Kratie sonaba en mi cabeza como un destino espectacular donde parar y coger aire un ratito. Todo el mundo lo recomienda, pero debe ser por esos delfines de río que solamente se pueden ver aquí y en algún otro lugar del Mekong. El delfín Irrawaddy está a punto de extinguirse, y es que ya sabemos que por muchos esfuerzos que se pongan en estos países para la conservación y protección, tanto de zonas como de especies, al final la corrupción y la dejadez hacen de los objetivos una simple historieta.
Por lo que llegué allí a Kratie después de mi primera carretera en condiciones. En tres horitas estaba en el lugar. Tras una carretera asfaltada, el culo me daba las gracias. También la moto. (hay un macarra en frente, en el Mekong, haciendo, pues eso, el macarra, con una moto de agua). Busco un lugar donde dejar todo, es decir, una habitación. No fue difícil encontrar una guesthouse. Kratie está creciendo a un ritmo frenético con la excusa de los delfines y otras tres chorradas más. Cuando me acercaba al centro vi un nuevo hotel de siete plantas en construcción. El edificio más alto que vi en Kratie después creo que era el lugar donde me quedaba yo a dormir, que tenía cuatro plantas. El crecimiento económico y la inversión extranjera harán de esta ciudad una posible aberración. Con la propia excusa de los delfines, creo que van a desaparecer de ver a tanta gente a su alrededor. O se van a mudar a Laos, que allí tienen a otros colegas que solo se pueden visitar con kayak. O a Stung Treng, donde yo estuve, que es una ciudad de mala muerte y allí no invierte ni dios. ¡Pero que alguien haga algo con estos delfines!
En fin, que al aparcar la moto en frente de la guesthouse, me quito el casco y me encuentro con Chris. Chris en un chaval que me encontré en Ninh Bing (Vietnam) hace casi dos meses. De estas sorpresas que te da la vida, y que son más frecuentes en el Sudeste Asiático. Fue como “yo te conozco…”. Así que los dos sin ganas de hacer nada, allí pasamos la tarde, yo planeando algo de Camboya, y él a lo suyo. Lectura en la terraza de la guesthouse. Cenita y cervecitas varias con buena conversación entre Chris, que es inglés; Sara, que es danesa; Dana, que es filipina; y yo, que como no vuelva pronto me quitan la nacionalidad y me dan el pasaporte internacional (estaría de puta madre).
El día siguiente en Kratie no fue nada especial, salvo que una superestrella pop visitó la ciudad para grabar un videoclip. Toda la gente alborotada con sus cámaras de fotos y sonrisas en las caras. Un paseo por el mercado y por los suburbios de la ciudad y lectura en lo alto de una colina, en un templo muy tranquilo y apacible.
El sábado, el camino a Kompong Cham pintaba fácil y lisito. Salí de Kratie por esa carretera que serpentea paralela al Mekong por su oriente. Cruzando pueblitos y pueblazos, no deja uno de ver civilización, y es que el Mekong tiene mucho que dar. Muchos templos, mucha ruralidad, y yo creo que iba tan embelesado por los alrededores que en algún momento perdí el camino. Yo sabía que iba paralelo al Mekong, y mientras fuera así no había problema. Kompong Cham está en el Mekong, pero al otro lado. Solamente tenía que ir preguntando cada poco. En cierto momento pregunté, y me dijeron que siguiese hacia adelante. Es imposible preguntar por las distancias, pero simplemente necesitaba direcciones. En cierto momento paré a preguntar en un bar. He de decir que esta vez me entendieron a la primera, porque ya había aprendido a pronunciar el nombre de la ciudad, pero resulta que dos de los cuatro tíos son los que me indican en qué dirección y cada uno señala hacia una esquina. Yo miro al primero como “pero el que está detrás está diciendo que hacia el otro lado!!!”. Volví a preguntar un ratito más tarde. En otra ocasión otro me dijo que cruzara el Mekong en ferry, pero yo sabía que cerca de Kompong Cham hay un puente enorme. Vi un faro colonial francés y me desajusté, porque al lado de Kompong Cham hay uno. Seguí preguntando. Me recorrí el camino correcto y sus alrededores. A veces dos veces porque no sabía muy bien si me había pasado o no. El cuentakilómetros de la moto no funciona, y tampoco sé la velocidad a la que voy para calcular porque el velocímetro está a cero permanentemente.
