domingo, 10 de junio de 2012

Leh: de camiones, nieves y el Khardung La


Llegado al paraíso de los turistas de alta montaña, me encuentro con el Leh más masificado pero más llevadero. Me recuerda mucho a Sa Pa, en Vietnam. Ambiente de alta montaña, aunque aquí es más alta montaña que en cualquier lugar que haya estado antes. Leh se encuentra a 3.500m sobre el nivel del mar. Sus calles están petadas con restaurantes y guesthouses, y lo que más abunda en ellos son turistas del sur de India que vienen a pasar unas frescas vacaciones, después de estar acostumbrados al calor.

Si no es por el trekking, es por excursiones a valles en furgonetas. Si no es por la sensación de frío es por visitar simplemente Leh y contemplar sus alrededores desde su palacio. Hay diversos motivos por lo que la gente viene aquí. Yo vine con la idea de andar, andar y andar y todavía no he empezado. Fue que llegamos aquí el israelí y yo y nos vimos inmersos en la aventura de alquilarnos una Royal Enfield de 350cc. Una motillo que en su época era importada de Inglaterra y que ahora se fabrica aquí. La primera noche en Leh nada más llegar empezamos a coger ideas, y el siguiente día nos fuimos de compritas. Material de acampada. Resulta que Quechua llega hasta aquí. Qué horizontes más extensos tiene Decathlon!!! Tienda de campaña, saco, camping gas… todo para una feliz estancia en la montaña, esta vez en moto, y la siguiente vez a patita. Haciendo preparativos durante todo el primer día en Leh, dejamos todo arreglado para la moto.

El día 7 de junio nos despertamos a las seis y está jarreando a más no poder. Decidimos ir a la tienda y decir que no queremos la moto, pero cuando volvemos de desayunar el sol sale por una esquinita del cielo y nos entra la paranoia. Tenemos que salir de aquí! Nos vamos a la tienda de motos y nos apropiamos de ella para los tres próximos días. Decidimos ir dirección Khardung La, el paso para vehículos más alto del mundo. No, no es posible. Está lloviendo. Nos volvemos a Leh y vemos qué hacer. Chai en mano vemos otra esquinita de sol y nos lanzamos a por Pangsong, un lago a unos cuantos kilómetros de Leh. Cuando llegamos al puesto de control antes de Chang La, el paso que nos llevaría hasta el lago, nos comunican que está cerrado por una avalancha. Parece que el día no nos deja ir a ningún lado. Parece que es nuestro destino no movernos.

Cerca de Karu, donde está el puesto de control, está Hemis. En Hemis se alberga el monasterio más antiguo de Ladakh, que es la provincia donde estamos. Se trata del monasterio más antiguo de Ladakh, construido en el siglo XVII. Muy colorido y cuadrado, y grande, está escondido en una esquinita del valle que sube más allá del pueblo Hemis. Hemis es un pueblo de estos metidos en la roca. Es precioso ver como las casas, del mismo color de la roca, yacen en los salientes que se lo permiten. El monasterio, se dice, fue refugio de Jesucristo en su visita a India durante sus años perdido. Aquí se encuentran muchos libros sobre esa idea, por algunos llamada conspiración, de que Jesucristo viajó por India, de donde obtuvo sus ideas de los tibetanos y budistas. Para gustos colores, y para historias… todas las que queráis.

Fue a la vuelta de Hemis donde nos esperaba nuestro destino. Ese destino que decía que hoy no teníamos que haber salido de casa con la moto. Cuando se plantó el día de lluvia. Cuando el paso estaba cerrado… Pero en fin, que para eso se viaja. Para que pasen cosas como esta. El caso es que bajando paramos a echar unas fotos y un cigarro y dejamos la moto aparcada. Maldito Jesucristo si visitó este sitio y no lo bendijo; maldito 7 de junio de 2012 cuando ese camión aparcado delante de la moto decide dar marcha atrás y llevarse la moto por delante y darle un arrastrón de unos pocos metros. Maldita la hora en la que tenemos que llamar al dueño para explicarle lo ocurrido y, tras acercarse para recogernos, no entrar en razón de que la culpa no era nuestra. La verdad es que, siendo turista, tienes las de perder. Toda la horda de conductores de otros camiones de la misma compañía que anda de obras por la zona dijeron que era nuestra culpa. Incluso el jefe de todos ellos, que no estaba allí, decía que era nuestra culpa y explicaba al dueño de la moto lo que había ocurrido. Yo diciéndole al dueño que me escuche a mí, que el dueño de los camiones ni siquiera estaba allí.

Total, que nos volvimos a Leh. Un colega del dueño conduciendo la moto jodida. Yo detrás. Dima, el israelí, en el coche con el dueño. Cuando llegamos a la tienda el asunto se presenta. Discutimos con el menda por no haber ni siquiera escuchado nuestra versión. Vemos que nos va a tocar pagar. Vemos que de esta no se sale de otra manera. Este hombre nos dice que hemos pagado la moto para tres días. Que no nos devuelve el dinero, que no nos da otra moto para los dos días restantes, y que tenemos que pagar la avería. Los estribos de la moto jodidos, el tanque abollado, la cubierta de la trasmisión toda raspada, las manetas… el caso, todo el lado izquierdo hecho un cristo. Tú me dirás, después de un arrastrón debajo de un camión. Bastante poco para lo que podía haber sido. Cuando el menda pone el precio en la calculadora Dima y yo nos miramos. No sabemos si le falta un cero o un uno por delante… 5.000 rupias. Eso vienen siendo 75€ repartidos entre dos. A mi casi se me pone una sonrisa de oreja a oreja. Entre dos tocamos a casi 40 pavos. Eso es nada para lo que ha sido. Si veis la moto… bueno, hay una foto que da una idea…

Después de pagar la dolorosa y salir de la tienda, Dima no tiene ganas de más motos en su vida. Yo… yo me voy directo a otra tienda, lo más lejos posible de esta para que el rumor no se extienda, y alquilo otra para los dos próximos días. Tengo dos días de permiso restantes para los pasos, porque hay que pedir permisos. Los tengo que aprovechar. Me engancho una Enfield igualita que la otra para mí solo. A las seis de la tarde salimos de la tienda y a las siete estoy a aparcando la nueva moto en la puerta de la guesthouse, y al día siguiente a las nueve de la mañana en la puerta de la tienda para coger un casco nuevo. Brand y Ang están en la puerta de otra tienda. Todavía no les conozco, pero esos son sus nombres. Resulta que van al mismo sitio, así que emprendemos la marcha juntos hacia la aventura. Porque eso es lo que va a ser. Una aventura en toda regla.

“Salimos de la cárcel, metemos la primera, en el loro Deep Purple, chirrían las dos ruedas…”. Tiramos para Khardung La, el puerto de alta montaña habilitado para vehículos más alto del mundo. 5.602m sobre el nivel del mar. Las Enfield andan que es una maravilla. Unas motos custom que se dejan anejar muy fácilmente. Subiendo, subiendo, subiendo la carretera va desapareciendo y dando paso a una pista forestal llena de roderas, resquicios de la última carretera y piedras caídas del cielo. Bulldozers hacen una chocolatería en las zonas de obras. Excavan para ensanchar la carretera, y de tanto pasar por encima y horadar dejan un puré que las Enfield se llevan por delante sin mucho problema. Culeando un poco y con la ayuda de nuestros pies, embarrados por supuesto, tiramos para arriba.

Caminito para adelante nos encontramos con dos ciclistas que van de camino hacia Khardung La. Creíamos que nosotros éramos los locos de esta historia, pero estos se llevan la palma. Cuando les pasamos vemos a un loco más, en pantalones cortos, bajando con su bici todo follao. La cara de histeria y de locura sobre sus hombros. Sobre su bici un cuerpo enrojecido por el frío. Alma candida, dónde vas con este frío! Cuando nos pasa, sonriendo con la cara poseída por la locura del descenso, nos saca el dedo. Tiene todo el derecho. Me lo imagino diciendo “cabrones, creíais que teníais frío. Mirad este ciclista como se las gasta”. Con la locura del ciclista todavía en la cabeza llegamos al atasco de llegada a al alto. Camiones, coches, jeeps, bulldozers, militares, gente… La carretera está colapsada, como en todos estos pasos de alta montaña en el norte de India. El ejército trata de poner algo de orden en todo este tipo de situaciones, pero la gente es más poderosa y más gilipollas cuando se trata de un atasco.

