Nada tiene que ver Laos con Vietnam, y nada tiene que ver la gente de Laos con los vietnamitas. Una sonrisa en la cara hace de todo esto un lugar mejor. Compartir historias es lo que ahora hago todos los días. Olvidarme de internet es lo que se lleva en estos momentos. Cruzando un puente de madera y acero nos topamos con un camino polvoriento. Vamos en busca de una casa de huéspedes que, señalada desde el puente, parece el mismo sitio donde alguien buscaría un retiro de meses. Moan nos indica cómo llegar y nos ofrece ver las habitaciones. Tiene siete habitaciones de madera. Un comedor común las separa y nos deja contemplar el río ahí abajo. El pueblo al otro lado. La selva por doquier. Un colchón y una mosquitera harán el resto. “Dinner at six”, nos anuncia cuando ya hemos dejado todos nuestros bártulos en su sitio y nos disponemos a no hacer nada. Guitarritas e idas y venidas hacen de este lugar un sitio particular. Cada uno tiene sus historias. Unos leen, otros tienen que llamar por teléfono, unos salen, otros llegan a la casa de Moan, mientras él recibe y despide a cada uno con un fraternal “sabaidi” (hola) o “bye, bye my friend”. Hemos llegado pasado el mediodía, y tras vaivenes de personas a las seis nos volvemos a encontrar para contarnos lo que cada uno ha visto por ahí.
Una cena que a más de uno dejaría sorprendido nada más verla nos espera. A la voz de “eat, drink!!!” con acento de Laos desde la garganta de Moan, el dueño del lugar, bebemos y comemos bambú, hojas de sésamo hervidas, tortillas, “steaky rice” (arroz pegajoso que dejan sin colar con el almidón y por eso tiene ese nombre”), arroz, soja, más arroz… y qué no falte el lao-lao. El lao-lao es la bebida de aquí. Lo que en Vietnam era el Rice-wine, aquí se llama lao-lao. Y como bien decían los vietnamitas es “same same, but different”. Es igual, pero diferente. Fermentación de arroz metido en agua durante unos cuantos días, pero este sin hervir. Sin ninguna duda, nos gusta este lugar.”drink, eat, sleep” son las máximas de Moan. No nos deja un momento con el vaso vacío, y se nota que disfruta de la cena. Disfruta viéndonos disfrutar, y es que este es uno de esos sitios que echaba de menos, en los que contar batallas de viaje, en los que coger información gratuita para próximos destinos y en el que poder coger energía y ganas de seguir adelante. Compartiendo y sonriendo.
El día siguiente en Muong Khua será un día para el relax. Un día para un baño en el río. Un día en el que tomar un té tras otro con Moan, con Brad, un americano de cincuentaypico. De pasar la mañana charlando. Compartiendo mapas, idas y venidas. “yo vengo de allí, tienes que ir”, “si vas para allá tienes que ir a este lugar”. Aquí y allá creo que son las palabras más utilizadas. “déjame tu guía” “apúntame esto aquí”. Internet en esta ciudad va a pedales, pero hay veces que se necesita para algunos quehaceres. Paseando hacia el lugar donde tienen dos ordenadores con conexión a internet encontramos, bajo el calor de un sol tropical, un grupo de paisanos jugando a la petanca. Importado por los colonizadores franceses, la “petang” se convirtió en deporte nacional de barrio. Juegan dentro de la escuela, a escasos metros del templo budista que no puedo evitar observar con atención mientras los monjes me observan curioso. Finalmente es mi turno para internet. Este señor tiene una conexión realmente lenta, y a mi pregunta de si hay WIFI, se ríe con mesura con un resumido “no”. Volvemos a casa de Moan. Una cena nos espera de nuevo. El lao-lao corre de acá para allá y volvemos a juntarnos para contar experiencias y demás tontería que hacen de estas dos veladas y de la estancia completa en Muang Khua una de los recuerdos más vivos hasta el momento.
