestro conductor comienza esta nueva etapa digna de análisis de conducción y modales. ¿Qué son los modales si no estereotipos de ciertas sociedades? Y esta es una sociedad diferente con normas, directrices y valores. Pero no sé en qué se pueden basar para hacer algunas cosas de las que hacen. No tienen sentido ni perdón. También es cierto que no entiendo lo que dicen, y es cierto que el idioma es un idioma tonal, por lo que cuando parece que algo lo dicen enfadados o con rintintín no tiene porqué ser así. El que me ha vendido el billete va con la cabeza por la ventanilla gritando una palabra constantemente, que debe significar algo así como, “cuidado, cuidado”, para que el conductor, pitando constantemente para no variar, no se los lleve por delante. La carretera está inundada a ratos, y en muchos momentos las motos tienen que cruzarse para no meterse en el fondo del mar, matarile rile rile. El conductor les increpa, les putea, y en una ocasión uno le hace una pirula que le sienta tan mal que frena y avanza con rapidez para salpicarle al de la moto y a su mujer. Tampoco parece que los salpicados se sientan ofendidos del todo. A partir de ese momento el conductor me parece un gilipollas de cuidado.

Al llegar a Chau Doc dos taxi-moteros me preguntan. Les digo que voy a tomar un café. Me tomo un estupendo café. Parece que estoy a gusto, solo. Hasta que un individuo me pregunta que a dónde voy. De nuevo la misma cantinela. “de dónde eres? De dónde vienes? Quieres la viaje en moto?”. Pero éste se lo tiene aún más elaborado. “Yo no quiero engañar a la gente. El precio que doy es el que es, y si no te gusta no te cobro. Si no te gusta la excursión no tienes por qué pagarme”. Me voy con él a la ciudad, porque conoce una pensión barata y el precio del trayecto me parece razonable. Pero cuando llegamos empieza el rito del tour. Las fotitos de uno de Barcelona que lo hizo (el de las fotos parece de todos lados menos de Barcelona). “Confío en que me llames”. Acaba la conversación. Bienvenidos a las delicias del marketing agresivo.

Me he atontado en la habitación y he salido a dar una vuelta. Me encantan los mercados. Allí nadie te acosa para que compres. Nadie te lo pone en las narices. De hecho me miran extrañados de que esté ahí. Doy una vuelta por los alrededores de la ciudad. Me gusta salir del centro para encontrarme con lo verdadero. Desde las casas los niños me saludan. Desde las motos la gente me saluda. Algún intento de venderme trayectos en moto y en bici, pero llevaderos. Miradas clavadas en mi espalda, a las que respondo dándome la vuelta y sonriendo. Ahí es cuando, de nuevo, se resetean. En este día en el que analizo la sociedad vietnamita de esta zona, que como bien dice mi padre “es una sociedad de comerciantes durante siglos”. Lo mejor viene a la noche. Y los comerciantes son perseverantes. A la noche salgo a tomar una cerveza y es el único momento en el que la ciudad se calma. Son las diez y solamente una moto de vez en cuando aparece por alguna esquina de alguna calle. Me encuentro con un taximotero que me he encontrado por la tarde. Me dice que el que me ha llevado a la guesthouse por la mañana es un liante y que sus precios son caros, carísimos. Me dice que me lleva a los mismos sitios por la mitad de precio. Buena estratagema de captura de clientes. Mira, ya se me ha metido en la cabeza y lo haré solo. Siento mucho el rechazo al que tenga buena fe, pero aquí ya no confío en nadie. Sigo paseando por la noche y un taxiciclista me pregunta que si masaje, que si bar, que si bici, que si marihuana. Le digo que no. Me sigue. Pedalea a mi lado. Pregunto en un par de quioscos de calle si tienen cerveza. El sigue detrás. Pedaleando a mi ritmo. Con su mirada fija en mí. Le digo que quiero beberme una cerveza solo. Dice que OK, pero sigue pedaleando a mi lado. Le digo que encontraré un sitio solo. Me dice que OK, y me sigue. Le digo que está bien, que no quiero bici “no bicicle. OK”. Y sigue a mi lado. Se acerca otro y he llegado a tener hasta tres taxicicleteros en torno a mí. No me sentía en peligro, pero me sentía agobiado. Para un momento en el que la ciudad, a pesar de curiosa por su tráfico y sus rarezas, está tranquila me aparecen hermanos siameses a mi cuerpo. Y a su bici. Aparece uno en moto con lo mismo y habla bien inglés. Le explica al otro que buscaré un bar solo. Y que me beberé una cerveza solo. El otro dice que sí. Y me sigue. Me da entre pena y ganas de mandarle a tomar por culo. No puedo ponerme serio. Me mira y me sonríe. Los gestos de mi mano, como haciéndole entender que quiero que pare no son suficientes. Me he agobiado pero he sentido que tenía que encontrar esa cerveza fresquita. No era suficiente con eso, que he entrado en el bar y ha entrado conmigo. Me ha podido el lado oscuro. Ha ganado. Le he invitado a una cerveza. Ni siquiera hemos hablado. No le entendía, y él no me entendía a mí. Al final me he ido a casa y no me ha seguido. No sé si me falta empatía o me sobra bordería. No sé si es cuestión de mi falta de solidaridad y compasión o de su constante pesadez y grosería. Pero hoy ha ganado por una cerveza. Y no me gusta generalizar, pero hasta el que se te muestra sincero es un farsante. Y lo llevan en la sangre. No puedo decir ni uno solo que actúe altruistamente. Siempre esperan algo a cambio. A un “¿dónde está este sitio?” la respuesta siempre es “¿quince mil Dong”. A la frase “Sólo quiero saber dónde está” la respuesta es “te llevo en moto”. A un “iré andando” está el “está muy lejos”. A un “me gusta andar” tienen el “en moto es más fácil”. La conversación se acaba cuando dejas de hablar. Pero en esa situación ni siquiera. Me ha seguido hasta el bar. Decepcionado por la gente, solamente me queda la montaña.

