martes, 24 de enero de 2012

Battambong: --- Siem Reap y Angkor Wat: Sobredosis arqueológica e histórica khmer


La verdad es que Battambong no fue una parada demasiado interesante en este trayecto. Tal vez cegado por las ganas de llegar a Siem Reap y su famoso y atractivo Angkor recorrí los alrededores de Battambong con algo de desgana. Con rapidez y sin demasiado interés. Conseguí un primer contacto para vender la moto.

Después de ese paso rápido por Battambong, fui raudo y veloz hacia Siem Reap. El día que llegué, también llegó Georgia, que había estado conmigo en el proyecto de Andeoung Teuk. El primer día y primera toma de contacto con la ciudad de Siem Reap, saturada de turistas y del turisteo que ello conlleva. Aunque he de decir que al final este royo me acaba por gustar. Hay mucha más competencia, por lo que todo es más barato. Hay oferta. Hay jaleo. Hay vida. El día que llegué no hicimos nada. Tampoco al día siguiente, que nos lo tomamos de planificación y relax. Aunque más que planificación se convirtió en siestas y cervezas. El sábado se planteaba como primer día para visitar Angkor, pero tampoco pudo ser debido a una monumental resaca. Así que fue el domingo que visité Angkor por primera vez. A partir de ahí, todo ha sido fliparlo en colores durante dos días. Domingo y lunes. Este post va a ser muy corto. El mérito lo tiene Angkor. Las fotos solo reflejan una pequeña parte de lo bello que es esto. No tengo palabras. Las tengo, pero no merecen la pena. Hoy dejo que las imágenes se expresen por si mismas y que, con suerte, os cautiven la mitad de lo que me ha cautivado a mí este lugar.

Preparando el desayuno - Battambong

Mercadillo de artesanía sobre ruedas - Battambong

Secando papel de arroz

Wat Ek Phnom

Naga de cinco cabezas




Millones de murciélagos salen de la cueva al atardecer, cuando oscurece

Pre Rup

Inscripciones hindús en Lolei

Más ventanas, Papa

Bakong

Prasat Kravan

"dancing hall" de Banteay Kdei

Banteay Kdei


Sras Srang


Banteay Samre

Chau Say Thevoda


Ta Keo


Ta Som

Preah Khan


La terraza de los elefantes

Bayon

Bayon

Bayon

Bayon

Una coreana muy apañada me sacó una foto en mi templo favorito: Bayon

Bayon

Rostro de la entrada sur de Angkor Thom

Angkor Wat

¿Prohibida la entrada de embarazadas a Angkor Wat?

He conseguido un programa que cose unas imágenes con otras para hacer panorámicas. Alucinas!!! Angkor Wat!!!

Angkor Wat!!!

martes, 17 de enero de 2012

Atavesando los Cardamomos


He vuelto a las andadas. He vuelto a las rodadas. Y todo con un poco de mala pata, pero nada que no se haya arreglado. La verdad es que cruzar los Cardamomos se ha convertido en el viaje imposible. Salí de Andoung Teuk no sin tristeza. Me decidí a cruzar los Cardamomos, no por hacerme el valiente, sino porque es a donde iba cuando me quedé un mes en Andoung Teuk. Me dijeron que era difícil, pero no imposible, y a mí ya se me había puesto entre ceja y ceja que este era el trayecto.

Después de una hora por carretera e informarme bien, entro en un camino. Pasados unos cuantos puestos militares que custodian la Sierra de los Cardamomos, y que sirven para evitar la caza furtiva de especies en peligro, me doy de bruces Thma Bang. Thma Bong es un pequeño pueblo que a mí me sirve de parada para comer y a la moto para comer también su ración de sopa. Un amable caballero que, sorprendentemente, habla inglés, se me aproxima mientras como. Me pregunta que de dónde vengo y hacia donde me dirijo. Al decirle que voy hacia Veal Veng me advierte de que por ese camino “no possible, no possible!!!”. Acabo mi almuerzo y me resigno a pensar con una cerveza. Hay veces que las imposibilidades camboyanas son solo para los “barang” (extranjeros). Hay veces que para un “barang” algo resulta ser imposible, pero no para un “khamer”. Bien, a estas alturas me río yo de las imposibilidades de los “barang”, así que me decido a preguntar a unas cuantas personas más. Después de preguntar a cuatro o cinco, y cada uno mandarme para un lado, decido no hacer uso de mi brújula. Decido hacer caso al hombre del bar, lo que significa desandar lo andado (motorizado), que viene siendo una hora y media, y luego continuar otra hora por la carretera y coger un desvío desde Koh Kong. La gente del pueblo me mira, porque todo el mundo es más bajito que yo, para ver de dónde viene el piercing que me sale de la nariz.

