martes, 28 de junio de 2011

Warsawa: ¿Quién dijo guerra? Ah sí, los monumentos conmemorativos --- Kraków: Un paseo repentino por una ciudad que huele a imperio --- De vuelta a Cluj

Cuando uno deja de escribir en este blog que solía llevar al día, parece que le falta algo. También durante este tiempo he tenido la oportunidad de tener a un padre y una madre a los que contarles mis historietas, por lo tanto no necesitaba tirar de blog para que alguien me escuchase. La llegada lo cambia todo yendo en taxi desde el aeropuerto al hotel. Medio de transporte que desconozco por completo, pero que recuerdo de alguna vez. A unos padres no se les hace hacer autostop después de un mes y pico sin verles. Y después de un taxi llega un hotel. Un couchsurfing en el que te hacen la cama y unas cuantas cosas más las ponen en orden. Alguien que te saluda a la entrada muy protocolariamente. Nunca había estado en un hotel como cliente, aunque he estado en un hotel, como todos bien sabéis, durante bastante tiempo. Era rara la situación al otro lado del mostrador.

Warszawa (Varsovia) es una ciudad romántica, colorida como un kiosko de piruletas en la que no te llegas perder porque tiene esas avenidas grandes y simétricas que recuerdan lo soviético. Muestra todo lo antiguo, de una manera irreal, porque está reconstruido todo después de la segunda guerra mundial. Fue una ciudad de verdad devastada tras la invasión de 1944 y eso no se deja notar por lo general, pero sí si nos salimos merodeando por los alrededores, no tan turísticos.

Algunos murales en algunas paredes representan esa invasión, para no olvidarla, así como algunas esculturas. Edificios enteros fueron destruidos, por lo que hubo que volver a levantar la ciudad de prácticamente la nada en los años cincuenta. No sé si antes sería igual, pero me recuerda mucho a Praga. De hecho hay un barrio que se llama Praga que nada tiene que ver con la ciudad Praga. De hecho, nada tiene que ver con la propia ciudad de Warszawa. Noto que quiero escribir mucho sobre Warszawa, pero a la vez noto que no me salen las ideas en orden. Ha sido como un paseo sin fin por toda la ciudad. Estos turistas activos que son mis padres se parecen a mí. No paran, y a veces no da tiempo a asimilar tanta ciudad. Siempre visto desde el lado de vista positivo. Y ahora tengo mucha menos posibilidad de recapitulación porque mezclo Warszawa con Kraków (Cracovia), ciudad a la que fui después de estar en Warszawa durante dos días.

Warszawa tiene, como bien decía antes, los recuerdos físicos de ese comunismo austero y práctico en los edificios y en la planificación de calles y avenidas. Calles anchas como ríos, en las que, lejos de haber un tráfico estresante, fluyen rápido y chirriando tranvías, coches, bicis, buses y trolleybuses. Todos juntos merodeando por esas gigantescas autovías de interior de ciudad. Por todos lados menos por el centro histórico, bien cerrado al tráfico de todo tipo de vehículos que no sean de carga y descarga, románticos (para algunos) carruajes de caballos, limusinas Hummer para bodas y demás medios de transporte particulares. Pero no existen autobuses ni tranvías en el centro histórico. En realidad, ahí, por esos estrechos vasos capilares que oxigenan al barrio, no caben.

El elemento más grande que hemos tenido la oportunidad de ver. Lo más soviético. Lo más alto. Lo más lejano a lo bonito, pero lo más cercano a lo sorprendente por tamaño y dimensión comparado a sus alrededores es aquella torre ahora dedicada a museos, teatros, cine y ascensores para subir a lo más alto de esa ciudad. Vista desde abajo, desde mi impresión, cautiva mucho más que las vistas que ofrece desde su alto piso número treinta. Desde abajo se siente uno pequeño, mientras que desde arriba uno se siente grande ante tanto coche de juguete y personas que apenas se intuyen. Una lluvia y una granizada nos pilla de sorpresa en lo más alto, y se ve de manera totalmente diferente. La gente ni siquiera echa a correr allá abajo, cuando en lo alto parece que el mundo se va a acabar de un momento a otro. Será que desde arriba las cosas se ven de manera diferente, siempre.

También embriaga de esa ciudad toda la historia antigua que tiene el centro, y debe ser que a mí siempre me conquistan más las historias de creaciones arquitectónicas. Justo debajo de palacio se construyó un conjunto de tiendas escavadas en la tierra, a las que posteriormente se les construyó un soportal. Estas tiendas, a su vez, tenían su propia trastienda, y algunos pasillos las comunicaban con el palacio, situado justamente encima. Algo difícil de explicar sin dibujos ni croquis, pero que me pareció una hazaña para la época, ya que data del siglo XVIII si mal no recuerdo. Que alguien me corrija, y que aporte nuevos datos a la comunidad de información que es este blog. Padre, madre: Si algo me dejo en el tintero, que es mucho ya que el tiempo y las ganas a veces no son la que debieran, aportadlo si es que debe ser sabido.

