Yo salgo del tren que ya no sé en qué día vivo, pero contento porque tengo móvil ruso. Así puedo llamar y mandar todos los mensajes que me dé la gana! Bueno, tampoco tantos. Pero sin tanto reparo como antes. La verdad es que es una liberación que no sé por qué no había hecho antes. Creo que era el hecho de que no me había hecho del todo a la idea de que para vivir fuera de casa, hay que adoptar algunas rutinas que tienen que ser como en casa. Así que en Omsk estaba yo. Otra ciudad industrial, esta más si cabe que Ekaterimburgo.
Salgo de la estación y consulto el mensaje de Anatoly. Sí, mi CS ser llama Anatoly ¿qué pasa? A mi lado escucho un “vamos pa’dentro, que al final…” Así que me detengo hablando con un padre y un hijo de unos 30, que venían en mi tren y van desde Moscú directamente a Irkutsk. Al oírles echo de menos esa manera de hablar que tenemos, omitiendo parte de la frase, ya que no hace falta decirla entera para que tenga significado. Será nuestro carácter de vagos, pero ese “vamos pa’dentro, que al final…” lo haces en inglés y te preguntan “at the end. What?”
Tengo que coger un trolleybus de esos que van como los tranvías, pero son autobuses. Me aclaro para preguntarle a un taxista dónde se cogen, pero los taxistas no son amigos de las preguntas. Ellos solo quieren llevarte. Yo solo quiero una respuesta. Cada uno queremos lo nuestro y sabemos que uno de los dos va a tener que acabar cediendo. O él me dice donde se coge el bus y me piro en bus, o no me dice dónde y me voy en taxi con él, o no me dice dónde y me voy a preguntar a otro. Al final descubro por mí mismo dónde se cogen los trolley, así que podéis imaginaros el resto de la conversación con el taxista.
Me bajo en Park Kultury, porque he visto el pelazo rubio de Anatoly por la ventanilla, con sus gafas Ray-Ban de madero de Texas, que le dan un look inglés brutal. Anatoly viene con Anya, que descubriré luego que no debe ser su novia, porque si no lo lleva bastante claro. Le pregunté que qué estudiaba ella y me respondió “algo de Dirección de… Dirección de algo”. Y le pregunté que cuántos años tenía y me dijo “23 o 24”, por lo que deduzco que es un royete. Llegamos a su casa. No es tarde, así que me doy una ducha y nos vamos a dar una vuelta. Paseamos por unas calles anchas, a veces embarradas, con esos autobuses, que no llegan a ser autobuses, que son minibuses. Todo huele a lejano y se intuye que esto es Asia. Lo palpo en el ambiente. Se ven más personas con ojos rasgados. Y no quiero decir que sean chinos, o mongoles… Lo que se ve es mucho mestizaje. Ojos rasgados con delicadeza, por la mezcla de razas.
Paseamos por la Avenida Marx y la Avenida Lenin. Le pregunto por la conservación de las estatuas de Lenin, y me dice que se conservaron porque Lenin era Lenin. Pero que las de Stalin si se quitaron todas. Lo que no se podía hacer era derrumbar todos los edificios que datan de la época estalinista, porque se haría de Moscú y de otras grandes ciudades rusas un descampado bastante considerable.
La verdad es que el centro de Omsk parecen las afueras de cualquier barriada de Moscú. Está todo un poco de aquella manera. Se lo han dejado sin barrer. O las máquinas de asfaltar no las habían acabado de pagar. O el pedido de papeleras está parado en alguna estación. Pero cuando pidieron todo esto por Ebay, lo que primero les llegó fueron altavoces. Sí, sí, altavoces. Tú vas por la calle de Omsk y los oyes. ¿No iremos hacia la calle de los altavoces? Pues sí, allá que vamos. ¿Los pone el ayuntamiento? ¿Los ponen las tiendas? Pues resulta que ambos. Unos en algunos lados para amenizar, los otros para captar clientes. Ahora… ¿Quién ameniza y quién capta clientes?