Cuando me apetezca, me paro y me siento un rato - Saigón

Chinatown en Saigón

Niños de las calles de Saigón

El señor de los platanillos. Y uno comprándole mientras va en moto

Saigón fue colonia francesa, por lo tanto tienen su propio Notre Dame

Museo de la Guerra

En el Delta del Mekong la gente me saluda

Han, un nombre con el que no he negociado, pero tras llevarse su dinerito tiene esta cara en el Delta del Mekong

Las gasolineras flotan en el Mekong

Delta del Mekong

Mercado flotante de Cai Ra

Siesta en el delta

Los canales del manglar del delta

Han pela una piña para mí...

... y éste es el resultado

la mafia del Mekong

Cuando llueve, llueve - Mercado de Phong Dien

Autopistas verdes

Mariposeando

Ana, te la dedico

Se está cómodo aquí

La ciudad de Can Tho se inunda dos veces al día por la subida de la marea. a primera hora de la mañana y a primera de la noche. cuando salimos para coger el barco del Mekong eran las cinco y media de la mañana y me cubría en la calle hasta media espinilla. cuando volvimos no reconocía el sitio.

Parada de taxis - Chau Doc

Chau Doc

Pobre del/la que las tenga que planchar todas

Se alquila casa con vistas al Mekong, por los cuatro costados

cuando encuentras un sitio con verdadero café vietnamita, da gusto. te siven un vaso vacío. el plato de encima tiene agujeritos que hacen de filtro. el cuenquito tiene el café y el agua que se va colando poco a poco. la tapa evita que se vaya el vapor. el cuenco con agua fría lo deja a una temperatura perfecta. lleva su tiempo, pero es el mejor café que he probado nunca. y por si no tienes suficiente energía, una tetera con té para tres o cuatro vasitos te acaba de espabilar

lunes, 26 de septiembre de 2011

Saigon (Ahora HCMC-Ho Chi Minh City): Todo va sobre ruedas


Ya estoy en Vietnam y he notado el cambio nada más aterrizar. Si los últimos días en Manila me di cuenta de que los filipinos son bastante altruistas a la hora de ayudarte, aquí es diferente. El último día en Manila paseaba mi macuto de aquí para allá, y algunos me preguntaban que a dónde iba. Algo desconfiado, pasaba la pregunta por alto, porque Manila no es Filipinas. Manila no es Palawan. Manila no es Cordillera. Pero al llegar a casa de Mark, donde había montado campamento base y tenía mis cosas para recoger, me di cuenta de que solamente querían ayudar. Indicarme el buen camino. Y así lo hicieron. Y así me dejé. Antes de dejar Filipinas puedo decir que me he ubicado dentro de Manila, he cogido jeeps a mi antojo y he podido cogerle el truco más o menos. Solamente se trata de preguntar. Preguntar y más preguntar hasta que te hartas. Eso sí, como siempre, preguntar tres veces por el mismo sitio para poder hacer una media de las respuesta y poder dirigirte hacia donde te ha mandado una respuesta mayoritaria.