Ese miércoles que sigue a aquel martes nos levantamos con un chaparrón apocalíptico. Nuestra idea era ir a Phongsali. Nuestra idea era ir a Phongsali en barco. Los barcos son embarcaciones de madera de unos quince metros de eslora en los que el agua de lluvia puede entrar por doquier en un trayecto de cinco horas. Unos pocos decidimos ir en autobús. Es más barato, y más seguro. O al menos eso creemos. Moan nos dice que debemos darnos prisa, y tras abrazos y “La koans” (adióses) nos dirigimos al centro del pueblo a coger un tuk-tuk. En realidad es una furgoneta como aquella que tenía el Liborio en Valdeavellano, o digamos una Nissan Vanette abierta por atrás y enrejada como para llevar cochinos. Así que ahí encontramos, seis cochinos de nosotros, una de esas furgos que nos llevan a la estación de autobuses. Nadie sabe muy bien a qué hora sale nuestro autobús, pero sabemos que vamos tarde. Al llegar a la estación vemos las mochilas de Natalia y un inglés. Eso significa que el autobús no se ha ido.
Emprendemos nuestro camino hacia Pok Nam Noi, para ahí esperar una hora al nuevo autobús que nos lleva a Phongsali. Ese nuevo autobús es algo más grande. Compramos los últimos bártulos para comer, puesto que el trayecto es largo. Cojo un sitio en el que mis piernas no sufren. La puerta va a abierta, yo viajo detrás del conductor. Un piloto de rally experimentado que hace que este autobús no caiga al vacío. La carretera no es carretera, el paisaje una manta verde, el cielo una capa gris y bajo nosotros una espesa capa de chocolate-barro que hace del autobús un cubito de hielo sobre una encimera. Yo observo el método de conducción contravolantando, traccionando, y me recuerda tanto a un Lada Niva pero venido a más. Al principio siento que esto no puede acabar bien, pero enseguida empiezo a coger confianza en ese conductor que no puede sortear los charcos pero que los sobrepasa y los derrapa con destreza. Este trayecto se puede resumir de la siguiente manera: 150km = 8 horas. Creo que es una buena manera de que os hagáis una idea. La media no llega ni a 20km/h. Cuando de nuevo cogemos adherencia al asfalto el sol aparece y se despejan las nubes. Llegamos a una ciudad medianamente grande después de haber adelantado camiones en aquella pista forestal, visto la calma laosiana al contemplar quince tíos con los brazos en jarras mirando un autobús clavado en el barro y haber tenido el estómago dado la vuelta un par de veces o tres. En esa ciudad nos bajamos y comemos algo. Unas galletas harán un arreglo hasta nuestra llegada. Cuando llegamos a donde está el autobús vemos que esto llevará su tiempo. Tienen que bajar diez motos impolutas y recién salidas de fábrica para dejarlas en la tienda. Y es que aquí, en mayor medida, los autobuses son los que transportan este tipo de mercancías entre ciudades pequeñas en las que no merece la pena tener camiones. Nos dimos cuenta de este tipo de transporte al llevar un cerdo en el maletero desde Muong Khua hasta Pok Nam Noi. Sus quejidos nos sorprendieron a mitad de trayecto bajo nuestros pies, al otro lado de la chapa.
Al fin llegamos a Phongsali, y no sin problemas llegamos al pueblo. Decir que las estaciones de autobuses en Laos se encuentran todas fuera de cualquier ciudad o pueblo. Digamos que nada se encuentra en el centro para que así tengas que coger un tuk-tuk. Fomentando el pleno empleo, amigos. Diez en la furgonetilla más tres de pie en el borde de atrás hacen del trayecto de dos kilómetros unas risas eternas. Nuestros macutos arriba, sin saber bien si van a sobrevivir al trayecto. Al llegar, al fondo de la furgonetilla notamos como una sueca mayor que todos nosotros se abalanza por encima de nuestras piernas. Esta mujer debe tener ganas de bajarse la primera. Ella y su marido corren a por sus maletas y huyen hacia la primera casa de huéspedes para no perder tiempo. Amigos, estamos en Laos. Esto es el lugar donde la prisa mata, como dirían algunos. Tras comparar precios opto por lo más barato con algunos más. Esto es pequeño, así que todos quedamos a cenar en el mismo sitio. Nos ponemos las botas por poco dinero intentando saber qué haremos el día siguiente.
