El miércoles amanecí en Skopje. El plan era emigrar hacia el Cañón de Matka en autobús. Una línea regular de la zona, un bus interurbano, nos llevaría hacia allí. El sol aprieta como hace un par de días. El clima del interior de los Balcanes parece ser muy parecido. La geografía en todos estos países de interior es muy similar. Tras remolonear un poco en casa, Zlatko me lleva a desayunar algo contundente a un centro comercial. No me lo esperaba, pero es algo así como un Vips macedonio. Aquí se lleva comer fuerte por la mañana, y luego aguantar hasta las seis o las siete de la tarde. O por lo menos ese es el ritmo de vida que lleva Zlatko. Después de eso no movemos. Un café, un cigarro, una espera larga y decidimos irnos hacia el cañón. Angelina, una chica muy simpática, artesana creadora de velas de parafina, no llega. Cristina es una amiga de Zlatko, que sí que viene con nosotros a Matka. Está un poco zumbada, y tiene bastantes pájaros en la cabeza. Pero es una buena tipa. Graciosa ella, viene bastante arreglada para ir a la montaña. En fin, Macedonia: mezcla de frutas: Zlatko, Cristina y yo.
El bus número 12, que no el 13, porque ese autobús está andando de puro milagro, nos lleva hacia el parque. De camino el calor agobia, y a un autobús con asientos de madera no le vas a pedir, tú, occidental pijeras, aire acondicionado. Zlatko lee, yo miro por la ventanilla. Cristina estará con sus pájaros. Entre la primera y la segunda marcha es como si estuvieran cortando con sierra el autobús por la mitad. Mis sandalias vibran en el suelo. Llegamos allí y caminamos hasta donde está el bar de entrada al sendero del parque. De camino hemos visto que el cauce del río está dividido en dos. Han preparado una zona artificial del río donde se llevan a cabo carreras cronometradas de descenso en kayak.
Zlatko me dice que no le importa, y que debo coger una barca que hace un trayecto de una hora, pasando por las cuevas de Vrelo. Todavía no se ha descubierto su profundidad total, que se estima cerca de los 400m. El barquero me pregunta que de dónde soy. Me contesta que si entiendo italiano, que él no sabe inglés. Le respondo que haré un esfuerzo, y se ríe. Y tendré que hacerlo, porque los otros idiomas que sabe este señor son macedonio y serbio. Al llegar a la cueva - porque el paseo por el cañón no os lo voy a explicar, que es un paseo por un cañón en barca mientras dos marujas que vienen conmigo intentan ligar con gondolero – la entrada es abierta, enorme. Grigori – así llamaremos al gondolero – me dice en italiano que de qué equipo soy, y todas estas cosas típicas de conversación chorras de presentación. Me dice que la profundidad de la cueva no se sabe todavía. Lo máximo que han descendido han sido 230m, pero que los sondeos – no las encuestas, sino los sondeos con sondas de topografía – estiman muchas más profundidad. Al entrar vemos que ahí habitan murciélagos. Las marujas se estremecen. A mí los murciélagos ya me la pelan. He dormido con ellos. Bueno, mientras yo dormía en Sutjeska, ellos hacían guardia. La cueva, pues otra cueva como cualquiera, la verdad. Si me llegan a decir que me van a poner el equipo de buzo y me van a bajar los 230m que ha bajado el tío ese que tiene el “number one”, pues me emociono y todo. Tras otro paseo con nuestro chalequito naranja y las marujas queriendo “salomonear (de Salomón)” a Grigori, llego a Zlatko y le digo que ha merecido totalmente la pena.
Volvemos hacia otro autobús diferente que nos hará caminar menos. Eso no es un autobús. Es el número 60. Creo que el número va acorde a los años. O al año en que se murió el que lo fabricó. Es una furgoneta Iveco de reparto. Diáfana por dentro, con sillas de madera como las de espera de los hospitales. Se entra por la antigua puerta del copiloto, chocándote posteriormente con el cambio de marchas del conductor. Cristina está zumbada. La ha llamado su exnovio. En esta especie de locomotora sin raíles ella grita desenfrenada, se maquilla, se echa colonia. Es como una diva (en las barranquillas). Mientras ella nos perfuma nuestro entrañable autobús con perfume de no sé qué marca, yo miro por la ventanilla y veo fiel el reflejo de que Skopje es la única capital del mundo con mayoría gitana.