Después de todo esto, el domingo 26 empezó mi camino eterno hacia Cluj. De vuelta a por mis cosas y a continuar viaje hacia Bucarest. Desde Warszawa tuvimos la intención de hacer excursión a Kraków, pero era largo el trayecto para hacerlo en coche, y en tren también suponía una pequeña paliza. De todas formas, mereció la pena quedarse en Warszawa para comernos ese kebab picante y subir a lo más alto de la más alta torre de ese reino. Como decía, me dispuse a dejar Warszawa en autostop, que solo tardé en coger una hora.

Paró en el sitio que yo esperaba un individuo peculiar. Le pregunté al ratito de entrar en su coche qué era lo que hacía yendo a Kraków. Me dijo que “iba a volar”, y me señaló la parte trasera de la furgoneta. Llevaba un ala-delta a motor, desmontado. Dice que es impresionante sentirse pájaro, que no necesitas permisos de ningún tipo, y que en youtube puedes aprender. La verdad es que no otorga confianza pero da libertad, pensaba yo para mí. En su Peugeot Partner hablamos de coches, de motos, de alas-deltas, de su novia. Interesantes historias de autostop. Y además, llegué a Kraków justo para dejar mis cosas y tener todo la tarde por delante para ver una ciudad no muy grande. Vagar en solitario por una ciudad desconocida, en la que, sin compañía, disfruto, aún con el recuerdo fresco de lo que es tener alguien a quien contar las cosas al momento.

Toda una ciudad de leyenda. De tristeza por lo viejo y olvidado que parece todo, pero que llena de pequeñas historias y que ofrece, a cada paso, señalizadas, varias rutas diferentes para conocerla: la ruta de los estudiantes, la ruta del castillo, la ruta real… Como me suele pasar, pateo sin parar hasta que, me canso y decido irme al Hostel.

No necesito otra cosa que dormir, y a las 7 de la tarde me duermo con la alarma puesta para bajar a cenar algo. Cuando abro un ojo son las 2 de la madrugada y tengo dos inquilinos en el mismo cuarto roncando. Me siento cansado y no dudo en programar la alarma, darme la vuelta, para levantarme el lunes pronto para hacer autostop hacia Cluj.

Después de andar un buen rato hacia un punto que me parece bueno para hacer autostop dirección Eslovaquia, un transeúnte me dice que me coja un tranvía y que más allá es más sencillo. Tras dos horas sin conseguir objetivos, sin prisa, cojo un tranvía de vuelta a la ciudad, que se la cruza de oreja a oreja y me deja en la estación de autobuses, en la otra punta. En una hora y media sale un autobús hacia Budapest, en Hungría. Ningún autobús va directo desde Kraków hasta Rumanía. Así que cogeré un bus que llegará a Budapest a las 22.30 del lunes. Día completito ese lunes. Entablo conversación y conozco (más de 4 horas de conversación dan para mucho) a Csobán. Nombre raro hasta para los húngaros, por lo que me dice. Le hablo sobre mi viaje, sobre mi trabajo, sobre mi coche, sobre todo lo anterior y lo de ahora y me mira entre celoso y asombrado. Lo entiende pero dice que no podría hacerlo. Le hablo de CS y de autostop. Dice que tengo coraje y valor, y que te digan esto cada poco rellena el bolsillo del coraje y del valor para poder tirar de ellos en momentos de duda.

A mi llegada a Budapest, con una hora de retraso, le pregunto a la chica del bus si existe alguna línea que vaya desde Budapest hasta Rumanía. Sale uno a las 23.00, dentro de media hora. Después de un autostop fallido no hay nada mejor como la noticia de que no vas a tener que dormir en una estación. Así que en media hora estoy situado en dirección Cluj en un confortable autobús con 5, y digo 5, pantallas de televisión. Así escribo esto habiendo llegado hace 3 horas a Cluj; habiendo amanecido hace 27 horas en Kraków; habiendo pisado durante 10 minutos Esloaquia para fumarme un cigarro en una parada del bus; habiendo pisado Budapest 45min en la misma acera para cambiar de autobús; después de 17 horas casi seguidas de autobús. Y con algo de sueño pero con ganas de hacer el macuto, dormir aquí, y tirar mañana para Bucuresti (Bucarest) y Csurfear con Celia.

Alin me ha recibido, como no, con su casa abierta y un café. De nuevo su casa para mí. Llueve, pero sonrío. Sonrío intentando imaginar el porrón de fotos que os vaís a comer, y que me va a tocar seleccionar.