Volvemos a casa más bien pronto, porque hace un calor que hierve. Nos apalancamos cada uno con lo suyo. Yo me dedico a bloguear, a navegar, a leer a Tolstoi, que me tiene maravillado… Y luego llega Anya otra vez, que nos ameniza la noche con una botella de Martini Blanco. Dice que se le ha olvidado el vodka, pero que ella lo bebe como James Bond. Mezclado pero no agitado. Nos sometemos a unos tientos de Martini y a algunos tés. Anatoly ha estado viviendo en Kuala Lumpur, en la India, en Vietnam y en Tailandia, si no recuerdo mal, por lo que es un buen aficionado al té. Me cuenta que se lo mandan sus amigos, o los pide por Ebay. Así pasamos mi primera noche en Omsk, y tras medianoche nos movilizamos hacia nuestros aposentos.
El jueves amanece tarde y sometido a no madrugar. No me importa. Me lo voy a tomar con calma. Tengo buenas noticias desde Irkutsk, y es que la chica y el chico que me han dicho que vaya a su casa dicen que tienen plan de viajar en el Circumbaikal y de ir a la montaña. A lo mejor elimino alguna ciudad de mi plan para quedarme más tiempo en Irkutsk. Veremos a ver cómo funciona. El caso es que el jueves me despierto con Anya, y Anatoli ya se ha ido a hacer recados. Moneamos y no hacemos casi nada. Luego salimos de casa. Ella para ir a ver a su babuschka. Yo, para ir a pasear. A mi manera y a mi ritmo.
La ciudad es cuadriculada y de avenidas anchas. De tres o cuatro carriles para cada sentido, la mayoría. Omsk está en la intersección de dos ríos. Uno se llama Oms y el otro no me acuerdo (ahora no tengo internet para hacer trampas, y eso es lo que, en general, me pasa con el idioma. Pero comprended que cada tres días cambio de ciudad y es difícil. Bastantes historias llevo en la cabeza. Voy a ser el abuelo batallitas “Y os he contado de cuando estuve en Omsk… Pues Omsk lo dividen dos ríos: El Oms… El Oms… El Oms… Y el otro no me acuerdo, hijo. Ya sabes, la cabeza de tu abuelo ya está mayor!”). En fin, que rulando y rulando me bajo a “las bichis”. Algunas por ahí saben de lo que estoy hablando. “Las bichis” son las playas de una ciudad de río. No llega a ser la playa. Son, sin más que decir, “las bichis”. Gente torrada al sol, porque la verdad es que pega de lo lindo; gente como pez en el agua; gente bebiendo como agua bebe un pez… Yo me vuelvo al centro y me siento con Tolstoi. Me está cayendo demasiado bien. Cuando mejor me cae, me llama Anya y me dice que si comemos juntos… En un Friday’s. Anya me cuenta sobre el alcoholismo de Rusia. Sobre lo mucho que odia muchas de las facetas de Rusia, y que ese es por qué de que se quiera ir fuera. A donde sea. Me he enterado de que hay muchas muertes al año, y estamos hablando de cientos, por peleas de borrachos. Pero no peleas de encontronazo por algún tema en particular, si no por organización de evento. Clubes de la lucha embriagados con alcohol hasta las trancas. Bien, vamos a ver… todo esto acaba comiendo tacos mexicanos, con cerveza Budweiser, ella con un puré de champiñones y dos cócteles de vodka, algo moñosos, volviéndonos a casa con más alegría de la normal. La vuelta en una furgo-bus (algún día conseguiré escribir el nombre en ruso) al ritmo de “Johnny, la gente está muy loca”. Y claro, yo de donde vengo no comprendo otro remedio mejor que la siesta. Así que siesa en el sofá hasta que llega Anatoly.
Un día sin mucha productividad que acaba con un intento de tortilla de patatas en una sartén sin mango. La tortilla acaba pegada en una sartén que parecía mejor, pero que resultó no ser antiadherente. De hecho, resulto ser más adherente que Spiderman. Más pegadiza que Shakira en verano. Total, para algunos conocedores de los remedios de la cocina y por decir más, de la tortilla de patatas, denominaremos a esa tortilla de la manera que en su día un Bohua definió como “tortilla hecha con prisas”. Pero con un sabor apasionante!