Mi principal motivo para venir a esta ciudad fue el de poder recibir un sobre desde Madrid con la ayuda inestimable de un padre y una madre. Y es que ahora mismo no tengo tarjetas de crédito. Por lo tanto, hasta que no resolviese ese tema, con el correspondiente cambio horario entre Madrid y Phongsali, no podía irme de la ciudad. Tenía dinero para sobrevivir, pero no para irnos de excursión durante tres días con un guía. Tenía dinero para irme de excursión sin guía, pero no tenía el tiempo para preparar lo del envío. En fin, que Phongsali fue una para en una ciudad fuera de ruta para poder recibir un paquete que nunca fue mandado porque las opciones se cerraban y aquella ciudad no tuvo nunca demasiado que ofrecerme como para quedarme a recibir el paquete una trasferencia bancaria que me aportase fondos para seguir viajando. Dos noches en aquella ciudad fueron más que suficiente y a la mañana de la partida todavía no sabía muy bien lo que iba a hacer. El tiempo seguía un poco emperrado y no me apetecía quedarme allí una semana sin saber. Desayuné a mi ritmo y me dirigí a la estación de autobuses caminando con Brad. Él también quería coger aquel autobús que nos llevaría hacia Hat Sa, donde hay un mercado los días 15 y 30 de cada mes y yo podré coger un barco a Muong Khua de nuevo, para seguir hacia el sur. Cuando llegamos a la estación de autobuses el nuestro ya ha partido. Brad está jodido, pero yo más porque no tengo modo de bajar a Muong Khua de nuevo. Me tendré que quedar una noche más.
Salgamos de esta situación de la manera que sabemos mejor. Volviendo unos metros hacia el pueblo decido para una moto. Resulta que sí que va hacia Hat Sa. A Brad le digo que me piro. Que quiero llegar a Muong Khua hoy. No sé si me cobrará o no. El menda de la moto es tuerto. Medio llueve. La pista de patinaje sobre barro que ha quedado después de la noche tormentosa lo hace todo mucho más interesante. La moto va de lado a lado. La rueda de atrás patina sin fin. Veo mi cara contra el barro en un momento y al momento siguiente también. Conseguimos sortear las caídas sacando nuestros pies de los estribos y clavándolos en el barro para poder equilibrarnos. Cuando parece que nada puede ser más divertido, porque yo me voy riendo solo detrás del tuerto, llegamos a una parte más interesante. Las excavadoras están ensanchando la carretera y para ello escavan de un lateral para ponerlo de nuevo sobre la carretera y así aumentar su anchura. Lo que nos hace toparnos con un desnivel de metro o metro y media de tierra que no podemos sortear con la moto. El tuerto se baja y yo me quedo con la moto. Le veo hablando con los excavadores con mucha calma. Los excavadores se pitan uno a otro. El tuerto bien y me levanta un pulgar. No sé cómo vamos a salir de esta. Una excavadora se pone en marcha y empieza a abrirnos camino entre la tierra. Con el cazo abre una vereda que va allanando para que nosotros pasemos. Tras sortear esos doscientos metros seguimos nuestro descenso hacia Hat Sa. Llego a tiempo, le pregunto dónde está el barco, no me cobra, compro el ticket, soy el último en montarme, y salimos con rumbo de nuevo a Muong Khua. Ahora todo parece fácil navegando por el río Nam Ou.
Puedo resumir que la nueva estancia en Muong Khua es tan relajada o más que la anterior. El primer día cenamos solamente un holandés, John, que sigue allí desde la vez anterior, y yo. John ha echado raíces allí. No tiene cajeros, no tiene mucho dinero, y tiene que esperar a la fecha de entrada de su visado en Vietnam. Una noche larga hace que los gallos que habitualmente nos despiertan por la mañana sean el toque de queda para irnos a la cama. Hace mucho que no me acostaba a las seis de la mañana, y parece que al día siguiente tendré una resaca enorme. Otro día de relax. Bañito en el río para entonar y una sopita de noodles para continuar. Después del bañito un chaval se me aproxima. Vuelve del colegio y me pregunta de dónde soy. Me dice que quiere mejorar su inglés, por lo que le digo que se venga luego a la guesthouse para que hable con más gente que habla inglés. A mi vuelta a la guesthouse, y tras pasar la tarde haciendo nada con John, aparece por el puerto Brad. Tras Brad una pareja de españoles. Esto va cogiendo color para otra nueva noche de cena con Moan.
Ya es día uno de noviembre cuando Mario y Magda, el español y la checa, nos cogemos el barco hacia Muong Ngoi. Tras negociar un poco con el taquillero y hacer que nos baje el precio, entre susurros para que no se enteren los demás, nos subimos al barquichuelo y lo llenamos. La gente nos mira con recelo puesto que somos los que hemos retrasado la salida, y creo que se han enterado de nuestra rebaja en la tarifa. The Doors en mi mp3 y un paisaje de ensueño hacen de las tres horas un paseo por las nubes. O mejor, un descenso por el río. Las fotos resumirán ese trayecto, con destino Muong Ngoi.
