He vuelto a las andadas. He vuelto a las rodadas. Y todo con un poco de mala pata, pero nada que no se haya arreglado. La verdad es que cruzar los Cardamomos se ha convertido en el viaje imposible. Salí de Andoung Teuk no sin tristeza. Me decidí a cruzar los Cardamomos, no por hacerme el valiente, sino porque es a donde iba cuando me quedé un mes en Andoung Teuk. Me dijeron que era difícil, pero no imposible, y a mí ya se me había puesto entre ceja y ceja que este era el trayecto.
Después de una hora por carretera e informarme bien, entro en un camino. Pasados unos cuantos puestos militares que custodian la Sierra de los Cardamomos, y que sirven para evitar la caza furtiva de especies en peligro, me doy de bruces Thma Bang. Thma Bong es un pequeño pueblo que a mí me sirve de parada para comer y a la moto para comer también su ración de sopa. Un amable caballero que, sorprendentemente, habla inglés, se me aproxima mientras como. Me pregunta que de dónde vengo y hacia donde me dirijo. Al decirle que voy hacia Veal Veng me advierte de que por ese camino “no possible, no possible!!!”. Acabo mi almuerzo y me resigno a pensar con una cerveza. Hay veces que las imposibilidades camboyanas son solo para los “barang” (extranjeros). Hay veces que para un “barang” algo resulta ser imposible, pero no para un “khamer”. Bien, a estas alturas me río yo de las imposibilidades de los “barang”, así que me decido a preguntar a unas cuantas personas más. Después de preguntar a cuatro o cinco, y cada uno mandarme para un lado, decido no hacer uso de mi brújula. Decido hacer caso al hombre del bar, lo que significa desandar lo andado (motorizado), que viene siendo una hora y media, y luego continuar otra hora por la carretera y coger un desvío desde Koh Kong. La gente del pueblo me mira, porque todo el mundo es más bajito que yo, para ver de dónde viene el piercing que me sale de la nariz.
De vuelta a Koh Kong me resigno pensando que me tengo que quedar una noche en ese asquito de ciudad. Nada que hacer salvo sacar dinero y disfrutar de la compañía de gente en la guesthouse. Un par de cervezas y a la cama.
Un señor muy hospitalario, dueño de la guesthouse, me informa de cómo dejar la ciudad y cómo dirigirme a la provincia de Pursat. Todavía no sabía muy bien a qué pueblo en concreto dirigirme, pero sí una idea de la zona, así que con sus precisas informaciones y mapa tengo todo lo que necesito para adentrarme en los Cardamomos.
A las indicaciones de tan amable señor no pongo ninguna pega, pero después de salir de Koh Kong y adentrarme por aquellas carreteras polvorientas empieza el jaleo. Voy despacito, observando el paisaje, tragando polvo, adelantando camines cuesta arriba, adelantándome coches cuesta abajo, cuando me parece que veo más de un asentamiento con letras chinas. Y paso otro. Y otro. Parece ser que, al igual que en parque nacional de Botum Sakor, Al lado de Andeoung Teuk, los chinos tienen concesiones para la extracción de materia prima y construcción de puentes. Un entramado de decenas de pequeños pueblos de chinos se apodera de la carretera. Las indicaciones están en khmer y en chino, pero nunca más en inglés. Yo sigo lo que me parece que es el camino correcto. Siempre por el camino más grande. Y otro pueblo de chinos! Así vamos tirando hasta que en un puente, con una bifurcación, me entra la duda. Pregunto y me dicen que es hacia el otro lado. Hasta ahí todo bien. No todos los caminos llevan a Roma, y menos si estás en los Cardamomos. La moto suena que da gusto. No tengo pega. Los chinos a lo suyo y yo a lo mío. No hay problema. Sigo subiendo, porque la verdad es que la mayoría del camino es subida.