Las ciudades se siguen reflejando - Warszawa

Warszawa 1944

Los amigos del enanito de Isa - Wraszawa

Warszawa

La tormenta se acerca... - Warszawa

... y así será - Warszawa

Stop

Warszawa

Warszawa vista desde el Gran Theft Auto

Warszawa keeps walking

Mirándome de medio lado - Kraków

Artista haciendo arte ante el Monumento a los doce personajes de las Artes y las Ciencias - Kraków

No sé hacia donde esta Madrid, así que me quedo - Kraków

Un coche como ese y una casa como esa - Kraków

domingo, 19 de junio de 2011

Cluj-Napoca: A ritmo de IRAF y fin de semana

El viernes despierto desubicado. “Ah, sí! Estoy en Cluj”. Cada tres días abro el ojo y hay un techo nuevo sobre mí. De diferente color, textura y una habitación con distinto olor. Despierto a las nueve, a las diez, a las once… Todas ellas diciéndome a mí mismo que ya es hora, y que voy a levantarme. Pero no es hasta las 12 y media cuando me decido a ponerme en marcha. Me muero de hambre y bajo en busca de la receta más internacional. Pasta con tomate. Cómo no, sigo con mi problema con las medidas, y hago pasta para toda la semana. Habito solo en este piso pequeño. Me gusta. Es como un estudio. Abajo está el baño-cocina. Todo en uno. La ducha, el lavabo y la pila de fregar… digamos que son todos una misma cosa: la bañera. El calentador es un depósito enorme, vertical, que alberga en su parte inferior un fogón de cocina a gas de tamaño industrial que calienta el agua en unos 15 minutos. Alin dice que nunca ha cocinado aquí. Que evita cocinar en el mismo sitio donde caga, porque el cagadero está a continuación de los fogones. El cepillo de dientes y el gel están al lado del fairy y de los platos fregados. Digamos que la casa tiene dos pisos, que en conjunto no deben de sumar más de veinte metros cuadrados.

Cuando al fin me decido a salir de casa no me apetece turistear. Simplemente doy vueltas sin rumbo por esta ciudad sintiendo y escuchando. Alin me llama un rato después para ir de nuevo al IRAFest. Una gran puesta en escena de un grupo de rumanos-gitanos tocando música rumana-gitana lo ameniza todo. Los Taraf de Haiduks se llaman. IRAFest tiene un amplio repertorio de actividades: exposiciones de fotos, conciertos, proyecciones… Los rumanos divierten. La gente baila. Yo me suelto y bailo también, aunque me gusta más apreciar la música con los ojos cerrados. Son unos verdaderos maestros. A la salida hemos quedado con unos amigos suyos, que hemos visto antes del concierto. El plan es ir a un garito que al entrar me impacta. Demasiado “fashion” para mi estilo. Incluso para el de Alin. A entrar me encuentro en un momento de barrera lingüística. El de la puerta y la pareja, amigos de Alin, hablan y no sé qué se dicen. Señalan para dentro y para fuera. Después de cinco minutos, miro a Alin. Me dice que el grupo que iba a tocar no lo va a hacer por falta de público. En realidad me siento aliviado. El sitio no me gusta, así que decidimos ir a tomar algo a una terraza. Alin me dice que en realidad estaba intentando escabullirse del plan, pero que son sus amigos. Tres chicas nos esperan en la terraza, más nosotros cuatro ya somos siete. Los números impares en los grupos de gente en el extranjero me empiezan a no gustar. La gente se pone a hablar en parejas, y el marginado soy yo. Es comprensible. Al final, por el gesto que veo en la cara de Alin, decide pasar de la conversación de la tía y se pone a hablar conmigo. En un momento dado los amigos de Alin se van y nos quedamos él y yo con dos de las chicas. Seguimos hablando de dos en dos. Él y yo. Y las otras dos. Cuando ellas se van, nosotros lo hacemos también. La camarera nos despide en inglés. Debe estar un poco hecha un lío, y al despedir al preguntarle no sé qué a él se traba entre rumano e inglés. En fin. Nada más allá de muy buena música y buena conversación para la noche de hoy, que termina, como no, en mi coqueto cuchitril.

El sábado me levanto tarde, pero no me preocupa. Aquí los días son largos. Decidido a merodear por la ciudad, me preparo. Alin me llama. Dice que no ha dormido nada bien. Que se ha desvelado a las seis y que está tomándose un café. Voy y quedo con él. Curioso sitio. Las mesas y las sillas, y las lámparas y los cuadros, todo está hecho de cartón. Tardo en encontrarle cuando entro. Me encuentro en esa situación ridícula en la que una persona entra y sale del bar dos o tres veces. Sin estar muy seguro de si ha mirado bien o no. El bar tiene diferentes cuartos, por lo que me los recorro una y otra vez. Termino por preguntar al camarero si el bar tiene más sitios escondidos. Le llamo y no me lo coge. Al fin le encuentro fuera, hablando por teléfono. Después de una cerveza y un café Alin me lleva a un sitio en el que puedo comer algo de aquí, pero lo dejo para otro momento. Está roto por no haber dormido y se pira. Yo, me decido a ir a la oficina de turismo y a dar una vuelta por la ciudad.