Encontramos un buen lugar donde quedarnos. Tiene una terracita con hamacas y el precio es el más barato que he visto por estos lares. 20.000kip la noche. O lo que viene siendo 2€. Me encanta esta perrería de no hacer nada. De bajar a comprar un piña. De comerla en una hamaca viendo el río y palmeras. Los monjes del templo pasean por el pueblo. Las señoras asan carne a la barbacoa. La calle polvorienta no atosiga puesto que aquí no hay coches. No tiene acceso por carretera, igual que la mayoría de los pueblos a orillas de este río. Una boda que lleva celebrándose tres días ameniza el final del pueblo. Un pueblo que mide menos de un kilómetro. Necesito algo de información para irnos a la montaña y perdernos un poco de la civilización. Andando por la calle, después de estar en una agencia para ver el nombre de los pueblos, nos encontramos con un tipo de Zaragoza y uno de Oporto. Viajan juntos desde hace unos días. Nos cuentan que tienen información sobre pueblos y aldeas, indicaciones de cómo llegar, así que quedamos con ellos después para cenar y ver cómo hacerlo para hacerlo juntos.
Las bromas del día anterior resultan ser verdad, y Mario, Magda y yo llegamos tarde. Todo el mundo está a punto de acabar de desayunar y llegamos media hora tarde. Entre risas y medio haciendo planes para el día acabamos de comer y nos vamos a pillar algo para pasar dos días perdidos. Cuando llegamos a la escuela, donde hemos quedado con el maño, el portugués, un israelí, un francés y una japonesa, ya no hay nadie. Se entiende que hayan partido sin nosotros llegamos más de media hora tarde. Pero esta vez se debe a la calma laosiana más que a la pereza española.
Las aldeas en esta zona están rodeadas de campos de arroz. Terrenos fértiles que todo el mundo trabaja, en gran magnitud de personas, para después poder comer durante el año. Poca cantidad se dedica al comercio. Los niños campan a sus anchas por los pueblos. De camino desde Ban Nan hasta el siguiente pueblo, donde decidiremos qué hacer, cruzamos ríos. Allí es donde viviré mi primera experiencia con sanguijuelas. Ya habíamos oído que es muy fácil encontrarlas en estor ríos. Los primeros que se dan cuenta tras cruzar el río son los que llevan sandalias. Yo llevo calcetines y zapatillas, ahora totalmente empapados. Cuando me retiro un poco el calcetín veo que tengo alguno pegado a él. Decido entonces hacer una purga de sanguijuelas. Me quito los las zapatillas y los calcetines y veo que tengo unas cuantas merodeando por zapatillas y calcetines. Otras ya directamente están sorbiendo sangre. Las sanguijuelas inyectan una anestesia para que no notes su mordedura, así como un anticoagulante para poder seguir sorbiendo sangre sin que se les cierre la herida que abren. Tienes que cogerlas como un gusanito y tirar, porque se adhieren con sus pequeños dientecitos y hacen como ventosa. A partir de ahí, nada más. Vigilarte cada poco tiempo para ver que no te invaden las piernas. Pero cuando se ponen gordas te dejan en paz. El único problema es tener muchas, o que las heridas abiertas que dejan debido al anticoagulante se infecten. Pero no es problema. Todo bien. Todavía me veo algunas de sus mordeduras, pero nada más que unos pequeños cercos rojos en mi pie.
En el pueblo en el que nos separamos hacemos acopio de agua y nos invitan a probar su lao-lao. Además, vemos cómo los niños salen de la escuela. A partir de ahí, el portugués, el maño y yo empezamos a caminar solos. Nos han advertido de que el camino no tiene pérdida. De que solamente hay un camino y no lo podemos perder. Así es. Rodeados de jungla por un pequeño sendero sin duda encontramos algunas plumas de algún pájaro cazado recientemente. Cuando topamos con un local le preguntamos por el nombre del pueblo al que nos dirigimos y nos indica que debemos seguir caminando. Al llegar nos sorprende nuestra rapidez y preguntamos por el nombre del pueblo. Nos dicen que ya estamos allí. Nos dijeron tres o cuatro horas. Hemos tardado dos. Nos hace sentir fuertes y orgullosos de nuestro ritmo. No es un pueblo remoto en el que no haya estado nadie nunca. Bueno, si es un pueblo remoto, pero están acostumbrados a recibir visitas de gente que busca ver la manera en la que viven y en la que sobreviven a esas alturas y sin comunicación con la civilización.