De vuelta a Koh Kong me resigno pensando que me tengo que quedar una noche en ese asquito de ciudad. Nada que hacer salvo sacar dinero y disfrutar de la compañía de gente en la guesthouse. Un par de cervezas y a la cama.

Un señor muy hospitalario, dueño de la guesthouse, me informa de cómo dejar la ciudad y cómo dirigirme a la provincia de Pursat. Todavía no sabía muy bien a qué pueblo en concreto dirigirme, pero sí una idea de la zona, así que con sus precisas informaciones y mapa tengo todo lo que necesito para adentrarme en los Cardamomos.

A las indicaciones de tan amable señor no pongo ninguna pega, pero después de salir de Koh Kong y adentrarme por aquellas carreteras polvorientas empieza el jaleo. Voy despacito, observando el paisaje, tragando polvo, adelantando camines cuesta arriba, adelantándome coches cuesta abajo, cuando me parece que veo más de un asentamiento con letras chinas. Y paso otro. Y otro. Parece ser que, al igual que en parque nacional de Botum Sakor, Al lado de Andeoung Teuk, los chinos tienen concesiones para la extracción de materia prima y construcción de puentes. Un entramado de decenas de pequeños pueblos de chinos se apodera de la carretera. Las indicaciones están en khmer y en chino, pero nunca más en inglés. Yo sigo lo que me parece que es el camino correcto. Siempre por el camino más grande. Y otro pueblo de chinos! Así vamos tirando hasta que en un puente, con una bifurcación, me entra la duda. Pregunto y me dicen que es hacia el otro lado. Hasta ahí todo bien. No todos los caminos llevan a Roma, y menos si estás en los Cardamomos. La moto suena que da gusto. No tengo pega. Los chinos a lo suyo y yo a lo mío. No hay problema. Sigo subiendo, porque la verdad es que la mayoría del camino es subida.

En un bote de la moto, como otro cualquiera, escucho de repente un “psss” que proviene de mi moto. Paro de repente. La rueda de adelante está en el suelo. Pinchazo. No es el primero, pero es el primero en medio de la puta nada. “Tenía que pasar”, pienso en alto. Creo que últimamente, y sobre todo en la moto, hablo en alto conmigo mismo. Me cago. Cagaré y luego pensaré cómo mierdas salir de esta. Me adentro en la jungla y hago lo necesario. Menos mal que he comprado papel antes de salir de Koh Kong. Hace unos días nos surgió la duda. De los dos caprichos que nos da el ser divino cuando estamos en lugares remotos, ¿de cuál os desprenderíais  primero? ¿Del papel del culo o del cepillo de dientes? ¿Preferís ir con la boca sucia o con el culo sucio? Ahí lo dejo.

