jueves, 24 de noviembre de 2011

Don Det: Donde el estar tumbado todo el día no es un pecado

Pues la verdad es que no hay mucho que contar de los últimos días en Don Det. Cinco días en una isla del Mekong en la que no he hecho más que leer, dormir, comer y beber. Las necesidades básicas de un niño de mi edad. Pero... YA HE LLEGADO A CAMBOYA!!! Y ME HE COMPRADO UNA MOTO!!! (sin comentarios. Ya subiré fotos). De momento, unas pocas de lo que fue Don Det.

Con vistas al Mekong (Nam Kong en lao)

Apocalypse Now


La tormenta se acerca

La tormenta se disipa

Los deberes, aunque se vaya la luz

Ah, sí! Sí que he hecho algo en Don Det! Me he fabricado mi propio dominó de bambú!
Y esto es un amanecer en Champasak que tená despistado por ahí



Y esto una foto de "The Loop" que me ha pasado Brad. A que me queda bienla moto con el sujetador en el frente y la cestita? el otro es Jerome

sábado, 19 de noviembre de 2011

“The Loop”: ¡Vaya vuelta que hemos dao! --- Champasak: Siestas khmer


Después de Luang Prabang esto ha sufrido un hueco bastante importante con respecto a la continuidad que anteriormente adquiría. No he necesitado, y tampoco he tenido, acceso a internet. Esto ha hecho mi vida bastante más fácil, a la vez que disfrutaba de una vida austera y sin complicaciones, más que las que una moto le puede dar a uno.

Llegué a Vientiane, capital de Laos, después de doce horas de autobús que dejan alelado a cualquiera. No me cuadraba ningún otro horario, por lo que tuve que coger el VIP. Una diferencia mínima de precio se adecuaba a mis necesidades. Acordándome de los anteriores VIP, decidí que no sería tan mala idea, pese a las inclemencias del aire acondicionado en su interior. Resultó ser que ese autobús es el más frío que he tenido la oportunidad de “disfrutar”. Moraleja: aunque por tu mente pase que la última experiencia en un VIP no fue tan mala, en realidad lo fue lo que pasa que se ha difuminado con el tiempo. Segunda moraleja: cuando te ronde por la cabeza subirte la sudadera en la mochila pequeña, hazlo, y deja de lado ese pensamiento de “en este puede que no haga tanto frío”.

Vientiane fue un punto y seguido en el camino. Puede decirse que incluso fue una coma en la que ni siquiera paré lo necesario a dar cuenta de qué era lo que me atraía de la ciudad. Después de dormir prácticamente nada en el autobús llegué y me dormí en el hotel. También he de decir que mi única meta en esta ciudad era recibir el sobre desde Madrid  y darme a la fuga rápidamente. Esperando a la puerta del hotel de Brad me topé con algo que llevaba esperando bastante tiempo, y que no había encontrado o no se había puesto en mi camino. Y he de decir que llevo un tiempo arrepintiéndome de haberla dejado prestada y no haberla llevado conmigo. Estoy hablando, amigos de lo desconocido, de una hamaca. Desde entonces mis prioridades a la hora de encontrar un sitio donde dormir se basan en si tiene o no un sitio donde poner la hamaca. Y da la casualidad de que en los últimos sitios en los que he estado ofrecen solamente bungalows con terracita propia en los que a veces se incluye hamaca y en otras ocasiones yo la saco de mi bolsillo. Escribo estas líneas, como no, desde mi hamaca. Todo se puede hacer en una hamaca. Dormir, leer, meditar, cervecear, tomar lao-lao, conversar, tontear con el ordenata, chequear fotos, contemplar, volver a dormir…

Así que salí de Vientiane con mi hamaca y unas cuerdas para poder atarlas lo suficientemente fuertes para que no me pegue un espaldarazo de cuidado. Afrontábamos Brad y yo el viaje a Tha Khek, desde donde teníamos intención de meternos de lleno en lo que se llama “The Loop”. Se trata de alquilar una moto para tres o cuatro días – un gato se ha sentado a mi lado y al decirle  se suba a mi regazo, me ha mirado, ha bostezado, y se a apachurrado contra el suelo más aún. Le da pereza saltar -. En esos tres o cuatro días te machacas unos 400 kilómetros en los alrededores de la ciudad. Es más la experiencia de conducción y el enfrentarte a caminos imposibles que los propios paisajes o destinos. Es más tener que hacerte entender en medio de la nada porque necesitas gasolina que otra cosa.