Digamos que una de las situaciones más estúpidas habidas y por haber es encontrarse en un atasco en una carretera que difícilmente tiene hueco para los dos sentidos. Todos los coches que van hacia arriba, hacia Khardung La, enfilados en la parte izquierda de la carretera. Pegaditos a la orilla por si viene alguno de frente. Algún camión o lo que sea. Siempre hay uno…bueno, siempre hay diez que deciden adelantar y se encuentran con ese camión que viene de frente. El camión tiene que dar marchar atrás. O alguno tiene que hacerle un hueco para que empiece a meter el hocico y, por consiguiente, todo el coche, para que el camión pase. Cuando el listo eres tú en un Enfield, nevando y con el macuto detrás, es fácil que la gente te haga un hueco porque llevas una moto. Es pequeña y te ven con ese turista atrevido-gilipollas que está cruzando, nevando, el Khardung La. Esquivando coches, camiones y jeeps conseguimos llegar a lo alto. Está nevando bastante. Ofrecen té gratis a los que cruzan el paso. Está muy calentito, pero los alrededores están que joden. El suelo de la cafetería está congelado. Nos bebemos el té y le echamos lo que había que echare para salir de nuevo al temporal.

Las Enfields arrancan a la primera. No problem. Tiramos de valentía y empezamos a bajar. Madre del amor hermoso! Lo mismo que de subida pasa de bajada. Esquivando coches en el atasco. Pasando por un lado y por otro. La moto se va para todos lados. Se me vuelca una vez, pero el cacharro que lleva para el equipaje la deja solamente un poco ladeada y consigo levantarla. Tiramos para abajo con temperaturas que desconocemos. Nevando, en primera, sin tocar el freno de adelante ni por asomo. Tirando de coraje y con los huevos congelaos. La nieve acumulándose en la moto y en mis pelotas. Parece que quiere salir el sol y paramos a echar un rato. Y unas fotos. Un bidi y a correr antes de que empeore. Y vaya si va a empeorar. Ventisca por doquier y empieza a nevar. Si te pones las gafas se empañan. Si echas la visera se empaña. Si no la echas la nieve te entra en los ojos. Total, que todo a medias. Los ojos medio abiertos y la visera medio cerrada. Mirando de reojo y a 20 por hora. Nos congelamos vivos. Después de decidir tirar hasta el siguiente pueblo sin parar, sin sentir los dedos ni ninguna de las extremidades. Con las rodillas congeladas, que ya no sé si están o no están ahí, llegamos a North Pulu. Lo que creíamos que era un pueblo es una base militar. Pero bueno, tienen cantina. Entramos y pedimos chai tras chai mientras saltamos para recuperar las piernas. La ventisca fuera es descomunal. Nos planteamos echar la tarde allí. Echamos media hora, bebiendo, calentándonos con los labios morados. Recordándonos lo gilipollas que somos. Sale una mijilla de sol y decidimos tirar. El siguiente pueblo está a 20km. Arrancamos las burras y el sol sale con fuerza. Nos lanzamos hacia Khardong, el siguiente pueblo que nos dará cobijo. Sabemos que hay una guesthouse. En media hora estamos allí, sin conducción temeraria ni nada. Simplemente disfrutando del sol y de la carretera seca. Disfrutando de las motos.

Alá que llegamos a un restaurante. Cafetería de carretera digamos. Estos quieren seguir hasta el siguiente pueblo, pero empieza a llover, y decidimos hacer noche aquí. Yo al día siguiente me tengo que volver porque no tengo más días de permiso en este valle (nadie me ha pedido el puto permiso y he pagado por él). Nos acercamos a donde parece que hay una guesthouse, nos indican, y nos quedamos. Una mujer sin una pizca de inglés nos acoge en dos habitaciones. Una de ellas con baño. Suficiente. La chimenea de la cocina se calienta rápidamente e invadimos los alrededores de la misma con las ropas mojadas. Qué mal olor! Digamos que nada nos puede. Ni el frío. Hemos cruzado el Khardung!!! Ahora a cenar y a dormir. La señora nos habla. No entendemos nada, pero nos trata de maravilla. De vez en cuando se ríe. Las vecinas vienen a vernos. Nos piden fotos. Nos enseñan los utensilios de la cocina. Eran las cinco o las seis cuando llegamos, y a las ocho y algo estábamos empiltrados. A la espera de un nuevo día.

Tseang es la dueña de la casa, y Pantam y Seam sus vecinas. Me he apuntado los nombres porque nos han pedido que les mandemos las fotos. A ver cómo lo hacemos! Ya tengo una pila de direcciones y fotos que madre mía. Muchas familias! El viaje tiene que seguir su curso. Tseang prepara nuestro desayuno. Pone un poquito de la leche cocida y la pone en un pequeño altar. Es un pivote de madera para apoyar la copa de ofrenda. Desayunamos, nos equipamos y nos disponemos a marchar. Nunca olvidaré la cara de esta mujer que nos salvó la vida y nos devolvió la ropa seca. Gracias desde aquí.

Bien, la vuelta… empieza a las nueve y media o diez de la mañana, pensando en no hacerla muy temprano por si acaso ha helado, ni muy tarde porque va a ser larga. Cuando llego a North Pulu, después de un camino placentero, hay un atasco algo largo. Nada en comparación con el del día anterior en el alto. Me pongo en primera posición y un soldado me dice que no me pase de listo. Que me espere a que abran el paso porque todavía está cerrado. Paseando y leyendo carteles me entero de que el paso abre a la una. Mi intención de salir pronto se ve frustrada por los horarios que no leí, o no hubo manera de leer, a la ida. El sol sale, y un chai hablando con unos del atasco me da energías. Al final acabo conociendo a todos los del atasco. Los de la furgoneta, los austríacos, los dos moteros, los militares, el del camión, el del otro jeep… los de una furgo me dicen que llevan desde el día anterior por la tarde esperando a que abran. Dicen que lleva nevando desde entonces. Tuvimos suerte el día anterior, o simplemente cruzamos el paso sin cruzarnos con ninguno que nos lo prohibiera. Diferentes informaciones “no, hoy está cerrado”, “no, lo abren luego”, “una avalancha”, “un camión volcado”. Empieza a nevar con ventisca. Yo pienso que si me toca un día como el anterior, yo me doy la vuelta. Pero no hay narices porque ya está todo colapsado con el atasco. Me meto en un soportal. Ventisca, el suelo seco y copos como puños cuajan a cada segundo. En media hora se ve el resultado. Pero vuelve a salir el sol, ahora por más tiempo que antes. Casi indefinidamente, y se ve el camino de subida.

La una menos veinte y la gente empieza a arrancar motores. Los dos moteros se ponen delante. Yo, como un borreguito, tiro detrás de ellos. El primerito. Ahí acelerando la moto para que no se cale. Como un ángel del infierno macarra. La gente me mira y levanta el pulgar. Hablo con los otros moteros, pero no me aceptan en su secta moteril. Debe ser porque soy guiri. Abren el paso!!! Los dos tiran a piñón y yo detrás de ellos. La carretera, como quien dice, se acaba aquí, pero no está embarrada del todo y se puede conducir bien. Veinte minutos después de empezar me encuentro con los moteros. Uno de ellos no puede arrancar la moto, pero me dicen que todo bien. Que yo tire, que ya saldrán de esta. Ahí les dejo haciendo el indio. Subo solo, mirando hacia abajo para ver la cola de coches que va detrás de un jeep del ejército. Me cruzo con jeeps y camiones militares que me sonríen o directamente se descojonan. Me pitan y saludan.