En un bote de la moto, como otro cualquiera, escucho de repente un “psss” que proviene de mi moto. Paro de repente. La rueda de adelante está en el suelo. Pinchazo. No es el primero, pero es el primero en medio de la puta nada. “Tenía que pasar”, pienso en alto. Creo que últimamente, y sobre todo en la moto, hablo en alto conmigo mismo. Me cago. Cagaré y luego pensaré cómo mierdas salir de esta. Me adentro en la jungla y hago lo necesario. Menos mal que he comprado papel antes de salir de Koh Kong. Hace unos días nos surgió la duda. De los dos caprichos que nos da el ser divino cuando estamos en lugares remotos, ¿de cuál os desprenderíais primero? ¿Del papel del culo o del cepillo de dientes? ¿Preferís ir con la boca sucia o con el culo sucio? Ahí lo dejo.
Con el culo limpio me dispongo a pensar. Hay algo de tráfico por esta carretera, sobre todo camiones y pick-up, que me pueden cargar la moto hasta el próximo pueblo. Paro un camión. Me dice que naranjas de la china, aunque es camboyano. Me dice que vaya con la moto al pueblo anterior. No me había planteado andar con la moto, pero parece ser la alternativa. Me veo con los dientes en el suelo, así que voy despacito, despacito. Despacito y buena letra, como dice aquella. Después de un rato me cruzo con un coche que vendrá de ese pueblo o habrá pasado por allí o sabrá algo de ese pueblo. Lo paro y le señalo la rueda. Me da a entender que no tiene ni puta gana de ayudarme. Le señalo el pueblo y me dice que naranjas de la china también. Que vaya en la otra dirección. Al menos ahora voy en el sentido que tengo que ir para cruzar los putos Cardamomos. Llego a un poblado chino. Un camboyano me saluda en inglés. Me dice que tire para adelante y que allí encontraré algo. Paso dos poblados de chinos y uno de camboyanos. Ninguno tiene espíritu o herramientas para arreglar un pinchazo. Al enésimo intento, después de andar un buen rato con la moto pinchada, llego a un macropoblado chino. Este tiene todo tipo de maquinaria y utensilios, pero es la hora de comer. Pregunto a cada uno que veo, señalándole la rueda. Y todo el mundo me hace el gesto de comer. Les pregunto a unos camboyanos. Me dicen que le pregunte a los chinos. Voy hacia adelante y a uno que sale del comedor le pregunto. Me señala hacia el comedor y me hace el gesto de comer. Yo ya sé que están comiendo, pero quiero saber si alguno de los amables chinos que no paran de comer me puede arreglar el pinchazo. Le pregunto a otro. Me dice que están comiendo. Creo que ya me he dado cuenta. Cada uno de los que voy preguntando se va quedando parado donde me ha respondido, mirándome y mirando la moto. A ver si se arregla así. Igual estos chinos son más listos de lo que parecen. Bueno, listos son, que están conquistando los Cardamomos a base de bien.
Al fin, un chino me dice que le siga. Yo, por supuesto, hago caso y voy detrás de él. Un par de camboyanos se disponen a ayudarme. Los camboyanos desarman lo armado, hacen un apaño que no funciona, al final utilizan superglue (chino) y hacen que eso se infle y no reviente. Después de una hora en villa-chino, habiendo saludado a la mayor parte de la plantilla y al resto de integrantes del poblado, los dos camboyanos me dicen que el superglue cuesta 2000riel (0,50$). Les pregunto que cuánto les tengo que pagar. Hablan entre ellos y me dicen que 2$. A mí me da que después de haber estado una hora y pico bajo el sol apañando eso y remendando lo otro, 2$ no es dinero. Le digo que coja cinco. Me mira y me da las gracias. Se reparten el dinero y me miran sonrientes. Yo me pongo todo el equipo de motero y me piro diciendo “bye, bye”, como buen “barang”.