Saigón es Vietnam.Y Vietnam no es Filipinas. Saigón es una ciudad grande,  que no llega a la magnitud de Manila ni de lejos. Pero aquí creo que me encuentro más perdido que allí. También es cierto que solamente llevo un día. Llegué pasada la media noche y creo que el taxista se llevó un sobresueldo conmigo, pero tenía yo un poco de lío con el cambio. De hecho tuve que sacar dinero dos veces en el cajero porque la primera vez saqué algo así como 6€. Vietnam es barato, pero no hasta ese nivel. El taxista me llevó a Pham Ngu Lao, que parece que estás diciendo “Pa’ ningún lao”. En este barrio hay varios sitios baratos para quedarse, teniendo en cuenta que es el centro neurálgico del mochilerismo.

Apoyé mi mochila en unos escalones para situarme, y una chica me pregunta qué es lo que busco. Occidental ella, me dice que justo donde estoy es un hostel. Son 5€ la noche en una habitación compartida. No me merece la pena buscar más. Me quedaré allí. Esto funciona a la antigua usanza y se quedan con el pasaporte hasta que te vas. Le miré un poco con cara rara, pero me enseñó los pasaportes de todo el mundo. Con mi tajo en el brazo y algo de sueño me subo a la habitación. Dejo mis cosas y me voy a fumar un cigarro. A darme una vuelta. Tengo ganas de ver algo antes de irme a la cama. Pero la verdad es que no me da tiempo a mucho. Me da tiempo a catar el barrio este de turisteo. En menos de cinco minutos he podido tener para mí un chófer de moto, un chófer de bici, varias prostitutas y prostitutos (mujeres, hombres y transex), marihuana, hachí, cocaína, popper… esta es la ciudad de la perversión y el desenfreno, y creo que este barrio es el centro neurálgico de todo eso. Es interesante como empiezan con el royito de “una vuelta en moto. Dónde vas?”, y cuando les dices que no siguen por “marihuana, cocaína?”, y cuando dices que no de nuevo la pregunta es “te gustan los chicos o las chicas?”. Me doy una vuelta al barrio, me tomo una cerveza y me voy a la cama.

Hoy me he levantado, lunes en el calendario, pero para mí todos los días son sábado. Lo siento por la envidia generada por este comentario. Me acosté a las dos. Me he despertado a las 7. La de al lado tenía el despertador y ya no me he dormido. Creía que era más tarde por la luz, pero cuando he bajado a tomar un café me he dado cuenta de que ni siquiera eran las 7.

Entre cocaínas, prostitutas y viajes en moto he seguido mi camino. No tiene desperdicio esta ciudad. Y no me refiero a que esté limpia, que lo está. La verdad es que no he hecho mucho y me he dedicado a vagar por sus calles, perdiéndome y encontrándome. Hoy era una toma de contacto, y aunque tenía ganas de ir al museo de la guerra y demás, no lo he conseguido. Después de pasear constantemente y de comer en la calle por 15.000dongs (60céntimos) me he vuelto para el hostel. Estaba cansado. La verdad es que solamente había dormido cuatro horas y la falta de sueño la he pagado en medio del día. Solución: siestón.

Solamente posteo para aclarar dónde estoy. Y subir algunas fotos del día de hoy, que reflejan el cambio. De ciudad grande a ciudad grande. De caos a un nuevo caos. Pero los sombreros cónicos, las bicis y las motos reflejan el lado vietnamita. Dejaré, por hoy, que las imágenes hablen por sí mismas (con algún que otro pie de foto)

aquí los triciclos son diferentes. no vas a un lado. vas en el frente. en la proa

vas tú o lo que sea que el hombre tenga que llevar



People Comittee Hall, la casa del pueblo, vaya

Sí, es vietnamita

El río Saigón a su paso por... pues sí, por Saigón

Caseta de seguridad de las obras del nuevo puente hacia el Distrito 6

Distrito 6

¿y yo a dónde iba?

