viernes, 20 de abril de 2012

Bodh Gaya: Ciudad de iluminaciones – Gaya. Chai tras chai, pasa el tiempo



Y no es que tenga muchas bombillas precisamente, pero lo que sí que tiene es un solazo a media mañana que te quita las ganas de salir a la calle. Bodh Gaya es la ciudad donde Budha se iluminó y volvió a nacer después de estar 7 semanas debajo de un árbol, meditando. El árbol, que sigue aquí aunque no es el original, debe de ser el árbol más venerado de todo el mundo mundial. En realidad, la historia del árbol tiene tela, porque fue la mujer de un rey la que empezó un tinglado impresionante. Al estar el rey tan volcado con el hinduismo y la historia de budha, amaba este árbol como a nada en el mundo. Tal vez amase a su mujer más que al árbol, pero a ella le comían los celos. Decidió ella, entonces, cortar el árbol para que se acabasen sus penares. Sabiendo las intenciones de esta mujer, la hija del rey decidió cortar un trozo de árbol, que traslado a Sri Lanka, donde creció de ahí en adelante. Pasados los años, un nuevo esqueje del árbol que creció en Sri Lanka fue trasplantado en Bodh Gaya de nuevo. Por lo tanto, el árbol que hoy se puede ver en Bodh Gaya es el trasplante de un trasplante del original. Más que un árbol, lo que parece  es un briconsejo de jardinería.

A parte del templo y de los árboles de alrededor, Bodh Gaya tiene todo ese contexto de India rural que me ha pegado una colleja solamente tres días después de aparecer en este país. Después de tres días en Calcuta, he venido a parar aquí, al medio de la nada, en temporada baja. Donde no hay mucho más que hacer que leer, visitar templos y hablar con la gente. Dejar que te timen. O entrar al juego. Aprendiendo a ser un indio más, aprendiendo cómo son los indios. Y es que el indio… joder con el indio! Os cuento una de indios: Andaba yo por las calles del pueblo, porque Muhammad House está fuera del centro de Bodh Gaya (en realidad también se escribe Bodgaya, más fácil y escueto, pero Bodh Gaya es como más mágico e hindi) cuando me viene un menda de cuyo nombre no me acuerdo. Se acerca a mí, cual leopardo se acerca entre las hierbas de la sabana hacia la gacela Thomson. O como se te acerca un conductor de ricksaw (los tuk-tuk aquí se llaman ricksaw). Discreto, serpenteante entre la multitud. Culebreando entre la mierda que hay en el suelo y la gente que se pone a su paso, para llegar y decirte: “Which is your country?”. “Ah, pues soy de España”. Y ya comenzamos con el repertorio. En español, pero no para mi sorpresa. “Hola. Qué tal. Cómo estás. Bien. y tú. Muy bien. Cómo te llamas…” Él se lo pregunta y él se lo responde. Es un monólogo en directo, de un indio de las llanuras de la provincia de Bihar, haciéndose pasar por español. Un buen espectáculo. Volveré a verlo después de cenar. Me ha dicho que quiere practicar su inglés.  Quedo con el chaval en que en dos horas vuelvo, que tengo un hambre que me como a la gacela Thomson y al leopardo que la persigue. No tengo mucho más que hacer en Bodh Gaya, así que cuando vuelvo, ahí está. Y vienen la de indios: “pues es que trabajo en un orfanato, porque la gente pobre, porque esto y lo otro… quieres venir a verlo?”. Y allí fuimos, me invitaron a un “chai”, que en cuanto lo tuve en la mano abrió la ronda de ruegos y preguntas: “pues necesitamos dinero. O necesitamos arroz. Porque este niño lo cogimos de un cubo de la basura. A este otro lo sacamos del hospital. Al otro de más allá lo salvamos de la prostitución. Si vamos a la tienda y compras arroz para nosotros nos ayudas mucho”. Bien, no dudo que fuera una gran ayuda, pero ya venía advertido de estas cosas. Vas a la tienda con ellos, te pegan un palo por el arroz que ni te lo crees, aunque para tu bolsillo occidental no es para tanto. Pero luego devuelven el arroz, el tendero se lleva algo de pasta, ellos se quedan con el otro tanto. Así funciona. Fruncí el ceño y les dije que no iba a dar pasta ni arroz, pero que me gustaría ver las clases el día siguiente. Ahí ya no le gustó tanto. Me dijo que se iba para casa, que hablase con el responsable, que me terminara el “chai” y me fuese a mi casa también. Ah, y que si tenía un cigarro para darle. Mira el espabilao!