Con el culo limpio me dispongo a pensar. Hay algo de tráfico por esta carretera, sobre todo camiones y pick-up, que me pueden cargar la moto hasta el próximo pueblo. Paro un camión. Me dice que naranjas de la china, aunque es camboyano. Me dice que vaya con la moto al pueblo anterior. No me había planteado andar con la moto, pero parece ser la alternativa. Me veo con los dientes en el suelo, así que voy despacito, despacito. Despacito y buena letra, como dice aquella. Después de un rato me cruzo con un coche que vendrá de ese pueblo o habrá pasado por allí o sabrá algo de ese pueblo. Lo paro y le señalo la rueda. Me da a entender que no tiene ni puta gana de ayudarme. Le señalo el pueblo y me dice que naranjas de la china también. Que vaya en la otra dirección. Al menos ahora voy en el sentido que tengo que ir para cruzar los putos Cardamomos. Llego a un poblado chino. Un camboyano me saluda en inglés. Me dice que tire para adelante y que allí encontraré algo. Paso dos poblados de chinos y uno de camboyanos. Ninguno tiene espíritu o herramientas para arreglar un pinchazo. Al enésimo intento, después de andar un buen rato con la moto pinchada, llego a un macropoblado chino. Este tiene todo tipo de maquinaria y utensilios, pero es la hora de comer. Pregunto a cada uno que veo, señalándole la rueda. Y todo el mundo me hace el gesto de comer. Les pregunto a unos camboyanos. Me dicen que le pregunte a los chinos. Voy hacia adelante y a uno que sale del comedor le pregunto. Me señala hacia el comedor y me hace el gesto de comer. Yo ya sé que están comiendo, pero quiero saber si alguno de los amables chinos que no paran de comer me puede arreglar el pinchazo. Le pregunto a otro. Me dice que están comiendo. Creo que ya me he dado cuenta. Cada uno de los que voy preguntando se va quedando parado donde me ha respondido, mirándome y mirando la moto. A ver si se arregla así. Igual estos chinos son más listos de lo que parecen. Bueno, listos son, que están conquistando los Cardamomos a base de bien.

Al fin, un chino me dice que le siga. Yo, por supuesto, hago caso y voy detrás de él. Un par de camboyanos se disponen a ayudarme. Los camboyanos desarman lo armado, hacen un apaño que no funciona, al final utilizan superglue (chino) y hacen que eso se infle y no reviente. Después de una hora en villa-chino, habiendo saludado a la mayor parte de la plantilla y al resto de integrantes del poblado, los dos camboyanos me dicen que el superglue cuesta 2000riel (0,50$). Les pregunto que cuánto les tengo que pagar. Hablan entre ellos y me dicen que 2$. A mí me da que después de haber estado una hora y pico bajo el sol apañando eso y remendando lo otro, 2$ no es dinero. Le digo que coja cinco. Me mira y me da las gracias. Se reparten el dinero y me miran sonrientes. Yo me pongo todo el equipo de motero y me piro diciendo “bye, bye”, como buen “barang”.

A partir de ahí, el camino ha sido más largo que el de Santiago a la pata coja y marcha atrás. Después de pasar presas, puentes, cataratas, todos los Cardamomos, pueblos chinos, camiones, polvo, perros, vacas, búfalos, estar a punto de atropellar un gallo, preguntarle a una chica que me ha mirado y se ha dado la vuelta, acercarme a un bar a preguntar y derrapar la moto justo en la entrada y escoñarme en frente de todo el mundo, subir, bajar, esto, lo otro, perder la mochila pequeña en un bote, echar gasolina, preguntar cuarenta veces por el pueblo al que me dirigía, pasar quinientos pueblos pequeñajos, patatín, patatán, he llegado. Pero la verdad es que no sabía muy bien donde. He llegado a un pueblo más grande que los demás que suponía que era mi destino. Suponía que Veal Veng lo había pasado hace tiempo, cuando en el letrero de una tienda de móviles veo escrito ese nombre. Yo creía que ya estaba en Promoui. Pregunto en un lado y en otro si esto es Veal Veng o Promoui. Nadie me responde. Todos me miran, y es que debo de estar pronunciando como me da la gana. Algunos me han entendido antes, cuando venía, pero ahora ya nadie me entiende. He encontrado una guesthouse, así que tiene sentido que sea Veal Veng o Promoui. Le pregunto a la dueña y me dice, para mi alivio y reconforte, que es Veal Veng.