Socorro! que no puedo frenar!

detrás hay una persona

sábado, 24 de septiembre de 2011


Algunos pensaréis que ya es hora. Yo pienso que el día no tiene suficientes horas para escribir. Y esta parte del mundo no tiene suficientes lugares con internet para conectarme. Además, yo no tengo suficientes ganas de estar con internet todo el tiempo, por lo que he encontrado durante estos días el sitio perfecto para poder perderme. Dejar el portátil en un campamento base y pulular por las montañas de la región de Ifugao, en la Cordillera Filipina. Lejos queda la Isla de Palawan, aunque la recuerdo con cariño.

Al día siguiente de la tragedia por la cual me abrí el brazo en canal (exagerando), nos fuimos con el coche de Pierre a la playa. Eso era el sábado por la mañana. Compramos pescadito, verduritas, cervezas y Tanduay (brandy común en aquellos lares) y nos fuimos a perdernos a la playa de Nagtabon. Lugar paradisiaco en el que un amigo de Luis tiene una cabaña que nos presta con placer. La cabaña está cerrada, pero podemos usar el agua, la barbacoa y, por supuesto, la remota playa que tiene en frente. Unos lugareños nos ayudaron a bajar los cocos de los cocoteros, así que tuvimos cocos para dar y tomar (o para comer y beber). Yo, con mi brazo-boquete, no me pude bañar, pero ellos se lo pasaron en grande. Sharon vino con nosotros también. “Nagtabon Crew” nos apodamos desde entonces. Luis nos dijo que en las rocas cercanas podíamos ir a ver tortugas. Yo me moría de la envidia, pero la mar estaba revuelta y no se atrevieron. Solamente Pierre fue a pescar pero, como dice Luis “vino sin nada una vez más. Nunca pesa na’ “. Entre cocos, pescados, lámparas de keroseno, cervezas y Tanduay, a las diez de la noche nos fuimos a la cama. O al porche de la cabaña para ser más exactos. Con la mar de fondo y el vientecito fresco nos dormimos a ratos. A las seis y media de la mañana todos en pie.

A la mañana nos despertamos con algo de resaca y muchas ganas de café. En una tiendecita puesta ahí por la gracia de quién sea compramos café y pedimos agua caliente. Un desayuno a pie de playa con cocos y arroz que nos deja saciados para emprender camino a Puerto Princesa. Yo tengo un vuelo. Pierre y Sharon ampliarán su visado. Luis tiene que comprar material para su proyecto. Me despido de ellos con estima. Algo me hace pensar que volveré a verles tarde o temprano. Aquella isla tiene algo, y aquella gente tiene el otro algo que lo completa. Además, tengo que volver a enseñar la cicatriz.

Empieza el viaje eterno hacia la Cordillera. Un avión me llevará a la siempre ajetreada Mania, donde llego a las 3 de la tarde con hambre. Directamente me dirijo a comprar mi billete de autobús, que sale 7 horas más tarde. Con mi brazo cochambroso decido no menearme mucho, pero tengo siete horas por delante y no sé cómo completarlas. Entre un poco de internet, tareas varias que me atormentan y algo de pérdida de tiempo paseando por aquel barrio hago tiempo y a las siete voy a la estación. MobyDick conmigo, o yo con MobyDick, leo mientras la noche acecha en ese barrio que acongoja a la caída del sol. Pero nunca faltarán en este mundo canadienses que acompañan los momentos de espera. Hasta que el autobús, frío por aire acondicionado y repleto por los viajeros, parte de Manila. La dejo atrás con sentimiento de culpa, como quien no pasa demasiado tiempo con un amigo. Pero es que este amigo no tiene mucho que ofrecerme.

Tras el trayecto nocturno lleno de baches, fresquito y somnolencia llegamos a Banaue a las 6 y media de la mañana. Qué horas esas de llegar a ningún sitio! Tengo algo claro, y es el sitio en que voy a dormir. 4€ noche con internet parece apetecible, y un bocado para desayunar lo hacen inevitable. Después de ser atacado por los guía del lugar y hacerles comprender que mi idea es la de perderme en solitario por estos lares, emprendo camino hacia algo que se llama Viewpoint. Desde allí se divisa todo el valle. Una vista preciosa de las terrazas de arroz tan extendidas en este lugar.

