Buscando un lugar donde asentar el culo un tiempo me topé con Luang Prabang. Llegando desde Nong Kiaw y Muong Ngoi, esperaba una ciudad turística e imparable en la que tenía que esperar un tiempo por motivos de paquetería a recibir. Nada más llegar, me encontré con una ciudad que para nada refleja lo que aparece en las guías. Luang Prabang es esa ciudad que no llega ni a pueblo. En realidad tiene uno 40.000 habitantes, y es uno de los tres principales destinos dentro de Laos. Al llegar es cierto que me topé con esa ciudad llena de turistas y viajeros paseando por doquier, en la que las casas de huéspedes, hostales y hoteles abundan y llenan los laterales de las calles. Pero a su vez se puede encontrar la vida de barrio local inmerso en todo ese ambiente.
Buscar una guesthouse era tarea fácil entre tantas opciones, aunque para mí siempre tiene una ventaja, y es que busco la más barata. Soy un tipo que tiene los estándares de calidad un poco bajo, por eso mismo no puede haber dos que me gusten y tengan el mismo precio, porque normalmente la más barata suele ser eso: la más barata. Algo me habían contado sobre una de ella en una calle perdida cercana a correos, así que a ella me dirigí. No la encontré, pero caminando por el mismo barrio, al darme la vuelta en una calle, alguien me ofreció un sitio en el que quedarme. 40.000kip la noche, que sin 4€, pero que no es dinero al fin y al cabo. El sitio era un poco cochambre, pero tenía un jardín que me ofrecía justo lo que necesitaba. Tiempo para relajarme por las mañanas. En seguida me imaginé todo tal y como sería. Desayunos con té y plátanos chequeando el mail y leyendo el libro o la Lonely Planet mientras pienso que ese día tampoco haré nada.
El mercado nocturno de Luang Prabang es un sitio para perderse, de esos que me gustan a mí. De esos en los que mi madre estaría horas, y puedo decir que este incluso podría estar durante uno o dos días seguidos sin salir de allí. Todo tipo de productos manufacturados. Los colores te rodean al igual que los “sabaidee” de la gente. Todo el mundo saluda en esta ciudad también, y mucho más en este entorno de mercado en el que te giras hacia todos lados mirando qué es lo que te ofrecen. Después de un paseo por el mercado nocturno lo mejor que puede uno hacer es cenar, y como no podía ser de otra manera, el mercado también te lo ofrece con un buffet de 10.000kip (1€). Mesas llenas de comida evitan que las tenderas te asalten con platos y “sabaidee”. “ten thousand!!!” gritan unos y otros para que vayas a su buffet. Todos los días elegimos el mismo, y es que no existe para mí ningún otro sitio mejor que en el que te puedes poner hasta las cejas por ese precio. Me junté con unos vascos, la checa, el de Leganés y el maño durante unos días, y respetando nuestros usos y costumbres cerramos el buffet más de un día.
Luang Prabang es una de las capitales del Mekong, en la que no se nota el ajetreo que ello conlleva. Todo es calma y sosiego allí, donde los turistas son numerosos pero nada da sensación de agobio. Donde al entrar en una tienda a comprarme unos pantalones me doy cuenta que no llevo gayumbos y le digo al dueño que vengo después a probármelos. A lo que el dueño se baja los pantalones y los gayumbos, me enseña la chorra y me dice agarrándosela “noworry, no worry”. Donde cuando me bajo el bañador me dice “you big. Me small”, porque el “probador” no tiene cortina ni nada. Donde uno puede entrar a los templos y perderse por el mundo del budismo sin necesidad de comprenderlo de antemano. Donde a uno le surgen dudas y cuestiones sobre esta religión que más que una religión es una filosofía de vida. Donde nadie tiene una cara seria. Donde la sonrisa es la religión. Donde los alrededores nutren la ciudad de infinitas actividades. Donde conocí que un elefante puede ser el animal más amoroso del mundo. Que sus arrugas son densas y duras como el cuero. Que sus pelillos erizados de la frente hacen cosquillas al acariciarlos. Esa ciudad en la que volví a descubrir que las bicicletas no son solo para el verano, y que la lluvia no tiene por qué amargar tus planes.
En Luang Prabang encontré el sitio donde descansar. Donde poner las ideas en orden un poco después de tantas semanas de no parar. O de parar para conversar pero no tener tiempo para sentarme un rato a meditar sobre qué hacer más adelante. Donde supe que el no hacer nada durante un día entero no sienta mal a nadie cuando de verdad lo necesita. Que un paseo a orillas del Mekong rejuvenece a más de un alma.
Y volví a montar en bicicleta. Fui con Mario y Magda (el de Leganés y la checa) para dirigirnos a Tat Kuang Si (las cataratas de Kuang Si). Después de repechos que nos parecían extensas pendientes infinitas lo conseguimos y la recompensa fueron dos o tres horas de baños en unas cataratas que no tienen un color que hubiera visto yo antes. El agua es turquesa, pero grisácea y opaca. Da la sensación de estar sucia, pero cuando uno se baña no tiene para nada ese tacto ni olor. El agua fluye fresca y rejuvenece a cualquiera para un camino de vuelta.