El terreno se complica. Empieza a haber nieve. Algo más de hielo por el paso de vehículos, que dejan la nieve aplastada. La Enfield no tiene tirón, lo que la hace perfecta para el hielo porque no patina al acelerar. Tracciona de puta madre. Llego hasta donde la nieve, el hielo y el barro ya empiezan a ser una aventura en sí misma. Llego hasta donde un par de camiones atascados, un jeep tirado por un bulldozer y un par de motos están atrapadas. Empiezo a adelantar coches y llego hasta donde el bulldozer porque no puedo más. Alguna ayudita de alguno empujando por detrás ha venido bien. Me bajo a empujar a los de las Enfields. En cuanto llego el menda se baja y me dice que la suba yo. Ya ves, aquí el experimentado del mundo de las motos encargado de subir una moto. Me subo y me pregunto “dónde están las marchas aquí?”. Resulta que es una Enfield antigua, por lo que las marchas están en la derecha. Arranca a la decimotercera y la consigo subir unos metros hasta que se me cala. Al final me bajo. La gente me palmea la espalda. Estoy reventado intentando arrancarla y subirla. Al final la subimos entre todos. Los del bulldozer me llaman. Que vaya tirando, que soy el primero, que el bulldozer va a abrir. Ahí voy, detrás del bulldozer, que deja unos surcos de puta madre para que la moto pille tracción. Ya podía ser todo así. Llego el primero del día 9 de Junio de 2012 a la cima. Los militares me saludan. Esto es muy raro. Estoy haciendo unos amigos muy raros.

Arriba me encuentro con las motos de los otros, que las han conseguido subir. Resulta que los que estaban subiendo las motos eran militares, y los dueños en sí no son dueños si no tíos que las han alquilado. Cruzaron el paso unos días atrás con ellas. Ahora no se han atrevido y han alquilado un jeep y pedido al ejército que se las suba… Pero qué es esto?! Tengo que venir yo aquí a dar lecciones de pilotaje de Enfields?! Hablando con los tipos les digo que vaya jaleo con las marchas en el otro lado. No quieren hablarme mucho. No sé, creo que tienen envidia. A lo mejor es que soy yo muy orgulloso y me creo que tienen envidia, pero ven que he subido su moto, la mía y les he echado un cable con las otras a los militares mientras ellos subían en su jeep y no sé si se sienten un poco mal.

Decido a bajar quince minutos después de haber subido. Esto no está para espera. Luego hay mogollón de coches y a lo mejor nieva otra vez. Pues ale, primera, y a lidiar con el hielo nieve. Buscando el mejor hueco. Buscando todos los charcos posibles, porque el fondo es de piedra y la rueda agarra. En la nieve voy de un lado a otro, a veces dejándome caer esperando que llegue un trocito de asfalta ahí adelante en el que agarrar. Ventisca otra vez. Esta vez, para esta vuelta, he conseguido ponerme las gafas dentro del casco. Que le den por culo a la máscara. Me congelaré un poco la nariz (hoy la tengo pelada) pero al menos veo y no agonizo en el frío durante horas intentando ver. Ventisca, hielo, charcos. El barrizal del bulldozer del día anterior hoy es mejor aún. El ejército ha pasado para arriba y para abajo y eso es chocolate puro. Que dan ganas de sacar el camping gas y calentarlo para bebérselo. Doscientos o trescientos metros de puro chocolate. Pues allá que voy. Qué maravilla! No he tenido que poner los pies en el suelo ni una sola vez. Sorprendentemente salgo limpio de esta! Y empieza el asfalto! 30km para llegar de nuevo a Leh. Los bajo todos toditos detrás de un convoy de la policía. Saboreando las curvas y el sol que empieza a pegar. Los militares mirándome todo el rato. Me lo paso de maravilla bajando, tumbando. Me acaloro… qué calor!!! De repente los soldados empuñan los rifles. El convoy frena y se bajan. Los huevos de corbata. Echan un ojo alrededor, se vuelven a subir y arrancan de nuevo. Pues nada, seguimos hasta Leh.

De vuelta en casa para preparar la próxima. Ya se está cociendo…

El pueblo de Hemis
con su monasterio

y sus ruedas rezadoras con instrucciones incluidas
sus mascaras

y su escuela para monjes

alguna puerta tambien habia que poner

la moto arrastrada
una subida de impresion hacia Khardung La

Bohua - el meo no me llego a la A, asi que tuve que poner una cascara de platano
North Pulu, donde no pudimos mas y tuvimos que parar a descongelarnos

Nuestra casita con la cocinita en Khardong


un jak solitario. si, si, aqui hay jaks
la foto a la vuelta, porque a la ida no hubo narices

Khardung La

un dia soleado de llegada a Leh

miércoles, 6 de junio de 2012

El Valle del Río Suru: Las hermanas que me enamoraron


Tras un par de días de indecisión y asesoramiento, a las once de la mañana cojo un autobús que me leva hacia Panikhar desde Kargil. A decir verdad, el nombre ya suena a interesante. Panikhar se encuentra en el Valle del Suru, que es el río que también pasa por Kargil. El autobús –del estatal –serpentea a lo largo de la carretera, siguiendo el zigzagueo del río. La carretera, a ratos asfaltada, a ratos engravada, pasa por Sankoo, donde se baja mi compañero de viaje, que se llama Isaaq y trabaja en el canal de televisión de Kargil. Me ha dicho que le llame a la vuelta para una entrevista para televisión. No he tenido tiempo. Una lástima que la gente de Kargil no pueda disfrutar de mi presencia en sus pantallas. Después de Sankoo empieza a llover y, como no, la lluvia siempre afecta a los viajes por carretera. Pero en este caso no afecta con un retraso al autobús, si no que afecta a mi hombro, mi costado y mi mochila, que se ven empapados por la catarata que entra por la ventanilla poco hermética. Un hombre que se sienta a mi lado me va a diciendo el nombre de todos los pueblos por los que pasamos. No me acuerdo de ninguno, pero tengo un mapa.

Al llegar a Panikhar me advierte de que he llegado a mi destino. Me bajo y le pregunto por la guesthouse. Me señala, pero yo me paro un ratito a fumarme un bidi. A la que se me acerca un hombre con buen inglés hablado (escrito no lo sé). Barbas predominantes, gafas intelectuales y atuendo típico de la zona. Aquí la gente viste con pantalones muy anchos. Y una camisa-camiseta-jersey-delantal que les llega hasta las rodillas, y que va a juego con los pantalones. Por encima llevan otro jersey que a veces les llega a los tobillos. Cuando se sientan, con el jersey-falda se crean una tienda de campaña con la que no pasan frío. Entablo una conversación con él que empieza por las preguntas de interrogatorio correspondientes hacia mi persona, y que continúan con una derivación hacia términos religiosos. “¿Qué opinas del paisaje que tienes alrededor?” Pues que es bonito con locura, la verdad. Pero él no está contento con esa respuesta. Él quiere más. “¿No te parece que es una verdadera maravilla de creación de Allah?” Bien, por ahí ya sé hacia donde vamos. Pero bueno, yo me meto hasta el fondo del agujero y le dijo que yo no soy espiritual ni creo en ningún dios. Fallo número 1. Nunca digas que no crees en ningún dios. Fallo número 2. Nunca digas que crees en la ciencia como explicación al origen del universo y de las cosas. Bueno, no son fallos. Es mi manera de pensar. Pero no lo hagas cuando te acabas de comer un autobús largo y tienes ganas de echarte un chai y una siesta, en ese orden. Repito, no lo hagas. Aunque la conversación es interesante y me atrapa ahí mismo, al borde de la carretera, me defrauda un poco. Es algo despiadada y arrogante, con intentos de conversión religiosa. Con ganas de encoranizarme (acercarme al Corán) y hacerme discípulo de Allah.

El buen señor, que es profesor de escuela, decide acompañarme con mi consentimiento hacia la guesthouse que, como el autobús, también es estatal. Una habitación maravillosa, con dos camas y muchas mantas, y un chai calentito. Pero veo que el profe tiene ganas de marcha y se sienta en una de las butacas. Yo me siento en la otra. Por aquí y por allá seguimos debatiendo. Llegado un punto nos damos los emails y él, introduciéndose como Abdhul Rachid Najar, me deja en manos de mi té, no un poco descontento por seguir encontrando personas ateas por el mundo.