Las calles de esta ciudad tienen manchas rojas de salpicaduras. No consigo saber si es porque los pollos los matan directamente en la calle o a qué es debido. Más tarde me explican que se trata del “moma”. Moma es como irse de cañas. Moma es una herramienta social para juntarse con la gente. Moma se masca mezclando las hojas y los frutos de la Areca. Ello, en su conjunto, hace que se produzca ese color rojo debido al ácido de la hoja. Se practica en varias regiones, sobre todo montañosas, de Filipinas. Hace que los dientes crezcan, aunque negros, más fuertes, al igual que las encías. Ahora es un instrumento social como nuestra cerveza. “¿quedamos a echar unos momas?”. Carteles por las calles, por los bares y demás alertan de “no escupir moma”. O, incluso, algunos más graciosos anuncian “Zona de escupir”. El moma se masca, y al mascar uno saliva, por lo que debe escupir ese ácido que se produce en la boca al mezclar los ingredientes.

Tras esta introducción al moma, y entre niños sonrientes que me saludan por todos lados, vuelvo a mi habitación. Justamente es al salir de clase, por lo que una marabunta de filipinitos me acompañan gritando todo el rato “what’s your name? Hello! ByeBye! My name is superhero!”. Entre el autobús matador y el pateo que me he dado me echo una siesta de esas que hacen historia, y cuando despierto ya es de noche. Aquí anochece a las seis. Por las mañanas hace buen tiempo. Por las tardes hace malo tirando a una puta mierda. Llueve desde la una o las dos del mediodía, y se puede tirar lloviendo hasta bien entrada la noche. Hasta después de dormirme.

El martes tengo plan. Dejaré todo aquí, en Banaue, y con mi mochila pequeña con estrictamente los necesario me iré a Batad. No quiero saber nada de nada. Cámara de fotos, tres camisetas, libro y boli, cepillo de dientes y algo más. Lo justo para llevar abrigada la espalda. Después de un paseo por los alrededores de Banaue, a las 3pm sale mi jeep hacia Batad. En realidad va solamente hacia el denominado “shaddle”. No sé lo que es, pero sé que ningún medio de transporte llega a Batad. Ya montado en el jeepney, solamente yo, empiezo a hablar con el conductor. Me explica todo el tema del moma. Poco a poco se empieza a llenar, y pasado un rato parece ser que vamos a ir petados. Pero no me va a tocar ir en el techo. El camino hacia el “shaddle” de Batad es una carretera al estilo filipino. No es carretera, es camino. Para los entendidos, es como la pista forestal de cebollera después de la majada de los caballos. Un jeepney de ruedas lisas, una chupa de agua que hace del camino un río y mucha gente mascando moma. Y, claro está, algún que otro pollo dentro del jeepney. Botando, botando parece que en algún momento tendremos que remar. Voy sentado en la parte de atrás, viendo el camino que vamos dejando. O más bien los surcos en el agua y el barro. Aquello sube y baja, salta y brinca, pero nunca para. La gente se sube en marcha. Creo que si para, encalla

 Cuando llegamos, después de hora y media, intento pagar menos con eso de “a mí me han dicho…”, pero no cuela. Al llegar me fumo un cigarro. Chispea, y el camino hacia Batad da para una hora por lo que me han contado. Los guías se me acercan y me rodean. Los esquivo verbalmente como puedo. Darles la espalada me parece grosero. Emprendo mi camino con pies de plomo. Unos cuantos escalones separan mi ser de ese pueblo. A lo largo de él puedo ver como los corrimientos de tierra lo hacen todo más difícil. Al menos ahora no llueve. De hecho no llueve hasta que justamente llego a Batad. Rita’s Guesthouse. Me han dicho que es de lo mejor allí. 200pesos ó 3euros y algo la noche. Extraordinario. Paso el resto de tarde noche allí. Canadienses que llegan empapados me acompañan. Rita, la señora que da nombre al lugar y que solamente posee un diente para toda una boca, da conversación. Romeo, que posee algunos dientes en el lado derecho de su encía superior y otro cuantos en el lado contrario de su encía inferior, relata visitas anteriores. Su nieto corretea y coge confianza. Le meneo el brazo para saludarle, como me hacía mi padre de pequeño, y el chaval se descojona. Le hago cosquillas y vuelve pidiendo más. Tras un arroz estupendo algo de conversación, a la cama nos vamos los de Canadá y yo a las 8 de la tarde-noche. No me avergüenzo.