Explorando la puta Lonely Planet veo que en un apartado pequeñajo pone que Veal Veng es lo mismo que Promoui. Pero en la guía hay dos mapas. En uno lo llama de una manera y en el otro de otra. ¿Por qué tienen la intención de que mi día sea más largo de lo necesario? ¡¿Por qué?! Me he aposentado en mi habitación. Simpleza es el apellido de esta guesthouse. No necesito más. Necesitaba una ducha y la he tenido. He llegado de color rojo por la grava del camino. Un “western toilet” (retrete occidental), como dice todo el mundo, me ha venido de maravilla. Mucho mejor que esos que están en el suelo, y que después de un mes en Andoung Teuk uno acababa por acostumbrarse. Ahora huelo bien y estoy alimentado. Mañana me quedo en este pueblo. Si no hago nada, de maravilla. Si me apetece me voy a andar al monte. Creo que la aventura de los Cardamomos se puede atisbar sin necesidad de apearse de la moto. He tenido bastante con el día de hoy.

Pues resulta que me levanté con ganas de mambo en Veal Vieng ese Lunes después de la odisea de los Cardamomos. Hay una montaña pegadita al pueblo, que es a donde yo iba cuando aterricé allí. Cogí la moto después de preguntar a algunos pueblerinos y no obtener respuesta exacta de cómo llegar más que “to the left”. Bien. Pues tiré por el camino de la izquierda y seguí para adelante, cruzando ríos y tal, hasta que me crucé con un menda que me dio el alto (con una sonrisa en la cara). Era un guarda forestal. En un fenomenal inglés me pregunta a dónde voy. Le digo que voy a intentar subir a Phnom Sakos. Me pregunta que si voy solo. La verdad es que lo primero que pienso es que ya me va a encasquetar una visita guiada por aquello de que aquí no se puede entrar solo a la mayoría de los parques naturales. Le digo que sí, y que si puedo entrar. Todo bien. Me dice algo así como “a tres kilómetros hay una casa. Hasta luego. Que lo pases bien”. Yo no sé muy bien que entender o que interpretar, pero yo tiro para adelante por el camino del infierno, con los ríos del infierno y demás obstáculos infernales.

Después de un rato y dos o tres cruces de caminos que he decidido continuar como me ha apetecido, llego a lo que parece el final. Después de haber visto unas cuantas casas, pero no haber encontrado motivos para parar en ninguna de ellas. Ahora no me quedaba más remedio, ya que era el final del camino. Un señor sale de no sé dónde y me dice que meta la moto dentro de la parcela. Obedezco y me aproximo. Me dice que si quiero subir la montaña. Le digo que sí. Me dice que tengo que esperar a “grandfather”. Al abuelo. Pues espero. Nada mejor que hacer a las 8 de la mañana. Tengo tiempo de sobra y la montaña está ahí, que hasta la puedo ver, y no parecía que se vaya a mover. Espero entre miradas de la familia, dibujando con los niños. Enseñando inglés, que ahora parece que lo llevo en la sangre. Después de media hora viene “grandfather”. Resulta ser un monje vestido de monje (de naranja). Phuan, que es nombre del que me ha recibido, me dice que “grandfather” tiene que rezar a la montaña, que el año pasado unos “barang” subieron sin rezar, y cuando bajaron todas las fotos estaban azules. La montaña no les había permitido subir y subieron, y obtuvieron su merecido. Lo único que hizo “grandfather” fue preguntar de dónde era yo. Lo único que hicimos Phuan y yo fue juntar nuestras palmas de las manos, cada uno las suyas, e inclinarnos hacia adelante, hacia “grandfather”, dos o tres veces. Después, partí hacia Phnom Sakos.

