miércoles, 27 de julio de 2011

Екатеринбург (Ekaterimburgo): Industria de arquiectos


Después de la llegada a Ekaterimburgo un sábado 23 con un tren que se retrasa unas 2 horas, lamento haber tenido esperando a Kirill, un nuevo ruso en mi vida. La verdad es que no tiene cara de que le importe. Lo primero que hace es disculparse por su inglés, que en realidad no es tan malo. Pero en realidad es pensamiento generalizado en Rusia disculparse por el nivel de inglés. Yo insisto en que debería darse una vuelta por España, si su gobierno y el español facilitasen las cosas para los visados. Así entenderían que el nivel de inglés en la Europa occidental tampoco llega a mayores.

De camino a su casa, Kirill me muestra todo lo que a arquitectura se refiere. Es un chico de 22 años, estudiante de arquitectura, y que trabaja en unos cuantos proyectos. Su conocimiento sobre funcionalidad y estructura de la ciudad, tanto en su conjunto como en los edificios por separado, me abruma. Incluso hay en ocasiones que me deja desconectado durante un rato. Toda la ciudad yace semi a oscuras en una noche de verano muy llevadera. Ekaterimburgo me ha dado la bienvenida con una buena temperatura, y con algo de claridad en el horizonte pese a ser las 23.00. Es interesante saber, como me cuenta, que tienen 3 meses de verano, en los que realmente el Sol desempeña su labor de manera seria. Y el resto del año son “meses blancos”. Nieva y hace fresquete. Unos 40 grados bajo cero en pleno invierno.

Al llegar a su casa, después de haber pasado por la Catedral de la Sangre Derramada, llamada así debido al asesinato un tanto peculiar de la última familia zarista rusa (más información sobre esta sarta de disparos y despropósitos desde su muerte hasta su entierro en: http://es.wikipedia.org/wiki/Nicol%C3%A1s_II_de_Rusia ), nos encontramos con su compañero de piso. “Kirill the second”, me dice Kirill. Y es que su compañero de piso también se llama Kirill. Tras un rato de conversación y alguna que otra cerveza rusa, nos vamos a la cama. Yo no estoy cansado, porque tras un episodio de tren de 30 horas nadie está cansado, sino hasta los mismos de estar sentado o tumbado. Pero tampoco nadie se resiste a un nuevo colchón en una nueva casa de Ekaterimburgo.

Al día siguiente es domingo. Sin madrugar, porque las armas las carga el diablo, al igual que los despertadores, salimos a la calle. Vamos a ir a dar una vuelta, y la verdad es que los temas son de lo más variopintos. Ekaterimburgo siempre ha sido una ciudad industrial. De hecho la capital industrial de Rusia. Desde la Rusia zarista ha existido un gran interés por mantener la industria en esta región, que gracias a la cercanía de los Urales, ha mantenido sus fuentes de recursos bien cerca. Debido a esto, Ekaterimburgo ha mantenido un aumento de su población año tras año. Y más aún durante la Guerra Rusa de principios de siglo XX y la II Guerra Mundial. Paseando de un lado para otro Kirill me mantiene informado sobre el uso y el desuso de muchos de los edificios, incluida una enorme antena de la televisión local, que se sitúa cerca de su casa, y comenta al respecto “yo no bebo, pero cáncer seguro”.

A la vuelta a su casa quedamos con uno de sus amigos, pero el calor es bastante insoportable, por lo que nos deslizamos hacia su casa entre sudores y sombras. Kirill debe marcharse, pero vuelve más tarde con Tania, su novia. Han quedado para cenar con unos amigos en casa, por lo que el colega y yo hemos ido antes a comprar para realizar un suculento gazpacho con el que deleitar a los presentes. A medida que van llegando los demás colegas, me voy presentando entre pepinos y tomates. Hablando de España, de Rusia, de costumbres, de sopas frías, con el ruido de la batidora, grande esta vez, de fondo. Palabras van y palabras vienen cuando el gazpacho está terminado y en casa somos por lo menos diez. A mí alguien me había dicho que no íbamos a ser más de cuatro, pero mi idea era otra. Mi idea era la de dejar gazpacho hecho para el resto de los siglos, por lo que tenemos gazpacho de sobra para diez, y para desayunar al día siguiente. Ya sabéis: las cantidades y yo no nos entendemos. Es que aquí en Rusia los kilos son diferentes y no sé calcular bien.

