domingo, 6 de noviembre de 2011

Sa Pa: Un camino entre las nube


Un tren con olor a cloaca perfumada nos espera en la estación de Ha Noi. No quedaban camas, así que hemos tenido que coger tickets para asientos. Por lo menos quedaban “soft-seats”. Lo que viene siendo un asiento en condiciones. Mullidito y confortable. Luego pudimos comprobar a través de una ventana que los “hard-seat” son una mala opción para un viaje nocturno de 9 horas. No lo comprobamos empíricamente, pero nos sobró con mirarlos para que nos doliese la espalda.

Luke y Siobhan comen. Comen bastante y yo con ellos. Con nuestras bolsas de comida entramos al tren. Nada mejor que unos aperitivos para que nos entre el sueño. A nuestra entrada a la estación un hombre nos ofrece su ayuda. Hay dos trenes en toda la estación. Él nos indica el vagón, perfectamente numerado, y nuestro sitio, igualmente con su numerito. Cuando me coge el macuto yo se lo niego. Ya sé por dónde se mueve este hombrecillo. Yo mismo me pongo el macuto encima de la repisa superior a los asientos. Un silencio de expectación termina con un “money?”. A continuación el silencio sigo quebrado con Luke, Siobhan y yo dando alaridos en inglés del tipo “pero si hay dos trenes en la estación!!! Esto lo podía haber hecho yo!!!”. Entre risas nuestras y murmullos en vietnamita, este hombre se marcha descontento. A partir de ahí, el que más, el que menos, dormirá hasta el amanecer cerca de Lao Cai.

Al amanecer nos despertamos cerca de Lao Cai. Por la hora ya debemos estar cerca. El amanecer alumbra nuestras caras tenebrosas. Durmiendo a ratos uno no puede pretender tener cara de princesa al despertar. Recuerdo en medio de la noche un sueño. O una realidad. Un tipo gritando, y es que a las tres de la mañana ha entrado un hombre dando alaridos ofreciendo pasteles de arroz para… para la cena o el desayuno. Nunca lo sabremos con exactitud.

Lao Cai es un sitio en el que no hay nada que hacer. El propio nombre lo indica “Lao Cai: lo que hay”. Un café nos despierta el ánimo, aunque estamos un poco reventados de igual manera. Nos dirigimos, guiados por nuestra Lonely Planet, hacia lo que se supone es la estación de autobuses. No hay estación de autobuses en ese lugar, y un negociante y sonriente caballero nos ofrece ir a Sa Pa  por un precio que aceptamos sin poder regatear. Nuestro camino a Lao Cai está precedido por unas vueltas a la ciudad buscando mercancía y nuevos pasajeros a los que transportar. Con los nuevos pasajeros nos topamos con una situación curiosa cuanto menos. El conductor les dice a Luke y Siobhan que se muevan. No entendemos por qué, así que dicen que están bien donde están. Tras un dubitativo momento todo el mundo se sube. Son cinco personas que a los cinco minutos se bajan. No deben estar contentos, pero parece mentira que a estas alturas nos tengan que andar diciendo donde sentarnos. Es como despectivo y a L y S (Luke y Siobhan) no les hace gracia. A mí me la pela, pero les entiendo. Me he sentido en la misma situación más de una vez. Tardamos un poco más en salir, pero al final vamos los tres en la fragoneta con sus manzanas y demás cajas y nuestros macutos.

De camino a Sa Pa ya se nota que es un entorno rural, aunque me han anunciado que es un pueblo lleno de hoteles. Al llegar nos damos cuenta de que así es. En él hay muchas mujeres que visten de la manera local. También hay hombres que visten de tal manera, pero no tantos. Nos daremos cuenta después de que solamente se trata de una artimaña más para vender productos locales y artesanales, que nada tienen de producción casera. Hemos visto a alguna de estas señoras comprando en el mercado bolsitos y pañuelos para luego venderlos.

El plan principal de nuestro primer día en Sa Pa era encontrar la manera de subir al Fan Xi Pan (Fansipan) por nuestra cuenta. Alquilar unas tiendas y unos sacos de dormir y a nuestro royo. Nada fácil, pues tras recorrer innumerables establecimientos, puestos de información, hoteles, e incluso la caseta donde venden los permisos, en todos encontramos un no por respuesta. Es imposible ir sin guía y no nos darán un permiso si no tenemos guía. Incluso sabemos cuánto cuesta el permiso, pero no nos lo venden. Todo por el negocio. El Fansipan era mi más alta meta en Vietnam, y nunca mejor dicho. No lo puedo dejar pasar, y les traspasé ese sentimiento a mis amigos de Gales. Nos decidimos ahora a encontrar el guía más barato de todos los alrededores. Así que nos sumergimos en el mundo de las agencias y los tours para encontrar lo más económico. Tras unas cuantas vueltas calle arriba calle abajo encontramos lo que creemos más económico. Haciendo cuentas, sale rentable. Nos damos un plazo de un día de por medio para el entrenamiento. Al viernes reservamos, el sábado entrenamos, el domingo ascendemos.