Eso ha sido solamente la primera que me ha tocado. Esperemos a ver que pasa en el futuro. Andar por la calle que colinda con el templo de Mahabodi, el de la iluminación, es como andar por los pasillos de un hospital de desmembrados y discapacitados. No pretendo reírme de las desgracias ajenas, pero es lo que hay. Saben que los turistas pasan por esa calle para ir al templo, así que encontramos a la mujer sin una pierna, un hombre al que le faltan las dos manos, otro señor al que le falta solamente una, aquel que le falla una pierna… A lo largo de los años esto se ha convertido en un circo, y los payasos, cada vez más humillados, siguen viendo que el negocio funciona. Pese a que es muy curioso ver como ha cambiado el tema. Tanteando la última Lonely Planet, se advierte en ella no dar limosna a nadie, puesto que no podemos apreciar, saber o interpretar si es verdaderamente un necesitado. Si nos vamos a la Lonely Planet de hace 15 años, disponible en alguno de los cuchitriles en los que me quedo a dormir, se puede leer la observación en la que se alienta al turista a dar limosna a los pobres del país, puesto que “qué son para ti 5 rupias?”. Vaya maravilla de cambio social que ha habido en 15 años, madre mia!

Paseando un día de estos por el pueblo, o más bien volviendo a casa un poco apresurado porque me estaba yendo un poquito por la patilla (he tenido una crisis diarreica. Solamente 24hs. O un poquitín más), llego a un punto en el que parece que hay un escalón en el camino. Como que se acaba el hormigón y empieza el camino de tierra. Experimentado yo, y veremos que gracias a la experiencia no tuve una mala experiencia, con un pie sobre el hormigón tanteo con el otro pie lo que puede ser suelo, pero puede ser un charco. Falta decir que el agua por aquí cruza los caminos por doquier, y las calles no tienen luz, y yo no tenía linterna. Prosigo. Tanteando con el pie para ver si es charco o suelo, meto los cinco dedos de mi pie derecho con su correspondiente sandalia. No quieras meter el pie ni un poco en uno de estos charcos, aguas o empantanamientos. Pues ahí yo que tanteando aquello lo metí, para después darme cuenta de que eso que parecía camino después del hormigón, solamente resultaba ser el final del “río” de lodo y aguas fecales y residuales que recoge las mismas de las casas en este lado del pueblo. De momento no me han salido tres ojos, ni me ha dado fiebre, ni se me ha infectado nada… porque cuando llegué a casa me di una ducha que me embadurné en jabón, gastando medio bote, para la correspondiente y pertinente desinfección de la zona afectada, y todo el alrededor, es decir, todo el cuerpo. Por si acaso.

Ayyy, Bodh Gaya, tan sagrada tan india a la vez. Cómo puede ser que vayas a cambiar solamente por ser una ciudad santa. Cómo puede ser que tengas que adaptar tu forma de sociedad solamente porque recibes más turistas. Y prácticamente, por lo que he querido entender en las palabras de otros viajeros, o por lo que me he podido yo dar cuenta, el hecho de que en india algo sea turístico no representa un cambio para la calidad o el decoro de los alrededores. La mierda seguirá ahí; los vagabundos mutilados seguirán ahí; los puestos callejeros; los timadores; los que no timan tanto, pero lo intentan; los que lo intentan y lo consiguen; los encuestadores del ministerio que te atrapan en preguntas enrevesadas, con las que me deberían dar créditos en estadística o márketing. Todos siguen ahí.

Pero el “chai” es maravilloso; esa forma de decir “sí” que tienen los indios es maravillosa también: es como acercando una de las orejas al hombro, pero a mitad de camino se vuelve a erguir la cabeza. Es como asentir, pero de lado. No es un no, sino un “sí” indio. Y al principio te lías. No sabes si te dice que sí, que no, que regulín regulán… Luego le pillas el truco, y vale para todo: para saludar a ese que no te quita la vista de encima, para decir que sí, para ese saludo que das a alguien que ya conocer, pero que sobra un “hola”. Para los saludos es como un alzamiento de cejas o cejas. Es muy efectivo, y cuanto antes se aprenda, se adquiera y se normalice, todo fluirá mucho mejor.