Al llegar al centro comienza a llover. Nada nos para. Nos movemos de bar en bar. Quedamos con Angelina. Ahora vamos a por un té. No, que llueve. Vamos a por una cerveza aquí, allá. A Zlatko le gusta que le conozcan. Conocer. Pero no tiene ese grupo de amigos al que yo estoy tan acostumbrado. Él ahora queda con una, ahora con uno, ahora con otra, pero nunca con dos a la vez. Si está con dos personas a la vez es porque se las ha encontrado sin querer. Lo que para mí lo hace todo un poco más incómodo, porque a la vez que ellos hablan en macedonio de sus cosas, obvio y normal, yo hago y deshago la servilleta, calculo no beberme la cerveza en un periquete, como, miro por la ventana, apunto cosas en mi libreta, me muerdo las uñas o, hay veces, que hasta saco el portátil y me pongo a mirar las fotos que he hecho. O a mirar internet. De verdad, se echa de menos que este hombre no salga en grupo. Así que para darme esa satisfacción, sin querer nos juntamos como cinco o seis personas en el Baker Fest (Street performance). En un chiringuito con cervezas de lata y comidas de cucurucho de papel pringoso, que es más mi royo. Conozco al organizador de anteriores ocasiones. Hippie ibicenco de joven. Barbudo en chaqueta de pana en la actualidad. Conozco a Eva. Y me presentan a una leyenda. Kango es su nombre, y es el padre y la madre del rock macedonio. Ciertamente, me ha hecho ilusión, y bastante, conocerle. Simplemente por el ímpetu que le puso Zlatko cuando me lo presentó. Luego emigro solo a dar una vuelta por el Fest. Zlatko está con Angelina hablando. Me encuentro a Eva y un par de colegas. Me integro. Rakija: Connecting people, ya sabéis. Viene Zlatko y no me entero muy bien qué me cuenta, pero entiendo que alguien, no sé quién, le ha dado calabazas, y que se quiere pirar. En fin, es mi couchsurfer.
El jueves nos levantamos tarde. Zlatko tenía quedadas unipersonales, y después de estar mirando las nubes en la primera quedada, en la segunda le digo que me piro a dar una vuelta. Que luego le llamo. Me voy al barrio viejo. En su mayoría un barrio gitano. Nada que ver con estar en bares escuchando conversaciones ininteligibles. Respiro la esencia del musulmán, del gipsy, del mestizo… me acerco al bazar. Allí se vende de todo. Fotografío, escribo… Veo a una cantante canadiense del festi. Me saluda con efusividad. Se acuerda. Compró un ladrón para los enchufes (que en argentino no se llama así, y le hizo gracia a Cristian, mi argentino de Sarajevo). Me timan. Sí, sí. Bueno, no es que me timasen, es que creo que estaba un poco en la parra y en vez de darle 50 dinares le di 500. Ese día hubo manjar en casa de ese niño. Ya decía yo que se largaba, mirándome y mirando el billete. Y yo decía para mí “este niño me ha visto la cartera, en la que llevo algún que otro billete, y me ficha para mandarme a su padre, hermano o familiar más fornido”. No, lo que pensaba era dónde vendían el “cevapci” más grande para comerse doce. Ya me di yo cuenta luego haciendo cuentas, valga la redundancia.
Después de todo eso quedo con Zlatko, que a su vez ha quedado con otra chica. Yo ya me tiro a la piscina y le digo que si quiere que me vaya, que a mí también me gusta conocer las ciudades por mi cuenta. Y me dice algo que ya me habían dicho, pero que refleja muy bien muchos aspectos de la vida de aquí: “si te hubieras tenido que ir, te lo hubiera dicho. Esto son los Balcanes”. Con “esto son los Balcanes” se resumen varias cosas: las cosas te las digo claras o no te las digo; no tienen palabra para decir “que aproveche”; no existe el pudor de la última pinchada (aún es más, la última pinchada no se pregunta, y se rebaña); los negocios se hacen tomando café, o cerveza, o Rakija. Más ejemplos se me ocurrirían, pero la lista es larga.
Quedamos de nuevo con Angelina, nos vamos a un bar de música en directo, volvemos al Basker Fest, y poco más que añadir más que cada vez que vamos o volvemos del centro a su casa son 45 minutos andando. Así que sigo echando buenas piernas.
Hoy ha sido un día duro. Pretendía levantarme prontito, para salir prontito con un autobús que me dejaría en los peajes de la salida de Skopje y así ir autostopping a Belgrado. He perreado, Zlatko también, y al final entre pitos y flautas, he cogido el bus a las 12 y media. Por lo que en los peajes estaba a las 13.00. Allí ha sido rápido. 15 minutos y estaba de camino a Nis, que está a medio camino entre Skopje y Belgrado. Porque pretender hacerse 450km del tirón es complicado. En la frontera hemos echado al menos una hora. A la entrada en Serbia el polizonte me ha mirado. Le he mirado para que comprobara mis rasgos con los del pasaporte, y ha hablado con el conductor. Después éste me ha traducido. Me ha dicho que el de la garita había preguntado “¿de qué le conoces, si es Español? ¿Por qué viene de Kosovo?” y demás temas de agradable conversación. En fin, que me han tachado en el pasaporte el sello de Kosovo.