El sábado nos despertamos sin prisa y nos apretamos un desayuno como campeones. Nos espera un día de caminata sin descanso. Todavía no es el Fansipan, pero nos tenemos que adentrar en la materia que se nos avecina. Paseamos por el mercado en busca de algo gustoso para desayunar y para cargar nuestras mochilas para comer. Pastel de arroz, piñas, plátanos, tomates y pan llenan nuestros petates. Digo petates por no decir mochilas. Petate queda como más montañero. Además, algunos encontrarán la palabra “petate” graciosa recordando momento del pasado.

Andando por la carretera, enseguida nos entran las ganas de salir del asfalto y tomamos la alternativa. Pateamos monte por un camino bastante ancho que deriva en un pueblo bastante estrecho. Un viajero nos ha dicho que nada hay que ver al final de ese camino más que un pueblo con una enorme iglesia en construcción. La evangelización sigue azotando Vietnam, mayormente en manos de misioneros franceses que vienen a “ayudar”. Llegamos a ese pueblo con iglesia, y al llegar al final del mismo se ve un camino que lleva a una casa. Yo digo de seguir hasta la casa, que seguro que detrás de ella sigue el camino. Preguntamos por Lao Chai y efectivamente podemos continuar. Ahora el camino es sendero. Senderillo. Sube y baja entre pequeños cultivos de maíz. Nos cruzamos con niños que vuelven de la escuela. Entre saludos y sonrisas proseguimos camino. Nos encanta estar fuera de la carretera, y gracias a ello llegamos a un grupo de tres o cuatro casas rodeadas por inmensas terrazas de arroz. La gente nos saluda y nos invita a subir. Nos acercamos y están golpeando las plantas de arroz para recoger el grano. Nos integramos en la labor por unos minutos. Nos reímos. Se ríen. Luego cargamos unos sacos de arroz para ayudarles. Nos hace ver que su vida es atroz. De hecho yo tengo que renunciar a llevar el saco de arroz porque pierdo el equilibrio. Un hombre que es la mitad que yo lo lleva sin problemas. Le admiro. Cuando lo coge puedo leer “50 kg”.

Llegamos a un pueblo que creemos que es Lao Chai, pero tanto patear montaña resulta que nos hemos pasado y es Tan Van. Lleno de turistas porque tiene un alojamiento con familias, de estos que tanto gustan a la gente que se pasa por aquí, y que cuestan una pasta. El dinero va directo a las familias, o no, porque todo se contrata a través de una agencia. Ya no sé a quién creer. En vez de volver a Sa Pa por la carretera decidimos volver por el otro lado del valle, viendo el río desde otra perspectiva. Caminamos sin cesar y nos cruzamos con innumerables locales. La tribu predominante aquí son los “monk”. Tienen otros rasgos algo diferentes al vietnamita habitual. Viven entre Vietnam y China. El camino se hace más largo de lo normal y se nos hace de noche. Pretendíamos llegar a las cinco de la tarde, pero el otro lado del valle tiene un camino mucho más serpenteante que la carretera. Tras preguntar varias veces todo empieza a coincidir. Todo el mundo nos decía que nos diésemos la vuelta y que cogiésemos una moto en Lao Chai. Creíamos que era una triquiñuela. Entre preguntas, señalizaciones, la luz de la HTC de Luke, idas y venidas, niebla, no ver un pijo, ayudas y demás, llegamos a Sa Pa a las ocho y media. Es de noche y la niebla es densa. Nadie por la calle. Nos merecemos una cena de infarto. Al día siguiente nos espera el Fansipan.

Es domingo y hemos dormido como marmotas. Esperamos el Fansipan con inquietud. Hemos quedado a las nueve y media, pero llegamos tarde tras demorarnos en el mercado eligiendo nuestro desayuno y algo de comer que aliñe lo que el guía lleva para nosotros. Una moto de marchas me espera. Luke detrás de mí. El guía lleva a Siobhan. Disfruto conduciendo por las montañas hacia Tram Tom Pass, punto de partida de nuestra ruta.