Un té y una siesta arreglan el cuerpo de cualquiera. Decido salir a darme una vuelta antes de que caiga el sol. Las nubes son una maravilla, y este valle tiene mucho que aportar a mi vista y al objetivo de mi cámara. Las tonalidades de las nubes varían en grises, porque esa noche va a llover. Otro profesor se cruza en mi camino nada más salir de mi habitación cámara en mano. Cámara en mano yo. Él con el Corán en la cabeza. La conversación surge y transcurre de la misma manera que la anterior, pero esta vez no vemos inmersos en el tema que yo he propuesto: “fenómenos naturales a los que se les atribuía la acción divina, y que con el tiempo fueron explicados por la ciencia. ¿Por qué no puede pasar lo mismo en el futuro con la creación del universo?” Pues resulta que en el Corán, según mi segundo amigo y profesor, ya decía hace milenios que la lluvia surgía por evaporación, que el agua tenía un ciclo y tenía nociones del cuerpo humano que el resto de la humanidad desconocía. Resulta que el resto del mundo no conocía esta sabiduría porque Allah advirtió de no compartir todos estos conocimientos con personas no devotas a su religión. Al salir de casa de este maestro me decidí a, en un futuro cercano, encontrar una copia del Corán en inglés o en español. A ver si me estoy perdiendo una sabiduría infinita solo por no haberlo leído.

Con esta lecciones religiosas, una abrumadora cantidad de “daal” (lentejas con cebolla, o judías pintas con cebolla. Depende) y arroz me voy a la cama penando en el Corán, en la creación, en las lentejas y en qué hacer al día siguiente.

Me levanto tarde, desayuno mis “chapatis” (tortitas de pan, hechas con harina y agua caseramente) con mantequilla y mermelada y me tiro al monte, que para eso soy capricornio. En mi mapa sale un valle, el del río Chalong Naia, con un camino a través del cual puedo disfrutar del resto de la mañana y una tarde placentera. Después de una subida constante hasta donde hay algo de nieve, me atrevo a alzarme en unas rocas de la cresta de la montaña. Ahora sí que puedo contemplar los Himalayas. Ahora si que me siento en la cima del mundo, aunque no esté en el Everest. Ahora sé de lo que estamos hablando porque, a lo lejos, puedo contemplar sin haberlo planeado a, como dijo Hans, las dos hermanas. Nun & Kun. Los dos picos más altos de la zona, y entre los más altos de India. 7140m para Nun y 7090m para Kun. Dos maravillas de la creación de Allah que se alzan ante mí. Desde lo que calculo que serán unos 3.500m (nuevo récord para el menda). Tras una hora de observar el Nun, el Kun, y todo lo que se antoja por delante, me decido a bajar. Pretendo, en un llano que he visto de la altura, probar si funciona mi lona con palos que me puede proteger del frío y de la lluvia en un día de caminata que se ponga feo. En dos puestas en cuclillas y dos levantamientos de un par de piedras que no eran de gran tamaño la cabeza se va para los lados y me tengo que sentar. A estas alturas, y no es que esté viejo, no se puede andar tonteando. Hay que hacerse a ellas. Decido recoger y bajar.

Por el camino de bajada veo que el suelo brilla como si purpurina hubiera en él. Resulta que todo lo que me rodea es algo parecido al granito. Y si no me equivoco, el granito está compuesto por cuarzo, feldespato y mica (gracias, Conocimiento del Medio). Y creo que, de ellos tres, la mica era la que era como de láminas brillantes. Pues es todo eso lo que brilla por el suelo y le da un tono carnavalesco a los caminos que camino. En ellos también se cruzan vacas y cabras, más peludas que las que conocemos en casa, porque a estas alturas hay que estar melenudo para pasar el invierno.

Siesta y un despertar a la voz de “la cena está lista” harán de la tarde algo corto que en seguida se hará noche. Con el daal ya saliéndome por las orejas, y sin tener narices a una ducha de agua fría. Porque aquí el agua es lo que tiene. Que es como si viniera de los Himalayas. Pues eso, que ni siquiera un lavao polaco: cara, culo y sobaco. Ni siquiera eso. A la camita, que la roña te hace más calentito.

El segundo día en el Valle del Suru va a comenzar. Me he levantado algo más temprano que el día anterior. Son casi las siete y el que lleva el royo de la guesthouse me pregunta que a qué hora quiero desayunar. Le digo que a las siete y me dice que no, que a las ocho y media… ¿Para qué pregunta? A las nueve y media estoy saliendo por la puerta, con el último coscorrón. Estoy por pedir el libro de reclamaciones de India. No el de un lugar u otro. El de India en su totalidad. Por favor, los quicios de las puertas algo más altos. Que no me he curado del último chichón y ya me estampo el siguiente. Y en esta puerta de Panikhar especialmente. Con todo el macuto a la espalda, o todo lo que he preparado en Kargil dejando allí lo prescindible, me dirijo a Parkachik. Otro pueblo con nombre rural que tiene un nombre encantador. Y para llegar a él tengo que cruzar Lago La, o Parkachik La. Depende de quién te lo diga. “la” significa “paso”. Por lo tango es el Paso de Parkachik, pueblo hacia el que me dirijo.

Tras el coscorrón observo que ha nevado. La cresta de la montaña y de Lago La (que luego me informarán de que está a 3810m. Récord de nuevo!!!) están blanquecinas. Pero para el momento que cruzo el río hacia allá todo se empieza a derretir. Hace un sol de justicia, y el día ha empezado caminando en llano. Pero eso deja de ser verdad cuando llego al pueblo de enfrente, no muy lejos, y todo empieza a verticalizarse. Subiendo como puedo un prado me encuentro a una señora que con gestos y alaridos se dirige hacia mí. Yo le digo que voy a Parkachik, y ella me dice que es para allá (derecha). Yo estoy subiendo para el otro allá (izquierda) porque es menos empinado y me voy a encontrar con el mismo camino. No nos entendemos, ella sigue diciendo que para el otro lado, y cuando tras media hora llego al punto que me estaba señalando antes, pues la saludo desde lo alto para que vea que no soy idiota.

De subida me encuentro a más pastores, que es el oficio más extendido en la zona. Las cabras, vaca y ovejas son el ganado que domina por esta zona, por lo que todas las colinas, senderos, caminitos, prados y demás se encuentran marcados por manchas blancas, marrones y negras por doquier. También puedo ver burros, como no, más peludos de lo que estoy acostumbrado a ver. Lo que no me esperaba ver es marmotas. Dos cabras corren por la colina. Detrás de ellas dos perros muy raros. Con las patas muy cortas y muy peludos. Agudizo la visto y atisbo que son unos enormes roedores. Sí. El guarda de la guesthouse me resuelve la duda cuando llego a Parkachik.

Pero para llegar a Parkachik primero tengo que cruzar Lago La. Y tras una ardua tarea, tres horas de camino desde que salí de Panikhar y unos sudores que me hacen agonizar, me encuentro en lo alto del paso. Las hermanas, Nun y Kun me saludan desde un par de valles más allá. Las vistas son espeluznantes. Desde arriba puedo ver tres o cuatro pueblos separados por una roca que sale de la tierra de un kilómetro de largo. Luego me enteraré que todos los pueblos forman Parkachik. Parkachik Goma (Arriba) y Parkachik Yoma (Abajo). Como Villarriba y Villabajo, solo que aquí no usan Fairy y el jabón es en pastilla. Y hablando de jabón, la lavandería, como no me lo esperaba de otra manera, la hacen las señoras. En una piedra lisa como el mármol, pero de granito, puesta encima de una acequia frotan su pastilla de jabón contra las alfombras de más de diez metros de largo mientras el resto de la prenda ya lavada flota en la acequia serpenteando cual culebrilla de color rojo con motivos dorados.

