Después de Luang Prabang esto ha sufrido un hueco bastante importante con respecto a la continuidad que anteriormente adquiría. No he necesitado, y tampoco he tenido, acceso a internet. Esto ha hecho mi vida bastante más fácil, a la vez que disfrutaba de una vida austera y sin complicaciones, más que las que una moto le puede dar a uno.
Llegué a Vientiane, capital de Laos, después de doce horas de autobús que dejan alelado a cualquiera. No me cuadraba ningún otro horario, por lo que tuve que coger el VIP. Una diferencia mínima de precio se adecuaba a mis necesidades. Acordándome de los anteriores VIP, decidí que no sería tan mala idea, pese a las inclemencias del aire acondicionado en su interior. Resultó ser que ese autobús es el más frío que he tenido la oportunidad de “disfrutar”. Moraleja: aunque por tu mente pase que la última experiencia en un VIP no fue tan mala, en realidad lo fue lo que pasa que se ha difuminado con el tiempo. Segunda moraleja: cuando te ronde por la cabeza subirte la sudadera en la mochila pequeña, hazlo, y deja de lado ese pensamiento de “en este puede que no haga tanto frío”.
Vientiane fue un punto y seguido en el camino. Puede decirse que incluso fue una coma en la que ni siquiera paré lo necesario a dar cuenta de qué era lo que me atraía de la ciudad. Después de dormir prácticamente nada en el autobús llegué y me dormí en el hotel. También he de decir que mi única meta en esta ciudad era recibir el sobre desde Madrid y darme a la fuga rápidamente. Esperando a la puerta del hotel de Brad me topé con algo que llevaba esperando bastante tiempo, y que no había encontrado o no se había puesto en mi camino. Y he de decir que llevo un tiempo arrepintiéndome de haberla dejado prestada y no haberla llevado conmigo. Estoy hablando, amigos de lo desconocido, de una hamaca. Desde entonces mis prioridades a la hora de encontrar un sitio donde dormir se basan en si tiene o no un sitio donde poner la hamaca. Y da la casualidad de que en los últimos sitios en los que he estado ofrecen solamente bungalows con terracita propia en los que a veces se incluye hamaca y en otras ocasiones yo la saco de mi bolsillo. Escribo estas líneas, como no, desde mi hamaca. Todo se puede hacer en una hamaca. Dormir, leer, meditar, cervecear, tomar lao-lao, conversar, tontear con el ordenata, chequear fotos, contemplar, volver a dormir…
Así que salí de Vientiane con mi hamaca y unas cuerdas para poder atarlas lo suficientemente fuertes para que no me pegue un espaldarazo de cuidado. Afrontábamos Brad y yo el viaje a Tha Khek, desde donde teníamos intención de meternos de lleno en lo que se llama “The Loop”. Se trata de alquilar una moto para tres o cuatro días – un gato se ha sentado a mi lado y al decirle se suba a mi regazo, me ha mirado, ha bostezado, y se a apachurrado contra el suelo más aún. Le da pereza saltar -. En esos tres o cuatro días te machacas unos 400 kilómetros en los alrededores de la ciudad. Es más la experiencia de conducción y el enfrentarte a caminos imposibles que los propios paisajes o destinos. Es más tener que hacerte entender en medio de la nada porque necesitas gasolina que otra cosa.
Encontramos en Tha Khek a Jerome, que ya conocíamos de algunas otras peripecias por Laos, y nos metimos los tres de lleno en “The Loop”. En los cuatro días recuerdo batallas varias como que nos clavaran una salvajada para lo que son los precios de aquí por una sopa que bautizamos como “testicle soup”. Tenía unas pelotillas sospechosas de ser lo que vienen a ser testículos. De ahí en adelante el camino mejoraba en aventurismo pero no en su llanura. A Brad se le salió la palanca de las marchas y hubo que ir a ajustarla a una tienda. Ni que decir tiene que las motos no eran de cross ni mucho menos. No eran ni siquiera de un paseíto por el campo, pero eso es lo que se estila aquí. Las motos son como scooters pero con marchas, pero para más detalles se muestran más adelante en el archivo gráfico. También yo golpeé la mía contra un badén (natural, no de hormigón, también conocido como pedrusco) y le averié el freno de atrás para jamás de los jamases. De ahí en adelante todo salió más o menos bien hasta llegar a Tha Lang. Pero tengo que decir que los incidentes de testículos, palancas de cambios y frenos de atrás tuvieron todos como lugar el mismo pueblo. No volveré a pasar por ahí.
Llegamos a Sabaidee Guesthouse. A orillas del pantano, unos bungalows muy apetecibles nos dan la bienvenida junto a un dueño eternamente sonriente. Después de haber estado sentados en la moto durante horas, nos apetece no hacer nada. Beber BeerLao y tumbarnos en las hamacas. Yo en la mía, por supuesto. El sitio está dotado con un campito para jugar a la petanca y con un bar que viene muy bien. He encontrado un deporte que creía que era de viejos y que me ha gustado profundamente. A lo mejor es que me estoy haciendo mayor prematuramente. Ni que decir tiene que aquella noche el lao-lao, las cervezas y las botellas de petanca corrieron por doquier.
Un resacón del quince me acompañó el segundo día. Éramos Brad, Jerome, el resacón y yo. Aunque creo que en las motos de Brad y Jerome también iba un resacón montado. Ese camino fue largo. Ese camino no era camino. Aquello eran unas piedras mal puestas durante 62km. Tardamos tres horas. Ni que decir tiene que hubo percances como que acabé de joder mi freno, le jodí el asiento de la moto a Brad y él solito rajó su tubo de escape haciendo de la marca Kalao (la marca de la moto) una Harley Davidson. A lo largo de aquel camino nos encontramos con una pareja de franceses que llevaba viajando en su Volksvagen Hippy durante un año y medio desde Francia. Yo, atónito, miré el camino y dije “suerte”.