De vuelta a casa paso por uno de esos mercados que a mi tanto me gustan. Doy vueltas buscando algo y nada. No sé qué es lo que quiero, pero ahí no encontraré mucho más que verdura. Así que hago la compra de rigor, esa en la que no me entiendo y me escriben los precios en las calculadoras. Unos tomates, unos pepinos, unas cebollas y algo con lo que combinarlo del super de al lado valdrá. Como, me pongo como un cerdo comiendo, y me hecho una siesta de campeonato. Cuando le me levanto Alin me escribe y dice que irá al concierto de las 9 y media. Yo quiero salir antes. Así que me decido y me piro solo al festival. Después de un par de cervezas el camarero ni me pregunta lo que quiero. Simplemente me lo pone. Me conoce. Es todavía de día y el concierto es de un grupo alemán. Danube’s Banks. Cuando llega Alin el siguiente concierto, de Mitsoura, está por empezar. No entiendo nada. Es en rumano y en húngaro, pero definitivamente hace estallar todos los sentidos. Los cinco y alguno más que todavía está por descubrir. La chica tiene una voz nasal espectacular. Todo mezclado con música de viento, percusiones y música electrónica es un placer. Me limito a cerrar los ojos y a dejarme llevar con los oídos ciegos. Haciendo honores al blog.

Después del concierto, Alin ha quedado con unos amigos que han venido de Alemania. Yo tengo intención de buscar a una chica que no me podía alojar en CS, pero que me dijo que podíamos quedar a echar unas cervezas. Lia me viene a buscar a una plaza. La Piata Unitirii. Centro neurálgico de esta ciudad. Me lleva a un bar donde está con dos amigas más. Una de ellas se marcha enseguida. Vuelvo a tener medio-conversaciones en medio-español a causa de las telenovelas tan extendidas en esta parte del mundo. Es muy gracioso como no son capaces de decir “Barcelona” con “c” o “ajo” con “j”. A su vez, es muy gracioso como yo intento pronunciar los tres tipos de “s” que tienen los rumanos. Hablando sobre Lars von Tier, Emir Kusturica y demás, el tema deriva a los gitanos en Rumanía. Una de las amigas de Lia me hace hincapié en el tema de que en Rumanía son gente normal. Que no todo son gitanos. Que van a la universidad, estudian y tienen trabajos normales. Nada que yo no supiera, pero se siente un poco avergonzada de la imagen exterior que dan los gitanos-rumanos a este país. Nada de lo que preocuparse siendo yo el espectador del país. En un viaje como este se aprende a dejar de hablar en término generales. O en caso de que se haga, se matiza diciendo “en términos generales”. No son lo mismo Alin, Lia o Adrian. Y para eso estoy yo aquí. Para comprender un poquito más. Pero la comprensión y la conversación acaban cuando nos vamos a otro garito. Un pub en el semisótano de una casa. Con rock, metal y demás que no me hubiera yo imaginado en mi vida. Lia y su amiga no eran el estereotipo de gente que va a este tipo de sitios. Y mucho menos que canta las canciones. En fin, aquí estamos para romper estereotipos y generalidades varias. Su amiga hace la del humo y se pira a casa. La verdad es que Lia me había dicho que estaba algo tajada y, en realidad, yo lo había notado. Después de un rato Lia me dice que nos vayamos. Ella va a otro sitio donde ha quedado pero yo, también perjudicado, emigro a casa.

Hoy domingo he quedado con Lia, así que después de levantarme bastante tarde, comerme la ensalada que sobró, ducharme, echarme la siesta, hacérseme tarde, y tal y cual, me pongo en marcha. Un poco antes de llegar donde he quedado con ella me escribe. No puede venir. Yo iré igual. Habíamos quedado para ir a la manifestación del “19J”. Sí señoras y señores. “Spanish revolution” también se sitúa aquí en Rumanía. Paso por allí un poco antes de las seis y todavía no hay ni Peter, salvo policía y medios de comunicación, siempre fieles a estos actos. Me doy un rulo por los alrededores y al volver ya veo algo de gente. En total serán como diez. La gente se va uniendo, y tienen más pancartas que manos. Y más miembros del cuerpo nacional de seguridad que pancartas. Pero la lluvia lo anula todo cuando deben ser como 30 ó 40 personas. Yo me anulo a mí mismo de allí también, y me piro a este pequeño hogar. Dentro de un rato Alin pasará a buscarme y nos vamos a cenar con unos amigos suyos no sé dónde.

Vida social y vida muy tranquila en Cluj, donde la gente se mueve a ritmo de festival y de fin de semana. Y donde yo intento seguir el ritmo desde otro idioma, tratando de integrarme.

El cuartucho

Puente sobre el río Someş. La ciudad da importancia a la bicicleta on sus carriles-bici. Aquí se puede. No tiene apenas pendientes

El tranvía y los trolley-buses eléctricos marcan las calles de la ciudad, toda cosida por el tendido eléctrico

El Rey Matthias despide el día

Concierto de Dubioza Kolektiv

Suculenta comida-cena-desayuno

El bar de cartón

Teatro Real

Catedrala Mitropolitana Ortodoxa - Es sábado cuando paseo por Cluj, así que no puedo entrar a ninguna iglesia ni catedral. En todas y cada una de ellas se esta celebrando una boda. Aquí la gente se casa bastante.

Reflejos de Cluj

Desayuna con Pepito Disko!