Al amanecer del miércoles, con los gallos y los cerdos de fondo, desayuno con ellos. Tengo un plan, que es ir a Bangaan. La caminata es de tres horas. Romeo me cede un palo diciendo “no es de alquiler. Yo te lo presto”. Un palo profesional, que algunos me preguntan a mi paso dónde lo he comprado. Con mi palo y mis zapatillas traicioneras me voy hacia mi destino. Bien. Ese destino tiene un comienzo peculiar. Tengo que caminar por los bordes de las terrazas hechas de piedra. Ese es el sendero. Las terrazas de Batad tienen 2000 años de antigüedad y están hechas de piedra y barro. Ahora algunas están complementadas con cemento, aún más resbaladizo y traicionero. Pero mi palo se está convirtiendo en mi mejor amigo. Gracias Romeo. Tras preguntar a dos o tres lugareños por el camino correcto y señalarme todos las terrazas, prosigo. Continúo en dirección a aquel río que Romeo me ha dicho que tengo que cruzar por el “puente de piedra”. Antes de llegar a dicho puente un chico se ofrece a ayudarme. Eso significa ser mi guía. Rechazo la oferta, pero le pregunto si voy bien. Me dice que el río se cruza “by that way”. Bien, el puente de piedra de Romero es una piedra larga y ancha que el río sortea por encima y que supone cubrirse hasta el tobillo. Diez minutos meditando y tanteo el terreno. Poso el palo y poso un pie. Aquello no resbala. Poso el otro pie y me sostengo sobre mis tres piernas. Cambio el palo, cambio el pie y eso funciona. Con los pies mojados pero sano y salvo estoy al otro lado. A partir de ahí todo será tener cuidado, mirar por dónde piso y detenerme a disfrutar del paisaje. El camino no tiene pérdida y es para no perdérselo de lo bonito que es, pero el objetivo, que es Bangaan, no es tan atractivo como esperaba. Me vuelvo por otro sitio para ver por dónde subió el día anterior el jeepney hacia Batad. Curioso camino que no es carretera.

Tras seis horas aparezco en casa de Rita por el otro lado y me miran. “¿Qué has hecho?”. Al contarles el rulo que me he dado Romeo me dice que soy un tipo valiente. No quepo en mí. Deben ser la 1 o las 2. Así que me aprieto un arroz con verduras y empiezo las labores médicas diarias con mi boquete. No está infectado. No está peor. Simplemente no se cierra del todo porque no paro. Pero esta zona no me la puedo perder, y mucho menos ahora que ya estoy aquí. Bajo de la habitación y hay dos ingleses. “no, no somos ingleses. Somos de Gales”. Vaya pareja de gente más de colegueo que me he encontrado. Hablamos de viajes, de la vida, con Romeo, con Rita, de antes, de las terrazas, del ahora, de las tribus, de los ritos… La tarde se pasa en un pis pas. Entre cena y tal y cual echamos unas risas. Y es una noche larga. No nos acostamos hasta las 11, lo que para mí es un logro en estas últimas semanas.

El jueves todo amanece nublado como nunca. Creo que va a ser difícil ir a Cambulo. Pretendo ir a otro pueblito cercano y hacer noche allí. Se llama Cambulo. Es d esos pueblos que no recuerdo nunca el nombre y que siempre pronuncio con una letra de más, o de menos, o cambiada.  Romeo me dice que con las nubes a esta altura (a nuestra altura) el terreno estará resbaladizo. Pero haciendo tiempo con Luke y Shivone, los de Gales, al final se aclaran un poco las cosas (el tiempo y las ideas) y hago la mochililla para irme. Tardo casi una hora subiendo y bajando terrazas para salir de Batad. Temo por mi vida en algún momento, pero la caída siempre da a la terraza inferior, que está encharcada y con barro. Puede ser divertido. No, es broma. No es nada divertido. En algunas de las terrazas sobresalen piedras a modo de escalones para poder subirlas. En otras voy por el borde. En otras hay escalones propiamente dichos. Al llegar arriba del todo, sudo como un pollo. No sé el porqué de esa expresión, pero aquí hay bastantes pollos por todos lados. Tras cruzarme con unos testigos de jehová que me intentan evangelizar y sortear un río (este es un pobre resumen de un trayecto de dos horas), llego a Cambulo.