Tras cuatro horas pilotando, conduciendo, o como se llame esto en este tipo de carreteras, caminos y senderos paré a comprar tabaco. Una amable señora me atendió, apoyada por su marido. Me encendí un cigarro y me invitaron a sentarme. Se hicieron entender para saber si yo sabía “khmer”, les dije que no, pero ensayé con ellos mis frases mágicas que fonéticamente suenan algo así: “suas dei” (hola), au kon (gracias) y los números del uno al cinco. Ensayamos los números después de que me dijera cuantos kilómetros me quedaban con los dedos de las manos y yo le preguntase “bram pii??”, que es “7” en khmer. Los números son fáciles, porque a partir de cinco hasta nueve son: 5+1, 5+2, 5+3, 5+4, por lo que queda algo así como mui, pii, bei, buan, bram, bram mui, bram pii, bram buan y kwap. Se reían y yo con ellos.
En esos siete kilómetros pasé por una de las comunidades más alucinantes que he visto hasta el momento. La sonrisa eterna de los niños y las niñas con el “hello” en la boca todo el rato. Cuando vi el faro y el puente entre los árboles me llené de alegría y de satisfacción y me dispuse a encontrar mi sitio en la ciudad. Alguien se asomó a un balcón cuando yo pasaba por la calle paralela al Mekong y me dijo que si buscaba habitación. Tenía toda la pinta, yo con mi casco y mis macutos, lleno de polvo, mirando todos los carteles de los establecimientos. Menos más que todas las guesthouse están juntas. Me pareció bien su oferta, así que entré para adentro. Alguien me habló en español al decir que era de España, por lo que me sorprendí. Antonio es de Iparralde (País Vasco Francés), y lleva esta guesthouse desde hace un año. Es muy gracioso ver, junto a la bandera camboyana, una ikurriña.
Y me asomé al balcón de mi cuarto y vi pasar a dos chicas en un tuk-tuk (moto con carrito detrás). Y resulta que eran Yolanda y Nary, que había conocido en Sen Monorom. Este Sudeste Asiático es un pañuelo que flipas! Así que luego salí a darme una vuelta en moto a ver si las veía y no tuve ni que cruzar la calle. Nos subimos los tres a la moto, para intentar ser como los locales, y nos fuimos a ver un templo. Conducir una moto con tres elementos es una osadía, y es muy divertido porque todo el mundo se queja. Todo el mundo que va subido en la moto. Que si mi culo, que si mi pie, que si me caigo, que si no frenes… ¡Pero cómo no voy a frenar, si viene un camión!
Hoy he vuelto a visitar el pueblo del que os hablaba. Al pueblo de las sonrisas. Resulta que es una comunidad musulmana que se extiende a ambos lados del Mekong. Se pueden encontrar mezquitas, y todo el mundo viste de manera diferente al estilo khmer. Os diré una cosa: hacer reír a los niños como he hecho yo hoy no se paga con dinero. Alucinan viéndose en la pantalla de la réflex. Tiene su recompensa. Esos se ríen y gritan y saltan. Y yo tengo mis fotos. He pasado toda la mañana a aquel lado del Mekong. No tengo palabras, solo fotos.
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Tuning Khmer - Kratie |
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Algo tendrá que ver Australia con el templo este - Kratie |
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Un vasco en Camboya - Kompong Cham |
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Al fin un cartel que me guía! |
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no todo iban a ser caras jóvenes |
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Hello! |
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La niña más guapa de mundo |
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asustada al principio |
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feliz al final |
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me falta algún que otro piño |
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Mis huevos!!! |
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El faro (no de Moncloa) - Kompong Cham |