El viernes emprendo el embarque hacia un fin de semana en tren. Después de comer en casa de os padres de Anatolyn me voy a cortar el pelo. Me he vuelto a rapar, esta vez con maquinilla rusa, que no soviética. Y es que tenía pinta de nueva. Y es que necesitaba algo de limpieza cabelluda para poder sentir el fresquito por la mañana. Tras una despedida un tanto fría pero sincera, me subo al tren. Me ha tocado “el mejor” de los sitios. Voy en tercera clase, para no variar, porque ya le estoy cogiendo el gustillo. Además, me ha tocado el número 36. Creo que, aunque este número tenga mucho que ver con el número 3 (que es mi número favorito), le estoy empezando a coger un poco de manía. El 36 es divisible por tres. Contiene un 3 en sí. 6 es divisible por tres. La suma de sus cifras da 9, que es 3 x 3. Muchas locuras mentales que se me ocurren con el 3, pero luego me gusta que los tramos de escaleras sean pares, aunque no sean divisibles entre 3. El sitio es más estrecho y corto, y no puedo sacar los pies fuera hacia el pasillo. Tienes el baño justo al otro lado de la pared, por lo tanto oyes e incluso hueles todo lo que pasa al otro lado. Digo hueles porque, a veces, estas paredes deben de estar algo desencajadas y pasar el hedorcillo a través de ellas. La puerta hacia el otro vagón y hacia el baño está justamente al lado, y la gente no es demasiado cautelosa a la hora de cerrar. De hecho creo que se cerciora bastante bien de que la puerta esté cerrada, y a veces me da la impresión de que cierran y vuelven a abrir para cerrar más fuerte. Mi cama vibra. Son muy borricos. La sábana no me llega ni al ombligo. Y podría tirarme la noche quejándome sin aportar nada nuevo, pero bueno.
Llevo mi botecito de Nescafé a todos lados, por lo que me hago un café nada más entrar y me como una de esas maravillosas galletas que tienen como dulce de leche entre medias, y que se utilizan en forma de posavasos. Al poner la taza caliente encima, se derrite el dulce de leche y están buenísimas. También llevo espaguetis precocinados con avecrem, que les echas agua caliente del termo que hay en cada vagón y no saben tan mal. También llevo fruta, mamá y papá! Preparando mi bolsa de la basura, para la cual se utiliza la bolsa en la que te dan tus sábanas y toalla, me fijo en la estepa siberiana. Qué tendrá, que cautiva tanto. Recuerdo a la salida de Omsk que no lejos de allí se situaba uno de los campos de concentración soviéticos. Y es que ya estoy en Siberia, y ya estoy en esa zona donde en invierno hace mucho frío. Me pongo a ver las fotos en el portátil, y recuerdo que en todas las ciudades tienen calles a todos los ilustres del comunismo. Lenin, Marx, Gagarin (el astronauta), Laika (la perra astronauta)…
Es un viaje largo que es difícil de explicar porque he perdido la noción del tiempo en varias ocasiones. Llevo la hora de Omsk, pero en los horarios todo está puesto con la hora de Moscú para que no haya confusiones. De hecho, en los billetes también está puesta la hora de Moscú. Y cuando despierto, en realidad ya es la hora de Novosivirsk, que es una hora más que en Omsk, pero una hora menos que la hora de mi destino, Irkutsk. Omsk, a su vez, son tres horas más que Moscú. Quedaría algo así mi trayecto con respecto a Madrid: Moscú +2; Ekaterimburg +4; Omsk +5; Irkutsk +7. Ver el +7 me hace ver que ya estoy lejos, lejos, lejos… Pero en una de las paradas decido bajarme y oigo español en el ambiente Amelia y Jane viajan juntas. Amelia es de Palma de Mallorca. Jane es inglesa, pero habla muy bien español. Junto con Ive, una irlandesa que va en el mismo vagón que ellas, aprendo a jugar al “bridge” en el vagón restaurante. No había catado este aspecto del transiberiano, y la cerveza no es tan cara. Y la compañía ayuda a distraerse. Porque, de momento, me sigue siendo difícil comunicarme en ruso con los de mi vagón. Y en mi vagón no va ningún mochilero-viajero.