Cambulo es un pueblo pequeño, sin carretera, sin electricidad y sin agua corriente. Metido en un valle estrecho y abrupto, que en realidad es la continuación del valle de Batad. Al llegar veo una “guesthouse” que tiene pinta de ser la única. Luego me enteraré de que el pueblo es más grande de lo que pienso. No es más grande. Solamente es que tiene más habitantes. Mary es la hija de Isabel. Las dos llevan la guesthouse y me cuentan que Cambulo tiene 1000 personas. No sé dónde se meten tantas personas, ya que desde arriba el pueblo parece Valdeavellano. Incluso más pequeño. Algunas de las familias aquí tienen como integrantes los abuelos, los padres y ocho o diez hijos. Por lo tanto, unas pocas familias apelotonadas en unas pocas casas hacen que la cifra de 1000 se comprenda mejor. Viven del arroz, pero solo para abastecerse a ellos mismos. Cultivan verduras y lo demás lo compran. Algunos miembros de las familias trabajan construyendo la carretera, o como guías. Otros tienen guesthouses. Así obtienen todo aquello que necesitan y que ni la tierra ni el aire les puede dar: ropa y materiales de construcción.

Llego pronto y como. Isabel es la profesora de la escuela. Ella y otros ocho profesores están a cargo de 58 niños desde los dos hasta los 14 años. La escuela funciona bien, y también acoge a algunos alumnos de aldeas remotas (más aún) y alejadas. Me invita a ir al día siguiente por la mañana antes de que me vaya para ver como ensayan danzas tribales que representarán más tarde en Kintakin. Isabel se jubilará dentro de poco. Tiene 61 y puede jubilarse dentro de dos años. Aunque me cuenta que en realidad no sabe lo que hacer. Ser profesora le motiva, pero admite que es cansado en un pueblo como este, en el que todo el mundo se quiere ir en cuanto tiene edad, aquí suficiente, para trabajar. Estoy bastante cansado y me subo a echar una siesta. Cuando bajo cambio de contertulia y ahora está Mary. Ella me cuenta que nunca ha visto la nieve. En la pared tienen colgadas dos fotos de unos mendas de Polonia que estuvieron allí alojados y que se las mandaron después. Me pregunta cómo es. Tan difícil de explicar! Su hija juega con ella mientras conversamos. Le gustan las cosquillas, pero no quiere más contacto conmigo. Es tímida. Me mira curiosamente mientras con el dedo índice y pulgar se estira los ojos arriba y abajo  diciendo con la mirada “tú los tienes redondos y yo los tengo rasgados. Eres raro”.

Al día siguiente  a las seis y media de la mañana estoy en pie. Tengo que emprender el largo camino de vuelta a Banaue, que he decidido hacer andando. No hay más huevos hasta cierto punto, pero después de ahí hay carretera. Da igual. Andaré. Subo y bajo en Cambulo hasta que encuentro el camino de salida. Desde esta parte el pueblo parece aún más bello, pero no puedo perder mucho tiempo aquí. Quiero llegar a Banaue con tiempo para no perder el billete de autobús que me llevará de vuelta a Manila. El domingo tengo un vuelo a HoChiMing (Vietnam) que no debería perder. Es mi segunda oportunidad de ir a Vietnam y ahora tengo los papeles! A lo largo del camino que me lleva desde Cambulo hasta Kintakin (12km) la carretera está siendo reparada. En invierno (aquí llaman invierno a la época de lluvias aunque no hace frío) los corrimientos de tierra la destruyen, y ahora que se acerca el verano la empiezan a reparar. Ya sé que no es carretera en sí. Simplemente un camino por donde puede subir un jeepney. Los niños van a Kintakin andando todos los días. La gente va a hacer la compra, cargados con sacos de arroz, de cemento, maderos… durante todo el trayecto. Hay corrimientos de tierra cada poco que hacen que el camino sea más difícil. Corrimiento de tierra que ya han sucedido, no que sucedan a mi paso. Si así pasara me acojonaría.