Piata Mihail Viteazu - Un fuego continuo le da un tono melancólico

Aquí también tienen chorritos

Esperando a Mitsoura y a Alin

Democratie Reala Arum - Democracia Real Ya

Aquí lo pone bien claro

Más pancartas que manos

viernes, 17 de junio de 2011

Timisoara y Bulgăruş --- En paradero desconocido, donde se cultivan los cereales rumanos

El martes, el día siguiente de llegar a Bulgăruş me levanto tarde. Sin prisas. La verdad es que ese pueblo no merece otra cosa. A mis preguntas de “puedo hacer algo” las respuestas son “simplemente siéntate y relájate”. Así que eso es lo que hago. Adrian y Riana dejaron la ciudad hace un año y algo para irse al pueblo. Trabajan como IT (informáticos), por lo que pueden hacerlo desde cualquier sitio con internet. Se fueron al pueblo de la madre de Adrian. Allí compraron una granja. La abuela de Adrian vive cerca de ellos, igual que sus tíos, y el pueblo tampoco está tan lejos de Timisoara. Solamente a 40km. Es un contraste grande ver como en una granja, en uno de los cuartos, tienen todo tipo de pantallas, ordenadores portátiles, no portátiles, tabletPCs, móviles, ordenadores a medio construir… Tienen la granja con animales y huerto como hobby. El trabajo no les quita mucho tiempo para poder mantenerla, y ahora viven la vida tranquila “Quiet life”.

Desayunando un pastel echo por la tía de Adrian y leche ordeñada de la cabra nos dedicamos a parlotear. Por la tarde bajaremos a Timisoara, después de una maravillosa siesta. Ellos también practican este deporte. Yo intento leer, y escribir, y todo lo que se me ocurre, pero los poderes de la siesta me corrompen, nos corrompen, y nos quedamos dormidos hasta las 17.00. Bajaremos a Timisoara. Ellos tienen recados que hacer lejos del pueblo, y así yo puedo ver la ciudad. Riana conduce, y Adrian es el copiloto. Y, además, un copiloto aplicado. Tienen un Renault Clio con el volante a la derecha. Al estilo inglés. Dicen que salía mucho más barato, ya que allí nadie los quiere. Pero tienen que conducir en equipo. Adrian le indica cuando puede adelantar. Con ese coche Riana no tiene visibilidad suficiente. Adrian solamente conduce la moto. Suelen ir a encuentros, y este verano tal vez vayan a uno en Faro, Portugal, pasando por España.

Al llegar a Timisoara me sueltan por ahí para que me dé un rulo por la ciudad. Parece descuidada y melancólica. Un estilo a Lisboa, pero con un estilo a Praga. Es una ciudad bella, de colores, de cuento. Con muchas tonalidades del Imperio Austrohúngaro, y también Otomano. Al entrar a una tienda de bocadillos para paliar el hambre que me acecha pregunto “do you speak english?”. A lo que la camarera me responde “why should I speak english in my own country?”. A lo que me quedo perplejo y doy un paso atrás, para irme. No me ha caído bien. Lo que me sale, pero me contengo es “Pues para que yo te compre un bocadillo y tú ganes dinero, y podamos comunicarnos en un idioma común, JAPUTA!” Pero bueno, al final me pude el hambre, y la petarda esta al final me da un bocadillo. Respeto el hecho de que haya que intentar meterse en la cultura de un país o de una región. Respeto la situación de aglomeración de turistas que no hacen más que pedir todo en inglés, y que estén algo hartos. Pero es la única manera que yo tenía de comunicarme con ella, en inglés. En fin, que podría ponerse un ratito en una tienda de bocadillos en la Puerta del Sol…

La ciudad está en penumbra, atardece  poco a poco y las calles estrechas no dejan luz para nada más. Los edificios, en una gran mayoría de color arena, acogen un bonito color al atardecer. Cada uno pintado de diferente color al de al lado. Necesito algo más que el bocadillo, y me compro un yogur y una cerveza. La señora dependienta me hace entender en rumano que “extraña mezcla voy a hacer”. Me siento en el parque que se encuentra justo enfrente de la Katedrala. Un parque que la une por medio de una gran avenida con árboles y flores con el Teatro Nacional. Me siento a contemplar a la gente. Un grupo de cinco o seis niños juegan a todo y a nada. A correr sin sentido y sin rumbos. Uno de ellos tiene un coche a pedales, pero los demás disfrutan corriendo delante y detrás de él. Cuando pasan me miran y se descojonan.

Las palomas no vuelan ahuyentadas
No hay gritos agudos en la ciudad
Se esfumaron los payasos locos
y emigraron los trabalenguas ya

Ya no veo coches de juguete
Ni llantos, ni risas en el mar
No encuentro rayuelas pintadas
y la ilusión marchó a otro lugar

Los columpios ahora los mece el viento
Las piscinas estancadas con verdor
Ahora los helados son grises
y los chiches se mascan sin sabor

Las princesas y los magos sienten
que no se les hace honor
Que ahora solo yacen en recuerdos
en un mundo sin niños, sin color

Después de ir a la Katedrala, asistir a una pequeña reunión de CS y conocer a gente bastante interesante, volvemos a la granja para dormir. Las estrellas se ven con claridad, cosa que añoraba desde hace días. Hemos conocido a un couchsurfer que ha vivido en África durante cinco meses, donde se ha construido su propia casa y allí la tiene. Solamente tiene 20 años. Otro que se ha casado y ha tenido una niña con una chica que se hospedó en su casa. Conversaciones sobre rumanos en España, con Romeo y su mujer, que tienen una hija y son también CS. Mucha densidad de viajes e ideas en solamente dos horas. Gente entrañable. Algunos subidos por sus experiencias, otros muy llanos y modestos. De todos se aprende.