Como dice Eskama en un comentario “cuando vuelvas nadie te entenderá y todxs entenderemos que solo tú, sabrás lo que has vivido”. Aquí queda en mi memoria para una vuelta en el futuro. No pararé de hablar en días, semanas o años. Sobre vagones, camas, trenes, ruedas estrechas, anchas, baños, fideos y cafés. Mientras tanto, leyendo a Tolstoi, escribiendo canciones con música en mi cabeza, escribiendo ensayos sobre cómo se parece el café a la mente humana y sobre la Siberia que cada uno llevamos dentro, se pasan las horas en un tren legendario del que ahora tengo una opinión totalmente diferente. Irkutsk me espera con planes de montaña y Lago Baikal. El día es algo nublado, pero eso queda para contarlo otro día. Creo que de Irkutsk me iré directamente a Vladivostok sin parada en medio. Aquí estaré bien, y creo que no habrá problema en quedarme una semana.
Hay algo que escribí en su día, y que he encontrado. Un par de cosas de los Balcanes y de Rumanía. Alguien les puede poner música. Yo, la tengo en la cabeza.
Hoy me he levantado y me he dado cuenta de verdad,
si acaso me importa algo el conflicto en el Balcan.
qué importa croata, serbio, albano o kosovar.
qué importa si en Skopje mataron a un chaval.
qué importancia tiene tanta multiculturalidad.
qué me importa a mí el rechazo al musulmán.
qué me importa a mí si yo... tengo mi bolsillo entero siempre lleno de dinero.
qué importancia tiene el llegar a comrpender
si la comunidad ginata tiene algo para comer.
si Herzegovina o Bosnia nada tienen que ver.
si los dálmatas croatas hablan raro, a mi qué.
si en Mostar se separan por un simple puente.
si en Prishtina gobierna la OTAN o la UE.
qué me importa a mí si yo... tengo mi bolsillo entero siempre lleno de dinero.
qué importancia tiene si esa chica no desea que la mire.
acaso me preocupo por si vives o sobrevives.
si por un par de dinares tu hija dejó de ser libre.
si en Yugoslavia existe odio mires donde mires.
si las razas se matan con miradas que destiñen
los colores que vivían juntos antes en Prizen.
qué me importa a mí si yo... tengo mi bolsillo entero siempre lleno de dinero.
--- Skopje---
las palomas no vuelas ahullentadas
no hay gritos agudos en la ciudad
se esfumaron los payasos locos
emigraros los trabalenguas de acá
a no veo coches de juguete
ni llantos, ni risas en el mar
no encuentro rayuelas pintadas
las ilusión marchó a otro lugar
los columpios los mece el viento
las piscinas estancadas con verdor
ahora los helados son grises
y los chicles se mascan sin sabor
las princesas y los magos sienten
que no se les hace ya honor
que ahora solo yacen en recuerdos
de un mundo sin niños, sin color
---Timisoara, viendo a un porrón de niños pasárselo en grande---
Estación de Omsk |
Papá, te haría un envío solo para tí para tu colección de fotos de ventanas - Omsk |
Calle "tercera línea" - Omsk |
Lada fugaz - Omsk |
Monumento a los caídos - Omsk |
Perdí la cuenta de cuántos Lenins he visto - Omsk |
Annya - En un Friday's de Omsk |
Con la uña pintada - Omsk |
La universidad, con sus cuatro ciencias en lo alto - Omsk |
Ive, Jane, Amelia y yo. Jugando al "brige". No ganamos ni una - En algún lugar de Siberia |
Con Anatoly. En el cartel pone algo así como que no se puede beber en los parques de niños, bajo sanción de 600 rublos, que hacen unos... 15€ - Omsk |