Otro de esos días también fuimos a Tat Sae. Las otras cataratas de la zona. Más espectaculares de las anteriores, y que debido al mal tiempo estaban bastante abandonadas. El contacto con los elefantes fue curioso cuanto menos en un principio. Llegamos a la entrada, donde se compran los tickets para el parque, y vimos que estaban los elefantes. Son los elefantes que se utilizan para pasear a la gente por dentro del parque, pero ninguno de nosotros quería montar en elefante. Había un apetitoso hueco en la vaya, por lo que me acerqué a uno de los elefantes empecé a tocarles la trompa. Luego me di cuenta de que me había metido allí como si lo hubiera hecho durante toda la vida. La mirada de esos animales trasmite el cariño proporcional a su tamaño (es curioso que cuando estaba escribiendo la palabra “cariño”, El Cigala también la cantaba en “Se me olvidó que te olvidé”). Estuvimos quitándoles la comida y dándosela otra vez. Después de un rato moneando con ellos dimos la vuelta para comprar los tickets y vemos los letreros de “5.000kip por comprar unos plátanos y dárselos a los elefantes”… nosotros ya hemos jugado con ellos de gratis.
Luang Prabang es la ciudad donde te encuentras con la gente que te has encontrado anteriormente en Laos. Es ese punto en el que el camino de la gente confluye. Es esa ciudad que el que menos se queda tres días, y el otro cinco, y el otro una semana, y al final siempre hay días comunes para todos en los que encontrarse para tomar unas cervezas y contar todo aquello que tuvo lugar en el camino del uno y no tuvo en el del otro. O contar como fueron los pueblos de unos y otros. De nuevo compartir las opciones de futuro de este y aquel lugar. Luang Prabang es el sitio perfecto para planificar un viaje sin guía. El lugar propenso a dar a los viajeros información de otros viajeros. Se habla de viajes, se habla de cómo coger ese autobús, de cómo pasar esa frontera o de cómo llegar en barco a ese pueblo de allá. Los desayunos, las comidas, las cenas y las cervezas tienen siempre un tinte a transporte, viaje o guesthouse. A catarata, cueva o montaña que subir o bajar. Ese tinte de conversaciones que pinta también la comida del lugar. Esa ciudad bañada en su propia cultura, pero que también deja adherirse con respeto todo lo que los transeúntes tienen que dejar por allí. Yo, desde mi pequeña experiencia, intento dejar la menor marca posible y absorber lo máximo posible.
Fue aquel día en el que fuimos a Tat Sae que hicimos una parada en Wat Manorom. Se dice que el templo de Manorom es el más antiguo de la ciudad. El día anterior había yo estado por ahí dando una vuelta, tras la inmensa vuelta que me di alrededor de la ciudad, como con ganas de sorber todos aquellos sabores que estaban en el aire y que no había podido encontrar en mis días de vaguería o cataratas. Fue en aquel templo aquel día cuando conocí a Kam. Tiene 18 años y ha estado en el templo desde que tenía 12. Me preguntó si hablaba inglés y me dijo que él estaba estudiando. De broma le dije que podía ser su profesor, y me dijo que cuándo tenía yo tiempo libre. A esa pregunta le sonreí, y le dije que cuando él quisiera. Me preguntó que si al día siguiente a las nueve de la mañana podía yo estar allí. Y fue cuando me presenté con Magda, Mario y Javi. Le ayudamos con sus deberes de inglés, y gracias a él y a sus libros traducidos al inglés, resolvimos algunas de nuestras dudas sobre el budismo y creamos algunas cuestiones nuevas en nuestras mentes. Entramos en la dinámica de cómo vive un monje. De cómo se hace un monje. De a qué se dedica. Sus colore y sus pensamientos. Sus directrices y su templo. Su falta de pelo y su sonrisa. Su mirada profunda.
Y es de esas ciudades en las que he aprendido y me he llenado de fuerza, pero de las que salgo sin demasiadas ganas de escribir. Donde todo lo que me llevo lo llevo por dentro, pero eso sí, con una cámara que me ayuda a compartir lo que fue.
Cerrando bares (y mercados nocturnos) |
la elección |
Wat Sensoukaram |
Tat Kuang Si . Las catarátas que vinieron del paraíso |
Atardecer en el Mekong |
Papá, esta soldadura ya está |
Wat Xieng Thong |
Entrada a Wat Misonarat |
Al pasar por una calle me topé con una celebración que al llegar más tarde a un templo resultaba ser el día del templo |
Nos queríamos mucho |
¿Me tiro o no me tiro? Parece que está sucia, pero es que es taaaan bonita... |
Verano Azul en Laos |
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