Nada más empezar la subida vi que eso iba a ser difícil. Me acordé de Corea y me dije que nada era imposible. Para allá que iba, después de media hora, cuando noté que necesitaba poner un mojón. Y como de al pelo viene esa expresión de “mojón”, puesto que un mojón está para señalizar un cruce de caminos, un sitio que recordar o algo remarcable en un sendero. Puesto que en ese preciso lugar fue donde tuve que volver no una, sino cuatro veces, al haber perdido el camino e intentarlo por un lugar nuevo. Al fin conseguí distinguir un sendero un poco más adelante, después de probar los tres restantes que llevaban hacia ninguna parte. Llegué a un arroyo y no encontré nada más que un enorme árbol caído que lo cruzaba de lado a lado. Decidí subir el arroyo hacia arriba, en esta época del año prácticamente seco. Llegué al principio del arroyo y no encontré más camino. Decidí tumbarme en una roca enorme y cerrar los ojos durante un rato largo. Eran las 10 y media de la mañana y la verdad es que estaba más que a gusto, pero algo más cansado de lo normal. Debe ser que me he hecho vago con esto de la moto. Un pájaro enorme sobrevoló los árboles emitiendo un sonido muy, muy tenebroso que hubiera teñido de color marrón mis gayumbos de haber sido de noche. Aquello y un par de serpientes hicieron que me decidiese a bajar de nuevo e intentar buscar el camino correcto por enésima vez. Pero esta vez no necesité ir hasta el mojón. Decidí tomar otro camino que resultó subir, empinado, hasta un bosque de bambú que me llevó hasta la cresta de la montaña y desdé allí divisé el pico. Bien, a estas alturas ya me empezaba a encontrar un poco mal. Principios de estado febril en el que tu cuerpo es más sensible de lo normal. En el que el roce de una rama parece más que un roce. Fue el momento en el que decidí que podía volverme, porque la bajada iba a ser más dura que la subida. Divisé el pico y sabía que se podía subir. Había logrado atisbar el camino. Con eso me era suficiente por aquel momento. No necesitaba llegar hasta arriba. No podía llegar hasta arriba. Simplemente sabía que se podía y que había encontrado el camino por la cresta de la montaña. Bajé despacito y con buena letra, de nuevo, y llegué a casa de Phuan y a la moto. Volví en moto Veal Veng despacito, sin ganas de nada, con la fiebre subiendo, y con ganas de abrazar un “western toilet”. Llegué, salude al váter, y me tumbé para no hacer nada y dormitar entre calores durante toda la tarde.

Al día siguiente me desperté mejor. De hecho, todo bien. Debió ser algo de la comida. Algo de aquella horripilante sopa. “Ka diu” se llama la sopa, no confundir con “Ka dui”, que significa “coño”. O tal vez fue que no recé bien y no me permitieron subir a la montaña. Ya sabía yo que inclinarme un par de veces ante aquel monje no iba a cambiar mucho las cosas. Emprendí mi camino hacia Pursat, con dos o tres paradas debido a la lluvia, o mejor dicho a los tres diluvios universales más seguidos que he visto. Y después de Pursat continué y llegué a Battambang

Peligro, elefantes!

El asentamiento chino de allá abajo fue el que me salvó la vida tras aquel pinchazo - en algún lugar de los Cardamomos

Megaconstrucciones chinas


Compañera de baño - Veal Veng

Phnom Sakos desde el ayuntamiento de Veal Veng

El árbol caído medía lo mismo de ancho que yo de largo - proporciones de la selva

desde lo más alto que he conseguido estar en Camboya

No pudo con más camiones

sábado, 14 de enero de 2012

Andoung Teuk: ya te echo en falta --- Bangkok: pasaportes y otros quehaceres

La falta de continuidad, damas y caballeros, se debe a una agenda muy apretada últimamente. Además, estando rodeado de gente todo el rato me ha dejado poco tiempo para mí mismo o, mejor dicho, para los lectores. Andoung Touk ya es cosa del pasado. Aunque lo voy a llevar por dentro durante mucho tiempo. Un lugar al que volver. Un lugar que no olvidar.

Después de una fiesta de navidad muy rara, con calor, con cocos y whisky, con franceses, australianas, camboyanos…. todos borrachos… emigré a Bangkok durante tres días. Tenía que renovar el pasaporte. Camboya no tiene embajada española, por lo que me tocó ir a Bangkok y volver al ajetreo de una gran capital para una pequeña personita como yo. Cogí un bus en Adoung Touk hasta la frontera. Uno de los autobuses más caros, proporcionalmente a la distancia, que se pueden coger por aquí. La verdad es que Andoung Touk está marginado del mundo hasta para eso. Es uno de esos pueblo por los que se pasa pero no se para. Y si se para, se paga caro (en dinero).