El miércoles no salgo de la granja en todo el día. Leo, medito, converso y juego con perros y gatos. Es día de no hacer nada. El sitio invita a no hacer nada. Solamente a última hora de la tarde Adrian y yo damos una vuelta. Me cuenta que el pueblo fue pequeña colonia de húngaros y luego de alemanes. Allí había tierras suficientes para enviar a colonizar, cada imperio a los suyos. Existe un cementerio alemán, de hecho. Ahora a mitad de las casas están abandonadas. Cuando la caída del muro, y la revolución rumana, la mayoría de los alemanes volvieron a su tierra madre. Ahora todo está funcionando menos. Las tierras, el ganado… Pero eso hace que se lleve un estilo de vida totalmente relajado en este pueblo. No es demasiado pronto, y nos vamos a la cama después de ver un ratito el eclipse.

El jueves me espera un día de autostop. Cojo el primer coche a la salida de Bulgăruş. El conductor ha estado trabajando en España durante siete años. Se volvió hace tres. Me dice que por qué he dejado mi trabajo. Que qué hago allí. Que si estoy loco. Le dijo que he ahorrado para viajar y conocer, y me pregunta que qué pretendo conocer en esa tierra vacía. Le respondo que conocer a la gente. Me dice que la gente de allí se va porque no hay nada, y me repite que estoy loco. Que si pretendo que me lleve alguien hasta Cluj-Napoca en autostop gratis estoy loco. Qué si la gasolina a él no le cuesta dinero. Le digo que yo no le estoy pidiendo que me lleve a Cluj. Solamente quiero que me lleve a un destino común, al que va a ir del mismo modo, vaya o no vaya yo. Dice que me lleva a Cluj por 50€. Le digo que no me lo puedo permitir, y me responde que no me va a llevar gratis. Le vuelvo a decir que no quiero que me lleve, que solamente quiero que me lleve al cruce. Dice que estoy loco. En el cruce un camión me cogerá hasta Timisoara  y me dejará justamente al lado de donde tengo que plantarme para coger un “algo” a Cluj-Napoca. 10 minutos y todo está resuelto. Un hombre me lleva hasta Cluj del tirón. No habla inglés. Yo entiendo algo de rumano. Algo nos entendemos, pero el sueño, sin conversación, me aprieta, así que hecho una cabezada por aquí y otra por allá. El viaje es largo. Aquí Chauchescu no construyó autopistas para que no le invadieran rápido, y ahora no hay dinero para hacerlas. Así que todo son carreteras locales. Una de ellas, de 100km, entera en obras. El trayecto Timisoara a Cluj-Napoca han sido 7 horas.

Alin, un amigo de Adrian, me ha dejado su piso. Él se ha ido a casa de alguien a vivir durante el fin de semana. El jueves, justo cuando llego, empieza el IRAFest (International Romani Art Festival). Conciertillos, gentecilla, conversaciones y garitos. Tampoco aguantamos mucho. El trayecto me ha cansado. Pero tengo todo el fin de semana para ir una y otra vez. Veremos a ver como se tercia esta ciudad, pero se la ve con vida. Todavía no he catado el aspecto cultural. Veremos a ver.

Simpático gato contorsionista. En blanco y negro

Jardín de la casa de Adrian y Riana

El enanito de Isa, haciendo amigos. Asterix es un bebedor empedernido

Katedrala Sarbeasca - Timisoara
Con esta catedral no hay huevos a hacer una mala foto

Catedrala Metropolitana junto al monumento de los caídos - Timisoara

CS meeting

Ruffy. Difícil al principio. Entrañable al final

No es ningún truco. El gato debía haber abierto los ojos por primera vez hace 5 minutos. Era más pequeño que mi mano

Atardecer en Bulgarus

Ciao ciao, Bulgarus

martes, 14 de junio de 2011

Beograd: Al mal tiempo, buena compañía


Me desperté en Belgrado el sábado. Cansado. Con intención de salir a la calle y patear esa capital de los Balcanes. Dos millones de habitantes solo para mí. Eran las 12 de la mañana cuando dejaba el Hostel con mis cosas en él para dar un paseo. Rade no me había contestado todavía. Estaría resacoso, así que me tomo la vida a mi manera hasta que se despierte, o dé señales de vida. Belgrado es como cualquier capital. Llena de gente. Con su Cow Parade (esta concentración de vacas de plástico por las calles). Su avenida peatonal llena de quiscos de venta ambulante. Gente haciendo caricaturas de gente. Es un día gris y, la verdad, el tiempo cambia el ánimo de las personas. Me dedico a dar una vuelta por la ciudad, sin rumbo. Belgrado es una ciudad europea, regenerada, multicultural. Con cicatrices en las mentes de sus habitantes, pero nada físico aparentemente. Degusto mi “pljeskavica” con muchos ingredientes picantes en mi boca. Una cerveza Jelen me refresca. Ambos me dan fuerza para continuar andando.