En Kiou Khan viven los khmu. No son los únicos en la zona, por supuesto. Hay varias aldeas de la misma tribu que viven alrededor de Laos, pero no son como los monk, que viven al norte de Laos, pero que también viven al norte de Vietnam. En esta aldea viven en una comunidad en la que se comparten los animales. Nada más llegar vemos que los cerdos, las gallinas, los gallos, los pollos y los perros, además de algún gato perdido, danzan por doquier por las calles. Por el terreno, mejor dicho. No existen calles como tal. Las casas son de madera, y en su mayoría están elevadas del suelo unos metros para la temporada de monzones. El bambú predomina, y nos encontramos en la parte más alta de la montaña, rodeados de otras que a su vez parecen enormes. Todo se compra en el mercado de la ciudad de donde venimos. Aquí poco tienen para cultivar más que vegetales, aunque si hablaran con algún filipino del norte se darían cuenta de que pueden hacer terrazas de arroz. Pero en realidad no las necesitan puesto que el arroz se produce abajo y luego hacen intercambio. Algún pato y de repente un búfalo y alguna vaca también nos sorprenden por el pueblo. No es muy grande, como era de imaginar, pero tienen cerveza. Deshaciéndome de alguna nueva sanguijuela que se ha apoderado de mi sangre durante el último tramo hablamos con Boun Phing. Nos dará alojamiento en este pueblo. Habla bastante bien inglés, por aquello que he dicho de que están acostumbrados a todos aquellos que quieren visitar estos remotos lugares, que no son pocos.
Nunca sabremos si era totalmente cierto o lo organizaron para nosotros, pero tras deambular por el pueblo contemplando su estilo de vida vamos hacia lo que es la ceremonia del primer aniversario de la muerte del abuelo del pueblo. Era la persona más mayor, por lo que un miembro de cada familia acude a la casa de quien murió y lo veneran y rezan. Creo que no fue una pantomima, puesto que nunca avisamos de nuestra llegada con anterioridad, por lo que nunca pudieron saber que estaríamos allí ese día. Pero es cierto que esa cena la pudieron organizar en dos horas. Ese es mi punto en el que cuando viajo nunca me creo que nada sea real 100%. Por otro lado, tuvimos la oportunidad de saber cómo lo hacen cuando se hace. Una velas, unos rezos, en los que una señora nos pidió que también rezáramos, así que nos pusimos a hablar en alto. Curiosamente yo me puse a pedir que todo fuera bien para mí y para los míos. La familia, los amigos, que mi viaje fuera bien… y de después, como en este tipo de ceremonias se tiene por costumbre, a comer y a beber, siempre con una sonrisa en la cara. Cerveza fermentada en casa, lao-lao, cangrejos, verduras, arroz, carne… una gran variedad de gastronomía que no nos dejó indiferentes. Después de aquel manjar, como en casa, cada uno se fuma su cigarrito. Las mujeres no fuman, sino que mascan aquel fruto seco junto a la hoja de lima que vi en el norte de Filipinas. Alguien me ha dicho que también lo hacen en Myanmar. Ya le había pedido antes a Boun Phing, y ahora una mujer me lo ofrece. Me dice que no trague la saliva, que la vaya escupiendo. Es un ácido el que se genera que es dañino para el estómago pero no para las encías. Todos se ríen cuando nos hacemos fotos con la boca roja. Todos se ríen cuando lo masco, porque es solamente para mujeres. Aunque luego veo a un hombre, solamente uno, que también lo masca. El resto fuma. Fuman tabaco de liar. Lo lían con papel de cuaderno. Doun Phing me invita a uno, sin filtro ni nada. Tabaco y papel de cuaderno, de ese con líneas azules y un margen rojo.
Tras un rato de risas y decoro, nos vamos a casa de Boun Phing para comernos el pato que han matado para nosotros. Hemos visto todo el proceso menos el de la barbacoa porque estábamos en la ceremonia. En casa de Boun Phing corre el lao-lao. Al acabar la noche nos hemos apretado dos botellas y vamos un poco carajas. Boun Phing lo sabe, pero aun así nos sigue amenizando con sus historias. Perdió una pierna por una bomba americana de la guerra de Vietnam cuando los EEUU lanzaban bombas “preventivas” sobre Laos. La guerra de Laos es una guerra que se ha ocultado durante años, y se seguirá ocultando. Al igual que la guerra de Camboya.