Lago La. Allí arriba la realidad se transforma y todo lo que había visto antes se ve colapsado por las vistas de Nun y Kun. En realidad es difícil distinguirlos, porque están rodeados hacia mí y a sus lados por más picos que a veces, por su cercanía, parecen más altos que las propias “hermanas”. Pero no. Nun y Kun se dejan ver desde Lago La entre las nubes. La nieve se volatiliza en forma de harina fina desde Su crestas en dirección norte. Ni siquiera las nubes pueden pasar de largo su belleza y se ven ancladas a sus picos durante extensos minutos. Tan extensos como los que yo transcurro en lo alto de Lago La, simplemente observando esta creación de Allah o desarrollo de la propia naturaleza a lo largo de los años, que ahora me deja anonadado. No puede ser de otra manera y, tratando de encender un bidi –cosa que no es fácil a esas alturas y con esos vientos -, veo como la vida transcurre, pequeñita, en el fondo del valle. Este valle, a este lado de Lago La, también es el Valle del Suru. Aquí el Suru fluye dirección sur, pasando por Parkachik. Cuando llega a Tangol vira hacia el oeste para más tarde hacerlo hacia el norte y dirigirse hacia Panikhar, donde estuve antes. Entre medias Lago La. A un lado Panikhar, de donde vengo. Al otro Parkachik , a donde voy. A ambos lados el río Suru. Yo en el medio, aunque más tirado al lado Este. Al lado del Nun y el Kun. Al porvenir. Los colores desde aquí arriba no dejan lugar a la pasividad. Desde el fondo se puede ver el color gris azulado del río Suru, con las diferentes tonalidades de verdor que se extienden por la paleta de las llanuras cercanas al río, irrigadas por los campesinos para el cultivo. Verde que con el viento cambia de color a cada segundo, oleando a lo ancho del valle. Si subimos un poco en altura el color empieza a ser marrón. La roca empieza a predominar por encima de la vegetación, para ir dando entrada al color gris. Un gris que empieza delicado, pero que se irá oscureciendo, hasta llegar a convertirse en el blanco impoluto de las nieves. Estas son las escalas de color que hipnotizan. Y entre el Nun y el Kun, rompiendo toda escala, el Glaciar Parkachik –que en mis mapas de 1979 también lo llama Kangriz – nace abrupto.

La bajada la rige una vaca negra. Decido seguirla por el camino que, aunque empinado, rocoso y resbaladizo, surca rápido la ladera de la roca, que en este lado del valle baja de manera estrepitosa, haciendo de mi bajada a Parkachik un descenso de no más de 45 minutos. A mitad de camino de la bajada tengo que decidir entre uno de esos pequeños grupos de casas. Tirar a la derecha o a la izquierda. Bien, pues sigo a la vaca. Cuando llega al pueblo me dicen que el Tourist Resthouse está en el otro lado. Ya me da igual. Es solamente un kilómetro. Creo que e algo totalmente factible. Té, dos ciclistas empedernidos y un israelí un poco perdido me esperan. Daal, que ya me sale por las orejas. Mucha conversación, que ya empezaba a echar de menos, y una cama calentita con muchas mantas y una vista de la luna casi llena sobre Nun y Kun que pone los pelos de punta. Creo que el yeti va a salir por algún lado.

Tras la primera noche en Parkachik, el israelí (Dima) y yo decidimos ir hacia el glaciar. No podía ser de otra manera. Habiendo un glaciar por aquí por los alrededores yo lo tengo que ver. Es algo de otro mundo. De ese otro mundo en el que me encuentro yo ahora. Conseguimos subir una empinada colina de rocas y arenas que resulta ser la pared creada por el glaciar hacia el exterior. Cuando cresteamos vemos el glaciar al otro lado. Imponentes cubos de hielo de color blanco y gris se aposentan unos sobre otros creando esa basta extensión de agua y hielo, mezclada con roca, que destruye todo a su lento paso, con la calma de una avalancha perezosa. Dima y yo nos quedamos contemplando los colores. Estamos en época de avalancha, puesto que el sol empieza a derretir la nieve. Podemos oír unas cuantas pero no podemos divisarlas. El ruido no es ensordecedor puesto que las nieves se encuentran a unos kilómetros de distancia, pero aun así estremece. Entre eso y las detonaciones para la construcción de una carretera en el otro lado del valle Dima bromea con “esto parece Israel”. Nos miramos y nos echamos a reír. Puede ser la falta de aire, pero no podemos parar.

A la vuelta nos echamos un siestorro, y durante la cena escuchamos alguna de las historias de Mohammad Ibrahim, el guarda. La nieve en invierno llega a los cuatro o seis metros. Salir de casa es una odisea. Las escuelas están cerradas pero la carretera está abierta. No hay ganado en invierno, puesto que viven de verduras desde diciembre hasta marzo. Escavando sus caminos por los alrededores se pueden mover. Deben ser como marmotillas por aquí y por allá. Apañando lo que tengan que apañar dentro de las casas, porque fuera no queda más que ver venir la nieve y dejarla ir de nuevo. Durante los meses de buen tiempo, en lo que no nieva (tanto. Porque me han dicho que aquí nieva hasta en agosto) se desarrolla toda la agricultura, ganadería, construcción… se abren de nuevo los caminos, las acequias, las huertas, los pastos. La piedra vuelve a formar parte de la vida cotidiana, construyendo diques contra las avalanchas del invierno, caminos destrozados por el deshielo. Casas basadas en el mismo tipo de piedra que las rodea, y que desde la altura las hace estar totalmente mimetizadas con el entorno. Aquí las mujeres trabajan en los mismos oficios que los hombres. Tanto las puedes ver construyendo una carretera, que una casa, que pastoreando, que lavando.

Es hora de irse a la cama. Dima quiere volver por el Lago La, y como yo no tengo otra cosa que hacer, pues le voy a acompañar. Vamos, que no es que le acompañe si no que me apetece ver de nuevo a Nun y Kun desde la altura. Pero antes de acostarme, y después de acostarme porque no puedo dormir, diviso por la ventana la luna, hoy llena, alumbrando las nieves de Nun y Kun haciendo que sus reflejos me cautiven. Todo es oscuridad, menos las cumbres pintadas de blanco que a medianoche, con a luna, están teñidas de color de plata. Ciertas nubes hacen que el reflejo de la luna en ellas sea aun mejor de lo que sería de cualquier otra manera. Un bidi y el sueño me entra, entre cumbres, lunas y demás.

Chapatis, tortillita chai y a correr. Nos espera un día largo porque Dima lleva todo su macuto encima, por lo que todo el camino es más pesado de lo que debería. Además, pierdo el norte intentando encontrar un atajo y nos metemos por un camino de cabras que al final, pese a no tener ni pies ni cabeza, nos lleva al sendero en el que encontramos mis propias huellas. Entre todas esas paradas que hacemos, unas veces para divisar el camino correcto y otras simplemente para contemplar por última vez ese bello valle en el que se encuentra Parkachik, nos encontramos con un gran grupo de vacas. Las cabronas no tienen reparo en subir a donde sea, y es observándolas como encontramos e camino correcto. Gracias a esa parada. Desde Lago La –o Parkachik La, según se vea –vemos por última vez y desde lejos todos esos rasgos que nos han cautivado. Las señoras con inmensas cestas a la espalda recogiendo mierda que luego secarán para utilizar como combustible; las casas sin cemento; el glaciar; gentes con las espaldas cargadas de mantas, que se mudan a las montañas para para pastorear o construir la carretera; Parkachik Goma y Parkachik Yoma; aldeanos y aldeanas cavando zanjas y caminos que el invierno destruyó. Todo eso es lo que podemos ver o lo que a mí me pasa por la cabeza cuando diviso aquel pueblo desde lo alto.