Llego a Kintakin y de allí a Banaue. Vuelvo a la capital de ésta región. Todo huele distinto. Todo sabe a ciudad de nuevo pese a no ser demasiado grande. De camino me ofrecen subirme en un camión para llevarme, pero me adhiero al camino del caminante, posando mis botas sobre el suelo embarrado. Todo está en obras, lo que hace que un chocolate poco denso cubra mi calzado. El pastel de arroz que compré en Batad me ha dado fuerzas. Estoy en marcha, y los cinco kilómetros que separan Kintakin de Banaue se hacen largos por las obras, no por la falta de fuerzas.

Después del regreso nada queda de interés. Solamente una compra de un billete que me devuelve a la capital de Filipinas. Una entrega de unos cuantos consejos sobre la zona a viajeros recién llegados. La cesión de mi palo a uno de ellos. Lo necesitará más que yo en Manila, y no pretendo facturarlo. La adhesión de un guía mientras como algo que no me deja respirar. Creo que está entre borracho y con algún tipo de retardo neuronal. Jarrea agua del cielo. La mugre rodea mis botas, haciéndome recordar lo bonito que fue el tiempo en Cordillera. Lo preciado que es cada momento cuando tienes tiempo para disfrutar de esos momentos. Suerte de vivir lo que vivo cada día, y cada día conmigo mismo. No sé si alguna vez conseguiré viajar con alguien igual que lo hacía antes. Nadie se asuste. Lo haré, y con gusto, pero creo que las primeras veces me costará. Me esforzaré al máximo para no ser el caprichoso que lo quiere todo a su manera, pero es de comprender que en este momento, después de casi cinco meses (CINCO MESES), tomo decisiones a mi antojo. Sin nadie que las valore, las cuestione o las discuta. Vivo la vida a mi manera las 24horas. Qué más se puede pedir!

en la playa de Nagtabon este simpatico aldeano nos bajo los cocos  - no tengo acentos en este teclado

un pescador viene a vendernos dos tiburones

somewhere under the rainbow. alguien nos dijo que en esta playa, a veces, se ven dos arcoiris a la vez, uno encima del otro

para la coleccion de atardeceres se queda Nagtabon

la vista desde la guesthouse de Bananue. nada mas llegar. la recompensa

hay arroz secandose por todas partes. pero no todos incluyen un gato escondido

a la salida del cole en Bananue


con el traje de ritos de Ifugao


aqui se mide en pasos

al llegar al pueblo de Tanam un senhor me llama para ensenharme su casa por dentro. cuando entro, despliega una manta con los huesos de su abuelo. dice que los usan para la matanza del cerdo y para las bodas. que tuvieron enterrado a su abuelo durante dos anhos hasta que pudieron recoger los huesos para utilizarlos ahora en este tipo de ceremonias

una parada de autobus en un sendero-canal?

experimentando podemos ver el paisaje...

...dentro de una gota de agua, aunque distorsionado

y el enanito de isa una vez mas dando envidia

por el camino del amor, y del peligro, me dirijo a Batad

LA vista desde la guesthouse en Batad. esta vez la recompensa es aun mejor. parace pequenho, pero cuando me fui del pueblo tarde una hora en hacer esas terrazas. se ve una parte marron, y es que en julio,con las lluvias, hubo un corrimiento de tierra. ahora nadie sabe como volverlas a construir.

De Batad a Bangaan. otra parada de autobus de mentira. son descansillos que vienen muy bien


Aqui las polillas son asi... exagero. solo vimos esta, pero es enorme!

pues si amigos, me puse el traje de ceremonias de Ifugao!

y tu enanito, aunque sin retocar y se le ve poco, acompanhado por el dios de la lluvia y un osito de Gales

llegando a Cambulo. ahi viven 1000 personas. alucinas!

Pierre y Luis. arroz, arroz, y mas arroz. Bolivianos, esta va por vosotros!

Tanduay -brandy - con coco natural. un cubata muy rico que a traves del tubo de snorkeling sabe mucho mejor. la foto fue a traicion. jodio Luis!