Encontramos en Tha Khek a Jerome, que ya conocíamos de algunas otras peripecias por Laos, y nos metimos los tres de lleno en “The Loop”. En los cuatro días recuerdo batallas varias como que nos clavaran una salvajada para lo que son los precios de aquí por una sopa que bautizamos como “testicle soup”. Tenía unas pelotillas sospechosas de ser lo que vienen a ser testículos. De ahí en adelante el camino mejoraba en aventurismo pero no en su llanura. A Brad se le salió la palanca de las marchas y hubo que ir a ajustarla a una tienda. Ni que decir tiene que las motos no eran de cross ni mucho menos. No eran ni siquiera de un paseíto por el campo, pero eso es lo que se estila aquí. Las motos son como scooters pero con marchas, pero para más detalles se muestran más adelante en el archivo gráfico. También yo golpeé la mía contra un badén (natural, no de hormigón, también conocido como pedrusco) y le averié el freno de atrás para jamás de los jamases. De ahí en adelante todo salió más o menos bien hasta llegar a Tha Lang. Pero tengo que decir que los incidentes de testículos, palancas de cambios y frenos de atrás tuvieron todos como lugar el mismo pueblo. No volveré a pasar por ahí.

Llegamos a Sabaidee Guesthouse. A orillas del pantano, unos bungalows muy apetecibles nos dan la bienvenida junto a un dueño eternamente sonriente. Después de haber estado sentados en la moto durante horas, nos apetece no hacer nada. Beber BeerLao y tumbarnos en las hamacas. Yo en la mía, por supuesto. El sitio está dotado con un campito para jugar a la petanca y con un bar que viene muy bien. He encontrado un deporte que creía que era de viejos y que me ha gustado profundamente. A lo mejor es que me estoy haciendo mayor prematuramente. Ni que decir tiene que aquella noche el lao-lao, las cervezas y las botellas de petanca corrieron por doquier.

Un resacón del quince me acompañó el segundo día. Éramos Brad, Jerome, el resacón y yo. Aunque creo que en las motos de Brad y Jerome también iba un resacón montado. Ese camino fue largo. Ese camino no era camino. Aquello eran unas piedras mal puestas durante 62km. Tardamos tres horas. Ni que decir tiene que hubo percances como que acabé de joder mi freno, le jodí el asiento de la moto a Brad y él solito rajó su tubo de escape haciendo de la marca Kalao (la marca de la moto) una Harley Davidson. A lo largo de aquel camino nos encontramos con una pareja de franceses que llevaba viajando en su Volksvagen Hippy durante un año y medio desde Francia. Yo, atónito, miré el camino y dije “suerte”.

Tras esa pesadilla de trayecto llegamos a Lak Sao. Ya habíamos hecho planes de no pasar la noche allí, y de buscar un sitio mejor. Lak significa “kilómetro” y Sao no sé qué número es, pero lo que sí que sé es que el kilómetro de la carretera y el nombre de la ciudad no coinciden. Así se las gastan aquí. Preguntando dónde comer noodles una señora nos dijo “ahí a la derecha está The Only One”. Dedujimos que era el único que tenía noodles, pero en el de la derecha no había noodles. Resultaba ser que había un bar llamado “The Only One” un poco más allá. Y yo me lo creo, porque nos costó vida y milagros encontrar un sitio donde comer. Después de todo eso, de quedarme sin gasolina (otra vez), y de ver una puesta de sol alucinante, llegamos a un sitio que no me hubiera parado ni a preguntar. Empezaba con el nombre de Resort, pero al ser tres conseguimos una habitación triple por un precio más que asequible. La gente una maravilla, las vistas al río un placer, mi hamaca de nuevo una genialidad y… tenían petanca y lao-lao. Aquello fue de nuevo la recompensa a una jornada dura de trabajo en la carretera, merecida victoria tuve por ello jugando a la petanca. Estoy empezando a pensar que se me da bien este juego, aliñado con lao-lao.

Al día siguiente nos dirigíamos a Kong Lo. Se trata de un río que se mete dentro de las montañas y que sale al otro lado, 7km más allá. Aquí la Lonely Planet se pasa de lista y menciona “este paisaje idílico lo forma un río adentrándose en una montaña. ¿Alguien ha visto tal maravilla alguna vez?”. Pues sí. Yo. Y dos veces, una en Vietnam y otra en Filipinas. Pero bueno, la verdad es que el paisaje, si se le puede llamar así al interior de una cueva, era alucinante. Y al paisaje que sí que se le puede llamar así, que era el del exterior, era flipante también. A ritmo de “sabaidee” a todo el mundo por las carreteras, sobre todo a los niños, decidimos, contra pronóstico, quedarnos a dormir de nuevo en el mismo sitio con su petanca y tal y tal, para al día siguiente emprender la vuelta a Tha Khek.