Tras todo esto y mucho más que queda en la memoria para siempre, nos levantamos al día siguiente a las cinco de la mañana para coger un autobús que nunca saldrá a las seis, y que al final será un “sumo” por unas pocas rupias más. Vamos a hacerlo todo del tirón. De vuelta a Kargil encontramos un “sumo” de precio razonable que nos va a llevar hasta Leh. En resumidas cuentas, son ocho horas de viaje con una familia tibetana en un coche bastante amplio en el que, aunque vayamos doce en ocho asientos, todo se lleva de maravilla. La señora que se sienta a mi lado me enchufa a su hijo cada vez con más violencia. Parece que ella no lo quiere tener encima. Yo tampoco, pero al final acabo jugando con él. Hemos llegado a esa parte de Ladakh en la que nada crece en las montañas. En la que a 3.500m todo es desierto con cumbres borrascosas y nevadas. Es un paisaje lunar que nunca he visto antes y que me está haciendo pensar que me voy a quedar aquí el mes que me queda en India. Os daré más información en el futuro. De momento montando campamento base en Leh, recopilando información y material para próximas aventuras. No os doy pistas. Todo vendrá en a próxima entrega. Aunque a partir de ahora el blog será menos constante.


ovejas peludas

marmota montañera

Panikhar
Las hermanas Nun and Kun, y yo

y el enano


lo que hay que ver...



ventanas hacia las montañas




el glaciar Parkachik
papelera en el colegio
enanito entre las hierbas y los glaciares


La Lechera aquí también es una buena compañera

Carreteras en Marte, digo... en Laddakh

miércoles, 30 de mayo de 2012

Naranag: calentando (el te) - de camino a Kargil a traves de Zoji La

Desayuno a las siete con la familia. Mama, Papa, Babli y Rosi. El último desayuno, al menos por esta vez. Todo preparado para dejar Srinagar, y es que las ganas de explorar montañas me pueden. De prioridades está llena la vida, y antepongo la aventura a una familia que me ha dado todo lo que tenía, mucho cariño y muchos buenos ratos. Salgo de casa a las ocho menos algo, no sin antes recibir un caluroso achuchón con besos recíprocos en los brazos de Mama. “Mama dice que te va a echar de menos. Que cuando vuelvas, tienes que venir con tu Mama y con tu Papa”. Yo también la voy a echar de menos. A todos. Y, padres, daos por aludidos. Aquí hay gente que os quiere ver. Les enseñé una foto de mis padres, y me dijeron que mi padre tenía cara de kashmiri. Tendré que empezar a buscar las raíces del apellido “Bohua” por estos lares.

Un autoricksaw me lleva a la parada de los “sumo”, que es como se llaman los jeeps compartidos. Los jeep-taxi. En poco más de veinte minutos desde que dejé la puerta de casa ya estoy montado en un jeep que me lleva a Kangan. Nadie pita en la carretera salvo nuestro conductor. Debo de tener mala suerte, porque los pitidos constantes por nada de verdad que me ponen de los nervios. Eso, que tiren mierda al suelo, y cuando una mosca se pone muy cojonera, son cosas que me ponen de los nervios. Y aquí hay de las tres en cantidades ingentes.

De camino ya se empiezan a ver cumbres nevadas. Me emociono. Tengo ganas de subir allá arriba. Aunque no sea a lo más alto, de tocar la nieve. De tocar hielo. De verla. De sentir su viruji. En una hora, uno de los trayectos más cortos que he hecho en India, estamos en Kangan. Allí, tras unas pocas vueltas debido a gente que me señala a un lado y a otro indiscriminadamente, encuentro un “sumo” que me puede llevar a Naranag, que en realidad es hacia donde me dirijo. Kangan es solamente un stop-and-go. Un tío me lleva hacia un “sumo”, cuando me encuentro con un alemán al que saludo y me dice que él va a ir Naranag también por 20rupias. Eso está hecho! Yo me uno a ese alemán! Al otro le he dejado un poco tirado, pero creo que me la quería clavar. Luego resulta ser el mismo tipo que nos va a llevar a Naranag al alemán (Giulian), a mí y a otros ocho tipos.

Pero el trato no es hasta Naranag, si no hasta un pueblo que está 8km antes. Intentamos negociar con el tío para que nos suba hasta Naranag por un precio razonable, pero no está por la labor de bajar a una cantidad que nos parezca bien. Aunque he de decir que yo y mi macuto decíamos de cogerlo, pero el alemán no estaba muy por la labor, y yo no iba a pagar el “samu” solo. Empezamos a andar, y todas estas distancias con compañía son más llevaderas. Hablando, fumando e intentando hacer autostop se pasa el rato. El paisaje es precioso, así que también nos paramos a tirar unas pocas fotos. Cuando menos nos lo esperamos, un tipo nos dice que ya estamos en Naranag y que tiene una guesthouse. Me tengo que ir quitando un poco el chip este de desconfiar de todo el mundo. Lo traigo del resto de India, pero aquí en Kashmir es bastante diferente. Habrá bastantes tipos cabrones, pero en general la gente es bastante de fiar.

Giulian y yo subíamos los dos con una recomendación de algún sitio para quedarnos, pero haciendo fresco, el tipo este ofreciéndonos chai que nos rebosa por las orejas, cansado, me dejo llevar y al final decidimos quedarnos a dormir aquí. El tipo, al que llamo “tipo” puesto que no me acuerdo de su nombre, vive con su hermano y con sus respectivas mujeres. Y con sus respectivos tres hijos cada uno que en total hacen seis. Aquí también hay una Mama rondando, pero su amabilidad y falta de sonrisa no tiene ni punto de comparación con mi Mama de Sringar. O mi Mama de Madrid (no te pongas celosona, que madre no hay más que una). En fin, que la tontería de chai y demás nos lleva rondando a conversaciones sobre trekking en las montañas. Yo, en realidad, como siempre, pues quiero patear monte a mi royo. Lo que pasa en la zona es que en la montaña no hay ningún sitio para quedarse a dormir. Hay que subir con tienda, y con equipo para dos días, o tres o los que te vayas a quedar ahí arriba. Hace un frío de pelotas, así que hacen falta mantas, y más mantas, y tienda de campaña y Cristo en motocicleta (bueno, aquí es Alah). Un poco resentido por el tema de tener que coger un guía, intento derivar la conversación a términos de “hay alguna manera de hacerlo sin guía?”. Pero en realidad tampoco soy muy bueno yo llevando las cosas a mi terreno. Vaya, que siempre me dejo, más que menos, llevar dentro de unos límites. La verdad es que, como dicen en inglés “I´m easy”, que quiere decir que me la pela un poco todo si al final estoy a gusto. Que si se puede hacer sin guía bien, pero si quiero hacer una de estas expediciones de varios días y hay que pillar guía, tienda, caballo y la madre que lo fundó, pues bueno. Tampoco voy a ir a disgusto, porque creo que en este caso el fin justifica los medios. Y es que, en una de las opciones, estamos hablando de un pico de 3.800m.

Aun así, decido meterme en vereda y le digo que quiero subir yo solo, aunque sea para un día. Me dice que por eso no hay problema. Que si quiero catar la zona, y después hacer uno más largo, de días, pues que ya me vaya con él. Me parece razonable. No tengo mi propio equipo, y alguien con quien pasar las horas por allá arriba con buena conversación no viene mal. Aunque esta situación la compañía valga dinero, que deduzco que no será muy caro. Seguimos en India. Nada es caro por aquí. Y nada es gratis. Bueno, si me oyen decir que “seguimos en India” a lo mejor me pegan un revés u hoy duermo fuera…

Naranag es un pueblo pequeño al final de la carretera. Es un poco Piedrafita. Bueno, es un MUCHO Piedrafita. Desde aquí se pueden ver las montañas nevadas con precisión. Está encerrado en casi el final de un valle y las casas son pequeñas. Sus gentes muy humildes y amigables. Todo el mundo te saluda, te para, que le hagas una foto, que de dónde eres, que cuál es tu salario (?). Ya he renunciado a decir mi salario. ¿A ti qué te importa? En las montañas de alrededor  hay un buen número de gitanos que viven apartados del pueblo. Se dedican a sus ovejas y a sus caballos, y viven en sus casas de piedra y madera. Son muy sonrientes, y siempre intentan mantener una conversación conmigo que no va a ninguna parte porque yo no sé el kashmiri suficiente y ellos no tienen ni papa de inglés. Digamos que yo empiezo por saludar “Salah malekum”, y ellos ya se ponen a hablar en kashmiri a todo trapo. Yo inmediatamente hago el gesto de “no entiendo”, y todos nos reímos y nos despedimos. Son gente muy maja que te encuentras por los caminos, a su royo. Cortando leña, llevando un caballo, o dos, o una vaca, o unas cabras, leña… o simplemente yendo de un lado para otro.