Aclararé alguna faceta más del indio con el relato de mi salida de Bodh Gaya y mi llegada a Gaya. Me dirigía a Gaya desde Bodh Gaya, buscando un ricksaw compartido con más gente. Caminaba por una calle donde intuía que los habría, cuando me llaman. “Gaya, Gaya, Gaya!!!”. Sí, sí, sí!!! Cuánto me pides? “150 rupis”. Me río, me descojono. Con eso voy y vuelvo yo solo. 15rupis. “Ok, ok”. Ole! Lo he sacado por el 10%. Porque yo sabía el precio. Porque él sabía que yo lo sabía. He llegado a Gaya y le he instado a que fuera a la estación de tren, a lo que se ha negado. He tenido que coger otro, que ya iba lleno, no sin antes informarme de dónde estaba la estación y cuántas rupias. Station! Cuánto? “50 rupis” Con 50rupis voy y vuelvo y vuelvo a ir a Bodh Gaya en un ricksaw petao de gente y encima me lo paso mejor. Me río y hecho a andar. “how much my friend?”. 5rupias, le digo. “10 rupis”. No, que me han dicho que son 5. “ok. Come up!”. Así es el indio. Si no sabes, te la comes doblada. Si lo sabes, él lo acepta, te respeta por haberte preocupado en preguntar y negociar, y te admite en su taxi.

El caso es que vine a Gaya para coger un tren a Varanassi al día siguiente, pero tras cuatro horas en la estación esperando diferentes colas para sacar el billete, al fin lo tengo, pero para dentro de dos días en vez de para el día siguiente. Ya tengo un hotel, así que no me puedo volver a Bodh Gaya. Porque con ganas me volvería. Esta es una ciudad del caos. Que me ha costado cuatro horas sacar un billete de tren! Si eso no es caos, cuéntame tú! Dejaré historias para cuando vuelva… pero decir que en Gaya hace mucho calor. Las comidas se mezclan con los desayunos, igual que la basura se mezcla con los mercados y las vías del tren. Las miradas tienen un mismo destino: mi cara. Y el indio no se corta un pelo a la hora de mirar, explorar, curiosear y discernir quién y cómo eres. Te observa, mientras andas y él también. O mientras andas y él está sentado. O mientras estás sentado y el pasa por delante. O mientras te sientas y el gira su silla para no perder detalle. Ese, también, es el indio. El que te pregunta cosas en hindi, o parece hindi, porque no comprendes lo que dice y le preguntas de nuevo. Y de nuevo una vez más. Hasta que un amigo suyo te dice “cuándo te vas?”, pero en realidad quieren decir “cuánto tiempo te vas a quedar aquí en Gaya?”. “cuándo te vas a Bodh Gaya?”. Cuando les digo que me quedo aquí en Gaya, se resetean. No entienden qué hago aquí. Yo tampoco. Tengo que salir mañana temprano. Lo necesito. Es bonito andar por la calle. Conocer la vida de Gaya, pero estoy por tirarme al río y, creedme, eso es muerte segura por envenenamiento. Varanssi, te espero impaciente…

Amanece llegando a Gaya, desde donde emprendo camino a Bodh Gaya. Un caballero muy amable me llevo en moto, sin pagar. la verdad es que eso no es lo que uno espera de India. o de un indio

Mahabodhi, el templo en honor a la iluminacion de budha. el arbol de la derecha es el susodicho, aunque luego el amigo estuvo meditando por alrededor. esta lleno de placas de "aqui dos semanas", "aqui siete", "aqui hizo pis", "aqui se tropezo"...



contrastes

colores

seres sagrados


el barrio donde esta Mohammad GuestHouse, mi casita en Bodh Gaya

Si te han pillao, si te han pillao, si te han pillao con el carrito del helao. o con LOS carritos


contrastes. Green Gaya


mira que me lio la manta a la cabeza y...



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