La frontera, nada más allá de la realidad. Otra frontera con su solazo, sus colas de espera, sus tormentos de gente intentando rapiñearte dinero y sus consecuentes sobrevalorados precios en el transporte cuando cruzas al otro lado. Digamos que siguen la filosofía de siempre: “lo necesitas… pues pagas”. Una hora más en una minivan después de la frontera. Dos horas de espera en la estación de Trat, en Tailandia. Y cinco horas y media de autobús desde Trat hasta Bangkok. Al menos, cuando llegué a Bangkok pude coger el Skytrain y el metro, que me ahorraron dinero a la hora de acercarme al centro.

Renuncié a la idea de ir al barrio ultraturístico y caótico de Kaoh San. Algo me habían comentado que cerca de la estación de tren había alguna guesthouse barata donde asentar el culo y la cabeza. La medianoche ya había pasado y por allá pululaba yo por chinatown y la estación hasta que di con un antro asequible para una noche. Al día siguiente me cambiaría, pero por ahora solamente necesitaba una cama. Daba igual la calidad. Importaba la cantidad de Bat que me van a clavar por ella. Lo hice bastante bien. Fueron algo más de cinco dólares, que a esas horas de la noche y sin reserva en ningún lado me parecieron estupendos. Al día siguiente tenía que levantarme prontito para ir a la embajada.

Así hice. Me levanté prontito y de camino a la embajada, que se encuentra en un edificio colosal, al lado del parque de la reina, en el piso 23. Todo estaba bien conectado por metro con el sitio donde me quedé a dormir. También pensé en eso a la hora de quedarme cerca de la estación de tren. Me personé en persona y un amable tailandés me recibió con un español sudamericanizado bastante notable y gracioso. Fotos, formularios, etc… después de una semana recibí un mail. Ya tengo pasaporte nuevo. Está en Bangkok, esperándome. Me pidió dos fotos y solamente tenía una. Me enteré de que cuando piden dos fotos no es porque no la puedan escanear y duplicarla. Es por si la pierden. Al final todo funcionó con una sola foto.

El resto de mi estancia en Bangkok la dediqué a encontrar una nueva lente para la cámara de fotos. Tarea la cual me resultó imposible en los dos días que estuve pateando todo tipo de centros comerciales y tiendas de la ciudad. Todos los centros comerciales y tiendas grandes dedicadas a la electrónica gozaron de mi presencia en esos dos días. En todas saqué mi cámara y en todas obtuve un rotundo “no” por respuesta. Y a la pregunta de “y sabes dónde puedo…” no me dejaban ni acabar y me daban otro “no” aún más rotundo. Me desquicié. Al final decidí dedicarme al resto de artículos que necesitaba adquirir en una gran ciudad. Falló también el intento de tener una Lonely Planet fotocopiada de Tailandia. Me dijo una amable tendera que las Lonely Planet piratas las importan de Camboya y Laos. Bueno, aquí estoy en Camboya todavía, así que buscaré. Unos pantalones y un disco duro externo para no perder ni por asomo todo lo que tengo en este portátil hicieron la vez de las compras. Y, sí, me he hecho un piercing en la nariz.

Todo el mundo hablaba de que Bangkok era una ciudad que despreciar desde un primer momento, y debe ser porque es el primer contacto que tiene la gente con el sudeste asiático. Conductores de tuk-tuk acechan en cada esquina, suciedad y podredumbre en algunos lugares, intentos de cargarte más solamente por ser extranjero… una parte más de la vida en esta región. A mí me tocó aprender en Vietnam, y después de eso creo que ya puedo tolerar cualquier ciudad, aunque me han dicho que India es comparable o, en ocasiones, peor. Pero nunca volveré a hacer caso 100% a las opiniones de la mayoría. Luego resultan ser exageraciones o, bueno, eso, simplemente meras opiniones.