Después de pasar la primera noche en Naranag me decidí a explorar un poco la zona. “My brother” que es como nos llamamos entre el tipo de la guesthouse y yo, porque no nos acordamos del nombre del otro, me ha contado como subir hasta donde acampan para luego subir a diferentes puntos de las montañas. Hasta ahí no hay problema. Lo puedo hacer en un día, sin tienda y sin nada. Así la mujer de my brother me da chapatis, patatas cocidas, un huevo cocido en un taper, y me prepara un desayuno para antes de salir de casa que me ha cargado las pilas. Me compro unas galletitas, unos “bidis” (cigarros de aquí que saben a purito), y me dispongo a subir. Y en eso consiste el paseíto hasta el campamento base este donde todo el mundo acampa. En subir, subir, subir y subir. Tres horas de subida que me dejan las piernas temblando. No, en realidad no tanto. La verdad es que la primera media hora ha sido un poco de sacarme los pulmones por la boca pero después ya he visto que puedo estar en forma en unos días. Subiendo me he encontrado a mis amigos los gitanos, a unos cortando leña de árboles caídos por la nieve para abrir el camino… y creo que a nadie más. Ha sido una inmersión en el bosque con pocas conversaciones y pocos saludos. Muchos cuervos volando por alrededor. Mucho barrito espesito por la lluvia de ayer por la mañana, pero hoy hacía un sol que cegaba. Que cuando he abierto la ventana por la mañana se me ha puesto la sonrisa de oreja a oreja. Cielo raso. Ni una nube.

Me he acordado de los plátanos, de los frutos secos y de todo lo que tenga potasio o carbohidratos, pero en realidad llevaba dos paquetitos de galletas que me han entrado de maravilla. Y no sé si será por eso o porque ya me iba metiendo un poco en vereda, que después de un poco ya he empezado a subir mejor. Los árboles van desapareciendo con la altura, los cuervos se van convirtiendo en águilas y al final llegas al “rellano” de la zona de acampada. Aquí los leñadores, los pastores y los paseantes de las montañas se juntan todos en una urbanización de tiendas. En realidad no hay muchas. Tres o cuatro. Dos australianos andan por ahí, que ya se vuelven para abajo. Yo que acabo de llegar me voy a llenar el buche con la comida que me han dado. Me informa el guía de los australianos que estamos a 3.400m. Nuevo récord!!! Superamos al FanXiPan de Vietnam, pero no creo que tarde mucho en batirlo en los próximos días. Estoy en el Himalaya. De esos se trata. De montañas, ríos y nieves. Aunque a 3.400 no hay nieve. Solamente un río que todavía conserva el hielo por encima al estilo glaciar, y que también se pueden ver abajo en el pueblo. Creo que lo mejor de todo es dejar que las imágenes hablen por sí mismas.

Después de la vuelta a casa me entrego por completo a mi habitación, a la lectura y a la escritura. Cuando me doy cuenta han pasado casi cuatro horas y he andado encerrado aquí. My brother llama a la puerta y nos vamos a cenar. Las cocinas de aquí son de pequeñitas como la de la casa vieja de Valdeavellano antiguamente. Acogedoras, llenas de cacharros, y con un olor constante a leña que embriaga el ambiente. El día anterior cenamos en una cocina. Hoy en otra que hay justo al lado. No entiendo muy bien. A lo mejor son tantos que no dan abasto con una, que necesitan dos. De nuevo me pongo las botas. Las propias, y con la comida también. Un petilla con my brother en el templo hindú que hay aquí, aunque nadie lo frecuenta, y a la camita que mañana es día de labores. El templo hindú tiene su gracia, y my brother me cuenta que un “baba” hindú le ha dicho que se fume hoy uno en un sitio sagrado y que no tire el filtro al suelo. Que lo lleve a casa y lo tire a la basura. Que eso le hará bien. lo que importa es que sea un sitio sagrado, como un templo. Da igual que no sea musulmán. Eso sí que es respeto entre religiones.

A la mañana todo vuelve a tener su color especial. El cielo pintado de azul. Los pinos de ese verde oscuro, con los demás árboles de alrededor brotando en verde fosforito. Los pensamientos aquí se llaman, traducido, “flor del mono”. “Ave” significa “ven”, y “diuti” significa comida. Voy ampliando vocabulario. Lo que debería empezar a apuntar son nombres. Ahora resulta que los leñadores que me encontré en las alturas son también “my brothers”. La familia crece. No había una serie titulada así? Sería basada en este pueblo de Kashmir. Desayuno mis chapatis con mi tortillita y me empaqueto mi taper de comida correspondiente. Un par de paquetitos de galletas y a correr. A andar, mejor dicho. Esta vez acompañado de uno que también es guía, que habla buen inglés, y que me acompaña un rato del camino. Él va a buscar sus caballos. Yo a explorar el otro lado del valle. Subiendo, subiendo me encuentro a uno de mis brothers. Nunca había tenido una familia tan grande. Me siento un rato con ellos. Después de un rato largo de subida, digamos que dos horas y algo, llego a una loma. Al fin del repecho que da a una explanadita verde, verde, verde. Me pregunto dónde están las casas de los gitanos que vi el día anterior desde el otro lado del valle. Al culminar la explanadita, que de explanadita tiene algo, pero que también tiene cuesta, diviso las casitas. Muchas vacas, pero nadie por los alrededores. Me aposento en unas piedras y degusto mis manjares. Sorpresa! Hoy hay dos huevos en vez de uno, que con sal saben a cielo. Y es que estoy cerquita del cielo. Desde allí puedo ver el sitio donde estuve ayer. La verdad es que el pico más cercano no estaba demasiado lejos. Pero la perspectiva seguro que engaña, porque los australianos me dijeron que había echado la mañana entera para subir y bajar. Desde donde estoy se ve todo. TODO. Mires donde mires hay nieve. A dos horas a pata, pero hay nieve. Diviso picos nuevos. Cuatromiles y cincomiles. Los alrededores del Lago Gangabal. O el propio lago, no lo sé muy bien, porque ahora está nevado y congelado y no se distingue muy bien desde la lejanía.

Ha pasado una hora y lo único que he hecho es comer y mirar de un lado a otro. Levantar el brazo para saludar a un par de gitanos que andaban por allá arriba y seguir mirando de un lado a otro. El paisaje es precioso y me dejo cautivar por él. No tengo ganas de andar más. Solo de mirar alrededor. Unas fotillos y poco más, pero me lleno de vida. El sol aprieta, incluso a estas alturas, que deduzco que serán las mismas que las del día anterior. Puedo ver perfectamente el sitio al que subí ayer. Con sus tiendas de campaña y todo. Justo en frente de mí. Veo la cuesta y me parece imposible, pero el día anterior también vi la cuesta que me acabo de subir y también me parecía de infarto. Una especie de halcón, o de águila pequeña se lanza en el aire a picar a un cuervo. Duelo de avionetas en el aire.  Tras este buen rato contemplativo me dedico a bajar. Despacito, parando a cada rato. Me cruzo con un gitano a caballo que me pregunta quién es mi guía. Le digo que no tengo guía. Se va. Yo sigo. Palo en mano, que viene muy bien para andar, me encuentro con un perro guardián del que ya me habían dado cuenta. Sale corriendo hacia mí. Recuerdo las palabras del caballero “ten cuidado con el perro. No olvides coger un palo antes de subir”. El perro corre ladrando hacia mí. Es precioso, pero no tiene muchas ganas de hablar. Con el palo en alto y un grito de guerra no se amedrenta. Con el palo en alto y otro grito de gladiador el perro para a cinco o seis metros sin parar de ladrar. Esa va a ser la distancia a la que tendré que mediar, reculando, hasta que empiezo a andar y el perro, aunque ladrando, ya no se acerca. Batalla ganada. Bueno, con un palo cualquiera gana esta batalla. En realidad ha ganado él. Buen guardián.