Al día siguiente, de vuelta a Tha Khek, me enteré de que había un bus nocturno a Pakse, ciudad por la cual tenía que pasar sí o sí para ir a Champasak. Para no perder una noche en Tha Khek, el plan era llegar con las motos y coger el bus por la noche, y al llegar por la mañana a Pakse coger el “sawthew” a Champasak. Y así fue. Después de la moto, de tontear por Tha Khek hasta la hora del bus, coger el bus, no dormir una mierda porque eso botaba hacia todos lados (al principio nos querían meter en un bus que no tenía más sitios y pretendían que nos tumbásemos en el pasillo para dormir, encima de ruedas de moto), llegar a Pakse, desayunar, coger el “sawthew” (especie de camioneta con asientos en la parte de atrás y con rejas como los camiones de cerdos), esperar tres horas hasta que saliera y hacer el camino, llegué a Champasak.

Esto ha sido una salida de ruta, aunque no tanto en realidad. Tenía ganas de ver Wat Phu, un templo de arquitectura khmer, como una introducción a lo que va a ser Camboya. Los khmer fueron una civilización asentada básicamente en lo que hoy es Camboya, pero que se ocupaba también parte del sur de Laos y Tailandia. Me gustan mucho más que los templos de estilo chino, porque están bastante más currados al estar esculpidos en piedra. Me alquilé una bici y me lo vi. El proyecto de rehabilitación lo llevan unos indios, unos franceses y unos italianos. En realidad no es un templo, sino un complejo de templos que cada cual tiene su equipo de restauradores por nacionalidades.

La salida de Champasak ha sido un poco odisea por eso de que me quería escapar del bus organizado. Quería buscarme la vida. Un francés que conocí me ha acercado al puerto para cruzar el Mekong, luego una embarcación muy rara me ha cruzado, luego un paisano en moto me ha acercado al cruce de carreteras, luego he parado el primer  “sawthew” que pasaba por allí y me respondido que sí a si iba a Nankkasang, y luego he cogido un barco de la mafia que tienen aquí montada para cruzar el río hasta mi situación actual.

Estoy en las cuatro mil islas del Mekong. Un lugar lleno de bungalows, guiris y hamacas (aunque yo he apartado las que había puestas y he plantado la mía, que es más fresquita porque es de red y no de naylon) en el que me voy a quedar cinco días hasta que me vaya a Camboya. Leeré, escribiré y me tocaré los huevis hasta que sea el día de irse. Desde mi hamaca, donde pasaré los próximos cinco días, me despido sin estrés.

Cierra!

Un pantano en construcción deja los árboles así. Aún así, es un paisaje para recordar - Tha Lang


En Ta Bac usan los misiles que no explotaron como barcos

Y en el río de los barcos-misil tu enanito cabalga-navega de nuevo

Hacia Nahin

Sí, mi moto lleva sostén

Quién va a decir que no a este lugar - Nahin  "estoy tan a gustito..."

yo también estoy taaaaan a gustito...

repartiendo felicidad en medio de Route 13

Así era el mío - Pakse

pero este medio de transporte me gusta más - Champasak

Para la colección de ventanas de papá - Wat Phu

Numerando las piezas en la restauración del templo de Champasak (Wat Phu)

Wat Phu

Wat Phu, la introducción a la arquitectura khmer

más ventanas!

esta me gusta, particularmente

pero esta no tiene desperdicio

viernes, 11 de noviembre de 2011

Luang Prabang: Donde la lentitud es una bendición


Buscando un lugar donde asentar el culo un tiempo me topé con Luang Prabang. Llegando desde Nong Kiaw y Muong Ngoi, esperaba una ciudad turística e imparable en la que tenía que esperar un tiempo por motivos de paquetería a recibir. Nada más llegar, me encontré con una ciudad que para nada refleja lo que aparece en las guías. Luang Prabang es esa ciudad que no llega ni a pueblo. En realidad tiene uno 40.000 habitantes, y es uno de los tres principales destinos dentro de Laos. Al llegar es cierto que me topé con esa ciudad llena de turistas y viajeros paseando por doquier, en la que las casas de huéspedes, hostales y hoteles abundan y llenan los laterales de las calles. Pero a su vez se puede encontrar la vida de barrio local inmerso en todo ese ambiente.