A la vuelta de Bangkok a Anodunk Touk, tras darme cuenta que a la ida me habían cobrado más de lo debido, me la clavaron en la caseta de inmigración en la frontera. Me hicieron pagar 30$ en vez de 20$. La corrupción aquí está a la orden del día y, o juegas, o no pasas. Así que jugué. Al otro lado la situación fue bastante graciosa. Tenía que decidir entre quedarme a pasar la noche y coger el bus al día siguiente, o conseguir negociar un precio por una furgoneta hacia Andoung Touk que valiera la pena y que fuera igual o inferior a una noche de guesthouse y el precio del autobús del día siguiente. El conductor de la furgoneta enseguida se dio cuenta de que yo sabía de lo que estábamos hablando cuando empecé a negociar el precio con él, así que me llevó a un lado y me dijo. “mira, tengo dos italianos que me están pagando un pastón porque no tienen ni idea. Negociamos entre tú y yo, pero no digas nada delante de ellos sobre el precio”. Todo cuadró. Incluso me invitó a una cerveza y me paró en el banco para que sacase dinero. Lo que se llama un tío razonable.

Andoung Teuk seguía en el mismo sitio. Llegué justo para la cena, pero todo el mundo se había marchado para Phnom Penh para celebrar nochevieja allí. En su lugar me encontré con Thomas y Vibi. Ambos alemanes, pasaban por aquí y se quedaron una noche. Con ellos pasé nochevieja, año nuevo, mi cumpleaños… les fui convenciendo poco a poco de que se quedaran un día más. Y otro más, y otro más… Nos empedofamos en nochevieja. Y el día después también. Brad, aquel elegante y buen hombre de Louisiana con el que tantos buenos momentos pasé en Laos, vino a visitarme a Andoung Teuk para nochevieja también. Un par de catalanes que andaban por la zona cenaron con nosotros también. Después de aquello, de ver las  fotos de Nepal, de India que Thomas y Vibi traían… me despertó el afán viajero de nuevo, y cuando Sopheap volvió de Phnom Penh con Angela y Georgia le dije que ya tenía una fecha de salida. Que sería en diez días. Desde ese momento ni él ni yo fuimos los mismos. Ambos sabíamos que yo me iría en algún momento, pero teniendo una fecha, ahora todo era una cuenta atrás. Yo con la mosca detrás de la oreja de no querer hacer daño, porque en realidad no me voy porque no me guste el proyecto o porque me haya cansado, sino porque haciendo balance, el trotamundos que ahora trota dentro de mí tenía otra vez ganas de montarse en la moto y seguir camino.

Desde que decidí una fecha para irme, los niños han estado más cariñosos de lo normal. También pensando que tenían más confianza conmigo. Cuando volví de Bangkok, cogí un par de clases más, que antes llevaban Lili y Lilith, lo que hizo que me enganchará y me enterneciera no por mis veinte niños, sino por treinta más que entonces se convirtieron también en “míos”. Todo ha seguido su curso en la escuela y en Andoung Touk desde entonces. Cuando volví de Bangkok, en dos días, la escuela ya tenía el pozo que habíamos estado meditando y negociando con un par de compañías, y que Angela y Georgia, junto con algunos amigos y familiares, han subvencionado por completo. En estos días hemos conseguido cavar y terminar el huerto, que ahora con el pozo es totalmente posible, y que tanto me ha recordado a Valdeavellano. Ambos, el pozo y el huerto. Cavando el huerto me he destrozado las manos, y hemos llegado a la conclusión de que tengo manos de señorita. Ampollas reventadas y heridas es lo que abunda en ellas ahora.

Recordaré mi penúltimo día en la escuela más que el último, porque fue ese día el día que le dije a los niños que me iba. A unos con ayuda del traductor Sopheap. A otros directamente en inglés. En una de las clases Sopheap lo dijo lentamente y en inglés. Una chica lo comprendió y lo tradujo rápidamente en khmer para toda la clase. Recuerdo las miradas hacia la chica. Cuando terminó de hablar todas las miradas serias se giraron hacia mí. Ese día tenía preparada una canción para clase, que todos cantaron con gusto, y que a mí ahora me emociona. Es una adaptación para nivel básico de inglés que me he inventado con una canción de la banda sonora de Juno. La otra clase me comprendió perfectamente en inglés. Algunos tienen la misma edad y otros son un poco más mayores, pero todos son más ágiles mentalmente que los otros. Me enteré después que, cuando terminé de hablar, se comentaba por clase “otro que se va…”, y eso me dio mucho, mucho coraje. Pero en realidad siento que no es malo para ellos. Aprenden a forjar relaciones fuertes, y aprenden a ver que algo no tiene por qué ser para siempre.