Hoy no sé que ha pasado que todo el mundo estaba por la labor de pedir. De vuelta al pueblo después de la caminata una gitana me ha pedido “one rupee”. No sabe decir nada más en inglés que “one rupee”. Dos niños que me he encontrado con uniforme de colegio lo mismo. La verdad es que me pone un poco enfermo que lo primero que les enseñen en casa sea a pedir dinero a los turistas. Uno de los brothers, el más joven, me ha soltado una perlita “tú vienes aquí, le das dinero a todo el mundo. Todos contentos. Luego te vas”. Para algunos seguimos siendo dólares con patas. Los niños de mis brothers no van al colegio. Siempre están en casa y me reciben cuando vuelvo. Me echo un chai con el brother de la perlita, que ahora parece estar más por la labor de una conversación normal, y me voy directo a echar una siesta. Un poco de lectura y siesta. Un poco de cena de despedida y a dormir, que al día siguiente me espera un largo trecho hasta Kargil.

Me he enterado que los niños no van al colegio porque es fiesta en Kashmir. Al coger el único autobús que parte d Naranag todos los días a las 8.30 y baja hasta Kanagan me encuentro con un sueco. Hans lleva unos meses de caminata. Entre tienda y pitos y flautas es un montañero bastante empedernido. También pretende ir hacia Kargil. Lo que no sabemos es que vamos a vivir una de las mejores experiencias de India juntos.

Después de llegar a Kangan nos metemos en el restaurante donde ya conozco del viaje de ida a un par de buenos tipos que nos ayudan a conseguir un “sumo” a Sonamarg. No está lejos, y el trayecto es bastante barato. Pero cuando llegamos a Sonamarg nos enteramos de los que es esa ciudad. En realidad es un cúmulo de casas de hojalata y tejados de aluminio, rodeada por numerosas bases militares, porque no dejamos de estar en Kashmir. La gente sigue siendo igual de amable que de costumbre en Kashmir. La gente de las montañas, en general, es mucho más llevadera y simpática que allá abajo. Y creo que eso pasa en todos lados. El caso es que en Sonamarg nos volvemos un poco majaras buscando un transporte para poder ir a Kargil. Entre “sumos” caros y tal pascual nos damos de bruces con un autobús lleno de obreros nepalíes que se dirige a Kargil. El autobús va lleno, pero un chavalito nos dice que podemos ir en el pasillo hasta Zoji La, y luego ir en el techo si queremos. El chavalito resulta tener diecisiete años, y ser el conductor del aparato. Nos cobra una cantidad más que razonable, para el rato que vamos a echar, y nos muestra como a su edad tiene la cabeza muy asentada y no nos quiere timar. Resulta ser un autobús no regular que lleva a estos obreros a Kargil porque se van a quedar allí una temporada. Resulta ser uno de nuestros mejores contactos del trayecto, y cuando llegamos a Kargil nos da pena despedirnos de él.

El ascenso en la carretera sube desmesuradamente. Hans tiene un altímetro, y eso no para de subir, y subir y subir. Los dos esperamos con impaciencia el paso de Zoji La, que está a 3530m. La carretera serpentea y el ritmo es lento. Los precipicios altos y el espacio entre las ruedas del lado del hostión y el propio hostión va siendo menor y menor. Cuando la carretera torna a ser de un único sentido, restringido hacia un lado doce horas del día y cambiado hacia el otro las otras doce, nos paramos en un atascazo a 3000 metros de altura. Resulta que un coche viene del otro lado y le tenemos que dejar pasar. Esto nos lleva tres horas. Aquí las distancias son cortas, pero las esperas tremendas. Después de tres horas de poco movimiento, de cigarros, de divisar buitres carroñeando por las alturas, de ver cómo los nepalíes prefieren tirar andando para que luego les coja el autobús… Hans y yo hemos decidido que el camino en autobús es demasiado peligroso para los nepalíes. Que tienen miedo a las alturas y que por eso cuando el autobús se para tiran a patita para que luego les recoja. Nosotros a lo nuestro. Al final resulta que es un camión militar el que viene del otro lado, y cuatro coches que también se han colado. Hemos estado esperando tres horas para eso, y el atasco que hay montado es del copón. El precipicio acojona, y no es para menos. Nos hemos parado justo donde se encuentra una concentración de religiones. Una pequeña capilla cristiana con Jesús y la Virgen, una banderita sikh, un templito budista, unas referencias hindús… Nada musulmán (¿?). La verdad es que el trayecto es para rezar, aunque no sepas. Cuando parece que nos vamos, resulta que a uno con su furgoneta no le da para más. Intenta tirar, pero la furgoneta dice que no sube esa cuesta con esos boquetes. De tanto, tanto, al final se acaba quemando el embrague. Hasta que se aparta a un lado, en lo poco que da la carretera para maniobrar, tardamos otro ratazo en partir. Y nos notamos en un entorno familiar con la gente y el medioambiente. Los buitres diciendo “a ver si se muren estos ya, que aquí hay poca carroña”. Al final tiramos, pero no hay huevos de ir en el techo. Hace ya rasquita, así que nos pasamos el resto de las cinco horas sentado hombro con hombro y culo con culo en las escaleras de la puerta, con la puerta cerradita, hablando de esto y de aquello. En lo que era un trayecto de siete horas hemos echado diez, que no es para tanto pero tengo el culo pelao.

Kargil de noche da miedito, y queremos cenar y dejar los macutos, en ese orden o el que sea. Como decía, la gente de las montañas está hecha de otra pasta. Según llegamos, un tipo (hablando de tipos, my brother se llama Zakir) nos dice que no tiene la cocina abierta pero nos acompaña a un sitio que sí. Y a buscar un lugar para dormir. Son las once y pico y todo está chapado a cal y canto. El tío llama a las puertas con mucha seguridad y alboroto. La gente se despierta para decirle que no hay habitaciones. Nos encontramos a dos kashmiris en coche que dicen que llevan buscando un sitio para dormir una hora y que no hay nada. Que creen que se han recorrido todo lo que hay que recorrerse. Nos deseamos buena suerte y seguimos hasta agotar los recursos del amigo. Nada. Decidimos probar nuestros propios recursos pero no es nada fructífero. Decidimos ir a comer. Un arrocito y de vuelta a la calle para buscar un lugar donde echar una cabezadita. Nada de nada. Todo está lleno. Hans dice que no es la primera vez que alguien duerme en una mezquita, así que por esas optamos. Pero de camino nos acordamos de una guesthouse que estaba abierta y nos metemos dentro a dormir en el pasillo. Pero el pasillo es muy escandaloso, y nos subimos a la azotea. La noche es rasa. No hace tanto frío para estar donde estamos, así que ahí nos acoplamos. Hans con todo su equipo de saco de dormir y todo. Yo con todas mis sudaderas puestas. Es la una y pico. Yo no puedo pegar ojo. Hace frío. Las estrellas son bonitas y las fugaces abundan, pero no aguanto más. Me meto a la guesthouse a dormir en el suelo, pero ahí no aguanto más que hasta las tres. Me fumo un cigarro. Me digo que vaya noche más larga me espera. Pero al rato alguien se mueve. Se están duchando y peinando. Sacando las mochilas de una habitación. En cuanto salen por la puerta de la guesthouse corro escaleras abajo para meterme en esa habitación. Sí, está vacía. Me dan igual las sábanas usadas. Como si no tiene cama. Al menos es una habitación. Hans me dice que se queda en su saco. Yo lo flipo, pero dentro de un saco se debe estar a gustito.

A la mañana siguiente Kargil nos despierta soleado. Empieza un nuevo día y una nueva etapa. Cuando le cuento al dueño toda la paranoia de la noche anterior, y que si me puedo quedar en esa habitación, empieza a alzar las cejas y se termina por despollar. La historia no es para menos. Hans se va a Leh. Yo a preparar la siguiente historia. Y en esas estoy.

de caminito a Kangan, pit-stop para Naranag

seis kilometos saludando a gente de camino a Naranag

Templo hindu al pie de las montanhas en Naranag


Glaciar roto en dos. esperando a que caiga, pero no cae - Naranag

Casas de los gitanos


enanito viendo la nieve a lo lejos!

Naranag ahi abajo


los gitanos a sus caballos y a sus historias

El Kutbal

fauna...

...fauna...

... y muchas mas fauna

preciosas flores de montanha

un cincomil, el Harimuk, a lo lejos

... y yo a lo cerca

colores

la familia!!!

Los buitres

acojonante camino a Zoji La

y seguimos de camino a Zoji La

Las montanhas de Naranag