Siempre tengo el mismo problema con el hecho de andar. No me fijo objetivos, y simplemente hecho a andar sin rumbo. Pienso en comer, pero ningún sitio me parece bien, y continúo andando perdiendo el norte. Se me olvida comer, y media hora después me doy cuenta de que he pasado tres o cuatro sitios que podrían haber estado bien. Me doy la vuelta. Los vuelo a encontrar, y continúo. Vaga por esta ciudad gris, con tintes de gran capital. Mucha gente abarrota las calles. Es sábado. Turistas y locales suben, bajan, vienen y van. Paso por la estación de tren y me paro un segundo para respirar. Me gustan las estaciones de tren. Esta es grande. Inmensa. En mi pose de turista, mirando siempre hacia arriba, me percato de dos edificios derrumbados casi en su totalidad. Literalmente torcidos. Moldeados como si tuvieran ladrillos de plastilina. Me siento en un parque. Me encuentro con mi amigo Huckelberry Finn y leo sobre sus historias en Misissipi. La ciudad ni me gusta ni me disgusta, pero algo suplirá ese sentimiento.

Rade me escribe. “Coje el bus 43 en Republjka Trd y bájate en la última parada”. Cojo las cosas del Hostel, me subo en un bus hasta Republjka Trd y hacia allá me dirijo. El 43 va petado hasta casa de Rade. Él vive en Novi-Beograd (Nuevo Belgrado). Las afueras. Me viene a buscar a la parada de autobús en bici. Rade es un hombre separado, de 47 años, con dos hijos. Vive con uno de ellos, de 22. Tiene una casita de dos pisos. Me lleva a ella y me cuenta que hoy llegará una pareja de rumanos con su hija. También couchsurfers. Rade está resacoso y cuando llegan los rumanos se marchan al centro. Yo me quedo con él. He dormido poco y prefiero levantarme el domingo con espíritu de turista. Aprovecho el resto del sábado para degustar conversaciones e historias más cercanas. Personales. Rade habla con filosofía. Con ganas de hablar. Una persona abierta a la que no le importan las barreras de edad que pueda haber. Al contrario. Él las levanta y pasa. Y las deja abiertas para que tú también te sientas cómodo. Escuchamos música, compartimos experiencias. Yo, como a todo el mundo, le cuento mi experiencia de momento y mis planes de futuro. Él me cuenta los suyos. Si no tiene vacaciones, acoge gente de CS. “si no puedo viajar, que la gente del mundo venga a mi casa. Es otra manera de viajar”. Empiezo a notar CS como forma de vida. La gente no solo lo usa para viajar, sino que también se junta entre sí en las ciudades para hablar, hospedar a gente conjuntamente, o mejorar la comunidad CS. Las palabras nos llevan a acostarnos a las 2 o las 3. Llevo con él desde las 2 del mediodía hablando, compartiendo experiencias y viendo mundo a través de mis oídos. Él me lo cuenta.

El domingo me levanto con ganas de ver Belgrado. He quedado con Robert, Andrea y Teresa (la familia rumana) para ir a la ciudad juntos. Luego ya se verá. Es una familia particular. Es su primera experiencia CS todos juntos. Me parece buena idea mezclar a su hija en este mundo de solidaridad. Sin barreras para hablar con distintos tipos de gente. Nada que ver con vacaciones standard. Luego irán a Croacia a algún camping. Para ser sinceros, la imagen que me da esta familia me trae recuerdos de mi niñez. Muchos. Robert dice que no quiere perderse ninguna oportunidad que vivir con su hija. Teresa tiene 10 años. Sus ojos reflejan inteligencia y saber estar. Calma y bondad. Ha hecho buenas migas con Bobby, el perro de Rade. Y conmigo también. No estoy celoso. Teresa y Robert han hecho un pacto. Se irán de viaje por Europa cuando Teresa tenga 16 o 17 años. Sin dinero. Autostop y CS.

En la ciudad nos separamos. Ellos quieren ver el fuerte. Yo quiero perderme por Belgrado. Quedamos para comer. En mi paseo camino por la vereda del Río Sava, que se junta con el Danubio aquí en Belgrado. Rade me ha dicho que Belgrado pretende reconstruirse. Que los edificios que quedan por derribar es por falta de dinero. No quieren mostrar de cara hacia afuera la guerra a través de edificios. Para ellos es duro. Yo también prefiero escuchar las historias antes que ver edificios. Rade me cuenta como volvía del trabajo en un autobús para todos los trabajadores, mientras las bombas caían a un lado y otro de la ciudad. Para volver a su casa tenían que cruzar el puente. Durante tres meses volvieron a casa desde el trabajo cruzándolo, con miedo a que el ejército estadounidense lo derribara. Aquí estuvo de moda bombardear puentes para cortar comunicaciones. Y la verdad es que a lo largo y ancho de Bosnia y en el sur de Serbia se les dio muy bien. El edificio que había visto por la mañana hecho trizas era un emplazamiento militar del ejército serbio. Por eso estaba destruido. Solamente hasta que alguien tenga dinero para derribarlo y construir. Está en el centro de la ciudad. Tiene valor como terreno.