Lo peor fue con la clase de los pequeños. Estos han sido los que he tenido durante todo un mes. Con los que empecé y con los que terminé. Primero hablé en inglés,  pero eso fue como ponerle Sabina a una vaca. No se pisparon de nada. Después Sopheap tradujo, y sus miradas me mataron. Solamente pude decir “Voy a volver. No sé cuándo pero voy a volver”. Los ojos se me encharcaron. No les podía mirar a la cara. Todos conos hombros caídos, con las miradas serias. Luego se les pasa en un pis-pas, porque son niños y los niños saben jugar y divertirse, que es para lo que están. Pero sé, o quiero creer, que en algún momento de sus vidas, se acuerden de Teacher Al (Me he tenido que simplificar el nombre en la escuela, para hacerlo más fácil para todos. Ahora me he acostumbrado y me presento como “hola, yo soy Al”). Teacher Al se va a acordar de sus caras para siempre, y a teacher Al se le vuelven a humedecer los ojos cuando escribe estas líneas. Vison, Pim, Li, Srinlei… solo me acuerdo de algunos nombres porque yo para eso no valgo, pero todos, para mí, tienen un mote y una cara que siempre cambiará pero que para mí se ha quedado grabada en la memoria como es a día de hoy. Apple girl, noughty boy, big eyelashes, vietnamese guy, one tooth guy, weird drawings boy, tall girl, earing boy (hay un niño que tiene un pendiente porque cuando nació y vieron que tenía un testículo más alto que otro, se lo ponen para equilibrar el cuerpo y el alma. Pasa con todos los que tienen el mismo problema. Creo que para ellos, yo tengo un serio problema en los huevos). Voy a echarlos de menos a todos. Apple girl me dejó de mirar el día que dije que me iba. No quería ni acercarse a mí. Después de una hora de clases en la que estuve jugando con todos, se acercó y me dijo “teacher, go home”, que es lo que dicen siempre que se tienen que ir a casa. Nos miramos, le abrí los brazos y vino corriendo a abrazarme.

Hoy he salido de Andoung Touk. Después de abrazos, besos, y casi lágrimas de nuevo, he cogido carretera y manta, como decía aquel. Creyendo que podía ir a mi destino por una carretera que luego ha resultado ser que no. He parado a comer y me ha dicho un amable caballero, en un inglés sorprendentemente correcto para el pueblucho en el que me encontraba, que no podía ir por donde yo quería ir. Que tenía que desandar lo andado e ir por otro lado. Como no me daba tiempo a hacerlo hoy, aquí estoy, en una ciudad-pueblo asquerosa en la que pasaré la noche y mañana iré hacia lo que viene siendo el centro de los Cardamomos.

El orden cronólogico de las fotos ha salido como le ha dado la gana esta vez, pero la verdad es que nadie va a notar que los niños han envejecido en dos semanas. Ahí van un porrón de fotos para el reportaje gráfico.




Tuh


Bailando "Blues Brothers"


No quiero fotos



Vison, vietnamese guy

El de la izquierda es Pol, el oficial de la comunidad, y el de la derecha Sopheap, el que lleva el royo

Instalando el letrero de BCDO. Mi moto es khmer. Yo ya me siento khmer con este carruaje a mis espaldas


Volando, volando, siempre arriba...


Dos hermanos

El huerto da sus frutos



Apple girl

Fiestón

Georgia, Angela y un borracho local

Nuestra casa en navidad


Nuestro pequeño árbol de navidad, patrocinado por Angkor Beer

un gecko atacando a una serpiente en defensa propia

La buena vida de la Navidad


Dónde estarán mis dientes después de comer tanta caña de azúcar. Da igual, soy feliz!
Aburrido de los autobuses de aquí!!! - Bangkok

Pues ya me dirás tú cómo arreglamos este jaleo - Bangkok

Stick sour PUNK. golosinas en Bangkok


Parches de todo tipo

Amanece en Bangkok

Una habitación que da miedo en Bangkok