Entre grazpachos, vinos blancos de Crimea, cervezas rusas y una narguila de Turquía, amenizamos la cena sin parar de hablar de viajes y de diferentes historietas. Enseñando fotos de mis encuentros con la naturaleza en Bosnia, o hablando sobre Couchsurfing. La gente va abandonando el lugar hasta el momento en que alguien saca vodka de la nevera y espera mi mirada de confirmación. “Cómo no!”, pienso yo. Todavía no he probado el vodka en Rusia, y llevo 10 días en este país, tan famoso por ello. También es cierto que soy más bebedor de cerveza que de vodka, por lo que me he tirado más al consumo de tan exquisita bebida, más que a la cata del vodka. Vodka va, y vodka viene, y ahora con zumo, y ahora solo, y ahora solo, pero con zumo después, y ahora “salud”, pero nunca ese famoso “nasdrovia” al que estamos acostumbrados. He hecho ya un sondeo alrededor de Rusia y todos me han comunicado que las películas y Holywood son los culpables de esta palabra. La palabra existe en sí, pero nada que ver con que sea costumbre decirla antes de beber. “nosotros no decimos nada antes de beber. Simplemente bebemos”. Es entonces cuando yo enseño mi “arriba, abajo, al centro, y pa’dentro”.

(((Ahora mismo estoy en la ciudad de Omsk y está cayendo una chupa de agua que alucinas. Unos truenos y relámpagos que te cagas, y a mí me parece que en esta casa me va a empezar a entrar agua por algún lado, porque yo la oigo en el techo, y no estamos en el último piso)))

Un lunes aparece en mi cabeza con una resaca interesante, pero con ganas de menearme un poco por esta ciudad, porque mi intención es salir de allí al día siguiente dirección a Omsk. He escuchado que cerca de la ciudad, que luego resultan ser 50km, por lo que no es tan fácil, se encuentra el borde físico oficial entre Europa y Asia. Bonito sitio para ir a hacer el chorras y hacerse una foto, pero que al final, por vaguería y por la falta de opciones, descarto. En fin, que he cambiado de Asia a Europa y la verdad es que el tema tampoco ha cambiado tanto. Aunque ya me han dicho, tanto Dasha como Kirill, que me espera a llegar más al Este, y veré la diferencia asiática. Kirill me ayuda el lunes a comprar un móvil ruso. He decidido que voy a dejar de gastar tanto dinero en teléfono. Creo que es buena idea y, aunque venía de antes, he sido lo bastante perezoso como para aguantar al menos un mes a costa del Roaming Inernacional de Orange, que me ha sangrado unos cuantos €urípides. Ahora tengo un móvil en blanco y negro, con la serpiente como juego destacado. Eso sí, es un Nokia como la copa de un pino (de un pino en blanco y negro). Tanto el lunes como el martes, en realidad, se basan en diversos paseos por el centro de Ekaterimburgo, tanto de día como de noche, observando la ciudad mientras Kirill me muestra la parte teórica, y yo hayo los datos científicos de que en esta parte del mundo los coches no paran en los cedas el paso; que dentro de los autobuses hay una señora sentada como en una silla más alta, que es la que cobra; que Lenin es un señor omnipresente en estas ciudades, pero que a Stalin lo jubilaron de su oficio de estatua; que los taxis no tienen distintivo de taxi, por lo que o te timan, o llamas a una compañía que te tima un poco menos (esto no lo he experimentado, pero me lo han contado); que la opinión generalizada es que en Europa occidental somos más limpios en el cuidado de las calles y que no tiramos las colillas al suelo; que tienen unas galletas como con dulce de leche en el medio, que sirven de posavasos y que si pones el té encima el dulce de leche se derrite y están mucho más ricas; otra vez, que no se dice “nasdrovia” al brindar; que al comprar un billete de tren tienen serios problemas para comprender por qué tengo dos apellidos. Y lo que viene a ser la parte más seria de la historia de los descubrimientos empíricos, es que las conversaciones sobre las oscuras historias políticas del gobierno de Putin aquí están más que censuradas. Se evita conversar en la calle durante más de 10 minutos seguidos sobre el tema, porque no solamente se han tenido experiencias conocidas internacionalmente en el tema relacionado con asesinatos, sino también con gente mucho menos mediática, o sin ser mediática ni siquiera. Al escuchar estos comentarios, y los cambios de tercio por parte de Kirill y su amigo cuando se deriva hacia este tema, me acuerdo de cuando me dijo Dasha algo parecido en Moscú y no me lo tomé demasiado en serio. Y es que, aquí, ser opositor, aunque sea oralmente entre amigos, está castigado.