Al llegar a Nis he tenido que espera un ratazo. Nada más y nada menos que una hora y media. Yo, hábil, para facilitar la vista a los conductores, había escrito “BG” en mi folio. “BG” de “BelGrado”. Bien, tras una hora y media esperando, con un simpático gordito sonrosadito haciéndome competencia, ha parado un camionero. Le he preguntado que se a Belgrado y me ha dicho que sí. Cuando me he subido me ha dicho: “¿Sabes que “BG” son las siglas internacionales de Bulgaria?”. Y Bulgaria no queda lejos. Así que es posible que llevase hora y media dando a entender que quería ir a Sofía o algo parecido. Menos mal que me ha cogido este agradable checo, con el que me he dado cuenta de que algo me defiendo en alemán. Los camioneros y el alemán. Vaya amor por lenguas bárbaras! Pues resulta que iba para Praga, a 80km/h. yo diciendo “voy a llegar a Belgrado a las mil”. A todo esto que mi CS de Belgrado me escribe y me dice que no podemos quedar hasta mañana, porque yo en principio le había dicho que quedábamos mañana. Yo diciendo “viernes. Berlgrado. Ya verás para buscar un Hostel, y yo sin haber mirado nada en internet, y sin dinero serbio”. A mí ya todo me daba igual. Ocho que ochenta, dormir en una gasolinera. Cuando me dice el camionero que tiene que hacer una parada de 45min yo ya me quiero morir. Llegamos y me deja en una gasolinera y yo ya me empiezo a animar. El CS me ha escrito y me ha dicho que cuando llegue a Belgrado centro que le llame, que van a estar por ahí. Yo le contesto que OK, pero sin percatarme de que me había escrito tres horas antes. Bien, me compro una cervecita en la gasolinera para ir a esperar al autobús. Esto ya son casi las 23.00. Me manda SMS el CS (a partir de ahora será Rade) y me dice que ya no están donde me había dicho antes, y que no sabía cómo explicarme dónde estaban ahora. Que le llame mañana. Así que yo ya no insisto. Le pido perdón por marearle.
Llego a Belgrado. Las calles escritas en cirílico. Yo con un mapa en alfabeto latín. Las avenidas se me mezclan. Esto no es pequeño. Doy con la calle después de hora y media. Yo quería algo de fiesta hoy. Belgrado tiene un ambiente nocturno, por lo que he percibido, muy interesante. Ya me había comentado. Bueno, pues no puedo salir con Rade, y cuando llego al Hostel resulta que esto está más bien muerto. Por lo menos ha salido más barato de lo que decía en internet (al cual me he conectado a las 12 de la noche en unas escaleras a una conexión gratuita de vete tú a saber quién). Y aquí estoy, a las casi 5 de la mañana escribiendo parrafadas de andanzas yugoslavas, lo cual me recuerda que en la gasolinera he ido a la sección mapas para coger uno de Belgrado, y me he cogido uno de Yugoslavia. Me ha extrañado. Podgorica todavía se llamaba Titograd. Un mapa con un niño con un sombrerito muy majo de las juventudes comunistas de Tito o algo así. Digo “mira, un souvenir ancestral. Lo mismo cuela como fósil”. Pues no me lo he podido llevar. No tenía marcado el precio. Y no tenía código de barras. He intentado un “can I..” cogiendo el mapa y acercándomelo al bolsillo, pero la señora dependienta me ha dicho que “ni can I, ni nanai”.
Desde el Star Hostel de Belgrado, en una calle escrita de cirílico, el cual empiezo a dominar. Amaneciendo, que estamos en el mismo huso horario, pero yo estoy mucho más al Este. Un besazo de este nómada empedernido.
Una ciudad llena de estatuas raras |
Cañón Matka, aunque no quieren que lo sepamos |
La góndola de Grigori |
The cave |
La presa ue conviritió el río en pantano. En teoría no se podían hacer fotos |
Seudoautobús |
Adivinad quién es el rockero macedonio legendario - Angelina, servidor, Kango y Zlatko |
Roquero empedernido y anónimo |
Lo de detrás no es un volván, y lo de amarillo es un tío echándose la siesta en su carrito de bebé |
Un poco de bus, market y puente sobre el río asfalto |
papiripupi!!me encanta que sigas contento y feliz, da mucho gusto leerte, es como montarse contigo en esos pseudoautobuses balcánicos y ver el paisaje, pero con tus ojos y a través de tus palabras :)
ResponderEliminarsigue volando bohuitis!!!
muchos besos.sara.