Buscar una guesthouse era tarea fácil entre tantas opciones, aunque para mí siempre tiene una ventaja, y es que busco la más barata. Soy un tipo que tiene los estándares de calidad un poco bajo, por eso mismo no puede haber dos que me gusten y tengan el mismo precio, porque normalmente la más barata suele ser eso: la más barata. Algo me habían contado sobre una de ella en una calle perdida cercana a correos, así que a ella me dirigí. No la encontré, pero caminando por el mismo barrio, al darme la vuelta en una calle, alguien me ofreció un sitio en el que quedarme. 40.000kip la noche, que sin 4€, pero que no es dinero al fin y al cabo. El sitio era un poco cochambre, pero tenía un jardín que me ofrecía justo lo que necesitaba. Tiempo para relajarme por las mañanas. En seguida me imaginé todo tal y como sería. Desayunos con té y plátanos chequeando el mail y leyendo el libro o la Lonely Planet mientras pienso que ese día tampoco haré nada.

El mercado nocturno de Luang Prabang es un sitio para perderse, de esos que me gustan a mí. De esos en los que mi madre estaría horas, y puedo decir que este incluso podría estar durante uno o dos días seguidos sin salir de allí. Todo tipo de productos manufacturados. Los colores te rodean al igual que los “sabaidee” de la gente. Todo el mundo saluda en esta ciudad también, y mucho más en este entorno de mercado en el que te giras hacia todos lados mirando qué es lo que te ofrecen. Después de un paseo por el mercado nocturno lo mejor que puede uno hacer es cenar, y como no podía ser de otra manera, el mercado también te lo ofrece con un buffet de 10.000kip (1€). Mesas llenas de comida evitan que las tenderas te asalten con platos y “sabaidee”. “ten thousand!!!” gritan unos y otros para que vayas a su buffet. Todos los días elegimos el mismo, y es que no existe para mí ningún otro sitio mejor que en el que te puedes poner hasta las cejas por ese precio. Me junté con unos vascos, la checa, el de Leganés y el maño durante unos días, y respetando nuestros usos y costumbres cerramos el buffet más de un día.

Luang Prabang es una de las capitales del Mekong, en la que no se nota el ajetreo que ello conlleva. Todo es calma y sosiego allí, donde los turistas son numerosos pero nada da sensación de agobio. Donde al entrar en una tienda a comprarme unos pantalones me doy cuenta que no llevo gayumbos y le digo al dueño que vengo después a probármelos. A lo que el dueño se baja los pantalones y los gayumbos, me enseña la chorra y me dice agarrándosela “noworry, no worry”. Donde cuando me bajo el bañador me dice “you big. Me small”, porque el “probador” no tiene cortina ni nada. Donde uno puede entrar a los templos y perderse por el mundo del budismo sin necesidad de comprenderlo de antemano. Donde a uno le surgen dudas y cuestiones sobre esta religión que más que una religión es una filosofía de vida. Donde nadie tiene una cara seria. Donde la sonrisa es la religión. Donde los alrededores nutren la ciudad de infinitas actividades. Donde conocí que un elefante puede ser el animal más amoroso del mundo. Que sus arrugas son densas y duras como el cuero. Que sus pelillos erizados de la frente hacen cosquillas al acariciarlos. Esa ciudad en la que volví a descubrir que las bicicletas no son solo para el verano, y que la lluvia no tiene por qué amargar tus planes.

En Luang Prabang encontré el sitio donde descansar. Donde poner las ideas en orden un poco después de tantas semanas de no parar. O de parar para conversar pero no tener tiempo para sentarme un rato a meditar sobre qué hacer más adelante. Donde supe que el no hacer nada durante un día entero no sienta mal a nadie cuando de verdad lo necesita. Que un paseo a orillas del Mekong rejuvenece a más de un alma.

Y volví a montar en bicicleta. Fui con Mario y Magda (el de Leganés y la checa) para dirigirnos a Tat Kuang Si (las cataratas de Kuang Si). Después de repechos que nos parecían extensas pendientes infinitas lo conseguimos y la recompensa fueron dos o tres horas de baños en unas cataratas que no tienen un color que hubiera visto yo antes. El agua es turquesa, pero grisácea y opaca. Da la sensación de estar sucia, pero cuando uno se baña no tiene para nada ese tacto ni olor. El agua fluye fresca y rejuvenece a cualquiera para un camino de vuelta.