A partir de ahí, el camino ha sido más largo que el de Santiago a la pata coja y marcha atrás. Después de pasar presas, puentes, cataratas, todos los Cardamomos, pueblos chinos, camiones, polvo, perros, vacas, búfalos, estar a punto de atropellar un gallo, preguntarle a una chica que me ha mirado y se ha dado la vuelta, acercarme a un bar a preguntar y derrapar la moto justo en la entrada y escoñarme en frente de todo el mundo, subir, bajar, esto, lo otro, perder la mochila pequeña en un bote, echar gasolina, preguntar cuarenta veces por el pueblo al que me dirigía, pasar quinientos pueblos pequeñajos, patatín, patatán, he llegado. Pero la verdad es que no sabía muy bien donde. He llegado a un pueblo más grande que los demás que suponía que era mi destino. Suponía que Veal Veng lo había pasado hace tiempo, cuando en el letrero de una tienda de móviles veo escrito ese nombre. Yo creía que ya estaba en Promoui. Pregunto en un lado y en otro si esto es Veal Veng o Promoui. Nadie me responde. Todos me miran, y es que debo de estar pronunciando como me da la gana. Algunos me han entendido antes, cuando venía, pero ahora ya nadie me entiende. He encontrado una guesthouse, así que tiene sentido que sea Veal Veng o Promoui. Le pregunto a la dueña y me dice, para mi alivio y reconforte, que es Veal Veng.
Explorando la puta Lonely Planet veo que en un apartado pequeñajo pone que Veal Veng es lo mismo que Promoui. Pero en la guía hay dos mapas. En uno lo llama de una manera y en el otro de otra. ¿Por qué tienen la intención de que mi día sea más largo de lo necesario? ¡¿Por qué?! Me he aposentado en mi habitación. Simpleza es el apellido de esta guesthouse. No necesito más. Necesitaba una ducha y la he tenido. He llegado de color rojo por la grava del camino. Un “western toilet” (retrete occidental), como dice todo el mundo, me ha venido de maravilla. Mucho mejor que esos que están en el suelo, y que después de un mes en Andoung Teuk uno acababa por acostumbrarse. Ahora huelo bien y estoy alimentado. Mañana me quedo en este pueblo. Si no hago nada, de maravilla. Si me apetece me voy a andar al monte. Creo que la aventura de los Cardamomos se puede atisbar sin necesidad de apearse de la moto. He tenido bastante con el día de hoy.
Pues resulta que me levanté con ganas de mambo en Veal Vieng ese Lunes después de la odisea de los Cardamomos. Hay una montaña pegadita al pueblo, que es a donde yo iba cuando aterricé allí. Cogí la moto después de preguntar a algunos pueblerinos y no obtener respuesta exacta de cómo llegar más que “to the left”. Bien. Pues tiré por el camino de la izquierda y seguí para adelante, cruzando ríos y tal, hasta que me crucé con un menda que me dio el alto (con una sonrisa en la cara). Era un guarda forestal. En un fenomenal inglés me pregunta a dónde voy. Le digo que voy a intentar subir a Phnom Sakos. Me pregunta que si voy solo. La verdad es que lo primero que pienso es que ya me va a encasquetar una visita guiada por aquello de que aquí no se puede entrar solo a la mayoría de los parques naturales. Le digo que sí, y que si puedo entrar. Todo bien. Me dice algo así como “a tres kilómetros hay una casa. Hasta luego. Que lo pases bien”. Yo no sé muy bien que entender o que interpretar, pero yo tiro para adelante por el camino del infierno, con los ríos del infierno y demás obstáculos infernales.
Después de un rato y dos o tres cruces de caminos que he decidido continuar como me ha apetecido, llego a lo que parece el final. Después de haber visto unas cuantas casas, pero no haber encontrado motivos para parar en ninguna de ellas. Ahora no me quedaba más remedio, ya que era el final del camino. Un señor sale de no sé dónde y me dice que meta la moto dentro de la parcela. Obedezco y me aproximo. Me dice que si quiero subir la montaña. Le digo que sí. Me dice que tengo que esperar a “grandfather”. Al abuelo. Pues espero. Nada mejor que hacer a las 8 de la mañana. Tengo tiempo de sobra y la montaña está ahí, que hasta la puedo ver, y no parecía que se vaya a mover. Espero entre miradas de la familia, dibujando con los niños. Enseñando inglés, que ahora parece que lo llevo en la sangre. Después de media hora viene “grandfather”. Resulta ser un monje vestido de monje (de naranja). Phuan, que es nombre del que me ha recibido, me dice que “grandfather” tiene que rezar a la montaña, que el año pasado unos “barang” subieron sin rezar, y cuando bajaron todas las fotos estaban azules. La montaña no les había permitido subir y subieron, y obtuvieron su merecido. Lo único que hizo “grandfather” fue preguntar de dónde era yo. Lo único que hicimos Phuan y yo fue juntar nuestras palmas de las manos, cada uno las suyas, e inclinarnos hacia adelante, hacia “grandfather”, dos o tres veces. Después, partí hacia Phnom Sakos.