Al día siguiente vamos a visitar el nuevo pueblo donde ellos se van a mudar dentro de un tiempo. Están en proceso de construcción y todo tiene pinta de nuevo. Todas las casas son de madera y bambú. Una hora nos dedicamos a jugar con los niños, que desde pequeños cuentan con un machete para aprender a cortar bambú y otros materiales. Practican con árboles. De camino nos encontramos a gente llevando sus enseres hacia el nuevo pueblo. Nos abruma como pueden llegar a cargar esa cantidad de peso y andar más rápido que nosotros. Nos apasiona como bajan corriendo con sandalias lo que nosotros tememos y vemos como un resbalón seguro. Después de aquello nos dirigimos en busca del embarcadero que nos llevará de vuelta a Muong Ngoi. Tres horas de caminata, en la que el río es parte del sendero. Donde las sanguijuelas vuelven a hacer acto de presencia y donde si no fuera por la compañía, hubiera dudado, y mucho, si ese era el camino correcto.
Al llegar al pueblo del embarcadero preguntamos en la plaza. Una señora nos hace entender que va a llama a alguien para que nos lleve a Muong Ngoi. Un grupo de unos veinte niños nos rodea. Nos observan. Algo tengo en mi tono de voz que les hace reír cada vez que hablo. Da igual que sea en inglés o en español. Cada vez que hablo se descojonan. Imitan la última palabra de mis frases. Con mi palo de bambú que he utilizado para caminar les deleito con mi número estrella, que es hacer equilibrios poniéndome el palo en la barbilla y mirando hacia arriba. Me imitan y pasamos un buen rato. Al ver que la señora tarda, que no creo que se a tardanza sino solamente el ritmo laosiano, nos dirigimos al río para preguntar. Solamente pescadores con barcos de remo nos dicen que no por la imposibilidad de volver. Jugamos a karate con los niños, a aprender los números en inglés y en laosiano, a rebozarnos por la arena, y al final conseguimos un barco. Negociamos el precio escribiendo números en la arena de la playa. Lo llamo playa aunque esté al lado del río. Es arena suave y la baña el agua. Eso es una playa para mí. Al final llegamos a un acuerdo pero el barco no arrancará. Pero es que estos personajes han decidido intentar arranar el motor cuando ya estamos en camino, por lo que nos toca vararnos en una playa, cambiarnos de barco, volver al poblado para echar gasolina al nuevo barco y enbarcarnos hacia Muong Ngoi. Es luna creciente y creciente y el trayecto lo hacemos de noche. Rocas y barcos nos sorprende a poca distancia puesto que la visibilidad es poca. El contorno de las montañas acecha como monstruos en la niebla. Pese a la luna, vemos las estrellas. No hemos elegido, pero tenemos la vuelta a casa más espectacular que hemos podido encontrar. El día siguiente marcharé para Luang Prabang
a todo trapo por la carretera, tras cruzar la frontera de Vietnam con Laos. qué será de nosotros cuando nos crucemos con él dentro de unos metros! |
Con Papa Moan en Muong Khua . La mejor guesthouse del mundo! |
un barco empuja la plataforma de un lado a otro del río para cruzar los coches en Muong Khua |
Ojo! los fondos para las campañas antidroga los pone el govierno de alemania por todo Laos |
de camino a Phongsali nunca sabíamos si cabríamos los dos |
el ez gato es el principal pez de captura para comer en el río Nam Ou |
Muong Khua de nuevo. el paraíso desde mi ventana |
Despedida |
quiero llegar ya... me aburro |
Los aldeanos khmu de las aldeas del interior de Muong Ngoi se dedican a la caza por las mañanas |
ojo a la camiseta de Rancid del chaval de la izquierda. el punk llega a todos lados |
cuando le di una botella nueva a esta niña no se lo podía ni creer |
Cerveza fermentada en casa con Boun Phing y Javi, el maño |
así te deja la boca eso que mascan |
se descojonaban al verse en la pantalla |
estaba fuerte el cabrón |
Sergio (Oporto), Boun Phing y Javi (el maño) |
Hola Hermoso!!!!!!!
ResponderEliminarYa se te echaba de menos!!!! Espectaculares lugares. Joder macho, la próxima vez que subamos a Brañacaballos, por favor, déjanos ventaja!! (Un par de dias o tres)jajajajaja
Disfruta y no dejes de contarnos historias, tus historias.
GRANDE!!!, sigue adelante. Un abrazo
Muy interesante!
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