El camino hacia Fansipan no tiene pérdida. Seguimos el sendero, el lecho de un río, la selva, el bosque, bosques de bambú. Cuestas empinadas en las que en ocasiones hay que escalar rocas. Subiendo escaleras de acero puestas para el menos preparado. Paramos para echar un trago y los porteadores de otros grupos llevan sus mochilas. Nosotros cargamos las nuestras. No llevamos tiendas porque dormiremos en un barracón con más gente. No llevamos comida porque la lleva Chai, nuestro guía. La naturaleza nos abruma, y con estas llegamos al campamento a 2.200m. Allí preparamos algo de comer. En realidad es Chai el que prepara algo de comer mientras nosotros nos dedicamos a contemplar los alrededores. Todo allí tiene otro color. Todo dentro de nosotros bulle con ganas de más. Tras unos bocatas de magro Apis y tomate, con algo de fruta, seguimos para arriba. Este es que cacho más duro. Apoyados por una barandilla subimos sobre roca durante tres horas. Todo queda resumido en eso. En mi interior hay mucho más. Así llegamos al campamento a 2.800m. Digno de ver, todo parece estar copiando al Himalaya. Porteadores, tiendas, conversaciones sobre picos, viajes y demás, botas de montaña, fogatas, barracones… Son las tres de la tarde y nuestras piernas padecen los andares del día anterior y presente. Conversaciones y cigarros (pocos) nos llevan hasta la hora de la cena. Todos los guías cocinan juntos, pero todo se separa dependiendo de con quién vayas. Nuestra cena es un manjar. Cerdo, ternera, pollo, verduras, arroz, tofu y… vino de arroz. Nuestro grupo es el que mejor lo está pasando. Hemos hecho un amigo inglés, que está en otro lado cenando, y nos mira con recelo. Siobhan y yo tenemos el mismo problema. No podemos ver comida en un plato. Tenemos que terminar con todo. Entre esto y lo otro un chupito de vino de arroz va y otro viene. Entre la comilona y el frenesí de la bebida estamos piripis, lo que hace que se entone nuestra temperatura. Esa noche llegaremos, según nos cuentan, a cinco grados. No esperaba yo estas temperaturas en Vietnam. Nunca sabes lo que puede pasar. A las seis de la tarde metido en el saco. A las siete de la tarde durmiendo, después de ver las estrellas y esperar que al día siguiente esté soleado.

Al despertar topamos con que el tiempo no está de nuestra parte, pero que podría ser peor. Está nublado, algo neblinoso, pero no llueve. Chai nos dice que arriba estará mejor. Después de una noche de incómodo sueño subimos con ganas hacia el Fansipan. Y con las ganas lo encumbramos. Parece que cuento la batalla del ascenso al K2, o al Karakorum, pero es solo el Fansipan. Pero yo lo llevaba buscando mucho tiempo. Desde que entré a Vietnam. Para aliñar palabras solamente tengo fotos. Para aderezar la bajada solamente tengo fotos. Lo demás está aquí dentro.

De vuelta cogemos las motos. Al llegar nos homenajeamos con la segunda comida del día. Los de Gales y yo nos despedimos con un caluroso abrazo. Nos echaremos de menos. No puede ser de otra manera. Creo que hacemos un buen equipo. Haré lo posible para irles a ver a Nueva Zelanda. El resto de mi estancia en Sa Pa solamente tiene por mención una compra de billetes hacia Dien Bien Phu, puerta de entrada a Laos. Con los billetes comprados duermo como un angelito para coger ese autobús de nueve horas que me lleva a esa ciudad en la que la espera se hace larga para entrar en tal país de nombre tan embaucador. LAOS. Lo espero con ganas. A las cinco de la mañana cojo el autobús que me llevará para allá.

Este blog va a perder un poco de continuidad debido a lo que presumo que va a ser un destino increíble sin apenas conexión a internet. Por lo tanto, iré escribiendo en el mismo documento de Word cada vez que me apetezca y lo colgaré cada vez que tenga oportunidad de intenet. Ya he llegado a Laos. No existe cobertura de ningún modo. No existe internet. Pero la verdad es que todo pintaba de esta manera cuando supimos que desde Dien Bien Phu hasta Muang Khua podíamos echar hasta diez horas para diez kilómetros. Al final, tras una frontera y hacer todos los papeles, descubrir que las carreteras en Laos son toda una aventura, descubrir que mis piernas son demasiado extensas para los autobuses regulares, cruzar ríos con el autobús (cruzarlos literalmente sin puente ni nada), y demás aventuras, hemos llegado a Muang Khua. Hablo en plural a veces porque llevo viajando en diferentes autobuses durante unos cuantos kilómetros dos días con la misma gente. El entorno ya es bastante familiar. Holandesas, rusas, una colombiana, unos franceses, una alemana y demás viajeros amenizan mi viaje en el que ya es “nuestro viaje”. Desde Sa Pa hasta ahora, casi todo el rato juntos. Compartiendo autobuses, aguas, hoteles, autobuses otra vez, carreteras, puestos fronterizos y demás, hemos llegado al paraíso. Y resulta que llego al lugar donde hospedarme este primer contacto con Laos y me encuentro con un francés que me llevo encontrado durante semanas en Vietnam. Laos es otro royo. Nada más llegar hemos notado que la filosofía es distinta. Una sonrisa en la cara todo el rato. Un lugar paradisiaco. Feliz, feliz, lerelerele!!! No hay palabras. Subiré esto al blog cuando pueda, y seguiré escribiendo hasta que  encuentre conexión a internet. De momento, a dormir y a convivir con una enorme cucaracha que sobrevuela mi habitación en las afueras de mi red protectora.

La frontera con China en Lao Cai. es o más cerca de China que he estado nunca

Sapa, un pueblo entre las nubes

Los monk son una etnia que se extiende en el norte de Vietnam y Laos, así como en el sur de China

Picante



estos niños son más fuertes que yo

golpeando el arroz para separar el grano


campamento base en el ascenso al Fansipan










mi abuela monk

he aprendido a pelar la piña al estilo vietnamita

con Luke y Siohban perdidos en las montañas




ese enanito viajero ha subido a lo más alto 3143metros!

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