Andrea, Teresa, Robert y yo comemos juntos. Comida típica: “Sarma” de repollo y carne. Un guiso muy rico. No sé en qué restaurante nos hemos metido, pero cuando Andrea se dispone a ayudar al camarero para recolocar la mesa, el camarero la mira serio. Enfadado: “no please, madame!!”. La coloca y se aleja. Los rumanos y yo nos miramos. Los camareros visten con pajarita, pero comemos a gusto y nos llenamos por poco más de 5€. Después nos perdemos juntos, preguntamos, nos movemos, vemos, y pateamos la ciudad. Teresa se cansa, y me recuerda a mí de pequeño. Pero de mayor se sentirá afortunar. Iremos a casa y nos tomaremos unas cervezas allí. Esperando a que Rade vuelva de trabajar.

Compramos cervezas (no para Teresa) y no me dejan pagar. Luego me escabullo para ir a comprar más y no les dejo pagar a ellos. Ojo por ojo. Escuchamos la emisora de radio de Robert a través de internet. Les enseño rock español. Extremoduro es aplaudido y ovacionado por Robert y Andrea. Los viejos rockeros nunca mueren. Teresa hace como que toca la guitarra. Lo lleva en la sangre. Dire Straits me emociona. A ellos también les gusta. Pasamos las horas juntos, hablando de todo. Cuando llega Rade se convierte en el embajador de Belgrado y nos relata la historia desde sus ojos. Son las 2 de la mañana. Debo irme a la cama. El lunes me espera un duro día de autostop, aunque yo me acuesto sin saberlo.

El lunes sale el sol y Belgrado deja de ser una ciudad gris, pero yo tengo que marcharme. Me espera Timisoara. Me espera Rumanía. Me muevo hacia la carretera de salida y para una grúa en 10 minutos que me lleva hasta Vrbac. La última ciudad antes de la frontera. Me compro algo de comer y me preparo mi cartelito para ir hacia Rumanía. Son las 2 del mediodía y el sol hace acto de presencia constantemente. Me muevo hacia la salida del pueblo. El conductor y yo nos hemos entendido a base de gestos. A base de gestos nos hemos contado un montón de cosas. Cómo se llama el río que pasa por Madrid, que no nos podemos bañar, que su hijo tiene la misma edad que yo, que las chicas rumanas son guapas, que tiene que coger un Lada Niva averiado en Vrbac y llevarlo a Beograd, que mi padre tiene un Lada Niva…

Vrbac me mata con cuatro horas de espera. Pruebo poniendo en mi cartel “RO” que es lo que pone en las matrículas rumanas, después “Rumunija (Rumanía en serbio)”. Y justo cuando cambio y pongo “Timisoara” uno para. Esto es cuestión de suerte y experiencia. No nos entendemos muy bien, así que me lleva hasta la frontera y me deja allí. La cruzo andando y me encuentro con un tío y una tía del Cuerpo Nacional de Policía ESPAÑOL! Están allí para enseñar a la Policía Rumana sobre Schengen, ahora que van a tener oportunidad de pertenecer a este tratado también. Pasada la frontera me lleva hasta Timisoara un matrimonio que me coge apenas 100 metros después de la caseta. No hablan mucho, lo cual es mejor, porque los gestos se me han agotado. Pierdo el tren hacia Bulgarus, el pueblo de Adrian y Riana, mis próximos CS. Unos amables rumanos me llevan a una gasolinera en la salida de Timisoara y un autobús me para y me lleva hasta Sandra, el pueblo de al lado de Bulgarus. Me dice que no pague, lo cual es perfecto.

Ya estoy en Rumanía, en casa de Riana y Adrian. Es una granja. Tienen de todo. Cerdos, patos, gansos, pollos, conejos, ovejas, cabras, gatos, perros. Cada especie en reducido número. Trabajan como programadores desde casa, así decidieron moverse aquí hace un año. Ceno Sarma en casa de la tía de Adrian. Y queso hecho en casa. Hablando, hablando me entero de que aquí también hacen los calostros que alguna vez he visto hacer a mi abuela Nati. ¡Los llaman “calostra”! O algo así.

Disfrutaré de la vida contemplativa, de campo y ya os contaré poco a poco.

Dobro doslu o Beograd

Me han tachado el sello de Kosovo

Teresa y Bobby

El Templo de Sava, cuy nombre comparte con el río que pasa por Belgrado, se empezó a construir en 1936. se trata de la iglesia ortodoxa más llamativa y grande de Belgrado. Nos deja perplejos su color blanco. Impoluto. Nuevo. Por dentro, nada más allá que hormigón y una pequeña capilla.

Inerior del Templo de Sava

El Parlamente de Belgrado aún alberga del cartel de Federación Serbia, perteneciente a la Federación de Repúblicas Socialistas Yugoslavas. Y Teresa parece muy pequeña para tanto edificio.

Se acaba Vrbac, pero mi espera para conseguir alguien que me lleve parece eterna.

Al fin entro en Rumanía