Tras esa pesadilla de trayecto llegamos a Lak Sao. Ya habíamos hecho planes de no pasar la noche allí, y de buscar un sitio mejor. Lak significa “kilómetro” y Sao no sé qué número es, pero lo que sí que sé es que el kilómetro de la carretera y el nombre de la ciudad no coinciden. Así se las gastan aquí. Preguntando dónde comer noodles una señora nos dijo “ahí a la derecha está The Only One”. Dedujimos que era el único que tenía noodles, pero en el de la derecha no había noodles. Resultaba ser que había un bar llamado “The Only One” un poco más allá. Y yo me lo creo, porque nos costó vida y milagros encontrar un sitio donde comer. Después de todo eso, de quedarme sin gasolina (otra vez), y de ver una puesta de sol alucinante, llegamos a un sitio que no me hubiera parado ni a preguntar. Empezaba con el nombre de Resort, pero al ser tres conseguimos una habitación triple por un precio más que asequible. La gente una maravilla, las vistas al río un placer, mi hamaca de nuevo una genialidad y… tenían petanca y lao-lao. Aquello fue de nuevo la recompensa a una jornada dura de trabajo en la carretera, merecida victoria tuve por ello jugando a la petanca. Estoy empezando a pensar que se me da bien este juego, aliñado con lao-lao.
Al día siguiente nos dirigíamos a Kong Lo. Se trata de un río que se mete dentro de las montañas y que sale al otro lado, 7km más allá. Aquí la Lonely Planet se pasa de lista y menciona “este paisaje idílico lo forma un río adentrándose en una montaña. ¿Alguien ha visto tal maravilla alguna vez?”. Pues sí. Yo. Y dos veces, una en Vietnam y otra en Filipinas. Pero bueno, la verdad es que el paisaje, si se le puede llamar así al interior de una cueva, era alucinante. Y al paisaje que sí que se le puede llamar así, que era el del exterior, era flipante también. A ritmo de “sabaidee” a todo el mundo por las carreteras, sobre todo a los niños, decidimos, contra pronóstico, quedarnos a dormir de nuevo en el mismo sitio con su petanca y tal y tal, para al día siguiente emprender la vuelta a Tha Khek.
Al día siguiente, de vuelta a Tha Khek, me enteré de que había un bus nocturno a Pakse, ciudad por la cual tenía que pasar sí o sí para ir a Champasak. Para no perder una noche en Tha Khek, el plan era llegar con las motos y coger el bus por la noche, y al llegar por la mañana a Pakse coger el “sawthew” a Champasak. Y así fue. Después de la moto, de tontear por Tha Khek hasta la hora del bus, coger el bus, no dormir una mierda porque eso botaba hacia todos lados (al principio nos querían meter en un bus que no tenía más sitios y pretendían que nos tumbásemos en el pasillo para dormir, encima de ruedas de moto), llegar a Pakse, desayunar, coger el “sawthew” (especie de camioneta con asientos en la parte de atrás y con rejas como los camiones de cerdos), esperar tres horas hasta que saliera y hacer el camino, llegué a Champasak.
Esto ha sido una salida de ruta, aunque no tanto en realidad. Tenía ganas de ver Wat Phu, un templo de arquitectura khmer, como una introducción a lo que va a ser Camboya. Los khmer fueron una civilización asentada básicamente en lo que hoy es Camboya, pero que se ocupaba también parte del sur de Laos y Tailandia. Me gustan mucho más que los templos de estilo chino, porque están bastante más currados al estar esculpidos en piedra. Me alquilé una bici y me lo vi. El proyecto de rehabilitación lo llevan unos indios, unos franceses y unos italianos. En realidad no es un templo, sino un complejo de templos que cada cual tiene su equipo de restauradores por nacionalidades.
La salida de Champasak ha sido un poco odisea por eso de que me quería escapar del bus organizado. Quería buscarme la vida. Un francés que conocí me ha acercado al puerto para cruzar el Mekong, luego una embarcación muy rara me ha cruzado, luego un paisano en moto me ha acercado al cruce de carreteras, luego he parado el primer “sawthew” que pasaba por allí y me respondido que sí a si iba a Nankkasang, y luego he cogido un barco de la mafia que tienen aquí montada para cruzar el río hasta mi situación actual.
Estoy en las cuatro mil islas del Mekong. Un lugar lleno de bungalows, guiris y hamacas (aunque yo he apartado las que había puestas y he plantado la mía, que es más fresquita porque es de red y no de naylon) en el que me voy a quedar cinco días hasta que me vaya a Camboya. Leeré, escribiré y me tocaré los huevis hasta que sea el día de irse. Desde mi hamaca, donde pasaré los próximos cinco días, me despido sin estrés.
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Cierra! |
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Un pantano en construcción deja los árboles así. Aún así, es un paisaje para recordar - Tha Lang |
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En Ta Bac usan los misiles que no explotaron como barcos |
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Y en el río de los barcos-misil tu enanito cabalga-navega de nuevo |
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Hacia Nahin |
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Sí, mi moto lleva sostén |
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Quién va a decir que no a este lugar - Nahin "estoy tan a gustito..." |
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yo también estoy taaaaan a gustito... |
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repartiendo felicidad en medio de Route 13 |
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Así era el mío - Pakse |
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pero este medio de transporte me gusta más - Champasak |
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Para la colección de ventanas de papá - Wat Phu |
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Numerando las piezas en la restauración del templo de Champasak (Wat Phu) |
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Wat Phu |
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Wat Phu, la introducción a la arquitectura khmer |
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más ventanas! |
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esta me gusta, particularmente |
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pero esta no tiene desperdicio |
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