El martes, al final del día, me dirijo a la estación con los dos Cirilos, que es la traducción que he encontrado para el nombre ruso de Kirill. Me espera el viaje de 30 horas. Me despido calurosamente de ellos y me subo al tren. En mi vagón mandan los niños. Y encima me ha tocado el sitio de honor: el lado del baño y con pared en cabeza y pies, por lo que no quepo. Pero todo cambiará cuando una señora le pide a la revisora que me diga que si le cambio el sitio, que toda su familia cabe bien donde están y no se quieren mover. A lo que la revisora, en ruso claro, me dice que la siga. Me cojo mis cosas y me toca un sitio sin pies, pero al lado de la puerta de otro lado, a través de la cual la gente va a fumar. No está mal. Leo hasta las 2.00 y después me hago la cama. A las 2.15 comienza un desfile que parece la fiesta del pijama. Como 15 quinceañeras hablando mientras el tren permanece parado en una estación. No sé qué sentido de bajar el tono en un vagón de 40 camas todas juntas se tiene aquí, pero nada que ver con los trenes anteriores. En fin, un vagón lleno de niños, con la visita de las 15 quinceañeras parloteadoras, un perro que ladra a ratos, un vecino que ronca de una manera bastante graciosa y que hace saltar un par de risas de algunas bocas compañeras y un sueño que, cuando se acaba todo ese bullicio, me atrapa y me apresa hasta las 11 de la mañana del miércoles 27. Día de mi llegada a Omsk.

Estación de Ekaterimburgo. Son las 23.00 y mirad que puesta de Sol

We all live in a yellow submarine - Ekaterimburgo

Una casa bonita, u hortera - Ekaterimburgo

Una chimenea graciosa desde un sótano  - Ekaterimburgo

Desde el tejao. Y desde donde tiro la foto es un bar con cutres pero altas vistas - Ekaterimburgo

Tortilla de patatas. Hubo probemas, pero me salió exquisita de sal - Ekaterimburgo

Reflejos de una ciudad, en la que se refleja la residencia de Putin en Ekaterimburgo

Monumento a los Beatles en Ekaterimburgo. Los Beatles nunca visitaron Rusia, por ser iconos del capitalismo americano. Por lo tanto, monumento post-soviético.

Peculiar monumento a los teclados. Sobre la "B" de "Bohua" - Ekaterimburgo

Calle Lenin, escrito a mano. Es una edificio perteneciente al barrio soviético construido como residencias de espías de la policía secreta soviética, conocida como "la checa", en ruso "ЧК", que en realidad tiene todo el sentido porque pronunciado es como la letra Ch y la letra K. Viviendas sin cocina de unos 15metros cuadrados que ahora son utilizados por estudiantes. - Ekaterimburgo


1 comentario:

  1. Hoy he pedido ayuda... jajaja, si, he hecho la típica llamada llorando a moco tendido... y sabes? ha sido genial. He acabado riendo... mogollón y con una sensación super sencilla de alegría, porque sabes?, no estoy sola.

    Hoy mi absurdo es genial!

    TE ECHO DE MENOS.

    mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmuuuuuuuuuuuuuaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

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