Otro de esos días también fuimos a Tat Sae. Las otras cataratas de la zona. Más espectaculares de las anteriores, y que debido al mal tiempo estaban bastante abandonadas. El contacto con los elefantes fue curioso cuanto menos en un principio. Llegamos a la entrada, donde se compran los tickets para el parque, y vimos que estaban los elefantes. Son los elefantes que se utilizan para pasear a la gente por dentro del parque, pero ninguno de nosotros quería montar en elefante. Había un apetitoso hueco en la vaya, por lo que me acerqué a uno de los elefantes empecé a tocarles la trompa. Luego me di cuenta de que me había metido allí como si lo hubiera hecho durante toda la vida. La mirada de esos animales trasmite el cariño proporcional a su tamaño (es curioso que cuando estaba escribiendo la palabra “cariño”, El Cigala también la cantaba en “Se me olvidó que te olvidé”). Estuvimos quitándoles la comida y dándosela otra vez. Después de un rato moneando con ellos dimos la vuelta para comprar los tickets y vemos los letreros de “5.000kip por comprar unos plátanos y dárselos a los elefantes”… nosotros ya hemos jugado con ellos de gratis.

Luang Prabang es la ciudad donde te encuentras con la gente que te has encontrado anteriormente en Laos. Es ese punto en el que el camino de la gente confluye. Es esa ciudad que el que menos se queda tres días, y el otro cinco, y el otro una semana, y al final siempre hay días comunes para todos en los que encontrarse para tomar unas cervezas y contar todo aquello que tuvo lugar en el camino del uno y no tuvo en el del otro. O contar como fueron los pueblos de unos y otros. De nuevo compartir las opciones de futuro de este y aquel lugar. Luang Prabang es el sitio perfecto para planificar un viaje sin guía. El lugar propenso a dar a los viajeros información de otros viajeros. Se habla de viajes, se habla de cómo coger ese autobús, de cómo pasar esa frontera o de cómo llegar en barco a ese pueblo de allá. Los desayunos, las comidas, las cenas y las cervezas tienen siempre un tinte a transporte, viaje o guesthouse. A catarata, cueva o montaña que subir o bajar. Ese tinte de conversaciones que pinta también la comida del lugar. Esa ciudad bañada en su propia cultura, pero que también deja adherirse con respeto todo lo que los transeúntes tienen que dejar por allí. Yo, desde mi pequeña experiencia, intento dejar la menor marca posible y absorber lo máximo posible.

Fue aquel día en el que fuimos a Tat Sae que hicimos una parada en Wat Manorom. Se dice que el templo de Manorom es el más antiguo de la ciudad. El día anterior había yo estado por ahí dando una vuelta, tras la inmensa vuelta que me di alrededor de la ciudad, como con ganas de sorber todos aquellos sabores que estaban en el aire y que no había podido encontrar en mis días de vaguería o cataratas. Fue en aquel templo aquel día cuando conocí a Kam. Tiene 18 años y ha estado en el templo desde que tenía 12. Me preguntó si hablaba inglés y me dijo que él estaba estudiando. De broma le dije que podía ser su profesor, y me dijo que cuándo tenía yo tiempo libre. A esa pregunta le sonreí, y le dije que cuando él quisiera. Me preguntó que si al día siguiente a las nueve de la mañana podía yo estar allí. Y fue cuando me presenté con Magda, Mario y Javi. Le ayudamos con sus deberes de inglés, y gracias a él y a sus libros traducidos al inglés, resolvimos algunas de nuestras dudas sobre el budismo y creamos algunas cuestiones nuevas en nuestras mentes. Entramos en la dinámica de cómo vive un monje. De cómo se hace un monje. De a qué se dedica. Sus colore y sus pensamientos. Sus directrices y su templo. Su falta de pelo y su sonrisa. Su mirada profunda.

Y es de esas ciudades en las que he aprendido y me he llenado de fuerza, pero de las que salgo sin demasiadas ganas de escribir. Donde todo lo que me llevo lo llevo por dentro, pero eso sí, con una cámara que me ayuda a compartir lo que fue.

Cerrando bares (y mercados nocturnos)

la elección

Wat Sensoukaram










Tat Kuang Si . Las catarátas que vinieron del paraíso



Atardecer en el Mekong


Papá, esta soldadura ya está

Wat Xieng Thong



Entrada a Wat Misonarat

Al pasar por una calle me topé con una celebración que al llegar más tarde a un templo resultaba ser el día del templo




Nos queríamos mucho

¿Me tiro o no me tiro? Parece que está sucia, pero es que es taaaan bonita...



Verano Azul en Laos