Nada más empezar la subida vi que eso iba a ser difícil. Me acordé de Corea y me dije que nada era imposible. Para allá que iba, después de media hora, cuando noté que necesitaba poner un mojón. Y como de al pelo viene esa expresión de “mojón”, puesto que un mojón está para señalizar un cruce de caminos, un sitio que recordar o algo remarcable en un sendero. Puesto que en ese preciso lugar fue donde tuve que volver no una, sino cuatro veces, al haber perdido el camino e intentarlo por un lugar nuevo. Al fin conseguí distinguir un sendero un poco más adelante, después de probar los tres restantes que llevaban hacia ninguna parte. Llegué a un arroyo y no encontré nada más que un enorme árbol caído que lo cruzaba de lado a lado. Decidí subir el arroyo hacia arriba, en esta época del año prácticamente seco. Llegué al principio del arroyo y no encontré más camino. Decidí tumbarme en una roca enorme y cerrar los ojos durante un rato largo. Eran las 10 y media de la mañana y la verdad es que estaba más que a gusto, pero algo más cansado de lo normal. Debe ser que me he hecho vago con esto de la moto. Un pájaro enorme sobrevoló los árboles emitiendo un sonido muy, muy tenebroso que hubiera teñido de color marrón mis gayumbos de haber sido de noche. Aquello y un par de serpientes hicieron que me decidiese a bajar de nuevo e intentar buscar el camino correcto por enésima vez. Pero esta vez no necesité ir hasta el mojón. Decidí tomar otro camino que resultó subir, empinado, hasta un bosque de bambú que me llevó hasta la cresta de la montaña y desdé allí divisé el pico. Bien, a estas alturas ya me empezaba a encontrar un poco mal. Principios de estado febril en el que tu cuerpo es más sensible de lo normal. En el que el roce de una rama parece más que un roce. Fue el momento en el que decidí que podía volverme, porque la bajada iba a ser más dura que la subida. Divisé el pico y sabía que se podía subir. Había logrado atisbar el camino. Con eso me era suficiente por aquel momento. No necesitaba llegar hasta arriba. No podía llegar hasta arriba. Simplemente sabía que se podía y que había encontrado el camino por la cresta de la montaña. Bajé despacito y con buena letra, de nuevo, y llegué a casa de Phuan y a la moto. Volví en moto Veal Veng despacito, sin ganas de nada, con la fiebre subiendo, y con ganas de abrazar un “western toilet”. Llegué, salude al váter, y me tumbé para no hacer nada y dormitar entre calores durante toda la tarde.
Al día siguiente me desperté mejor. De hecho, todo bien. Debió ser algo de la comida. Algo de aquella horripilante sopa. “Ka diu” se llama la sopa, no confundir con “Ka dui”, que significa “coño”. O tal vez fue que no recé bien y no me permitieron subir a la montaña. Ya sabía yo que inclinarme un par de veces ante aquel monje no iba a cambiar mucho las cosas. Emprendí mi camino hacia Pursat, con dos o tres paradas debido a la lluvia, o mejor dicho a los tres diluvios universales más seguidos que he visto. Y después de Pursat continué y llegué a Battambang
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Peligro, elefantes! |
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El asentamiento chino de allá abajo fue el que me salvó la vida tras aquel pinchazo - en algún lugar de los Cardamomos |
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Megaconstrucciones chinas |
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Compañera de baño - Veal Veng |
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Phnom Sakos desde el ayuntamiento de Veal Veng |
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El árbol caído medía lo mismo de ancho que yo de largo - proporciones de la selva |
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desde lo más alto que he conseguido estar en Camboya |
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No pudo con más camiones |